Revolución #54, 23 de julio de 2006


 

Recibimos lo siguiente del Servicio Noticioso Un Mundo que Ganar:

La Copa del Mundo:
¿Tiene que ser así?

10 de julio de 2006. Servicio Noticioso Un Mundo que Ganar. Por cuatro semanas la fiebre del fútbol cautivó al mundo, y ahora que se acabó, millones han quedado con mal sabor de boca. Presenciamos victorias y derrotas, compartimos la alegría y la tristeza de los jugadores y de los seguidores, atestiguamos momentos bellos y vergonzosos. Vimos las lágrimas de los jugadores cuando perdieron o quedaron fuera de la Copa. Vimos momentos vergonzosos cuando los jugadores se empujaron y se lesionaron. Hemos visto muchos insultos racistas contra jugadores negros por partidarios del equipo opuesto y seguidores de su propio equipo. Todo eso y otros momentos lamentables suscitan la pregunta: ¿hace este evento deportivo lo que debe hacer: alentar la amistad, cooperación e intercambio cultural de los pueblos del mundo? ¿Tiene que ser así?

Para quienes vivimos en estos tiempos, es claro que el fútbol ya no es un deporte común y corriente. Si no, no habría prendido tal tormenta mundial de sentimientos contrarios. Indudablemente el fútbol es uno de los deportes más populares en el mundo y un deporte que se ha politizado completamente, o por lo menos la Copa del Mundo. Es un campeonato altamente político, con jefes de estado y primeros ministros presentes cuando juega el equipo de su país. Estados Unidos, como de costumbre, muestra con excepcional descaro su política reaccionaria. Su mal librado “equipo estrella” eligió el alojamiento simbólico de una base de su ejército y el entrenador anunció: “Estamos aquí para la guerra”. Pero su derrota por Ghana encantó a muchos millones. Cuando se le criticó al equipo gringo por un estilo muy brutal de juego en un partido contra Italia, un prominente columnista político estadounidense se burló diciendo que era una queja cobardica de la misma “cultura pos-militar y pos-heroica” europea que no apoyó la invasión de Irak (Roger Cohen, International Herald Tribune, 21 junio 2006). Cuando el equipo italiano derrotó a Francia en un final igualmente lleno de faltas, el primer ministro italiano Romano Prodi no pudo suprimir un poco de glorificación militar y alabó al equipo por “luchar hasta la última gota de sangre”.

En un mundo dividido en países y “razas” artificialmente diferenciadas, en los que tienen y los que no, en opresores y oprimidos, mucha gente aspira a sus derechos y quiere recuperar su identidad oprimida. En un mundo signado por la explotación de seres humanos por seres humanos, la dominación de unos países por otros y el horrendo concepto de la “supremacía racial”, se puede usar cualquier cosa, inclusive el fútbol, para fomentar confrontación y rivalidad. Unas personas sacan de la victoria de su equipo nacional la dignidad y satisfacción que están vedadas en otras áreas de su vida. Las potencias dominantes, por medio del interés público en el fútbol y de hinchas racistas organizados, fortalecen ideologías supremacistas nacionales y reaccionarias en los países del opresor; del otro lado, en los países oprimidos, muchas personas desean con fervor la victoria de su equipo nacional por rabia y furia. Quieren ganar por lo menos en esta esfera. Los gobernantes de los países oprimidos trafican con esos sentimientos.

El tráfico ideológico y político con el fútbol no es el fin del asunto. También tiene un aspecto económico importante, que usa al deporte para apuntalar la economía capitalista en general y sobre todo generar grandes ganancias para los inversionistas.

Rebasa el ámbito de este artículo analizar todos los complejos factores y elementos que hacen que el fútbol sea tan atractivo, pero se pueden mencionar unos cuantos. Como otros deportes colectivos, el ascenso del fút se relaciona con el desarrollo del capitalismo, que sentó las bases para estos deportes. En su forma actual, el fútbol se remonta a mediados del siglo 19 en Inglaterra, durante el apogeo de la revolución industrial (aunque también se dice que se jugaba una forma rudimentaria en la antigua China). Tiene requisitos característicos del mundo moderno: rapidez, fuerza, confianza, trabajo duro, y sobre todo colectividad y disciplina. Consta de cientos o miles de desafíos entre los jugadores de dos equipos opuestos. Aunque se hacen esfuerzos por evitar al máximo los encuentros directos, el partido se pone más interesante cuando un equipo penetra en el corazón del territorio del otro. Lo que hace que el fútbol sea tan maravilloso es la combinación (y relación dialéctica) de trabajo colectivo y alto grado de iniciativa y habilidades de individuos en ese marco. Tiene reglas fáciles y casi todo mundo puede entenderlas, y eso ciertamente es un atractivo. El fútbol tiene las ventajas de muchos otros deportes combinadas en uno.

