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Revolución #103, 7 de octubre de 2007


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Cuaderno de Jena: A los 48 horas de un muy buen día

Jena, Louisiana, después de la protesta del 20 de septiembre, es un pueblo aún más polarizado. Hay rumores por todos lados, unos de los cuales tienen el propósito de provocar una reacción racista contra la creciente lucha de libertad para los 6 de Jena. Estamos en un McDonald’s para usar el wifi cuando entra un señor mayor blanco que anuncia que, al enterarse de que no pusieron en libertad a Mychal Bell, tres camiones de manifestantes se dieron la vuelta y ahora regresan a Jena. Le pregunto cómo sabe eso. Balbuceando dice: “No puedo decir, pero es de una fuente confiable”. Le pregunto si no es otro rumor. Dice: “No puedo decir quién es, pero viene de alguien que trabaja con la policía”. Le pregunto otra vez cómo sabe que es cierto, pero solo sonríe y encoge los hombros.

Durante meses, los negros de Jena lucharon contra el racismo y las acusaciones contra los 6 de Jena, y se encontraban solos y reprimidos. Ahora, al día siguiente de que decenas de miles llenaron las calles en una histórica y poderosa manifestación para demandar que pongan en libertad a esos jóvenes, los negros de Jena caminan con la frente en alto, a sabiendas de que hay gente por todo el país que los respalda. Pero en el caso de los blancos de Jena, los más retrógrados y racistas son los que marcan las pautas. Muchos blancos dicen que el caso de los 6 de Jena le ha dado a su pueblo un nombre malo que “no se merece”, lo que quiere decir justifican la injusticia, la desigualdad y la segregación. La víspera de la protesta, el Jena Times citó a las autoridades municipales que prometieron mantener el orden público. Además, unos blancos se están portando como si fueran esclavistas que han escuchado rumores de una rebelión de esclavos: unos se han ido y otros esperan tener que cubrir las ventanas con madera. Luego el 20, cuando miles llegan a Jena, cierran las escuelas y casi todos los negocios. Mandan la policía estatal e imponen estado de excepción.

Al día siguiente, en la mañana, el palacio de justicia está rodeado de la prensa nacional e internacional. Cuando sale la familia de Mychal Bell, no dice nada a pesar de la lluvia de preguntas. A Mychal Bell le niegan la posibilidad de salir bajo fianza y lo regresan a la cárcel. En los rostros de los familiares se ve la penuria y decepción, como también la ira ante esta nueva injusticia. Además de la prensa, hay manifestantes que se quedaron y que empiezan a corear: “¡Manténganse fuertes!”, “Estamos cien por cien con ustedes”, “Vamos a regresar hasta que esto termine”.

Esa noche hablamos con unos jóvenes blancos en el estacionamiento del McDonald’s. Son típicos de un sector de blancos de Jena que juran, una y otra vez, que no son racistas, pero en un dos por tres agregan que el problema es que la prensa ha exagerado el caso de los 6 de Jena. Y ninguno de ellos fue a la protesta. La muy repetida declaración de que “no veo el color de la piel, no veo blanco y negro” no es sino un rechazo adrede del hecho de que el racismo es parte de la vida diaria de Jena. Uno nos dice que hace poco vio la película “Jasper, Texas”, que habla del caso de James Byrd Jr., un negro arrastrado desde una camioneta y muerto por una bola de racistas del KKK. También vio la película “American History X”, en la que Edward Norton hace la parte de un ex rapado nazi. Dice que quiere ver una conexión con lo que está pasando en Jena, pero no está dispuesto a apoyar la lucha de los 6 de Jena.

