Revolución #211, 12 de septiembre de 2010
De la autobiografía de Bob Avakian
del Capítulo 4: La preparatoria
El baloncesto, el fútbol... y las fuerzas sociales
En esa época, el entrenador de baloncesto de la prepa Berkeley High era un cristiano fundamentalista, Sid Scott, y siempre andaba sermoneando a los jugadores sobre religión. También era un gran racista. En todos mis años de prepa, y antes, el equipo titular siempre tenía tres jugadores negros y dos blancos. Mis amigos y yo tratábamos de explicarnos por qué siempre era así, pues aunque a veces había chavos blancos que debían estar entre los titulares, muchas veces era obvio que debían ser cinco chavos negros o por lo menos cuatro. Yo pensaba que el entrenador opinaba que, si tenía cuatro jugadores negros y uno blanco, los cuatro aislarían al blanco y no jugarían juntos, lo cual era ridículo; y si ponía a cinco negros, pensaba que la disciplina del equipo se iría al diablo y que sería un barullo indisciplinado, lo cual también era ridículo. Tampoco podía poner menos de tres negros porque sería inaceptable considerando quiénes formaban el equipo y lo buenos que eran los distintos jugadores. Así lo analizaba yo.
Pero cuando hablaba con mis amigos negros, varios de ellos jugadores del equipo, me explicaban con mucha paciencia: "Mira, no es solo Sid Scott, son los ex alumnos y cosas que vienen de arriba de la escuela, la gente de autoridad de la escuela, no quieren un equipo negro. El entrenador sí es un pinche racista y todo eso, pero no es solo él". Yo les contestaba que era el entrenador, que era un pinche racista, pero ellos tenían más razón que yo.
Mis amigos y yo nos visitábamos, nos quedábamos a dormir y nos poníamos a hablar de todo eso; especialmente cuando el movimiento de derechos civiles cobró fuerza, se filtró a todo y la gente expresaba directa y firmemente lo que le dio vueltas en la cabeza por muchos años. Una vez, en mi último año de prepa, fuimos a un partido nocturno de fútbol. Fue algo excepcional; nunca teníamos partidos nocturnos pues la dirección de la escuela temía que se armaran peleas debido a "la naturaleza del estudiantado". Creo que ese fue el único partido nocturno que tuvimos. Fuimos en autobús a Vallejo, que queda como a 20 o 25 millas de Berkeley, y el viaje duró como una hora.
De ida y de regreso yo me senté con unos amigos negros del equipo y nos metimos en una conversación muy profunda sobre por qué hay tanto racismo en este país, por qué hay tanto prejuicio, de dónde viene, si se podrá cambiar y cómo cambiarlo. Ellos hablaban y yo escuchaba. Lo recuerdo muy profundamente; en esa hora aprendí más de lo que aprendí en muchas horas de clase, inclusive de los mejores maestros. Esas discusiones sucedían a todo momento, pero ese viaje fue una oportunidad concentrada de hacerlo. Muchas veces, cuando íbamos a partidos nos poníamos a hablar de tonterías, de cosas de muchachos; pero a veces, nos enfrascábamos en conversaciones muy serias como esa. La ocasión tenía algo especial porque era de noche y la oscuridad era propicia para una conversación más seria.
Novias... y las fuerzas sociales
Yo no era parte de la vida social de muchos de los compañeros con que estudié la secundaria. A unas chavas les caía bien, pero decían cosas como: "Me gustas, pero no puedo salir contigo porque tienes amigos negros". Ahí mismo yo no quería salir con ellas. A veces lo decían de modo explícito y otras veces lo daban a entender con su comportamiento. En todo esto se sentía la influencia de lo que estaba pasando en la sociedad y en el mundo: quién le resultaba atractivo a uno, con quién quería salir, a quién le interesaba como novia, con quién quería ser amigo.
