Revolución #189, 17 de enero de 2010


Una observación acerca de la valentía intelectual

Vivimos en tiempos en que impresiona sobremanera lo mucho que está en juego. Hay una enorme brecha entre el mundo como es y el mundo que la humanidad podría, y que le urge muchísimo, alcanzar. A veces esa brecha te sacude con una intensidad casi angustiosa. Y a veces, a las altas horas de una noche prolongada, realmente te parece que son muy pocas las posibilidades de lograr lo que tanto se necesita.

Estuve bregando con esto hace poco y empecé a pensar en la valentía intelectual. Se me ocurrió que hay por lo menos tres variedades de esa cualidad que es, desgraciadamente, poco común.

Una es la valentía de insistir en lo que sabes es verdad y luchar por ella frente a la opinión común y la arrolladora presión social. Tal vez te sorprendería qué tan difícil y qué tan fuera de lo común es esa valentía — pero los seres humanos somos animales sociales, que están condicionados a buscar la aprobación social y que viven en una sociedad de clases en la cual se empeña en domesticar el espíritu crítico y en confinarlo dentro de límites extremadamente reducidos. Sin embargo, en la ausencia de esa clase de valentía, no es posible lograr nada valioso y nunca se lo ha hecho.

Hay una segunda clase de valentía intelectual: ser consecuente con tus convicciones frente a la severa represión y las amenazas. En los últimos años, he conocido a una mujer revolucionaria que estuvo en las cámaras de tortura de los ayatolas, pero rehusó expresar una creencia en Alá; también he oído hablar a la Dra. Susan Wicklund, que se arriesga la vida proveyendo servicios de aborto a mujeres en los pueblos pequeños y, además, alza la voz hablando y escribiendo con elocuencia y franqueza sobre ello. Por no decir más, esos encuentros me han impresionado y me han servido como fuente de inspiración. Las revoluciones requieren que muchas, pero muchas, personas lleguen a imbuirse de esa clase de valentía.

Y finalmente hay otra clase de valentía intelectual: confrontar directamente y con perseverancia un problema de enormes proporciones o una situación difícil —justamente tales situaciones en que no se perfila bien el camino hacia adelante y parece insuperable lo que está en contra— y no solo negarse a rehuir o retroceder, sino ponerse a investigar a fondo el problema o la situación y examinar cada aspecto tortuoso de su complejidad. Se trata, en un sentido, de la valentía de no aceptar la respuesta fácil.

Esta valentía se halla en marcado contraste con la mentalidad que a la larga da marcha atrás ante la magnitud del reto debido a las implicaciones enormes y posiblemente incómodas de lo que podría ser la solución, para decidir hacerle caso omiso al problema o de hecho redefinirlo, taparlo y fingir que no exista. Eso está en oposición a la mentalidad que, una vez frente al abismo, se vale de una ficción reconfortante pero narcótica y al final mortífera. Hoy, esta mentalidad es omnipresente; sin desafiarla, no solo mantendrá encadenada a la humanidad, sino que ahogará cualquier esperanza para el futuro. Visto así, se podría decir que esa tercera clase de valentía intelectual es de todas la menos común y la más valiosa.

Que yo sepa, no hay nadie que combina las tres clases de valentía intelectual —y en particular la tercera, la crucial— como lo hace Bob Avakian. Avakian ha hecho enormes logros —logros monumentales, en realidad— al crear un conjunto de obras y al forjar un método y enfoque que ha rescatado y le ha dado nueva forma al pensamiento comunista y a la revolución comunista, que en realidad es la única salida viable que tiene la humanidad para la actual situación insoportable. Pero también, un aspecto fundamental de ese enfoque es que también hay una orientación —otra vez, una valentía— que ha impulsado con impaciencia e inquietud ese conjunto de obras hacia adelante. Su charla más reciente, "Contradicciones todavía por resolver, fuerzas que impulsan la revolución", aborda múltiples cuestiones y problemas difíciles que se agrupan en torno a tres contradicciones cruciales y, bueno, todavía por resolver: la polarización política extremadamente difícil que se les presenta hoy a los revolucionarios y a los progresistas en el mundo actual, incluido en Estados Unidos; las derrotas del movimiento comunista internacional en las últimas décadas y las explicaciones falsas (y mortíferas) que se plantean ahora como respuesta; y la verdadera magnitud de la horrorosa opresión que sufren las mujeres, la mitad de la humanidad, además de las deficiencias dolorosas-pero-tenemos-que-examinarlas de nuestro propio movimiento al tratar de ponernos a la altura de los retos en esa esfera.

La manera en que Avakian aborda estas pléyades de cuestiones es un ejemplo de lo que estoy diciendo. No embellece nada, no usa palabras reconfortantes falsas... pero analiza de manera incesante las profundas dimensiones, la textura y el movimiento de esas contradicciones dificilísimas y mediante ese proceso trabaja minuciosamente para encontrar las fuentes ocultas del cambio y los posibles caminos hacia adelante al interior de esas cuestiones todavía por resolver, desentrañando las maneras en que constituyen en esencia las fuerzas que impulsan la revolución y retándonos a nosotros a confrontar la realidad directamente y a contribuir a forjar dichos caminos en la esfera de la teoría así como en la práctica y de esa manera emprender, con la eficacia que sea posible, el trabajo duro pero urgentemente necesario de hacer la revolución y transformar el mundo.

Hay una intrepidez en eso, y una sed de descubrir la verdad. Pero no es nada misterioso; es algo para pensar y aprovechar, para aprender y aplicar, sin importar qué tan oscura esté la noche o qué tan radiante el sol.

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