Revolución #91, 10 de junio de 2007


Reseña de libro

Blackwater: El ascenso del ejército paramilitar más poderoso del mundo

Blackwater: The Rise of the World’s Most Powerful Mercenary Army
Jeremy Scahill
Nation Books (452 páginas)
$26.95

“El argumento secundario de las guerras posteriores al 11 de septiembre de 2001 que casi se pasa por alto es la escala sin precedente de la privatización y la contratación (outsourcing)”, escribió el autor Jeremy Scahill en The Nation. “Desde el momento que comenzó la concentración de tropas estadounidenses para la invasión de Irak, el Pentágono integró a los contratistas privados con las operaciones. Aún cuando el gobierno aparentó públicamente que buscaba soluciones diplomáticas, Halliburton ya hacía preparativos para una operación masiva. Cuando los tanques estadounidenses entraron a Bagdad en marzo de 2003, los acompañó el ejército de contratistas privados más grande de los tiempos modernos. Al terminarse el mandato de Donald Rumsfeld a fines de 2006, se calcula que había más de 100,000 contratistas privados en Irak, lo que representa una proporción de casi uno a uno con los soldados estadounidenses en servicio activo”. (“Bush’s Shadow Army”, The Nation, 2 de abril de 2007)

En su nuevo libro, Blackwater: The Rise of the World’s Most Powerful Mercenary Army, Jeremy Scahill detalla el crecimiento explosivo de Blackwater, USA, una compañía paramilitar privada y clandestina con sede en Carolina del Norte: “En menos de una década ha crecido del pantano de Carolina del Norte para convertirse en una especie de guardia pretoriana para la guerra global contra el terror del gobierno de Bush”.

Scahill escribe que Blackwater tiene más de 2,300 soldados desplegados en nueve países y una base de datos de 21,000 tropas de las fuerzas especiales y policías retirados a los cuales puede desplegar de un momento a otro. Posee más de 20 aviones y helicópteros blindados. Su cuartel general de casi 3,000 hectáreas es el mayor complejo militar privado del mundo. Cada año entrenan a docenas de miles de agentes de policía de Estados Unidos y otros países. Actualmente está construyendo nuevos complejos en California e Illinois, y un centro de entrenamiento selvático en Filipinas. Blackwater goza de contratos con el gobierno federal que valen más de $500 millones, sin mencionar las operaciones clandestinas de las agencias de inteligencia estadounidenses o contratos con corporaciones privadas o gobiernos extranjeros.

“Blackwater es un ejército privado”, escribe Scahill, “y lo controla un solo individuo: Erik Prince, un multimillonario derechista radical que ha financiado no solo las campañas del presidente Bush sino el programa general de la derecha cristiana”.

El padre de Eric Prince, Edgar, jugó un papel importante en la creación y el financiamiento de muchos movimientos cristianos derechistas, como el Family Research Council de James Dobson. Scahill dice: “Erik Prince ha estado en las primeras filas del esfuerzo derechista de unir a los católicos conservadores, evangélicos y neoconservadores en una guerra santa teocrática-conservadora común, en la cual Blackwater serviría como un ala armada del movimiento. Prince dice: ‘Todo mundo está armado, igualito como cuando el profeta Jeremías reconstruyó el templo en Israel, con una espada en una mano y una palita en la otra'”.

El libro describe el clima político de lo que Scahill nombra el “movimiento teocrático” a mediados de la década pasada, cuando se fundó Blackwater. Muchos derechistas cristianos tildaban de ilegítimo al gobierno del recién elegido presidente Clinton. La revista First Things, que Scahill califica como “el órgano principal del movimiento teocrático”, publicó una edición especial titulada “El fin de la democracia” en la cual predijo una guerra civil o una insurrección cristiana contra el gobierno. Charles Colson, amigo íntimo de Erik Prince y conspirador de Watergate convertido en fascista cristiano, escribió en la edición: “Una confrontación entre la iglesia y el estado es inevitable. No sería lo que los cristianos anhelan, pero deben estar preparados para ella”.

