Revolución en línea, 30 de octubre de 2008


Del Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar:

Reseña del libro: Planeta de ciudades miseria

15 de septiembre de 2008. Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar. El libro Planeta de ciudades miseria, escrito por el teórico urbanista Mike Davis, tiene mucho de recomendable. (Madrid: Ediciones Akal S.A. - Foca, Ediciones y Distribuciones Generales S.l., 2007).

Davis escribe de forma muy poética, tanto en términos de lenguaje como en las imágenes yuxtapuestas, y al mismo tiempo, su objetivo es presentar un análisis científico de precisamente cómo es la vida, y de lo que el futuro augura para más de un mil millón de personas que viven en las favelas brasileñas, los pueblos jóvenes peruanos, la ciudad de la basura de Manila, el cementerio de barrios pobres que es el hogar de un millón de personas en El Cairo, los millones que viven sin agua entubada y baños en Lagos, Mumbai (Bombay) y Yakarta, y el desakota (las afueras periurbanas) de Colombo (Sri Lanka). Su argumento principal es que hoy, por primera vez, más de la mitad de los habitantes del planeta viven en las ciudades, y esto no se debe al éxito del capitalismo, en términos humanos, sino a que no ha proporcionado un lugar en este mundo para aquellas personas expulsadas de las zonas rurales por el crecimiento del mismo capitalismo.

Su libro ilumina muy claramente por qué necesitamos la revolución mundial y por qué las estrategias de la “ganancia al mando” nunca pueden resolver los problemas de pobreza, tugurios, acceso a agua entubada y potable a bajo costo e instalaciones sanitarias adecuadas. Se recomienda particularmente el capítulo 6, titulado “Ecología del área urbana hiperdegradada”, una exposición muy crítica y profundamente perturbadora de cómo cientos de millones de personas en el mundo se ven obligadas a vivir en la más completa inmundicia sin acceso a los servicios más básicos, tales como agua entubada y potable o a un baño. En Europa Occidental y los Estados Unidos, la gran mayoría de las personas no dudan en tener grifos en la casa que produzcan agua potable y un baño privado para que la familia y los amigos lo puedan usar. Este libro describe a personas que viven en espantosas condiciones, tales como: tierras contaminadas con residuos tóxicos o con crónicos derrumbes del suelo; incendios frecuentes en los tugurios (inclusive incendios premeditados como un método para desalojarlos); respirar un aire equivalente a fumar dos y medio paquetes de cigarrillos diarios, como en Mumbai; obligados a defecar al aire libre, una condición en que viven 700 millones de habitantes de la India; y sin tener acceso a agua potable. Davis advierte: “Las enfermedades del tracto digestivo se deben a la paupérrima sanidad y la contaminación del agua potable... son la primera causa de muerte en el mundo” (traducción del SNUMQG). En la misma página, Davis cita a Eileen Stillwaggon: “Todos los días alrededor del mundo, las enfermedades relacionadas con el suministro de agua, la eliminación de residuos y la basura causan la muerte de 30.000 personas y constituyen el 75 por ciento de las enfermedades que afectan a la humanidad”. Obviamente con un orden mundial diferente donde la prioridad de los gobiernos fuera la salud de la población del mundo y no las ganancias, todas esas muertes serían completamente prevenibles. Es uno de los más grandes crímenes del imperialismo que en el siglo 21 un promedio de 30.000 personas mueran cada día porque no tienen acceso a agua entubada y potable y la eliminación de basura.

En otro capítulo, el libro explica en líneas generales que en algunos países del mundo la población de los tugurios representa más del 90 por ciento de la población urbana, por ejemplo en Afganistán el 98,5 por ciento de la población urbana vive en tugurios. Davis también informa que en Irak, otro país “liberado” por los Estados Unidos y el Reino Unido, existen epidemias de hepatitis y fiebre tifoidea que están fuera de control, y dos años después de la invasión “se puede percibir a simple vista filamentos de excremento humano en el agua que sale de los grifos”.

