Revolución #234, 29 de mayo de 2011


En las calles de Harlem

Lo BAsico sigue en mi mente

Llegué a la Ciudad de Nueva York muy noche el viernes y poco después de la medianoche, me encontré sentado en el andén alto de la línea A de la calle 125, esperando encontrarme con un amigo. Con la frescura de los primeros días del mes y la lluvia intermitente, se perfilaba la noche. Mientras esperaba, noté los negros, latinos e incluso algunos blancos, principalmente gente grande, que entraba a la estación y se encaminaba a un pequeño espacio atrás cerca de los lavamanos y sanitarios. Estaban sin techo y cansados. Buscaban refugio debajo de un poco de luz la cual era una bendición mixta: les daba cierta protección de la violencia de la calle pero a la vez los iluminaba y ponían al alcance de la policía merodeadora. En medio de todo había momentos tiernos que los ayudaban a pasar la noche: quedarse dormido en los brazos de un amigo, una cabeza recargada sobre el hombro de una compañera, una mano que doblaba los bordes de una cobija para conservar el calor. Un señor grande me pescó mirando y me saludó con la mano.

Al día siguiente me reuní con unos revolucionarios en la 125 con Ámsterdam. Habían montado una mesa en la plaza rodeada de tres costados por multifamiliares. La mesa está repleta de ejemplares del nuevo libro de Bob Avakian, Lo BAsico. Por doquier: afiches y volantes del concierto del 11 de abril, Con motivo de la publicación de Lo BAsico: Una celebración de revolución y la visión de un mundo nuevo. Los transeúntes se detenían y chequeaban la mesa, levantaban el libro y empezaban a leerlo. Algunos asentían con la cabeza o soltaron un callado “tiene razón” o “diga la verdad”. Otros estaban metidos en profundas conversaciones acerca de una que otra cita. Los agitadores con altavoz leían citas del libro e instaban a las personas a levantarlo. En hojas de papel de carnicero estaban escritas algunas citas, colgadas en una cerca. Los transeúntes se detenían para leer las citas y charlar, a veces con amigos, a veces con los revolucionarios. Un par de personas dejaron sus pensamientos escritos en un afiche en blanco colgado entre las citas. Uno decía: “Ven a los jóvenes negros de manera negativa, como él dice, antes de que nazcan. Es difícil. Ellos necesitan esperanza. — una madre de los multifamiliares”. Otro de una mujer joven, una poetisa de Seattle, terminó con una pregunta: “Así que ¿qué quiere decir ser un pájaro, si no éste puede agitar sus alas? Ser humano quiere decir vivir, pero también morir. Así que ¿qué quiere decir ser un pájaro si no puede volar?”

Hablaba con un hombre negro joven quien creció en los multifamiliares y aún vive ahí. Después de leer las citas en la cerca, compró un ejemplar de Lo BAsico. Da clases particulares a los jóvenes de primaria en el barrio y decía que el libro hizo que entendiera cosas como el racismo y qué representa Estados Unidos. Me dijo que a diario, todo el día, lo que ve hace que se revuelvan sus entrañas, sobre todo la manera en que se practica tan sistemáticamente la discriminación y que incluso el bienestar de los niños se rige por las ganancias. “Y, pues, es evidente que sí existe el racismo, porque fíjese en las escuelas que existen en las afueras de las ciudades en comparación con las escuelas allá sobre esta calle. Se trata de que ya se ha hecho todo, que todo está planeado. Todo lo es área. Todo lo es ubicación: donde está el dinero, dónde están las personas, dónde están los individuos con dinero. Ponen las cosas de menos valor en el lugar con menos dinero hay. Porque esperan recolectar tantitos dólares”.

