Revolución en línea, 14 de agosto de 2011


La plaga de la violencia en el seno del pueblo — y la verdadera solución

El documental The Interrupters estrenó el 28 de julio en la Ciudad de Nueva York, la primera escala del recorrido de Estados Unidos, Inglaterra y Canadá. Bajo el director Steve James (director de Hoop Dreams y otros filmes) y el productor Alex Kotlowitz (autor de There Are No Children Here y otros libros), The Interrupters retrata durante un año a tres individuos que trabajan con el grupo con sede chicagoense CeaseFire. Se centra en el tema de la violencia en el seno del pueblo y estimula discusión al respecto. A nuestro parecer, el siguiente artículo, que salió en línea en Revolución #143, 24 de septiembre de 2008 (versión impresa: #146, 26 de octubre de 2008), es un aporte importante a dicha discusión. Texto corregido.

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La plaga de la violencia en el seno del pueblo — y la verdadera solución

Revolución #146, 26 de octubre de 2008

Ahorita mismo, en los barrios negros y latinos de todo el país, se está robando la niñez a los niños, y estos tienen miedo de ir a la tienda de la esquina o de jugar afuera o de tomar el autobús a la escuela. Algunos estudios han mostrado que el temor número uno entre los escolares es que se les pegue un tiro. Han muerto 36 escolares de las escuelas públicas de Chicago desde el septiembre pasado como resultado de la violencia en el seno del pueblo. Estas balaceras son además del terror y brutalidad generalizados por parte de la policía (y se usan para justificar tal terror y brutalidad). Este verano la policía de Chicago disparó a 12 personas en 4 semanas, matando a 6 y dándoles por la espalda a por lo menos 6.

¿Cómo hemos llegado a esta situación horrorosa en que padres miran mientras sus hijos caen en fuegos cruzados, niños crecen acosados con pesadillas de balaceras, seguros que no vivirán más de 18 años? Es un horror para el pueblo — una sensación de desesperanza al saber que son tus vecinos, primos y amigos que están haciéndolo el uno al otro. Desesperanza profunda de que sea un ciclo sin fin y sin salida.

Gente de diferentes perspectivas está buscando respuestas y soluciones, de proyectos de investigación a marchas y grupos de intervención. En un artículo del New York Times del 4 de mayo pasado, “Blocking the Transmission of Violence” (Bloquear la transmisión de la violencia), Alex Kotlowitz sostiene que la violencia es similar a una enfermedad epidémica en la comunidad1. Es claro que a Kotlowitz le importan mucho la vida y condiciones de la gente encerrada al fondo de la sociedad. Pero a pesar de sus buenas intenciones, su argumento concentra una lógica peligrosa que invierte causa y efecto.

Aunque rebasa el ámbito de este artículo analizar todo lo que dice Kotlowitz, queremos hablar de su argumento central — que parar la violencia en el seno del pueblo es el primer paso necesario para cambiar las condiciones económicas y sociales más amplias de las masas oprimidas. El artículo se basa en la suposición de que se puede hacer esto sin cambiar las relaciones económicas y sociales fundamentales de la sociedad, las cuales son la fuente brutal de esta situación entera, como vamos a mostrar. Mucha gente se hace eco a este modo de pensar, gente que odia cómo tiene que vivir pero cree que la solución es que “nos encarguemos de nuestros propios problemas” antes de que pueda haber algún cambio positivo para las comunidades.

Kotlowitz se refiere a la posición del epidemiólogo Gary Slutkin (el fundador de la organización CeaseFire [Cese del fuego] de Chicago), usando una analogía entre parar la violencia y curar una enfermedad contagiosa que tiene una importante fuente en el suministro de agua de la comunidad:

“Slutkin dice que tiene sentido purificar el agua si —y solamente si— se reconoce y se trata la propia epidemia. En otras palabras, las medidas contra la pobreza solamente funcionarán si se trata la violencia. Parecería lógico que la violencia fuera un resultado de privación económica, pero la relación entre las dos cosas no es estática. Las personas que tienen pocas esperanzas para el futuro viven de modo temerario. Por otro lado, la comunidad en la cual se resuelven discusiones con balas probablemente no va a experimentar crecimiento y oportunidad económicos”.