Los europeos tienden a dar por sentado que el acceso a los servicios médicos es universal, y en esas condiciones a veces es fácil olvidar que para la mayoría de los habitantes del mundo tener esos servicios es solamente un sueño. Un hecho estremecedor presentado en el libro es que, “un estimado del 60 por ciento de los pequeños campesinos camboyanos quienes venden sus tierras y se desplazan a la ciudad, se ven obligados a hacerlo por deudas médicas”. Los ejemplos de las variaciones de la tasa de mortalidad infantil son también perturbadores. Por ejemplo, en Quito (la capital de Ecuador) la mortalidad infantil es 30 veces más alta en los tugurios que en los barrios ricos.

El libro también da una lúcida exposición de las consecuencias de las intervenciones del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI), cuyas actividades benefician a los imperialistas y a los sectores de mejor posición económica, mientras que en general no dan nada a los pobres o los dejan en una condición económica peor. Un ejemplo son los proyectos de vivienda que solo benefician a las clases medias urbanas y a las elites y no a los habitantes de los tugurios. A menudo, bajo indicaciones del Banco Mundial y del FMI, se recortan los presupuestos de asistencia médica: por ejemplo, en México después de la adopción de un segundo programa del FMI en 1986, “el porcentaje de nacimientos atendidos por personal médico cayó del 94 por ciento en 1983 al 45 por ciento en 1988, mientras que la tasa de mortalidad materna ascendió del 82 por 100.000 a 150 en 1988”. Davis cita las recomendaciones del programa de Inversión en Salud del Banco Mundial: “El gasto público limitado para un paquete de servicios estrechamente definido; las cuotas al usuario por los servicios públicos y la privatización de la asistencia médica así como de las fuentes de financiamiento”. Además, describe lo que ocurrió cuando esta estrategia se adoptó en Zimbabwe, donde, desde que se introdujeron las cuotas a los usuarios a comienzos de los años 90, la mortalidad infantil se “duplicó”.

El libro presenta un panorama amplio y contundente de la vida de cada vez más habitantes del planeta, sobre todo de las mujeres y los niños. “Un estudio reciente de los niños de los tugurios de Daca, Bangla Desh, descubrió que ‘cerca de la mitad de los niños entre 10 y 14 años estaban realizando trabajos productivos’, y ‘sólo el 7% de los niños y las niñas entre 5 y 16 años iban al colegio’”. Únicamente en Daca viven 750.000 niños trabajadores. En la actualidad todos los países han aprobado leyes que prohíben el trabajo infantil, pero a decenas de millones de niños del planeta todavía se les niega una educación y se les coacciona a trabajar, por las leyes mucho más poderosas que rigen la manera en que el sistema capitalista tiene que procurar exprimirle más ganancias a todo el mundo, por los medios que tenga.

Davis brinda un importante análisis de las arrolladoras fuerzas del mercado global acerca de las formas en que se restringen las actividades de las organizaciones no gubernamentales, que se han multiplicado como hongos en los últimos años. Argumenta: “Mientras que las ONG y los prestamistas del desarrollo juegan al ‘buen gobierno’ y a mejoras progresivas de los tugurios, las fuerzas de mercado incomparablemente más poderosas están arrinconando a la mayoría de los pobres en los márgenes de la vida urbana”. Estas mismas fuerzas también mantienen “cautivas” a estas ONG al programa de sus donantes internacionales, en vez de que las necesidades del pueblo determinen dicha agenda.

