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Revolución #97, 29 de julio de 2007



Del Servicio Noticioso Un Mundo que Ganar:

Pakistán: El ataque a la Mezquita Roja, y lo que nos dice acerca del mundo actual

El siguiente artículo es del Servicio Noticioso Un Mundo que Ganar. Lo publicamos con leves cambios editoriales. La traducción es de Revolución:

16 de julio de 2007. Servicio Noticioso Un Mundo que Ganar. El 10 de julio, después de rodearla una semana, el ejército paquistaní atacó la Mezquita Roja (Lal Masjid) de Islamabad, la capital. La lucha duró 36 horas. Aunque la mayoría de los que estaban en la mezquita salieron antes del ataque (según los informes periodísticos, entre mil y dos mil personas), murieron unas cien personas. No se conoce su identidad ni las circunstancias de su muerte.

En enero, el gobierno de Pervez Musharraf empezó a ponerle presión a la Mezquita Roja: anunció que la escuela religiosa (madrassa) de mujeres de la mezquita era ilegal. En respuesta, los estudiantes de las escuelas de hombres y mujeres cuestionaron las credenciales islámicas del gobierno. Trataron de imponer a la fuerza un estilo de vida islámico en Islamabad, una ciudad relativamente laica, y especialmente en los alrededores de la mezquita, situada en el centro de la capital, donde se encuentran muchos edificios gubernamentales y militares. Escuadrones de mujeres jóvenes cubiertas con burkas y armadas de lathis (palos largos) atacaron las tiendas y puestos que venden música y películas, y quemaron libros "no islámicos" en fogatas. Secuestraron y, según informes, torturaron a unas mujeres chinas que trabajaban en un salón de masaje. Acusaron a las mujeres que participan en maratones de ser como prostitutas.

Esto duró seis meses sin respuesta oficial. De repente, el 3 de julio Musharraf envió tropas a la mezquita. Desde adentro abrieron fuego y mataron a 15 soldados y un alto oficial. Los líderes de la mezquita anunciaron que si los soldados entraban al edificio, iban a destruirlo con bombas suicidas. El ataque se inició una semana después.

Después, el ejército trasladó una división al noroeste del país, una zona dominada por fundamentalistas islámicos conectados con la Mezquita Roja. El ejército tiene medio millón de efectivos; una sola división no es suficiente para conquistar la zona, pero sirve para manifestar la autoridad del gobierno y bloquear las carreteras. Los convoyes militares cayeron bajo ataque inmediatamente. El 14 de julio una columna del ejército sufrió un ataque suicida en Waziristán Norte. Al día siguiente, un convoy fue emboscado en el valle Swat de la Provincia Fronteriza Noroeste. Grupos de manifestantes armados y desarmados se apoderaron de la Ruta de la Seda y otras carreteras por toda la región.

Esos sucesos podrían indicar un cambio político importante. Musharraf ha tenido dos fuentes de poder: servilismo al imperialismo estadounidense y fuertes vínculos con organizaciones fundamentalistas islámicas. Ahora, tras años de evitar un enfrentamiento, ha tenido que atacarlas. Estados Unidos aprobó el ataque y quizás lo ordenó, pero otro factor que obligó a Musharraf a atacar fueron los mismos islamistas. Parece que han optado por una guerra santa para establecer un gobierno cabalmente islámico en todo Pakistán y más allá, incluso si esto requiere romper la alianza con Musharraf, que hasta la fecha les ha permitido crecer tanto.

Desde hace mucho tiempo la Mezquita Roja, que queda cerca de la sede del servicio de inteligencia (Inter-Service Intelligence, ISI), ha sido un símbolo del entrelazamiento del estado y el fundamentalismo. Los dos hermanos que la dirigían no han ocultado sus relaciones con altos funcionarios del ISI. Maulana Abdullah (su padre, el fundador de mezquita en los años 60) era muy allegado a la cúpula del poder, especialmente a Mohammed Zia-ul-Haq, el general del ejército que tomó el poder en 1979 con el apoyo de Estados Unidos. En esa época de gran rivalidad entre Estados Unidos y la URSS, por medio de las fuerzas armadas paquistaníes, Estados Unidos organizó, financió, entrenó y armó a fundamentalistas islámicos para luchar contra la ocupación soviética de Afganistán. Más tarde, el ISI ayudó al Talibán a conquistar el poder. Inicialmente Washington estaba a favor porque esperaba que la influencia paquistaní sobre Afganistán creara estabilidad y protegiera los intereses estadounidenses. Igualmente, el ISI utilizó fuerzas fundamentalistas para pelear con India en Cachemira.

