De nuestra corresponsal en las protestas contra la OMC

El verdadero Cancún

Parte 1: La marcha campesina

Obrero Revolucionario #1216, 19 de octubre, 2003, posted at rwor.org

Nuestros corresponsales Luciente Zamora y Nikolai García fueron a Cancún a observar las protestas contra la Organización Mundial de Comercio del 10 al 14 de septiembre. A continuación publicamos el primero de varios artículos de lo que vieron en Cancún.

Me viene a la mente la imagen de Lee Kyung Hae, trepado en una barrera metálica de 3 metros, a 8 kilómetros de la sala de reuniones de la Organización Mundial de Comercio... y se entierra una navaja al pecho. Lee, de 56 años, líder de los agricultores coreanos, luchó con todas sus fuerzas contra los que imponen la muerte y la miseria a su país. Antes de morir dijo: "El dolor de mi sacrificio es el símbolo del dolor de todos mis hermanos por quienes doy la vida".

Me queda grabada su mirada de dolor y desafío. ¿Qué le pasaba por la cabeza? De repente veo un torrente de imágenes: huertas y arrozales en Corea, árboles frondosos... quebradas que borbotean al lado de campos de maíz orgánico en Chiapas y Oaxaca... y ... campesinos agotados por el peso de la tristeza. Han perdido sus tierras y salen de las aldeas de Brasil, Honduras, Corea y México. Cada semana más de un millón abandonan el campo y van a las ciudades, donde trabajan de esclavos atados a máquinas en las maquiladoras que se extienden como una plaga por toda la faz de la Tierra.

Veo a campesinos con una manta que dice: "¡La OMC mata a campesinos! ¡Abajo la OMC!". Fuertes y decididos, la ira arde en sus venas. Tienen rabia, pero también están buscando... un mundo mejor.

La vida de cada campesino, joven, estudiante, mujer y revolucionario que conocimos en Cancún representa una profunda grieta. Y ahora, recordando las protestas contra la OMC, las grietas se cruzan.

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Grandes y pujantes protestas contra la OMC han sacudido muchas ciudades del mundo, y se veía que las protestas del 10 al 14 de septiembre en Cancún no iban a ser la excepción, pero también que algo sin precedentes estaba por ocurrir.

La reunión de la OMC se celebraba en México, un país donde el imperialismo ha dominado y devastado el campo y los campesinos. Hace dos años, en el mismo Cancún, la policía de motín atacó salvajemente a 300 personas que protestaban contra el Foro Económico Mundial, enseñándole al mundo la brutalidad del nuevo "paladín de la democracia", el presidente Vicente Fox. Ahora, una mezcla combativa de estudiantes y activistas contra la globalización se dieron cita en Cancún, donde se unirían a miles de campesinos airados de todo el país que viajaron muchos kilómetros para protestar contra los que les arruinan la vida.

Estábamos muy emocionados al llegar a Cancún, pero no sabíamos qué esperar, pues la propaganda turística promete una aventura inolvidable y muestra turistas eufóricos de piel clara y ojos azules nadando con los delfines. Del aeropuerto vimos anuncios grandototes de bares y discotecas.

Pero caminando por las calles de la ciudad, esas imágenes se estrellaron contra el verdadero Cancún: mujeres indígenas de traje tradicional pidiendo limosna o vendiendo tejidos, campesinos del sur de México que llegan a diario buscando trabajo en la construcción por un mísero salario. En Cancún prohíben a los habitantes, muchos gente maya, pasar a las playas lujosas de arena blanca. Un litro de agua potable cuesta más que un litro de gasolina. Los que conducen los taxis y trabajan en hoteles, en la construcción, de sirvientas o vendedores ambulantes no tienen servicios básicos como agua limpia, alcantarillado o recolección de basura.

La realidad no se parecía en nada a los tráilers de la película El verdadero Cancún , sobre siete jóvenes gringos que pasan sus vacaciones de Semana Santa de parranda en el paraíso de Cancún.

Bienvenidos a Cancún

Llegaron buses llenos de campesinos, que saludaban por las ventanas con sombreros, pañuelos rojos y puños al aire a campesinos y agricultores de más de 33 países -de Tailandia, Filipinas, Haití, Mozambique, Sudáfrica, Japón, Corea y Estados Unidos- que los vitoreaban. Anarquistas/punks llegaron en caravana desde el D.F. con el puño en alto. Con otro gran grito dieron la bienvenida a los estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), centenares de jóvenes rebeldes y revolucionarios de todo México corearon: "¡Repudio total a la cumbre imperial!".