Teníamos una serie de tabúes; por ejemplo, no estaba bien ennoviarse con gente de otra raza. Eso no se hacía. Unos cuantos lo hacían, pero lo pagaban caro. En mi último año, una compañera del grupo coral me gustaba mucho y salimos un tiempo. Era la presidenta del único club social negro de la escuela. Por tradición, cada club social tenía que invitar a sus funciones por lo menos al presidente o presidenta de todos los demás clubes y por eso la invitaron a un baile de año nuevo de un club social blanco. Ella me invitó a mí y yo acepté porque nos gustábamos. Así que fuimos con otra pareja, un par de amigos negros de ella. Bueno, la tradición de los bailes de año nuevo es que a medianoche uno besa a su pareja y en ese baile empezó a crecer la tensión porque los dos estábamos bailando y pasándolo bien, como cualquier otra pareja, y cuando dieron las 11 de la noche, las 11:15 y se acercaba la medianoche, la tensión era palpable: "¿Qué va a pasar cuando den las 12?" Cuando dieron las 12 de la noche, nos dimos un increíble besote inmenso porque nos gustábamos y porque queríamos que los demás se atragantaran. Lo gozamos, pero fue muy llamativo y la tensión era enorme.
Por supuesto que me decían cosas feas, como "nigger lover" [amante de negros], y no me invitaban a unirse a los clubes sociales, lo cual no me importaba porque no quería ir de todas formas. El "ostracismo" y el "rechazo" que yo viví de parte de los blancos no era nada comparado con lo que sufrían mis amigos negros. Desde el primer año de prepa formamos un grupo de cuatro amigos: Matthew, Joel, Hemby y yo, dos blancos y dos negros, y siempre andábamos juntos. Una vez Matthew, que era negro, se enamoró de una muchacha blanca y finalmente un día se armó de valor y la invitó a salir. Ella le contestó: "Bueno, este, a mí me gustaría ir, pero mis padres y mis amigos, este...". Eso fue mucho más doloroso de cualquier cosa que me pudo pasar a mí; para mí fue muy doloroso verlo, siendo su amigo, y a Matthew le dejó una profunda cicatriz. Fue horrible y atroz y la cicatriz que le dejó fue mucho más profunda que cualquier cosa que me pasó a mí.
Sinfonías de esquina
A mi amigo Sam lo conocí antes de la prepa porque su padre era el conserje de la iglesia a donde íbamos y Sam lo ayudaba a veces. Cuando entré a la prepa él estaba un poco más adelantado que yo, pero nos hicimos amigos y después cantamos juntos.
Sam tenía una característica: cuando comía, no le gustaba que le hablaran ni que lo molestaran, no importa quién fuera ni lo que pasara. Era así y uno sabía que era mejor dejarlo en paz porque no quería hablar sino comer. Bueno, un día se me olvidó llevar dinero para comprar el almuerzo y tenía mucha hambre. No podía comprar nada en la cafetería y me puse a buscar a algún amigo que me prestara dinero. Vi a Sam y me acerqué, sabiendo que violaba sus reglas, pero tenía hambre. Lo saludé y me contestó: "No me molestes". Repetí: "Sam, tengo hambre". Su respuesta fue: "No me molestes que estoy comiendo". Bueno, me fui y me puse a buscar a alguien más que me prestara dinero o me diera algo de comer.
Al rato vi a un chavo con un plato lleno de comida y me llamó la atención porque tenía dos pedazos de pan de maíz. Eso me pareció injusto porque yo tenía hambre y él tenía no uno sino dos pedazos de pan. Me senté en la mesa al frente de él y me puse a mirar su plato. Él me miraba como diciendo: "¿Y este qué me ve?" Yo seguía mirando su plato y finalmente le dije: "Oye, mano, ¿no me das uno de tus panes?" "No, vete a la chingada", me contestó. "Por favor, mano, tengo hambre y no traje lana. ¿No me das un pan, por favor?" "No, que te vayas a la chingada". Yo no sé qué se apoderó de mí, seguro era el hambre, y sin pensar estiré la mano y agarré un pan. Él se paró tirando la silla al suelo, listo para pelear. A mí también me tocó pararme y cuadrarme para pelear. Me miró mucho rato, mucho rato, y a la larga dijo: "Ah, cabrón, cómetelo". Así que me llevé el pan. Sam, que alzó la cabeza de su plato lo suficiente para ver lo que pasó, se me acercó y me dijo: "¡Chingao, ese es Leo Wofford, de la que te libraste!" El caso es que yo tenía mucha hambre y seguro Leo pensó que era un blanco despistado y me dejó en paz.
Continuará.
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