El compañero le echó un grito a un amigo al otro lado de la calle y luego dio vuelta y me dijo que solía pensar que la calle 125 representaba el mundo: todo estaba ahí, puntos de venta de pollo frito, el museo Studio de Harlem, recitaciones de poesía inspiradas por el jazz en la sala de atrás del bar Baby Grand y, desde luego, el teatro Apollo. Decía que podías escuchar las noticias de toda clase de agitadores en las esquinas. Conocía ese mundo y le encantaba, pero ahora la situación lucía distinto. Mientras platicaba, un señor grande que reconocí de la noche anterior en el metro pasó cojeando. Tenía los pies hinchados y morados, del tamaño de berenjenas. Caminaba sobre los costados de los pies y cada doloroso paso era un precario malabarismo. Se detuvo para escuchar al agitador hablar sobre celebrar revolución y la visión de un mundo nuevo. El compañero joven le ayudó a cruzar la calle. Al volver, empezó: “Doy vueltas por el mundo, en esencia, estoy solo y tengo que protegerme. Si puedo, si tengo el tiempo y si creo que otra persona es objeto de una violación, yo protegeré a esa persona. Definitivamente, todo el mundo vive alguna clase de racismo, al igual que puede haber un caballero blanco que al que le desagrada un asiático, existe un asiático al que no le gustan los brasileños. Eso es el principal problema con los seres humanos. Siempre se ponen a señalar las diferencias. Es más fácil hacer eso. Incluso nuestros padres, las familias en el hogar, probablemente no lo hacen a propósito”.

Chequeaba la primera cita de Lo BAsico: “Sin la esclavitud, Estados Unidos no existiría tal como lo conocemos hoy. Eso es una verdad simple y básica”. Cerró el libro y dijo que tenía que ir por la calle para verse con alguien. Caminábamos y platicábamos un rato. Le pregunté si una vez había pensado en salir de este sistema. “A diario pienso en salir de este país. No soy un estadounidense orgulloso. Simplemente vivo en Estados Unidos. En cuanto a ser un estadounidense, nací en este país. Por eso, llevo el sello de un estadounidense. Tengo un número del Seguro Social, punto. En cuanto a ser un estadounidense, en cuanto a los valientes y la bandera de las barras y estrellas, esos son puros mitos. Al igual que dicen los folletos, Jim Crow. Tienen a gente con planes de hacer otras cosas. Al igual que Hitler surgió con el Holocausto, ellos tienen algo para todos. Todo el mundo tiene un plan para los demás que tienen diferencias. Han robado, violado y matado, si son parte de Estados Unidos, y están orgullosos de eso. No estoy orgulloso de eso”.

Le pregunté si una vez había pensado acerca de la revolución para tumbar esta sociedad y construir un mundo nuevo. Se paró en seco y cuando habló, lo hizo con emoción: “¡Claro que sí! ¡A diario! Yo mismo soy un soldado revolucionario. Cuando el oficial me pide mi identificación, le digo: ‘Espere, ¿qué cosa? Primero, usted no necesita saber quién soy yo, y yo no necesito saber quién es usted. ¿Qué cosa? Ah, ¿usted necesita mi identificación? Yo necesito su placa’.

“La Ciudad de Nueva York es la ciudad que más asusta en el mundo. No por la bola de homicidas y violadores andan por ahí sino por estas mujeres y hombres jóvenes que andan por las calles pensando que alguien los tiene en la mira. Pero no les podemos echar la culpa por esa mentalidad porque ¿qué ves en los periódicos todos los días? Tres muchachas violadas por ocho policías en la delegación. Un hombre muere después de ser dejado en el asiento de atrás de la patrulla de la policía. Las cosas así asustan. Como dije, el gobierno, la gente que se supone que te protege, te está lastimando.

“El gobierno solamente deja que oigas lo que te permiten oír y ver lo que te permite ver. Bien, a menos que hagas lo que hago yo. De hecho estoy en la calle. Veo que a diario ocurren estas cosas. Veo cuando la policía hostiga a la gente. Veo a las personas golpeadas. Veo las personas tiroteadas, apuñaladas, asesinadas. Son cosas de verdad y no de película. Son cosas muy reales y muchos no lo creen. Muchas veces creo que la sociedad lo toma y lo convierte en broma, para que se parezca no tan serio. Eso es horrible porque estas son cosas reales que sí suceden”.