En las semanas antes de la cumbre, y especialmente en las vísperas, las autoridades hicieron un gran esfuerzo por manipular la opinión pública. Por la tele anunciaron: "¡ALERTA! ¡Vienen los globalifóbicos a Cancún!". (El gobierno llama globalifóbicos a los activistas contra la globalización porque dice que se oponen al "progreso" capitalista). Los noticieros los tildaron de violentos. Pasaron imágenes de las protestas de 1999 en Seattle contra la OMC con la intención de espantar. Recomendaron que los habitantes de la ciudad se quedaran en casa, que solo salieran para lo imprescindible y que evitaran contacto alguno con "gente de afuera". Cancelaron las clases.

Para entrar a la zona hotelera, los delegados a la cumbre, periodistas y trabajadores tenían que mostrar una credencial especial con foto y huellas digitales, y el gobierno dispuso estadios deportivos para foros y reuniones "alternativas" lejos de la cumbre para evitar protestas callejeras.

Las autoridades vigilaban a todos los que parecían activistas, universitarios, campesinos o periodistas independientes. En los retenes de la carretera a Cancún pararon a buses llenos de campesinos y estudiantes, y arrestaron a varios periodistas independientes que sacaron fotos de las prácticas de la Policía Federal Preventiva.

La Marcha Campesina, 10 de septiembre

Veíamos señas de resistencia por todas partes; en los pasillos de los hoteles grupos de manifestantes gritaban: "África no se vende", al ritmo de tambores y zapatazos. Grupos de coreanos con chalecos kaki pintados con la consigna "NO-OMC" andaban al lado de campesinos y jóvenes que vestían playeras con consignas políticas. Las pintas saltaban de las bardas por dondequiera.

Era la mañana del 10 de septiembre y la Marcha Campesina arrancaba en pocas horas. Todo mundo mostraba seriedad y decisión para marchar al punto cero , donde estaba la barrera. Una declaración de campesinos anunció el propósito de la marcha: exigir que la OMC no intervenga en la agricultura y que la alimentación del mundo no sea controlada por las corporaciones transnacionales que están destruyendo las economías de sus países.

Estábamos muy ocupados con los preparativos, pero más que unos cuantos nos detuvimos un momento y miramos a nuestro alrededor con una sonrisa a flor de boca, pues nos dimos cuenta de que algo bello nacía en medio del trajín, algo pujante y bello para el pueblo y muy peligroso para los imperialistas. Campesinos sin tierra de Brasil caminaban cogidos del brazo con campesinos de Chiapas hablando de sus luchas. Campesinos mexicanos, que rara vez han salido de sus ranchos, convidaban a agricultores coreanos a un raspado y con el poco español de los coreanos conversaban de la destrucción de sus países por Estados Unidos y otros países ricos. Campesinos del tercer mundo les decían a granjeros pequeños de Estados Unidos cómo el gobierno yanqui está arruinando sus vidas. De pronto, se veía mucho más claro lo que los campesinos de todo el mundo tienen en común, y también la fuente de sus penurias y su ruina.

En las horas antes de la Marcha Campesina, caminamos por donde estaban acampados los contingentes y vimos que retocaban las mantas, agrupaban a su gente y volanteaban las comunidades por donde iba a pasar la marcha. Los chavos amarraron los cordones de los zapatos, y ataron banderas rojas a palos y tubos. Se amarraron tambores a la cintura. Los voluntarios equiparon carritos con agua embotellada y botiquines.

Otro día en los prados verdes del estadio Beto Ávila se hubiera visto a un parador en corto hacer una jugada magnífica o un jardinero batallando para alcanzar la pelota y evitar un cuadrangular, pero cuando llegamos, aficionados de otra índole colmaban el estadio. Se había transformado en una ciudad de carpas de activistas de todo México y de todo el mundo. Casi no se encontraba un lugarcito libre. Al lado, unas carpas grandes servían para reuniones y foros sobre temas de los indígenas y campesinos, además de refugio del sol abrasador.

La Casa de la Cultura, que queda cerca, lucía mantas de la Vía Campesina que decían: "Globalizar la lucha. Globalizar la esperanza". La Vía Campesina es un movimiento internacional que coordina organizaciones campesinas de Asia, África, América y Europa. Campesinos de delegaciones de todo el globo se ponían pañuelos verdes al cuello y se alistaron para la gran marcha.

El Parque de las Palapas se ubica en una zona turística muy concurrida a tres kilómetros del estadio Beto Ávila. Allí otros se alistaban para la marcha. Estaban colgadas banderas negras y una manta que decía "Carlo Giuliani". "El Campamento Carlo Giuliani" se llamó así en memoria del joven italiano que murió en la protesta contra la cumbre de los países G-8 en Génova, Italia en julio de 2001; la policía lo baleó y luego lo atropelló con un vehículo pesado. Muchos de los jóvenes anarquistas viajaron a Cancún desde el D.F.; no se dejaron intimidar por la policía aunque les seguió la pista desde el momento en que llegaron.

