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Revolución #81, 11 de marzo de 2007

El caso de Ward Churchill:


¡Una caza de brujas que hay que rechazar!

En enero del 2005, invitaron a Ward Churchill, profesor amerindio de la Universidad de Colorado (UC), a dar una conferencia en Hamilton College, en el estado de Nueva York. Inmediatamente, la derecha se movilizó. Dio a conocer un ensayo que escribió sobre el 11 de septiembre del 2001 tres años antes, en el que critica el papel de Estados Unidos en el mundo. La derecha exigió que cancelaran la conferencia. El gobernador de Nueva York se metió, y locutores derechistas como Bill O’Reilly y varios políticos (entre ellos el gobernador de Colorado) demandaron que lo despidieran.

En una fuerte crítica del papel de Estados Unidos en el mundo, Churchill dijo que las personas que trabajaban como funcionarios de las grandes corporaciones con oficinas en el World Trade Center (y no todos los que trabajaban ahí) eran "pequeños Eichmanns”, o sea los comparó a los funcionarios del gobierno nazi.

Empezó una caza de brujas. Ridiculizaron el trabajo de Churchill sobre el genocidio y la opresión de los indígenas. Llegó a tal punto que él y el Departamento de Estudios Étnicos, del cual era director, recibían mil correos electrónicos amenazadores al día. Poderosas figuras, como el ideólogo republicano Newt Gingrich, pidieron restringir o eliminar la cátedra con titularidad, que protege a los pensadores e investigadores para que no los despidan por expresar sus ideas.

La administración universitaria inició una investigación para determinar si debía despedirlo (o arrestarlo) por lo que había escrito. Mandaron a todos los profesores a comprobar que habían firmado el juramento de lealtad. La presidenta de la Universidad de Colorado, una republicana moderada, dijo ante el profesorado que temía un “nuevo macartismo”. Una semana después le tocó renunciar. En la primavera, los estudiantes escogieron a Ward Churchill como “profesor favorito”, pero la asociación de ex alumnos no le dio el premio. Todo eso planteó preguntas en los sectores más progresistas acerca de si se debe tener que "tener cuidado con lo que diga", políticamente, o correr el riesgo de que lo despidan, especialmente en el mundo académico.

En eso se metió David Horowitz, ex "izquierdista" de los años 60 y ahora reaccionario, para aconsejar a la administración cómo afinar el ataque a Churchill. En un discurso en el que lo acusó de apoyar a los “enemigos terroristas de Estados Unidos”, Horowitz dijo que no se debía despedirlo por lo que escribió sino investigarlo por fraude académico. Instantáneamente, la administración recibió un diluvio de quejas (casi todas viejas y ya consideradas) sobre plagio, falta de ética profesional, notas al pie de página incorrectas, etc., en la obra de Churchill. Con ese pretexto, el canciller inició una investigación de ética profesional.

Se convocó un comité de profesores para darle a la caza de brujas un barniz de “jurado de sus iguales”. Pero la verdad es que la investigación nunca se hubiera llevado a cabo sin la protesta contra sus declaraciones políticas. Incluso el comité admite que la Primera Enmienda debe amparar tales declaraciones y que supuestamente son una parte importante del mundo y la libertad académicos. La investigación fue completamente ilegítima y jamás se debió haber llevado a cabo; es como un principio de derecho que excluye el uso “de una fruta del árbol envenenado”. Un profesor de derecho (y ex subsecretario de Justicia del estado de Texas) dirigió la investigación, y tuvo que admitir que "tenemos inquietudes sobre los orígenes de esta investigación y escepticismo sobre los motivos”. Sin embargo, la realizó. Hay que decirlo sin rodeos: esta investigación ha causado más daño y es un mayor peligro que cualquier falta de ética de investigación que el comité haya descubierto.

En mayo del 2006, el comité anunció sus conclusiones, pero solo después de que dos miembros se vieron obligados a renunciar ante acusaciones de simpatía con la defensa de Churchill. En el informe el comité decía que encontró “una falta seria y repetida de ética profesional en sus investigaciones”. Un profesor de la facultad de Sociología estudió el informe y concluyó que es una exageración grotesca de la magnitud de las faltas (y que las sanciones que recomienda van mucho más allá de las que se han impuesto contra luminarias como Doris Kearns Goodwin, historiadora presidencial, que cometieron errores mucho mayores). También dijo que el informe dedica 44 páginas a tres párrafos de toda la obra de Churchill. Esto es importante: es dudoso que las obras de cualquier profesor resistan esa clase de examen sin que aparezcan faltas; además, ¿cómo se podrían llevar a cabo estudios serios en semejante ambiente?

De los cinco miembros del comité investigador, cuatro recomendaron suspenderlo y el quinto despedirlo. Al mes, el canciller de la universidad recomendó despedirlo. El capítulo de la UC de la Asociación Americana de Profesores Universitarios escribió en una protesta: “Pensamos que aunque se percibe que la investigación es el pretexto para despedirlo, en realidad la razón son sus ideas políticas”.

Hay que rechazar esta caza de brujas. Está en marcha un ataque de poderosas fuerzas derechistas estrechamente aliadas con la cúpula del poder para crear un ambiente de intimidación y de prohibición del disentimiento y el pensamiento crítico con respecto a importantes asuntos sociales. Piense lo que uno piense sobre las palabras que escogió o el argumento específico de Churchill, el intento de despedirlo se basa únicamente en su crítica radical de la historia de Estados Unidos y sus declaraciones sobre el 11 de septiembre del 2001. Si se permite que este ataque tenga éxito, se establecerá un peligroso precedente que ya está causando temor en los círculos académicos. Lo que está en juego es si se permitirá que los profesores digan la verdad sobre la versión oficial de Estados Unidos; y si los campos de estudio como estudios étnicos y de la mujer y el género, que muchas veces se oponen al resurgimiento del patriotismo y el chovinismo, podrán llevar a cabo su indispensable trabajo intelectual y cultural.

Churchill está ganando apoyo, pero se necesita muchísimo más. Los estudiantes y los profesores tienen que cerrar filas y defender a Ward Churchill, así como el disentimiento y el pensamiento crítico en este momento urgente.

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