Revolución #210, 29 de agosto de 2010


Llevando la Campaña a los trabajadores agrícolas

A comienzos de la semana pasada, un grupo de tres personas emprendimos un viaje a una zona agrícola de California. En menos de 24 horas, distribuimos nueve mil Mensajes y recolectamos 165 dólares.

Hicimos una primera parada en un festival, que atraía a miles de personas a la plaza del pueblo para ver puestos de arte, joyería y ropa y escuchar a mariachis y música grupera (de banda) de México. Distribuimos cinco mil del mensaje.

Las personas escuchaban y parecían curiosas, y algunas se nos acercaron y nos preguntaron de qué se trata y de qué clase de revolución se trata. Los estudiantes de secundaria y universidades y algunos trabajadores agrícolas se llevaron muchos de los paquetes del mensaje.

La hermana de una mujer joven se nos acercó y nos preguntó de qué hablábamos. Cuando se enteró de que se trata de la revolución, rápidamente jaló a su hermana hacia nosotros y dijo que de eso siempre habla ella. Su hermana se llevó sin demora un paquete y dijo que odia todo acerca de este sistema. Ella estaba más en una onda alternativa, con pura ropa negra.

Un bombero jubilado vino a la mesa, atraído por la ampliación de "La revolución que necesitamos…", y pasó un rato leyéndolo. Dijo que tal vez se pensara que su vida, de vivir en una casa bonita en un suburbio cómodo, lo pusiera a kilómetros de distancia de prestarle atención a la revolución, pero explicó que muchos de sus familiares son inmigrantes sin documentos, sin esperanzas de conseguirlos. Le da asco el trato que reciben los inmigrantes. Dio vuelta señalando a la multitud en el parque al otro lado de la calle: "¡Ésas son las personas que dan de comer al país! ¡Pero vean qué trato reciben!" Concluyó por llevarse un paquete de 50 volantes y dijo que encontraría dónde difundirlos.

Algunos campesinos hablaban de trabajar muchas horas por 8.25 dólares la hora y de no recibir pago de horas extras después de trabajar diez horas al día y sobre cómo en el trabajo aceleran el ritmo de la maquinaria de modo que los trabajadores tengan que trabajar más rápido.

Un grupo de chavos dijo que la policía de allá los hostiga sin razón salvo por ser latinos.

Después del festival, fuimos en coche para chequear a otra escena en otra zona donde los campesinos se reúnen en camino al trabajo. En el camino, resumíamos que era necesario dar a conocer más directamente a Bob Avakian y que la existencia de su dirección aumenta muchísimo la posibilidad de la revolución en este país. Además, eso de no presentar directamente el reto de recolectar fondos ante el pueblo refleja una línea que dice que las personas no pueden contribuir a este movimiento para la revolución; que las personas no pueden responsabilizarse de cambiar el mundo y a sí mismas en el proceso; y que estamos privándoles a las personas de una manera de contribuir cuando no les retemos acerca del dinero. Además, hablamos de que las personas dan mucha lana a la iglesia, lo que es perjudicial porque eso solamente hace que continúe su opresión.

Así que llevamos esa orientación al mundo.

Al día siguiente a eso de las 4:30 a.m., cientos de campesinos se subían a decenas de camiones en un gran lote de estacionamiento, para que los llevaran a los files para pizcar la lechuga. Les tocaba una sorpresa madrugera porque nos subimos a los camiones y dijimos: "Estamos construyendo un movimiento para la revolución y tenemos a un líder, Bob Avakian, cuya presencia aumenta la posibilidad para la revolución. Tenemos una estrategia para la revolución y vemos en los inmigrantes una fuerza potencial para la revolución, una fuerza a la cual temen los gobernantes de este país". Fue una gran inspiración ver sus ojos brillar y sus cabezas inclinarse con aprobación, mientras se llevaban paquetes y escarbaban en el bolsillo en busca de monedas.

Algunas personas empezaban a repartirlos entre sus compas y decían: "Tú también puedes conseguir algunos". Unos conductores detuvieron los camiones, se llevaron volantes y nos invitaron a hablar a los trabajadores. Un conductor (que llevaba una playera de la campaña de Felipe Calderón) dijo que el problema era las mujeres y que habría que mantenerlas "checaditas". Respondimos que el problema es el capitalismo y la manera en que éste distorsiona los sentimientos de amor y aplasta a las mujeres en cuerpo y alma. Y que nos hace falta una revolución en la que las mujeres tengan poder y estén liberadas. No estuvo de acuerdo. Pero eso polarizó el ambiente y muchas mujeres y hombres se movía la cabeza en aprobación con los revolucionarios.