Zia también trató de islamizar a Pakistán, por ejemplo con cambios radicales en el sistema judicial. Con las infames leyes Hodood, instituyó la ley islámica (sharia), con consecuencias horrorosas para la mujer. El gobierno civil de Benazir Bhutto, que reemplazó a Zia, no las anuló.

Musharraf, que tomó el poder en un golpe militar en 1999, también tenía fuertes vínculos con los fundamentalistas. Como toleraba el laicisimo y permitió hasta cierto punto el disentimiento político y social de las clases media y alta urbanas, a veces se le considera menos duro que Zia. Pero mostró el cobre cuando condenó públicamente a una señora que pidió castigo para los hombres que la violaron. Un tribunal islámico mandó castigarla a ella por "adulterio" con la pandilla que la violó. "Esta es una actividad lucrativa", Musharraf le dijo al Washington Post para desacreditarla. "Mucha gente dice que si uno quiere ir al extranjero, obtener una visa para quedarse en Canadá, conseguir la ciudadanía o ser millonaria, que se haga violar". Le impuso arresto domiciliario para impedir que se comunicara con el extranjero.

Aunque los vínculos entre las clases dominantes paquistaníes y el fundamentalismo no cambiaron, algo cambió: los fundamentalistas islámicos atacaron directamente a Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001. Bajo órdenes de Bush, Musharraf hizo mucho alarde de terminar la alianza con Kabul, aunque no con el Talibán paquistaní: los grupos y partidos políticos de las zonas tribales de los pashtun a lo largo de la frontera, en Waziristán y el Noroeste, que se jactan de su lealtad al Talibán pashtun de Afganistán y buscan imponer la misma clase de sociedad.

A Musharraf le ha costado mucho trabajo mantener el equilibrio entre sus relaciones con el movimiento de la Mezquita Roja y su dependencia de Estados Unidos, pero logró hacerlo por mucho tiempo, con el apoyo estadounidense. Varios comentaristas prominentes han escrito que Musharraf está jugando un "juego doble": acepta mil millones de dólares al año de ayuda estadounidense (principalmente militar) mientras tolera la presencia de los dirigentes del Talibán afgano y posiblemente de Al Qaeda en Pakistán (según testimonio al Congreso del historiador y analista de seguridad Garth Porter, Inter Press Service, 10 de julio). La realidad es más compleja.

Su estrategia ha sido sujetar a los fundamentalistas en un fuerte abrazo, y al mismo tiempo cooperar al máximo posible con las fuerzas armadas yanquis en público (y más tras bastidores). Por ejemplo, le ha permitido a la CIA establecer bases clandestinas en Pakistán, secuestrar a individuos y atacar a dirigentes de Al Qaeda con misiles cruceros, pero no ha permitido que entren al país soldados estadounidenses uniformados (por temor de que la respuesta pública lo ponga en peligro).

Por otro lado, la dictadura militar de Musharraf necesita la legitimidad que le otorgan las credenciales islámicas y el apoyo social y material de las fuerzas islámicas. Como Inglaterra estableció a Pakistán arbitrariamente con criterios religiosos (y reaccionarios) cuando dividió a India en dos al momento de la independencia, se dice que los clérigos islámicos y las fuerzas armadas son las únicas instituciones que mantienen la cohesión del país. Ambos tienen una fuerte dependencia política mutua. Ambos se basan en la economía rural y más o menos feudal. Las fuerzas armadas también son dueñas de gran parte de la economía moderna: industria y empresas.

Poco después del supuesto rompimiento con el Talibán afgano, el gobierno de Musharraf ayudó a Jammat-e-Islami, (un partido pro Talibán) y otros grupos islámicos aliados a ganar las elecciones estatales de octubre del 2002 en las zonas fronterizas. Con la ayuda de los funcionarios de Jammat-e-Islami, se dice que el Talibán afgano se reorganizó en Pakistán y realizó ataques desde bases paquistaníes. Estas actividades están concentradas en Waziristán Norte y Sur, pero se extienden a lo largo de toda la frontera. Musharraf mandó tropas a pararlas. La Mezquita Roja adquirió renombre en el 2004, cuando emitió un decreto religioso (fatwa), firmado por unos 500 clérigos, que decía que los soldados que murieran en esa campaña no podrían recibir entierro ni oraciones islámicos. El ejército se retiró. En el 2006, el gobierno llegó a un acuerdo con los dirigentes tribales de Waziristán y prometió no entrometerse si obligaban a los luchadores extranjeros (de Al Qaeda) a entregar las armas o a irse. La tregua continuó hasta el 15 de julio de este año, cuando un consejo islámico (shura) la suspendió tras la intervención militar.