Volteamos a ver una manta de colores brillantes con el mundo rompiendo las cadenas, un símbolo asociado con el Movimiento Revolucionario Internacionalista, y muchos compañeros que vestían camisetas rojas y verdes con imágenes de Marx, Lenin y Mao. "El Campamento Antiimperialista" nos dio la bienvenida.

Habían juntado una serie de lonas grandes, medianas y chiquitas para protegerse de la lluvia y el sol. A la sombra de una brillante manta roja que decía: "La revolución es la solución", revolucionarios maoístas, campesinos, estudiantes de la UNAM y otras escuelas de todo el país preparaban todo para la marcha. Al lado había otra manta donde se dibujaba un joven palestino lanzando una piedra contra un tanque y también una de un esqueleto del Tío Sam encima de un híbrido de la bandera yanqui y la svástica nazi.

Hacía calor, un calor bárbaro. El sol ardiente penetraba la ropa, sudábamos harto y el agua no nos refrescaba. Un camarada maoísta del campamento nos dijo en tono reconfortante: "Hay un calor bastante húmedo aquí. Pero la neta es que el calor que más siento yo es el calor humano de mis compañeros. Ese sí es un calor bien chido. Es el calor que surge por tener un enemigo común y tener lazos de una unidad que se transforma en combatividad".

Llegamos al punto cero

Cuando llegamos al punto cero "La Brigada Infernal de Ruido", un grupo musical de Seattle, tocó ritmos enérgicos, que nos hicieron sentir más firmes y decididos. De repente una bandera yanqui en llamas voló por encima de la barrera de tres metros. Los campesinos y estudiantes corearon: "¡Fuera yanquis de América Latina!".

Lee Kyung Hae, del contingente de 200 agricultores y campesinos coreanos, escaló la barrera, y se clavó una navaja en el corazón.

Hace tiempo, Lee Kyung Hae era un ganadero próspero, pero con los cambios del comercio internacional y la importación de carne de res barata, el valor del ganado se desplomó y Lee se arruinó. Antes de ir a Cancún participó en protestas y huelgas de hambre contra la globalización.

La noticia de la inmolación del compañero Lee corrió y la situación se calentó.

Agricultores coreanos, campesinos mexicanos, estudiantes, anarquistas del D.F., maoístas mexicanos e internacionales sacudieron la reja con una fuerza igual a la ira que estremecía sus corazones. Arrancaron una amplia sección y entonces se enfrentaron cara a cara los dos lados: granaderos y manifestantes. Un grupo de manifestantes cruzó la línea y penetró al territorio prohibido de la zona hotelera. La policía cerró la brecha, los golpeó y los tiró nuevamente al otro lado.

Otros manifestantes se acercaron.

Rodaron carritos llenos de tubos, trozos de cemento, piedras y botellas hacia la primera línea. La muchedumbre avanzó. Un joven me dijo "con permiso", y levantó una gran tapa de boca de alcantarilla y la rodó como una pelota de bowling hacia la línea de policía. Otros desataron las banderas rojas y negras, las doblaron y las guardaron en las mochilas para poder usar las astas. Otros patearon los escudos policíacos al estilo kung fu. Un granadero perdió su escudo y macana.

Un campesino de Veracruz dijo en tono paciente y razonable que solo querían hablar con quienes toman las decisiones de vida o muerte que los afectan: "Queríamos hablar con los que están tomando las decisiones, pero no nos dejaban entrar. Pues entonces arrancamos la barrera. Al principio no queríamos la violencia, pero sí queríamos hablar con la OMC. Ellos nos dijeron que no. Pues al ver que no querían dejarnos pasar, pues la tiramos".

Los campesinos coreanos nos hablaron de la inmolación de Lee Kyung Hae: "Fue una manifestación de sacrificio de la que nos sentimos orgullosos. Es una de las pocas vías que nos dejan. La OMC está trayendo la muerte a nuestra agricultura familiar y a nuestros campesinos. Es casi imposible sobrevivir en el campo. Su muerte es un mensaje, un acto simbólico de lo que nuestros compañeros viven".

Un campesino de Chiapas nos dijo: "Nosotros pertenecemos a la tierra, no a los extranjeros que nos vienen a chingar aquí. Aunque nos estén atacando con guerras de baja intensidad, nosotros no nos vamos a dejar. Nosotros vamos a resistir. El gobierno quiere cambiar el rumbo del país. Los pueblos también quieren cambiar su rumbo. Hay dos rumbos, o va a ganar el gobierno o el pueblo".

Su amigo afirmó: "Nos quieren saquear todo pero no nos vamos a dejar. Nos defenderemos hasta las últimas consecuencias. Estamos preparados para eso".

El contraste era muy claro: Dos lados, dos futuros.

Continuará.

Segunda parte: Dos rumbos, voces campesinas