Blackwater y Faluya

Inmediatamente después del 11 de septiembre, Blackwater consiguió un contrato de $5.4 millones para proveer 20 guardias de seguridad para la base de la CIA en Kabul. Lo que realmente cambiaría su suerte fue el contrato de $27 millones para proveer seguridad para Paul Bremer, en ese entonces encargado de la ocupación estadounidense de Irak. A Bremer, el oficial estadounidense de más alto rango en Irak y el vocero de la ocupación, no lo protegerían las fuerzas gubernamentales estadounidenses ni iraquíes sino Blackwater. Scahill dice que los soldados que Blackwater mandó a proteger a Bremer “encarnaron a la perfección la imagen del ‘yanqui creído’. Musculosos como culturistas, usaban gafas negras de una sola pieza; muchos tenían barbita de chivo y vestían uniforme caqui con chaleco de cartuchos o playera de Blackwater con su marca (las garras de un oso en el hilo del retículo), las mangas dobladas… Tenían el pelo corto y usaban un auricular de seguridad y metralletas ligeras. Mandaban agresivamente a los periodistas, sacaban carros iraquíes de la carretera a empujones o echaban balazos al carro que se le atravesara a su convoy”. (p. 71)

Blackwater llamó la atención pública por primera vez el 31 de marzo de 2004, cuando cuatro de sus soldados privados en Irak murieron en una emboscada en Faluya. Los lugareños arrastraron los cuerpos por las calles, los quemaron y colgaron a dos del puente del río Éufrates.

La prensa retrató ese incidente como una embestida irracional de una turba iraquí contra “contratistas” (no paramilitares armados) que cooperaban en la reconstrucción de Irak. El titular del Chicago Tribune proclamó “Turba iraquí mutila a cuatro civiles americanos”. Scahill ilumina la situación en Faluya antes del ataque contra los soldados de Blackwater. Durante la guerra del Golfo de 1991, Faluya fue el lugar de una masacre en gran escala cuando una bomba “de precisión” cayó en una zona de densa población, destruyó un mercado y un multifamiliar y mató a más de 130 civiles. En 2003, al ocupar la ciudad, las tropas estadounidenses abrieron fuego sobre una manifestación no armada, y dejó un saldo de 13 muertos y 75 heridos.

Con el pretexto del ataque, lanzaron un asalto masivo contra toda la ciudad de Faluya como castigo colectivo horroroso. Miles de tropas estadounidenses la invadieron, aventaron bombas de 1000 y 2000 libras y cerraron los hospitales para no atender a los heridos. Más de 800 personas murieron en el ataque y docenas de miles huyeron. Un reportero de Al Jazeera escribió: “Fui al hospital. No veía nada más que un mar de cadáveres de niños y mujeres, la mayoría niños… Eran escenas imposibles de creer o imaginar. Tomaba fotos, me obligaba a tomarlas al mismo tiempo que lloraba”.

Los soldados de Titan y CAGI (dos otros grupos paramilitares) participaron en la tortura de presos en Abu Ghraib. Según la demanda que entabló el Centro pro Derechos Constitucionales, Titan y CAGI conspiraron con oficiales estadounidenses de alto rango para “humillar, torturar y abusar a personas” con el fin de conseguir más contratos para sus “servicios de interrogación”. (p. 157)

No se ha procesado a ningún contratista militar estadounidense por delitos cometidos en Irak. En realidad obran en un tipo de hoyo negro judicial donde son, al parecer, inmunes. Uno de los últimos actos oficiales de Paul Bremer antes de salir de Irak fue firmar la Orden #17, que declara que “los contratistas serán inmunes a los procesos judiciales iraquíes con respecto a las acciones que desempeñan en conformidad con los términos y condiciones de cualquier contrato o subcontrato”.