Alcanzamos la esquina y empezamos de despedirnos. Me detuve y le pregunté qué piensa sobre el hecho de que Bob Avakian y el Partido Comunista Revolucionario están construyendo n movimiento para la revolución. Sonrió y terminó rápidamente con estas palabras: “Me parece genial. Creo que todo el mundo tiene que despertar. Si es que haga algo, deberían crear una convocatoria y que se pongan de pie aquellos que la oigan”.

* * * * *

M. quedó parado leyendo un afiche de una cita de Lo BAsico: “El papel de la policía no es de servir y proteger a la gente, es para servir y proteger el sistema que gobierna sobre la gente. De reforzar las relaciones de explotación y opresión, las condiciones de pobreza, miseria y degradación que el sistema ha impuesto sobre la gente y está determinado a mantenerla allí. La ley y el orden que representa la policía con toda su brutalidad y asesinato es la ley y el orden que refuerza toda esta opresión y locura”.

Un amigo nos presentó al uno a la otra y mencionó que esta compañera vive en los multifamiliares. Le pregunté qué pensaba de la cita que acababa de leer. “Lo que me atrae a la revolución es que tengo dos hijos adolescentes. Tengo uno de 21 años y uno de 18. Mis hijos mi atrajeron a la revolución. Tengo dos hijos adolescentes y eso es lo que me atrajo a la revolución. Yo estaba fuera y veía que ellos acudieron en ayuda a un muchacho adolescente, cuando estaban fuera y la policía los hostigaba. Los policías los estaba hostigando, además fueron sobre el muchacho sin razón. Y la revolución entró y fíjese, era como: ‘Eso está mal. Se supone que no ocurra eso’. Y eso me atrajo a ellos porque tengo dos hijos que también andan en la calle. Y ellos han acudido a ayudarme cuando también han acudido a ayudar a mis hijos. Mi hijo fue arrestado, alguien lo atacó. De hecho, vimos el ataque. La policía lo arrestó. Y los revolucionarios fueron conmigo a la delegación para pedir su libertad. Los he visto; han estado ahí cuando he visto cómo la policía abusa de la gente, y los revolucionarios han estado ahí.

“Así que eso es lo que en serio me atrajo a ellos. Tenemos que ayudar a nuestros hijos. Fíjese, uno de los problemas ahora que está sucediendo en Estados Unidos es que ya no tengo que preocuparme de que una persona en la calle me quite mis hijos, tengo que preocuparme de que el sistema y los oficiales me quiten mis hijos porque eso es su propósito ahora. También nos quitan nuestros hijos. Y ya no tenemos ningún control. Por eso, procuro participar en lo que pueda en la revolución porque creo que ¡tiene que haber un cambio! Estamos perdiendo a nuestros hijos. Estamos perdiendo a nuestros hijos. A diario veo que se alejan más y más de nosotros. Y el sistema no hace nada para ayudarnos a salvar a nuestros hijos. Nos están quitando nuestros hijos. Y nosotros tenemos que hacer todo a nuestro alcance para ayudar a salvar a nuestros propios hijos. Eso, en esencia, es lo que me concierne”.

Al conversar, un hombre joven pasó caminando muy rápido. Tenía los pantalones muy huangos y abajo y la compañera le gritó: “¿Te dejaste el cinturón en casa o no sabes qué es eso?” Sin perder su ritmo, el joven se subió la camisa para mostrar un cinturón enganchado flojamente pero estratégicamente colocado. La mujer se rió y el compañero joven saludó con la mano y siguió su camino. Seguro que yo daba la impresión de tomarlo todo muy en serio, porque ella se rió y me dijo que ese era uno de sus hijos y que ese intercambio es un número constante que interpretan entre sí. Volvió a platicar acerca de la revolución. Le pregunté si estaba familiarizada con Bob Avakian. “Sí, lo estoy. Todavía estoy conociendo cosas. Ahora mismo acabo de comprar este libro. Ya mero empecé a leerlo el otro día. He leído un par de citas y creo que es algo que lo espero. Con gusto lo espero, es algo que conservar. Pues, cuando quiera que haya una persona que está dispuesta a ayudarte a hacer un cambio, tienes que ver qué te ofrece. Porque no podemos seguir como estamos”.