Kotlowitz sí analiza un poco algunas limitaciones de este argumento, pero no llega a examinar qué está “envenenando el agua” en primer lugar. Al hablar de las personas que están intentando salir de la lógica de represalias pandilleras, escribe: “Irse de la ciudad no es una opción para la mayoría. Para aquellos que han salido ilesos de una balacera... si no hay trabajo, o hay escuelas malísimas, o vivienda deteriorada, ¿qué va a prevenir que regresen a la vida anterior? Es como el cólera: es posible curar a todos, es posible contener la epidemia, pero si no se limpia la fuente del agua, pronto va a enfermarse de nuevo la gente”.

Kotlowitz no hace la pregunta básica y necesaria: ¿por qué están desproporcionadamente “malísimas” las escuelas concentradas en las comunidades negras y latinas, por qué está “deteriorada” la vivienda, o que de plano no existe? Desde un punto de vista más amplio, ¿por qué está concentrado el pueblo negro en ciudades miseria en primer lugar? ¿Cómo llegó a esta situación y qué creó tal situación en que ahora hay varias generaciones de jóvenes criminalizados — a los que la policía ha matado, o que se matan entre sí, o que decenas y decenas de miles están almacenados en prisiones? Los actos violentos que la gente comete entre sí es síntoma de un problema más grande — pero si no se diagnostica el problema correctamente y no se sabe la causa, pues el tratamiento que se propone lo empeorará.

¿Qué está “envenenando la fuente del agua”?

La opresión del pueblo negro, y de otras minorías, ha sido un elemento del desarrollo del capitalismo en la sociedad estadounidense desde sus inicios, sobre los huesos de la esclavitud y el genocidio de los pueblos originarios. Después de la guerra de Secesión y el corto período de la Reconstrucción, en lugar de ser integrados en la sociedad estadounidense, se desató una ola de terror contra los negros — en su mayoría fueron encerrados en las plantaciones en una nueva forma de esclavitud, y el pueblo afroamericano se formó como una nación oprimida en el Sur dentro del territorio más grande y dominante euroamericano de Estados Unidos. A comienzos del siglo 20, la industria pesada empezó a expandirse mucho. En el Norte, especialmente con los preparativos para la Segunda Guerra Mundial, la industria de defensa estaba en auge, creando una necesidad de trabajadores, mientras en el Sur, debido a la mecanización de la producción del algodón (y anteriormente del tabaco), la aparcería se volvió menos rentable. Hubo un empujón y un jalón en el Sur que mandaron a millones de negros al Norte — el empujón de la pobreza, el racismo de Jim Crow (racismo con el aval de la ley) y el terror del Ku Klux Klan, y el jalón del trabajo y la esperanza de una vida mejor. Pero si bien las formas de la opresión en el Norte fueron diferentes, el hecho de la opresión se quedó. Los trabajadores negros traídos a la industria, oprimidos como un pueblo, recibieron los trabajos más sucios, peligrosos y de bajo pago. Fueron los “últimos contratados” y los “primeros despedidos”. La gente negra no consiguió las subvenciones de vivienda que consiguió la gente blanca para comprar casas en las zonas suburbanas de las ciudades, e incluso cuando tenían el dinero, no les permitieron comprar casas en las zonas para “blancos” sea por medio de reglas no implícitas o violencia de turbas blancas. Al contrario, las medidas del gobierno los metieron en multifamiliares construidos de manera chapucera en los centros urbanos. Los negros de todas las clases y capas padecieron segregación y discriminación dondequiera, y los capitalistas superexplotaron a los trabajadores negros en su afán de ganancias adicionales.