La agitación que de veras pegó era el hecho de que los gobernantes les tienen miedo a los inmigrantes como una fuerza potencial para la revolución y que eso es una importante razón por las leyes contra los inmigrantes en Arizona. Algunas personas también nos preguntaban, cuando les presentamos a la dirección de Bob Avakian, "¿Cómo se llama?", a fin de conocerlo y asegurarse de que lo tuvieran bien. Bastantes personas estaban muy intrigadas por la posibilidad de la revolución y la existencia de una estrategia para luchar y ganar decisivamente.

Respecto a recolectar dinero, tuvimos resultados mucho mejores en cuatro horas con cientos de campesinos que en las seis del festival con miles de personas, porque presentábamos mucho más directamente la responsabilidad de que las personas sean parte de contribuir a este movimiento para la revolución… y las personas lo palpaban.

Como ambiente general, a las personas les gustó que tomáramos el tiempo para estar en los camiones en la madrugada y llevarles este mensaje. Tuvo un dejo subversivo.

Terminamos la mañana por ir a los tenderos del rumbo para que pudiéramos alcanzar nuestra meta de fondos y pedir que ellos se llevaran paquetes de mensajes para sus clientes.

Empezamos por explicarles de dónde éramos y que venimos a estas partes a fin de llevar la revolución a todas las personas ahí, en particular los trabajadores agrícolas. Les contamos qué habíamos hecho esa madrugada, de llegarles a los campesinos, y que ahora estábamos llegándoles a los negocios para que éstos contribuyeran 20 maracas cada uno y así podríamos alcanzar nuestra meta de distribuir un millón de mensajes.

La primera tienda que donó fue una pequeña botánica (la que vende objetos espirituales y religiosos y remedios herbales). La dueña salió y escuchó nuestro rollo. Hicimos una pausa y esperamos una respuesta. Después de un rato, ella preguntó si éramos religiosos. Dijimos que no, que éramos ateos. Hicimos una pausa y ella lo reflexionaba. Nos preguntó por qué queríamos una revolución si ya hay violencia y destrucción. ¿Que no traería eso más violencia y sufrimiento? Respondimos diciendo que es este sistema el cual nos ha metido en la situación en que nos encontramos y la revolución aspira al comunismo, a un mundo sin fronteras, a un mundo sin clases, a un mundo sin divisiones entre hombres y mujeres. Y que tenemos a un líder que hace que la posibilidad de todo eso sea mayor. Estamos luchando para crear eso, y por eso nos urgen estos fondos. Ante eso, metió la mano en la caja y sacó 20 dólares. Nos preguntó cómo podría mantenerse en comunicación con nosotros y ayudar a correr la voz. Nos preguntó si podría llevar un paquete.

Tras conocer de qué tratamos, de qué se trata esta revolución, hizo una contribución. En una charla de diez minutos y no un discurso de una hora. Y se lanzó directamente el reto: ¿qué necesita este movimiento para la revolución, qué necesita la humanidad?

En un puesto de música en un pequeño centro comercial, el dueño, tras ver el título del volante y escuchar que "se trata de construir un movimiento revolucionario", bajó el volumen de la música para que pudiéramos charlar. Con mucha intensidad decía que nunca había formado parte de ningún movimiento radical pero que últimamente, había estado pensando que fuera necesario algún tipo de cambio radical, pero que no sabía precisamente qué ni cómo. Cuando pedimos que donara 20 dólares para ser parte de construir este movimiento revolucionario, dijo que solamente traía 10 en la cartera, los cuales nos dio, y además se llevó un bonche de volantes para repartir entre las personas que acuden a su puesto.

Al manejar el coche de regreso a casa, nos entusiasmábamos mucho por las respuestas muy positivas, sobre todo de los trabajadores agrícolas y lo que aprendimos al repartir el mensaje. Casi alcanzamos nuestra meta de repartir diez mil mensajes y recolectar 200 dólares. Al apuntar alto, forjamos conexiones importantes con cientos de personas que ahora saben que existen un movimiento para la revolución y un líder al cual les hace falta conocer.

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