Pero el marco general es que el abrazo de Musharraf no estaba logrando el objetivo de contener el apetito de los fundamentalistas. En los últimos años, el Talibán extendió su control por todo Waziristán, y un grupo paquistaní llamado TNSM (Movimiento para el Cumplimiento de la Ley Islámica) empezó a ejercer el poder político en el valle Swat y otras partes de la Provincia Fronteriza Noroeste. El periodista Sayeed Saleem Shahzad informó en Asia Times Online (www.atimes.com) que el difunto quien era Abdul Rashid Ghazi, subdirector de oraciones de la Mezquita Roja, cuyos seguidores lo comparan con el ulema Omar del Talibán y Osama bin-Laden de Al Qaeda, hablaba con los dirigentes de TNSM todas las noches por teléfono. La mezquita recibía estudiantes del Noroeste y enviaba a la zona a sus egresados de otras partes del país a unirse con los demás luchadores listos para librar la guerra santa en Afganistán y otros lugares (varios centenares de miles de combatientes, según informó Shahzad). El movimiento de la Mezquita Roja pasó a ser un símbolo de las ambiciones de los islamistas de trascender los límites del gobierno de Musharraf.

Unos periodistas han informado mucho sobre el conflicto entre las fuerzas de Al Qaeda y del Talibán en esta situación, y vale la pena investigar esto más a fondo. El fundamentalismo islámico, inclusive su ala armada, abarca muchas corrientes que a veces tienen puntos de vista y metas en conflicto…

Sin embargo, lo que se ve en Pakistán es la porosidad de esas categorías y el surgimiento de un fenómeno cuyos detalles variados y complejos, por importantes que sean, no deben impedir que veamos la situación general. Los sucesos de las últimas semanas han aclarado algo: independientemente de las intenciones de las partes, el arreglo entre Musharraf y un grupo de fuerzas islámicas fracasó porque resultó insostenible para ambas partes. No es que un determinado resultado fuera inevitable, pero operaba cierta lógica.

Estados Unidos apoyaba el arreglo porque quería neutralizar a las fuerzas pro Talibán en Pakistán a fin de derrotar al Talibán en Afganistán. (El apoyo de Washington se hizo explícito en retrospectiva, cuando Stephen Hadley, asesor de seguridad nacional, le dijo a CNN el 15 de julio: "No ha tenido los resultados que [Musharraf] quería ni los resultados que nosotros queríamos"). Eso se debe en gran parte al inesperado resurgimiento del Talibán en Afganistán. Un alto funcionario del ISI comentó hace un tiempo: "El Talibán no es un problema para Pakistán"; o sea, el Talibán no era una amenaza para Musharraf. Pero cuando Estados Unidos y sus aliados se vieron en medio de una guerra en Afganistán, las bases del Talibán en Pakistán sí resultaron ser un problema.

Otra razón es que los fundamentalistas islámicos han sido más que instrumentos. Los cuadros islamistas han entrado al ejército y el ISI como oficiales. Estos vínculos del estado y el fundamentalismo también se extienden a las esferas ideológica, política y organizativa. Eso quiere decir que aunque el ejército paquistaní organizó los movimientos fundamentalistas sunitas de Pakistán, Afganistán, Cachemira e India, no están necesariamente bajo su control. Además, han surgido otros factores, como el fundamentalismo hindú y ataques genocidas contra los musulmanes en India. El establecimiento del gobierno de Jomeini en Irán le dio mucho ímpetu al fundamentalismo islámico y su propuesta de conquistar el poder político por toda la región, a pesar de las grandes diferencias ideológicas de los chiítas que tienen el poder en Irán y la mayoría sunita de Pakistán y Afganistán, y sus relaciones políticas antagónicas.

Por su parte, a muchos fundamentalistas no los motivan solo los intereses económicos y las ambiciones políticas, sino una cosmovisión coherente: una ideología que abarca todas las facetas de la vida y la muerte. Luchan por llevar a la práctica esa visión, y no les importan las fronteras trazadas por los imperialistas.