Los efectos de todo eso —en combinación con la situación internacional, en que ocurrían levantamientos contra la dominación imperialista y colonial, los países socialistas como China representaban la posibilidad de una resolución revolucionaria de la opresión y Estados Unidos estaba enzarzado en la contienda con otras potencias por una tajada más grande del saqueo de los países anteriormente colonizados— dio lugar en Estados Unidos al trascendental movimiento revolucionario de los años 1960. Como resultado de este auge de levantamientos y en particular de las poderosas rebeliones urbanas en más de 100 ciudades estadounidenses, efectivamente cayeron algunas barreras que enfrentaba el pueblo negro. Se les proporcionaron algunos trabajos mejores, la acción afirmativa les permitió a miles de estudiantes negros entrar en universidades y carreras profesionales, y se les establecieron programas sociales como welfare (ayuda pública) y educación preescolar.

Mucha gente, especialmente los jóvenes, empezó a verse a sí misma de manera diferente en relación al mundo. En la lucha la gente estaba intentando determinar cómo forjar nuevas maneras de relacionarse entre sí. Había una amplia unidad entre muchos de que no iban a combatir y morir por los opresores, sino forjar un nuevo futuro para la gente de todo el mundo. De hecho, uno de los logros más inspiradores de grupos como el Partido Pantera Negra y el Partido Young Lords (un grupo revolucionario basado principalmente en los puertorriqueños) fue que sacaron a muchos pandilleros de esa vida y los metieron a la revolución y a servir al pueblo, así como muchos prisioneros (como George Jackson) se pasaron de “la mentalidad para el crimen” a “la mentalidad para la revolución”.

Pero todo esto se topó con limitaciones. Incluso las fuerzas más avanzadas de la revolución no tenían un análisis suficientemente profundo de qué se trataría un futuro diferente o de qué se debería tratar, o cómo se podría luchar por una revolución y triunfar en este país contra un enemigo tan poderoso. No existió una dirección que tenía una estrategia desarrollada de cómo unir las muchas corrientes de resistencia y sentimientos radicales en los frentes político, cultural e ideológico en una fuerza poderosa para la revolución. O con un análisis no solo de cómo resistir la represión brutal del estado, sino avanzar bajo ella. El estado asesinó a más de 20 miembros del Partido Pantera Negra (incluidos líderes como Fred Hampton y George Jackson), encarceló a cientos de revolucionarios, despachó a la Guardia Nacional contra las justas rebeliones, baleó a estudiantes en las calles y vigiló y hostigó ampliamente a los movimientos. Además, se daban cambios y retos importantes en el movimiento revolucionario internacional y la marea alta global de los años 1960 estaba bajando, lo que también tuvo un efecto poderoso. Ante las limitaciones del análisis de cómo superar todos estos retos y la represión brutal de parte de la clase dominante, la mayoría del movimiento de ese tiempo le dio la espalda a la revolución.

A comienzos de los años 1980, la mayor parte de lo que había sido el movimiento de los años 1960 ya se había quedado aplastada, sin rumbo, o cooptada. Al mismo tiempo, había enormes cambios políticos y económicos en el mundo. Un golpe del estado derrocó a la dirección revolucionaria de China después de la muerte de Mao Tsetung, lo cual desmoralizó y desorientó a muchos que habían visto en China una fuente de esperanza y apoyo. Mientras tanto, se trasladaron muchos trabajos a las afueras de las ciudades o a otros países donde era posible explotar de manera aún más vil a la gente. Los centros urbanos llegaron a ser zonas de desastre económico. Eso fue el resultado de las políticas (incluida la decisión deliberada en muchos casos de ubicar los trabajos lejos de los trabajadores negros ahora más rebeldes y desafiantes) y, en lo esencial, el peso del incesante y agitado afán del capital de expandirse o morir — de buscar constantemente la tasa de ganancias más alta o venirse abajo debido a la competencia.