Es más, hasta muy recientemente, los contratistas estaban inmunes a las acusaciones bajo la ley militar que rige a las tropas estadounidenses. Al mismo tiempo, Blackwater dice que es inmune a las demandas civiles en los tribunales estadounidenses, porque es parte de la “fuerza total” en Irak. En otras palabras, los paramilitares privados en Irak están textualmente encima de las leyes.

A finales del año pasado, el Congreso modificó una propuesta de presupuesto del Departamento de Defensa y declaró que las fuerzas militares ya pueden acusar a los contratistas en tribunales militares. Hasta la fecha no se ha acusado a ninguno. Si acusan a uno de sus paramilitares en un tribunal militar, es probable que Blackwater rechace el derecho de las fuerzas armadas de acusarlo.

Azerbaiyán, Nueva Orleáns y la frontera

El libro de Scahill está repleto de denuncias del papel que está jugando Blackwater alrededor del mundo.

Azerbaiyán: En 2004 el gobierno contrató a Blackwater para entrenar una fuerza azeri de élite al estilo de los SEALS de la Marina estadounidense. “Son comunes la tortura, el abuso policial y el uso excesivo de fuerza por las fuerzas de seguridad en Azerbaiyán", según un informe de Human Rights Watch citado en el libro. Scahill explica que el gobierno de Bush quería construir un oleoducto en ese país para tener acceso a las abundantes reservas de petróleo en el mar Caspio sin tener que pasar por Irán o Rusia. También quería utilizar el país como base de vanguardia para posibles operaciones contra Irán, que colinda con Azerbaiyán.

Honduras : En una base militar que la CIA usaba durante los años 80 para entrenar a la contra nicaragüense y el tristemente famoso escuadrón de la muerte Batallón 316, una compañía privada estadounidense recién entrenó a soldados hondureños para servir como paramilitares en Irak. Scahill informa que dijeron a los entrenados: “Donde vamos a ir, todo mundo será el enemigo y lo tendremos que verlos así, porque quieren matar a nosotros y también a los gringos. Por eso tenemos que tratarlos sin piedad cuando nos toca matar, aunque fuera a un niño”.

Chile : Blackwater tiene a sueldo a fuerzas paramilitares de dictaduras militares brutales. Ha entrenado y desplegado en Irak a casi 1,000 chilenos, muchos de los cuales prestaron servicio a la dictadura militar de Augusto Pinochet. Otros reclutas son de las fuerzas militares de los tiempos del apartheid en Sudáfrica.

Nueva Orleáns : El Departamento de Seguridad de la Patria mandó a 150 tropas de Blackwater en equipo de batalla y con armas automáticas a Nueva Orleáns. Scahill dice: “Lo que se necesitaba desesperadamente [en Nueva Orleáns] fue comida, agua y alojamiento. En cambio lo que mandaron con más prisa fueron armas, muchas armas”. Cita a un soldado de Blackwater: “La única diferencia entre este lugar [Nueva Orleáns] e Irak es que aquí no hay bombas en la calle”.

La frontera : Blackwater ha montado una campaña y ha dado testimonio en audiencias del Congreso para que sus tropas se desplieguen en la frontera de Estados Unidos y México.

El ascenso de Blackwater y el aumento del uso de fuerzas paramilitares plantean muchos interrogantes importantes. En un período de crisis político, ¿se podría utilizar un ejército privado como este como parte de un golpe militar? Mandar tropas mercenarias a muchas partes del mundo, ¿permitiría al imperio estadounidense librar una guerra global imperialista para la hegemonía sin el servicio militar obligatorio? ¿Se sentiría dicho ejército aún menos obligado a respetar las leyes internacionales que prohíben la tortura y atacar a civiles, y protegería al gobierno de acusaciones por crímenes de guerra? Recomendamos al lector que quisiera informarse más que lea este libro importante.

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