Ella miraba el volante sobre el evento del 11 de abril y le pregunté si contemplaba asistir. Hablamos un poco acerca de cómo la situación podría cambiar con el evento, hasta ayudar a la gente a ver una visión de un mundo nuevo y por un tiempecito palpar cómo sería. Miró de nuevo el volante y empezó a hablar: “Bueno, no sé. Nunca fui a otros eventos antes. Ésta me va a ser la primera vez. Pero me parece algo bueno. Es importante empezar a hacer que la gente participe, que salga a trabajar para hacer un cambio. Correcto. Decirle a las personas, quiero ofrecerles esto. Es necesario explicárselo. Hay algunas gentes que tienen que ver. Y una vez que vean y vean cuántas personas están participando y cuántas personas están metidas en realidad, eso da un una idea de ir por su cuenta”.

Empezamos a conversar sobre las mentiras que nos dice el sistema y que una de las mayores es que este es el mejor mundo posible. La compañera respondió de entrada. Estoy completamente de acuerdo. Porque, fíjese, ahora mismo, estoy en un momento en que soy una madre que ha conocido la delegación 26. Este es el espacio en que me muevo. Tengo, como dije, dos hijos adolescentes. Creo firmemente, voy a hacer todo a mi alcance para rescatar a mis hijos del sistema. Porque tengo que hacerlo. Soy una madre. Creo que se puede hacer el cambio y se tiene que hacer. Se tiene que hacer.

“Se tiene que hacer un cambio. Siempre que veo ocurrir algo malo, me hace creer aún más firmemente en Bob Avakian y lo que está diciendo. Siempre he tenido la costumbre de toparme con las cosas malas. Vi cuando detuvieron a cinco jóvenes en la Universidad de Columbia, hace aproximadamente un mes. Se dice que no deben caminar por la escuela. ¿Y eso, por qué? Por ahí anda un grupo de muchachos blancos caminando por la escuela y por allá uno de muchachos asiáticos. ¿Por qué necesariamente tenían que ser estos los que hicieran algo malo? Yo observaba a los policías. Bajé por las escaleras. Decidí bajar por las escaleras. Jalaron a tres hombres jóvenes adentro de la escalera y los forzaron a bajarse los pantalones. ¡Esos oficiales son criminales! Digo, ¿quién trata a la gente así? Y tan metidos en sus genitales. No pueden tratar a la gente así. Eso es inhumano. Además, lo han hecho más de una vez. Los he visto hacerlo más de una vez. Los vi hacerlo contra un muchacho en el autobús. Ahí mismo en el autobús, lo hicieron bajar los pantalones. Los oficiales dijeron: ‘Sabemos que tienes la coca dentro de los calzones. Si no se las quitas, lo haremos nosotros’. ¿Quién trata a la gente así? Que no se trate a la gente así. Pues, se pregunta por qué nuestros hijos se portan de la manera en que se portan. Pero lo observé y de hecho forzaron a esos hombres jóvenes a bajar los pantalones. Yo ni daba crédito”.

Antes de despedirnos, ella volvió a abrir Lo BAsico, leyó de nuevo la cita y dijo: “No lo puedes decirlo con mayor profundidad. Pues, simplemente no deberían hostigar a la gente así. Cuando veo eso en el autobús, lo primero que se me ocurre es, a quién lo voy a reportar, porque éstos son policías. Ahora los policías son los delincuentes. ¿A quién lo voy a reportar? No hay nadie a quien acudir. No hay nadie a quien acudir y decir: ‘Ayúdeme’”.

 

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