Pero a causa de esta popularidad, las clases dominantes se han metido en el fút en grande, sobre todo después de la II Guerra Mundial. Este deporte ha llegado a encarnar asuntos ideológicos y políticos importantes, que afectan cómo se dirigen los clubs nacionales. Los clubs locales en que se basa el deporte han llegado a ser unidades económicas impulsadas por las ganancias. Estos objetivos políticos y económicos reaccionarios determinan la manera de organizar y jugar el fútbol. Hoy se considera normal y loable pensar únicamente en ganar. En ninguna parte queda más claro esto que en el final de la Copa. Sobre todo cuando la competencia alcanza este nivel, hay tanto dinero y prestigio en juego para el equipo y sus jugadores y para los capitalistas que miran sobre sus hombros, que los dueños y entrenadores y la propia lógica de la situación obligan a equipos altamente desarrollados y a maravillosos jugadores a jugar de manera muy conservadora, a dedicarse a impedir que el otro equipo meta un gol, a bloquear, a desestabilizar psicológicamente e incluso a lesionar a jugadores importantes y a simular heridas con la esperanza de obtener un tiro penal. Como dijo el mediocampista italiano Gennaro Gatusso después de la victoria: “Quizá no fue bonito, pero es difícil derrotarnos”. (Otro jugador italiano dijo que si se quiere una experiencia de belleza, se debe ir al cine, porque el fútbol es para ganar.) Eso es lo que destruye lo que solía ser “el juego bello”.

Esa orientación ha modelado el estilo de juego y el entrenamiento de los jugadores, y ha llevado al predominio de cierta clase de tácticas. Los aficionados de Italia y de otros países se hartaron del famoso catenaccio (el cerrojo), una forma de jugar rígida y defensiva que Italia puso de moda en los años 1960-1970. Con ella logró llegar al final de la Copa de 1970 en México, pero en el final la derrota aplastante de Brasil a los azzurri fue también una derrota aplastante a una táctica que da prioridad exclusiva a los resultados y aniquila la iniciativa de los jugadores. Cuando volvió a casa el equipo italiano, lo recibieron multitudes furibundas. De todos modos, esa visión del fútbol se afianzó en los equipos europeos.

Las tentativas de cambiar estos elementos negativos que el fút había adquirido toparon con obstáculos insuperables, producto del capitalismo. Por ejemplo, el nuevo estilo de juego ofensivo que Holanda estrenó en la Copa del Mundo de 1974, se consideró la mejor esperanza de recuperar el atractivo del fútbol para las masas. Pero la iniciativa tuvo corta vida. El nuevo estilo requería un sistema diferente, hasta en el sentido estrecho de la organización de este deporte profesional, y ni hablar de las relaciones económicas y sociales y de los valores del sistema social del cual es parte. Resultó que era imposible jugar con este modelo y conservar la vieja organización: los entrenadores, algunos de los viejos jugadores, los planes de entrenamiento, el equipo y demás. Además, los equipos tenían que estar dispuestos a arriesgar la situación estable que cada equipo o club tenía en esos tiempos. Para jugar partidos en que lo que importa no es solamente anotar, se necesita mucha preparación de los jugadores (y la afición). Tal cambio habría requerido una enorme cantidad de recursos que los clubs no podían o no estaban dispuestos a gastar. Cuando se introdujo este nuevo estilo, a pesar de todo el criterio central siguió siendo los resultados: la victoria cueste lo que cueste, lo que inevitablemente reprodujo tácticas y momentos que no correspondían con el objetivo declarado de esta reorganización fundamental del sistema. Un rasgo muy negativo del fútbol moderno es su “defensividad”: lo que más se premia no es la rapidez y las habilidades ofensivas, sino la habilidad de impedir que anote el otro equipo. Por lo tanto, la presentación ocasional de buen fútbol, debido a la inyección de técnicas muy desarrolladas y una disciplina dura, no puede compensar el peso que la política dominante ha impuesto sobre el hombro de este deporte.