Como escribió el autor iraní Siamac Sotudeh en el libro Why Are the Dead Walking? Islamic Movement: Motives & Perspectives (¿Por qué caminan los muertos? El movimiento islámico: Motivos y perspectivas), los fundamentalistas islámicos y el imperialismo estadounidense tienen sus propias versiones de la estrategia de derrotar a los enemigos uno por uno. Sotudeh empieza con un análisis de cómo Estados Unidos facilitó la toma de poder por Jomeini como "la alternativa menos mala" y termina con una descripción de sus metas intransigentes de imponer su versión del islam en la mayor extensión del mundo que sea posible. Concluye que tales alianzas no significan que ningún lado abandone sus objetivos estratégicos.

Musharraf tiene una cosa en común con Hamid Karzai de Afganistán, el presidente de otro gobierno dependiente de Estados Unidos que no puede gobernar sin su base de apoyo fundamentalista: sean cuales sean sus ideas religiosas, las subordina al compromiso a un Pakistán que es una provincia de un imperio global estadounidense. Sean cuales sean las diferencias con Estados Unidos, los dos lados reconocen esto. Eso es algo que algunas fuerzas fundamentalistas no pueden tolerar, y no es primordialmente por el sufrimiento de la población y la humillación nacional que causa. El capital imperialista no puede dejarlos como están; tiene que transformar continuamente las relaciones económicas y sociales y la cultura de los países que domina; eso resquebraja su poder y su misma existencia, y atiza su indignación contra "el Occidente" y sus ansias de resucitar y defender una concepción medieval. A corto plazo, su ideología exige un gobierno islámico expansivo y sin restricciones. No son nacionalistas disfrazados de religiosos ni representantes "objetivos" del deseo popular de liberación nacional, sino representantes de las mismas relaciones feudales y demás relaciones retrógradas que han permitido que el imperialismo subyugara al país económica y políticamente.

Por supuesto, el fundamentalismo religioso no es específicamente un fenómeno del islam ni se limita a los países oprimidos. Su crecimiento es un fenómeno global nuevo que también abarca a protestantes, católicos, judíos e hindúes. Una ideología igualmente reaccionaria impulsa a Bush y el movimiento fundamentalista cristiano que quiere representar. Por otra parte, todo esto ocurre en el contexto de una campaña sin paralelo de Estados Unidos por establecer un imperio mundial único. Hay que recordar que Estados Unidos invadió y ocupó a Afganistán e Irak y que domina salvajemente a la mayor parte de los países del mundo que tienen una mayoría musulmana, y no al revés. Lo que lleva al actual nivel de conflicto entre el fundamentalismo islámico y Estados Unidos son las acciones de este.

Estados Unidos tiene que utilizar a las fuerzas retrógradas y reaccionarias para imponer su dominación y está muy dispuesto a hacerlo; pero a sus ojos el fundamentalismo islámico es un obstáculo de largo plazo y, especialmente, una grave amenaza inmediata. Está resuelto a aplastar a esas fuerzas y drenar sus semilleros, incluso si de vez en cuando esto requiere formar alianzas temporales con algunas de ellas.

Aquí es donde encajan las amenazas estadounidenses a Irán. Barnett Rubin, experto estadounidense sobre el Medio Oriente, dice: "El principal centro del terrorismo global es Pakistán". (Consejo de Relaciones Exteriores, cfr.com) Pero al oír lo que dicen los voceros y voceras del gobierno estadounidense, uno pensaría que los dirigentes del Talibán y de Al Qaeda se han refugiado en Irán, y no Pakistán.

Si el gobierno de Bush ha pasado por alto a propósito el "juego doble" de Musharraf, es porque sabe que tiene que jugarlo para mantenerse en el poder, y eso le conviene. Quiere que Pakistán sea un aliado servil en la guerra contra Al Qaeda y el Talibán, incluso si tiene que aceptar algunas cosas extrañas. Hoy especialmente, necesita al gobierno de Musharraf y al ejército paquistaní para usarlos contra Irán, porque está resuelto a eliminar a la República Islámica con amenazas o por la fuerza. Se dice que ya está realizando operaciones clandestinas en Irán desde Pakistán. Estados Unidos no está comprometido a mantener en el poder a Musharraf para siempre y no sería el primer lacayo estadounidense al que le pagan con una bala. Pero ahora mismo las máximas prioridades de la guerra por el imperio --y la guerra contra el fundamentalismo islámico-- dictan que un cambio de gobierno en Irán sea mucho más importante que presionar a Musharraf. Posiblemente Washington haya calculado que Irán ofrece condiciones más favorables que Pakistán para establecer un gobierno no islámico y hacer retroceder el fundamentalismo anti Estados Unidos.

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