Las concesiones que se habían arrancado mediante la lucha de los años 1960 se estaban dando marcha atrás — el fin de la acción afirmativa, la integración esencialmente muerta, y el welfare que pronto se iba a destripar de plano. Hoy, más de una generación vive una situación en que muchos nunca han tenido un trabajo y no tienen posibilidades de tener una jamás (no a causa de sus propias acciones). El gobierno inundó los barrios con drogas, las cuales llegaron a ser la vida económica principal de estos barrios, una especie de base que “fijaba la pauta” para las demás actividades económicas y sociales. Al mismo tiempo, se desencadenó la “guerra contra las drogas”, que no fue sino una guerra contra el pueblo — con las detenciones y los encarcelamientos por las nubes. En 1970 había 330.000 personas en prisión — hoy hay 2.3 millones de presos. Hoy, casi la mitad de las personas en prisión en Estados Unidos son negras. De hecho, la tasa de encarcelamiento de gente negra es la más alta del mundo.

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Al entender todo esto, resulta claro que la violencia en el seno del pueblo no causó estas condiciones. Ni es esta violencia un “virus” — es una reacción frente a las condiciones de opresión implacable en que parece que no haya ninguna esperanza real de cambio. Es el sistema, con su mentalidad de competencia despiadada, el que crea y perpetúa estas condiciones. El incesante afán de ganancias y más ganancias propulsa este orden capitalista imperialista, y un elemento clave y dinámico es la superexplotación y la opresión sistemáticas del pueblo negro y otros oprimidos. Esas dos cosas —el sistema capitalista como base de este país, y la supremacía blanca que recorre toda esta sociedad y ha sido inextricablemente entrelazada con ella desde el Primer Día— son las causas del problema, no ningún “virus” de mentiritas.

Además, estas condiciones no “existen” en abstracto. Un aparato estatal de policías, tribunales y prisiones las impone brutalmente. Algunas personas nos dicen que los policías son solamente “otra pandilla”. ¡Para nada! Tal vez algunos policías estén en pandillas, pero como una institución, los policías son los agentes a sueldo de todo un sistema de explotación y opresión.

Otra vez desde un punto de vista más amplio, lo que se ve es la criminalidad absoluta de este sistema, que mantiene a la gente en los centros urbanos acorralada y encerrada, dejada a pudrirse y matarse entre sí, y luego que se muera y vaya a dar al bote cuando caiga en esta trampa.

El argumento de Kotlowitz y Slutkin no va a mejorar nada. Para colmo, no importa el propósito, justifica y fortalece la mano de un estado opresivo con sus prisiones y policía brutales y asesinas.

Dos preguntas para Alex Kotlowitz

Tenemos dos preguntas para Kotlowitz: Primero, si cada varón negro en una pandilla en East St. Louis, Chicago, Harlem u Oakland dejara su pandilla, renunciara a la violencia y el crimen y se inscribiera en estudios superiores en un programa de diseño digital o un programa de certificación sobre redes de computadores, ¿qué sucedería? La pura verdad es que no habría trabajo para la gran mayoría de ellos. De hecho, un estudio reciente mostró que la tasa y la cantidad de negros en el campo de la tecnología de la informática disminuyeron en comparación con ocho años atrás — no porque la gente no estaba calificada, sino porque, según Gina Billings, presidenta de la Asociación Nacional de Capturistas Negros, la globalización ha subcontratado el trabajo a países del tercer mundo, y de nuevo los profesionistas negros se hallan atrapados en la trampa de “los últimos contratados, los primeros despedidos”.

Así que aunque de repente todos los pandilleros tuvieran suficiente capacitación para un buen trabajo, los emplearían solamente si eso fuera rentable para el capital. Además, esos empleos no existen — no porque la sociedad no las necesita, sino porque no son rentables. Como la clase dominante de capitalistas reconoce esto, NO ofrece programas de capacitación, etc. de modo serio porque no quiere elevar las expectativas de la gente y arriesgar que haya rebelión social cuando no se satisfagan esas expectativas.