¿De qué otra manera puede funcionar, cómo se puede operar un cambio básico de la naturaleza gladiadora del fútbol de hoy si los equipos sólo juegan por ganancias? ¿Cuando los entrenadores entrenan y organizan su equipo para obtener los resultados deseados, o perder su trabajo? ¿Cuando se alienta a los seguidores a fomentar el chovinismo nacional y a despreciar al otro equipo, o para colmo, a fortalecer abiertamente la reacción fascista y el racismo? ¿Cuando el país anfitrión busca la Copa para promover el turismo, incluso el turismo sexual, y para elevar las ganancias de su clase dominante? ¿Cuando obligan a los jugadores bajo presión inhumana a no equivocarse, a usar la violencia contra los jugadores del otro equipo, y tener la apariencia de actores o modelos, y cuando muchos de ellos se sienten ajenos al espíritu del deporte y se sienten mal porque tienen que violar lo que supuestamente (con hipocresía) son las normas del juego? Si los jugadores tratan de romper con las normas del juego y no “tienen éxito”, o si se equivocan, los tabloides y los medios de comunicación aúllan, y ni hablar de los entrenadores y los dueños y el orden establecido de los deportes y sus autoridades. Esos jugadores acaban con una reputación que nunca se quitarán de encima. Su valor de mercado se desploma y caen de la cima al abismo. El que anote es el campeón, con poca consideración al trabajo colectivo del equipo o la calidad del juego. A pesar de la organización duramente lograda del equipo, el espíritu de tomar la iniciativa es raro y lo que por lo general rige son el conservadurismo y el temor a romper la norma.

Por eso han fracasado las tentativas de cambiar los elementos defensivos y aburridos del fútbol europeo. Según César Luis Menotti: “Si se miran los últimos tres finales de la Copa, todos a su manera constituyen un insulto al fútbol ofensivo… En cierto modo, todos los equipos se han orientado más o menos según la tradición del catenaccio y buscaban ganar con un juego defensivo” (entrevista en el semanario alemán Die Welt, 30 junio 2006. Menotti fue el entrenador del equipo de fútbol argentino de 1974 a 1982. Tiene fama por haberse negado a darle la mano a los generales argentinos cuando el país ganó la Copa en 1978). Estos elementos han cambiado la faz del fútbol. El fútbol supuestamente es un deporte, pero no es exageración decir que lo que menos importa en el fútbol es el juego y el espíritu deportivo.

En una palabra, este deporte se aleja cada día más de satisfacer las necesidades de las masas. Por ejemplo, la necesidad de las masas (hombres y mujeres) de tener la oportunidad de participar en deportes y de disfrutar de presentaciones deportivas de alta calidad, y de una sociedad y valores basados en la cooperación y la solidaridad, así como audacia, iniciativa individual y la creación de cosas nuevas e interesantes y avances rompiendo los patrones definidos y normales de los límites establecidos. La lógica egoísta básica y la ética brutal que determinan cómo se organiza el fútbol hoy fomentan los hinchas [hooligans], el alcoholismo y el racismo que han costado la vida de muchas personas y que han lesionado y disgustado a muchas más. Cuando se sacrifica todo en pos de las ganancias de los clubs ricos de los países ricos, y cuando se organiza un deporte al servicio de las metas ideológicas y políticas de una clase dominante reaccionaria, los momentos vergonzosos que hemos presenciado en el último mes no son ninguna sorpresa.

Obviamente si no se juega para ganar los partidos competitivos, se pierde la diversión; pero cuando la victoria se convierte en un absoluto o en la meta principal, tiene un efecto desastroso, inclusive en la diversión del juego, para jugadores y espectadores por igual. Siembra las semillas del conservadurismo, coarta la iniciativa de los jugadores e impide el desarrollo del juego. Lo más importante es que en lugar de promover la amistad y la solidaridad, da lugar a hostilidad entre las masas, que es exactamente lo opuesto de lo que debe hacer un deporte internacional y cualquier deporte.

Lo que daña el fútbol es toda la corrupción del capitalismo (no sólo el soborno y la pequeña corrupción, como en los actuales escándalos del fútbol, sino mucho más profundamente las putrefactas relaciones de la sociedad de clases) que se le imponen a la fuerza a este juego bello y envenenan la diversión popular.

¿Tiene que ser así? En un mundo dominado por el imperialismo y las relaciones capitalistas, parece que no habrá ninguna otra salida hasta que conquistemos un nuevo mundo en que las ganancias no estén al mando.

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