Revolución #166, 31 de mayo de 2009


Lectora escribe acerca de la conferencia de Hampshire College:

“¡Estoy furiosa!...”

Recibimos la siguiente carta de una lectora:

“¡Estoy furiosa!”

No sabía realmente qué esperar. Todo lo que sabía era que cuando hiciera un clic en el horario para la conferencia de Hampshire College, De los derechos al aborto a la justicia social, “Denuncias del aborto”, algo tronó en mí. Algo refrescante, algo liberador, nunca había estado en una reunión de denuncias y estaba entusiasmada por asistir. Por dos semanas esas dos palabras —“Denuncias del aborto”— dieron vuelta en mi cabeza.

El zumbido y el ajetreo de un salón lleno de gente, que tenía algo que decir, algo por defender en un ambiente donde era “seguro” y también (en cierto grado) esperado (¡!) que uno debería sentirse inspirado, era contagioso.

Cuando se les pidió sentarse a los cientos que asistieron para iniciar el evento, el silencio de anticipación pesaba potentemente.

Escuché a las mujeres que una por una desde diferentes lugares y clases valientemente subieron al podio en el escenario, sus voces retumbantes de las bocinas, para decir sus historias:

Una oradora, ahora es madre, expresó que no se sintió “bien” con su decisión de hacerse un aborto; que después de todos esos años, una clase de sentimiento de culpa pesaba en ella por no tener remordimientos.

Otra mujer dijo haber pasado por un calvario: ella tuvo un aborto apoyada por su novio, que más tarde vino a ser su esposo abusador que con el la dejó. Ahora es madre soltera de dos hijos sin poder mantenerlos y está embarazada de nuevo. Con mucha dificultad pudo pagar un aborto. Y éste fue una decisión consciente de su parte de volver a su vida normal.

Otra mujer se sintió confiada en su decisión de abortar pero no lo podía pagar y decidió prostituirse para obtener dinero para el aborto. Y otra incluso, en una difícil condición económica trató de colectar dinero de sus amigas pero no consiguió suficiente. Desesperada llamó al centro y pidió ayuda, asustada de que se suicidara al no poder salir del lío.

Después de cada relato, me puse más y más furiosa. Muchas de esas mujeres tenían un profundo sentimiento de culpa sobre su decisión, como si abortar fuera algo de lo que se deben avergonzar. Escuchar esas mujeres —¡36 años después de que se legalizo el aborto!— cargando una culpa por un simple procedimiento necesario que es más seguro que llevar un embarazo a término y en esencia lo equivalente que un procedimiento dental — parecía ridículo y lo que es más, innecesario. Y que a la mayoría de esas mujeres —de nuevo en los 36 años en que el aborto ha sido legal— les costó mucho trabajo obtener un aborto, por razones económicas o por inaccesibilidad — eso es algo aún más exasperante.

Me sentía cansada y no quería hablar. Además, de tan furiosa que estaba no podía abrir la boca. Pero me mantuve pensando: “Desencadenar la furia de las mujeres. Desencadenar la furia de las mujeres…”

Y entonces ella se levantó. “Ella” era una mujer joven que fue violada a pleno día en el baño de las chicas de la prepa a la que asistía en el extranjero, por dos compañeros de clase. Y dijo que ella quedó embarazada de esta violación. Ella tuvo que salir del país donde vivía con su familia para abortar porque este era ilegal allá.

No me pude quedar más quieta y en silencio y salté de la silla y de zancadas sobre el pasillo salí a la escena, hacia el podium. Al principio no podía encontrar las palabras para expresar lo que sentía. Entonces una frase poderosa volvió a mí:

“¡Estoy furiosa!”

“Yo he estado sentada aquí mientras me llenaba de furia. ¡No puedo esperar hasta que haya una sociedad revolucionaria donde la mitad de la humanidad, las mujeres, no sean subyugadas y degradadas solo porque son mujeres, una sociedad en la que no se necesiten más esta clase de denuncias!”. Y hablé de mis dos abortos. Recalqué la importancia de luchar por una sociedad en que las mujeres jóvenes puedan realizar todo su potencial y no estar encadenadas a las condiciones que obstruyen su camino a una plena participación en la sociedad. Y terminé con un contundente: “¡No puedo esperar hasta que exista una sociedad revolucionaria!”  

 

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