Segundo, a la inversa, ¿qué sucedería si después de una revolución, con una nueva economía socialista basada en la transformación de las condiciones para eliminar las añejas divisiones opresivas de la sociedad y satisfacer las necesidades del pueblo y a la vez apoyar la revolución mundial, esta sociedad SÍ ofreciera a cada joven negro una oportunidad de educación y trabajo con sentido de los que pudiera vivir? En una sociedad revolucionaria, no habría desempleo porque el empleo no dependería si fuera rentable para el capital; la gente tendría empleo inmediatamente, para solucionar los muchos problemas urgentes de la sociedad. En esa sociedad completamente nueva, la violencia en el seno del pueblo rápidamente disminuiría a medida que echaran raíces los nuevos valores y cosmovisión entre las personas.

Cambiar las condiciones y cambiar a la gente… entendido correctamente

Solamente si analizamos correctamente la fuente de las condiciones del pueblo, la cual omiten Slutkin y Kotlowitz, podemos entender que la relación entre las condiciones, ideas y acciones de la gente no es “estática”, como dice Kotlowitz, y aún más de fondo, que ¡las cosas no tienen que ser así! En el proceso de reconocer el problema concreto y cambiar radicalmente las condiciones, la gente puede transformarse a sí misma de manera cualitativa y liberadora.

Bajo este sistema, obligan a las personas a vivir de acuerdo a la lógica de “¿qué hay para mí?” y las meten en una competencia entre sí. Esta es la lógica y la dinámica del capitalismo en general, y se intensifica cuando la gente está peleando por migas en una situación en que cada miga importa. La gente se ve obligada a meterse en chanchullos para subsistir y, aunque hay ejemplos importantes de cómo las personas se unen para ayudarse mutuamente, esta competencia entre las personas hasta socava eso2.

Al igual que en la sociedad en general, hay una cultura y concepción del mundo ligadas a esto — “Tengo que agarrar a lo mío, tengo que conseguir lo que pueda en esta situación”. Esta lógica pesa y tiene coherencia.

Un joven del barrio sur de Chicago que ha estado preocupándose muchísimo acerca de la violencia alrededor de sí, sostiene que no es solamente la necesidad económica que empuja a los jóvenes a las pandillas — también es una aspiración que se siente muy profundamente.

Sí, muchos aspiran a ser no solamente parte de este juego sino a sacarle provecho, y las condiciones materiales más amplias en que vive la gente moldean esas aspiraciones y estas están encerradas en dichas condiciones.

Las pandillas y “la vida” son justamente eso — todo un modo de vida, con una economía y moral que infunden en barrios enteros valores y un punto de vista del “código de la calle”. Esto se divide agudamente en dos porque, por un lado, es un reflejo en pequeño de las relaciones más grandes y la dinámica y la moral de competencia brutal de la sociedad. Pero por otro lado, tiene un elemento “fuera de la ley, al carajo el mundo” — en que la gente desea hacer frente y aparentemente están haciendo frente al sistema entero.

En esta dinámica, que refleja los valores de la clase dominante de la sociedad, eres presa o predador. Cuando alguien mata a uno de los tuyos, tienes que matar a uno de los suyos. Según esta lógica gangsteril, si no lo haces, no has tomado partido con tu gente y sales con apariencia de débil. El “código de la calle” incluye una mentalidad de “que mates o que te maten” y un círculo vicioso de balaceras aparentemente interminables contra otros que están en las mismas condiciones que tú.

También está el atractivo de “ser alguien que importa” que no se puede alcanzar en ninguna otra parte de la sociedad estadounidense. Aparte de salir adelante en la Asociación Nacional de Baloncesto o en la música hiphopera (que es casi tan probable como sacar la lotería), ¿cómo puedes distinguirse? Un joven del barrio oeste de Chicago describió “la vida” como otra manera de “perseguir el sueño americano”. Ven a alguien con un coche chévere y lo quieren porque con eso pueden expresar quiénes son y “cuánto valen”. De nuevo, se refleja una sociedad en que el valor de la gente se mide de acuerdo a las mercancías que tienen o no tienen.