Davis hace muchas denuncias y no dice mucho acerca de lo que se necesita para tratar con los innumerables horrores que describe. Desafortunadamente, por lo visto, rechaza la experiencia y el análisis más importantes que se han acumulado al respecto lanzando un ataque superficial contra lo que denomina el “estalinismo asiático”, con lo que denota a la China revolucionaria (1949-1976), describiendo la política china como “antiurbanismo ideológico”. Luego de haber expuesto repetidamente cómo los países no han hecho y no están haciendo nada constructivo con respecto al rápido crecimiento de los tugurios del mundo, expresa su inconformidad con respecto a los esfuerzos de China para prevenir la formación de tugurios, y condena a los chinos quienes previnieron el éxodo de las zonas rurales hacia la ciudad mediante “rigurosos controles sobre la migración interna”. No obstante, incluso Davis reconoce que en los primeros once años de la revolución china los destechados habían sido reubicados y la mayoría de los tugurios habían sido suprimidos. ¡Este fue un extraordinario hecho sin comparación en la historia! ¡Davis no puede tener las dos cosas! Además, más adelante Davis admite: “Desde finales de los años 70, la distribución salarial en las ciudades de China había pasado de la más igualitaria de Asia a una de las más atrozmente desiguales”. Ese progreso hacia la eliminación de las divisiones entre ricos y pobres fue una manifestación del desarrollo económico equilibrado que China logró después de liberarse de la dominación imperialista bajo la dirección revolucionaria de Mao Tsetung. Remito al lector interesado al Manual de economía política de Shanghai (Chicago: Banner Press, 1994, en inglés), el cual es de los años de la Revolución Cultural de China, en que se halla mayor información acerca del pensamiento político y económico que motivó este extraordinario logro.

El libro de Davis es un poco más difícil de leer que lo necesario. Salta hacia atrás y hacia delante entre diferentes regiones del mundo y no identifica en cuál país están localizadas varias poblaciones, suponiendo un alto grado de conocimiento geográfico. Además, si bien este libro es de la clase de libro que uno lee y luego lo usa como referencia, el índice no tiene listados por país o por tema.

Davis describe un mundo que está clamando por una revolución. Al mismo tiempo, como se evidencia en la amplia gama de fuentes que cita, los revolucionarios no son los únicos que han analizado los cambios profundos que han tenido lugar en la estructura de la población mundial en los últimos años. Concluye el libro analizando cómo aquellos quienes hoy dominan el mundo están evaluando el impacto potencial de estos cambios. Por ejemplo, claramente esperan poco o ningún progreso hacia todas las promesas optimistas sobre la erradicación de la pobreza que habitualmente plantean las Naciones Unidas y otras organizaciones multilaterales. Por ejemplo, importantes investigadores de las Naciones Unidas concluyeron que con los índices de progreso vigentes, el África subsahariana no alcanzaría las tan machacadas “Metas de desarrollo del milenio” hasta bien entrado el siglo 22, y estas se redactaron antes de las actuales crisis de alimentos y de energéticos. De esta forma, diversos analistas anticipan que los tugurios del planeta serán semilleros y tierra fértil de rebeliones y levantamientos en los años venideros. Como consecuencia, las fuerzas armadas del orden global imperialista están incrementando sus preparativos para enfrentarse a desafíos mucho mayores en los megatugurios, especialmente del tercer mundo.

Davis cita un estudio del Colegio de Guerra del Ejército de los Estados Unidos que da una idea acerca de lo que ellos consideran que está en juego. Estos pensadores militares imperiales advierten: “El futuro de las guerras yace en las calles, las alcantarillas, los rascacielos edificios y las vastas extensiones de zonas residenciales que forman las ciudades arruinadas del mundo… Nuestra reciente historia militar está salpicada de nombres de ciudades tales como Tulza [Bosnia], Mogadicio [Somalia], Los Ángeles, Beirut, Ciudad de Panamá, Hué, Saigón y Santo Domingo, pero estos choques no han sido sino un prólogo, y el verdadero drama aún está por venir”.

El Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar es un servicio de Un Mundo Que Ganar (aworldtowin.org), una revista política y teórica inspirada por la formación del Movimiento Revolucionario Internacionalista, el centro embrionario de los partidos y organizaciones marxista-leninista-maoístas.

 

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