Una señora blanca en un Wal-Mart nos dice que se opone al racismo y que deben retirar todas las acusaciones. Pero cuando le preguntamos dónde estaba el jueves, nos dice que tenía unos mandados que hacer. Se ve un poco sorprendida cuando no aceptamos automáticamente que es una “persona blanca decente”. Le decimos que no significa nada decir que estás contra el racismo, pero a la hora de la verdad no hacer nada, que en realidad no es simplemente estar a un lado. La preguntamos qué podría ser más importante que tomar una posición clara sobre esta situación, y lo significativo que hubiera sido si un grupo de blancos de Jena se hubiera unido a los manifestantes. Nos mira un poco vergonzosa y, poco creíble, nos dice: “La próxima vez voy a ir, si puedo”.

Jena es un pueblo pequeño y los sábados por la noche uno puede sentarse en McDonald’s, donde la gente entra y sale, y oír los rumores, sentimientos y tensiones que circulan. En la televisión se ve un informe de una hora de CNN sobre Jena, y empieza un debate. Uno de los 6 de Jena entra y se va a pedir algo de comer. Una media hora después entra un tipo blanco y quiere saber si somos periodistas y para qué periódico trabajamos. Se porta un poco alevoso y agresivo. Le pregunto quién es y contesta que es miembro de la familia de la “víctima”: un primo de Justin Barker, que ese mismo día le concedió una entrevista a un periódico del KKK.

Las calles abandonadas y vacías de Jena se ven diferentes, aunque no se las puede ver sin recordar las enormes multitudes que se apoderaron del centro, serpenteaban por los caminos y llenaban el aire con sus coros airados. Me siento bien. Pero al mismo tiempo, hay una inquietud por el inmediato y asqueroso contraataque: en el tribunal y en las calles. En Alexandria, cuando los manifestantes todavía estaban en las calles, se paseaba, de arriba ‘pa bajo, una camioneta con dogales colgados. Además, unos portales neo nazis amenazaron a los 6 de Jena y sus familias al publicar los nombres y las direcciones de los 6, como llamado a sus seguidores a hacer algo. Algunos padres han recibido amenazas por teléfono, que es un reto urgente a encontrar la manera de proteger a los 6 de Jena y sus familiares y partidarios.

Es tarde cuando vamos a visitar a la mamá de uno de los 6. Un montón de niños están jugando frente a una casa, saltando y riéndose a carcajadas. Desde lejos se aprecia su exuberancia y gusto incontenible. Paramos y los miramos un rato. No puedo sino pensar en el fuerte contraste entre la naturaleza despreocupada de estos niños y la creciente tensión en Jena, donde dos lados, y en realidad dos futuros, se enfrentan. Lo que está pasando en este pueblo ha puesto el dedo en la llaga de millones de negros por todo el país, y ha movilizado a miles a la acción, precisamente porque, en muchos sentidos, el caso de los 6 de Jena concentra el futuro sin esperanza—de trabajos de salario mínimo, desempleo, brutalidad policial y encarcelamiento—que este sistema le ofrece a la juventud negra. Para un joven negro que se cría en Jena, aun antes de que tenga la oportunidad de crecer, ya se le han cerrado las opciones. El barrio en el que se ha criado, la escuela segregada y la vida en el lado negro del pueblo dejan enormes heridas que son de larga duración.

Pasamos una noche muy buena con Vera y James (no son los verdaderos nombres), dos personas que viven en un barrio negro de Jena. La gente entra y sale; parece que corrió la voz de que hay un asado y todos están bienvenidos. Una persona dice que la policía estatal ha regresado, como si está tramando algo, pero nadie sabe qué. Vera nos dice que su hija, Emma (no el verdadero nombre), ha tenido mucho miendo los últimos dos días. Vera nunca la había visto así antes, hasta tiene miedo de dormir sola. Es una chica arrojada, de las que no temen nada. Pero sabe que sus padres fueron a la protesta y ha oído hablar mucho de las amenazas de muerte del KKK contra los padres de los 6 de Jena, y todo eso la ha inquietado. Se ve un poco avergonzada cuando su mamá nos dice eso, pero luego sonríe cuando le decimos que debe sentirse muy orgullosa de sus padres y otros de Jena que se oponían a los dogales, que luchaban por lo que es justo, que así es como cambia la historia, cuando la gente se pone de pie y lucha por un mundo mejor.

