En defensa de los valientes Siete de Hampton

Revolución #026, 12 de deciembre de 2005, posted at revcom.us

A continuación, una declaración de Nikky Finney, poeta y profesora de literatura creativa de la Universidad de Kentucky.

Universidad Hampton:

Soy poeta. Soy escritora. Soy mujer negra. Soy catedrática del departamento de inglés de la Universidad de Kentucky en Lexington. Soy sureña, hija de una familia negra tradicional de clase media. Viajo y leo mi obra a estudiantes por todo el país. Creo intensamente en la militancia y en alzar la voz. Soy partidaria de escuchar y creo en la bondad. Mis padres militaron por los derechos civiles. Aprendí de ellos. No olvido esas lecciones. Volé a Washington, el 24 de septiembre para protestar contra la guerra de Irak y el 30 de octubre para caminar y llorar por el monumento de la Rotonda para celebrar la vida de Rosa Parks. Me invitaron a la Universidad Hampton para hablar y compartir mi trabajo el jueves, 18 de noviembre. Volé a Hampton con una gran esperanza, alegría y verdad en mi corazón. Vivo para hablar con la juventud negra; es lo que me nutre.

En estos 20 años, he hablado en universidades por todo el país y nada me satisface más ni me llena más de esperanza y vida como cuando hablo con los jóvenes negros. Nunca antes había ido a hablar a Hampton, aunque varios parientes se han graduado de esa honorable institución desde hace 100 años. Nunca antes me habían invitado. Cuando llegué, vi que el anuncio de mi charla estaba en todas las paredes y puertas de la universidad. Estaba tan orgullosa. Esa noche la capilla se llenó de mentes y corazones voraces y llenos de curiosidad. Me paré en el auditorio y les hablé de Rosa Parks, y del honor y la responsabilidad de protestar contra lo que no está bien en este mundo. Leí poesía en un auditorio lleno de estudiantes ansiosos de escuchar cada palabra. Fue una experiencia magnética, casi religiosa. Al terminar, me hicieron unas geniales preguntas de corazón. Se me llenaban de lágrimas los ojos porque me sentía en mi elemento. Sentí que había trabajado arduamente para perfeccionar mi oficio sagrado y poder compartir con ellos precisamente ese momento. Estaba tan contenta de estar ahí. Nos acompañamos por horas. Al fin sonó una campana para desocupar el edificio esa noche. Contesté todo lo que me preguntaban. No me dejé cansar. Me llevé poemas que me dieron los estudiantes para ayudarlos. Les prometí que los leería para darles mi opinión, como hace 30 años cuando alguien leyó mi trabajo y me ayudó. Yo creo que la vida es como una carrera de relevos y todos tenemos que contribuir.

Anoche cuando llegué de trabajar, encontré un mensaje electrónico sobre la Universidad Hampton que me ha roto el corazón y que me enfurece. Lo leí una vez, dos veces, tres veces. Estoy nadando en la incredulidad. La Universidad Hampton no puede hacer esto. ¿Van a expulsar a estudiantes por un volante no autorizado? Todo eso pasaba mientras yo estaba parada ahí, leyendo mi verdad en medio del aire sin saber. Nadie me dijo ni una palabra sobre el caso en esos dos días que estuve ahí. Nadie. Hasta hablé el viernes con una clase de primer año sobre la lectura y el aprendizaje y de honrarse ellos mismos y también sus pensamientos y sus sentimientos. Me entrevistaron para la radio estudiantil y hablé sobre el poder de la respiración y del lenguaje. Pero nadie me dijo ni una palabra de lo que estaba pasando. Hablé sobre defenderse a sí mismo y de alzar la voz por sí mismo y de tener la responsabilidad de buscar el conocimiento y no esperar a que nos lo entreguen. ¿Qué pensaban los estudiantes mientras yo hablaba? Yo no tenía la menor idea de que la Universidad Hampton había instituido unas reglas arcaicas y bizantinas en contra de esos valientes estudiantes. Si hubiera sabido todo eso, nunca hubiera aceptado la invitación. O quizá hubiera aceptado la invitación pero en medio de mi hora de metáfora proclamaría mi apoyo a los estudiantes. Diría algo para apoyar voz, verdad y pasión. Hubiera defendido a los valientes Siete de Hampton. Estoy hablando hoy en su defensa.

Estoy pasmada y tambaleando en medio de mi casa mientras escribo esto. ¿Dónde estaríamos sin la protesta y sin Rosa Parks y W.E.B. Dubois y todos los escritores y los artistas y los estudiantes de la universidad que ha estado en las primeras líneas desde que empezó el tiempo? ¿De qué tiene miedo la Universidad Hampton? ¿La verdad? ¿Visión? ¿Independencia intelectual? ¿Imaginación? ¿El control de las ideas?

Que me excluyan de la universidad con mi verdad y con mis verbos del espacio que flotan al aire, pero que no excluyan a los estudiantes que hacían lo que les parecía correcto en su corazón y mente. No construyan una Gestapo aquí en medio del arte vanguardista de Elizabeth Catlett y John Biggers y de toda la historia de la Universidad Hampton.

Todos los estudiantes de color y cultura necesitan universidades donde pueden conversar, dar información, estar en desacuerdo y estudiar sin un sello oficial. Tiene que ver con la Libertad. Los negros sabemos algo de la Libertad. También tiene que ver con el Miedo. Los negros sabemos algo del Miedo. ¡Qué vergüenza, Universidad Hampton! Se han sometido a su miedo. La vida de la universidad y el hemisferio de la academia tienen que ver con la mente, no con la mente del amo. Están cometiendo un gran error al usar las herramientas del amo para reconstruir la casa del hombre libre. No es el pasado. Es el futuro. Aquí, ahora.

(Por favor, si alguien escucha esto, corre la voz. Que sepan esas siete almas valientes de mí, y de ti).

Envíanos tus comentarios.