Uno aprende mucho de esa gente. Son muy amables y cariñosos y siempre tienen algo interesante que contar sobre cómo es vivir en Jena. Vera nos cuenta que Emma empezó a jugar en un equipo que solo tenía un par de jugadoras negras y que la situación no era muy agradable. Ahora Emma juega en uno de dos equipos de softball que empezaron unos padres y que juegan contra los demás equipos de chicas en la liga. Emma nos lleva a su cuarto para mostrarnos sus trofeos. Hay una vitrina grande con unos 20 trofeos, casi todos por deportes. Saca uno que es por una competencia de deletrear.

También visitamos el cuarto de su hijo James. Le encontramos jugando un intenso juego de fútbol en video, pero lo deja a un lado para mostrarnos su vitrina de trofeos, que es del tamaño de la su hermana y casi igual de llena. Las paredes del cuarto están decoradas con los jerseys de deportistas y fotos de él jugando baloncesto. Las paredes reflejan su pasión total por los deportes, menos el último. Sus padres no le permitieron ir a la manifestación por temor de lo que podría pasar, pero le consiguieron un pañuelo naranja que decía “Fuera el gobierno de Bush”.

James, que ha vivido mucho tiempo en Jena, es buenísimo para relatar las cosas que han sucedido en el pueblo, y una vez que empieza, no hay necesidad de darle cuerda. Recuerda casi todo en términos de las relaciones intensas y violentas entre los negros y los blancos. Especialmente recuerda las veces que los blancos han matado a los negros, muchas veces porque un negro “ha mirado” a una mujer blanca o ha tenido una novia blanca.

Nos contó que en 1974, unos blancos mataron a Billy Ray Hunter en un carnaval. James dice que Billy Ray “se equivocó” cuando chocó accidentalmente contra una señora blanca. Pidió disculpas pero ella se quejó a su novio y siete hombres blancos mataron a Billy Ray a patadas. James dijo: “Fui muy joven pero lo recuerdo porque es un carnaval que venía aquí todos los años en septiembre y lo esperaban con muchas ganas los jóvenes negros. Y mi papá nos prohibió ir después de la muerte de Billy Ray. Por eso recuerdo el incidente, porque si uno le quita algo especial a un muchacho, la única cosa que espera con ganas, lo recuerda”.

Nos contó otra historia de un hombre llamado Thompson que murió por el color de la piel. Fue un pelotero profesional que jugaba para los Astros de Houston en los años 70, y cuando estaba de vacaciones hubo un altercado y terminó baleado. Su primo trató de llevarlo al hospital, pero la policía estatal los paró. Cuando el primo disputó con ellos, lo bajaron del carro y lo golpearon. Mientras tanto, Thompson no llegó al hospital y falleció.

Luego nos habló de otro señor negro que mataron en 1991 por andar de novio de una blanca. Trabajaba en un aserrín cuando le cayeron encima 5,000 libras de madera que lo dejaron muerto. El informe oficial del tribunal declaró que fue un “accidente de trabajo”, pero para muchos negros de Jena no están de acuerdo.

Luego nos habló de la horripilante muerte de Bobby Ray Smith, un negro de 22 años asesinado y mutilado por un grupo de blancos en 1979. James nos dijo: “Le cortaron las partes privadas y las metieron en la boca y lo dejaron atado a una silla en un campo petrolífero”. Lo encontraron tres semanas después y solo lo podían identificar por la chaqueta militar que le dio su padre.

Todos eso incidentes—y muchos más que desconocemos—forman el trasfondo para lo que está sucediendo hoy en Jena. Eso es lo que tantos negros de Jena tienen presente y por qué fue magnífico que miles y miles de personas de todas partes del país fueron a Jena el 20 de septiembre. Jasper, Texas, no está muy lejos de Jena, y eso es algo que muchos blancos de Jena no quieren aceptar, ni condenar plenamente y combatir.

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