Todo esto se refuerza y se mantiene un millón de veces de un millón de maneras por medio de la cultura y el funcionamiento generales del sistema. En No hay niños aquí, Kotlowitz describe a un muchacho detenido por nada salvo ser negro. Habla de su experiencia con abogados y tribunales injustos y el impacto sobre él — “jo’er, me tratan como un criminal, más vale sacarle algo también”. En la cultura, esto se ha promovido en películas como Superfly en los años 1970 y en Caracortada en los 1980, y el impacto continúa hoy. Junto con esto, se promueve el “rap gangsta” con el mensaje de que uno debe aspirar a “enriquecerse o morirse haciéndolo”.

Este modo de vida y el punto de vista que conlleva son una trampa. Incluso cuando alguien sí “llega a la cima”, todavía está en la cima de un juego el que le ha dado este sistema que existe a expensas de otros y que chorrea la sangre de otros que este sistema ha descartado.

Kotlowitz tiene razón cuando dice que “las personas que tienen pocas esperanzas para el futuro viven de modo temerario”. Pues, de nuevo, hagamos la pregunta: ¿qué clase de sistema, qué clase de sociedad les da pocas expectativas del futuro o ninguna a generaciones de jóvenes?

¿Qué se necesita de verdad para parar la violencia?

Hay una salida de todo esto hoy —ponerle fin a este sistema de una vez por todas por medio de la revolución y la creación de un sistema radicalmente diferente— el socialismo en el camino a un mundo comunista.

Con el poder estatal en las manos del pueblo, se puede reorganizar la sociedad para satisfacer las necesidades del pueblo, desencadenando la creatividad y el potencial de millones de personas, a las que la clase de sistema que tenemos hoy está destruyendo. En esta nueva sociedad, el estado —en lugar de ser una fuerza de explotación, opresión y represión— apoyará al pueblo para resolver toda clase de problemas, no solamente para sí mismo sino para toda la humanidad y como parte de la revolución mundial. A diferencia de la sociedad en que vivimos, que no da nada salvo un futuro horroroso o ningún futuro para la juventud, en una sociedad socialista la juventud será una fuerza dinámica para moldear el futuro. Sus ideas y sus luchas se valorarán, la sociedad aprenderá de ellas, se desencadenarán su iniciativa y actividad… y contarán con dirección, con el objetivo de seguir revolucionando toda la sociedad y gestando un mundo comunista libre de toda explotación y opresión.

Por esto vale la pena vivir y morir. Pero solamente puede basarse en LUCHAR CONTRA el poder, y no “colaborar con él” para mantener de alguna forma la situación bajo control. Urge ahorita mismo gestar un movimiento revolucionario que rompa con los confines mortales de la situación actual, que desafíe la situación en los barrios y la sociedad más amplia y que con ello dirija a las masas a forjar un movimiento y una cultura revolucionarios que realmente puedan empezar a cambiar el rumbo.

Hay que arrancar el enorme potencial de esto a los horrores actuales. El hecho de que estos jóvenes en gran parte están enajenados de este sistema y del “modo de vida americano” en general y la sensación muy palpable de que no haya futuro para ellos — es por un lado parte de por qué necesitamos una revolución para barrer todo esto de una vez por todas, y por otro es una parte crítica de dónde se halla la base para esa revolución. Todos estos factores a los cuales responden especialmente los jóvenes —el hecho de que estos jóvenes verdaderamente no tienen nada que perder bajo este sistema— son las mismísimas fuerzas motrices que podrían hacer que actuaran en una dirección completamente diferente si esa ira, enajenación y rebeldía se apuntaran a la fuente del problema y se templaran y se transformaran con la ciencia revolucionaria y una moral de liberación. Tal revolución solo puede tomar lugar cuando las condiciones cambien radicalmente —cuando toda la sociedad esté en una crisis profunda y un pueblo revolucionario emerja de millones y decenas de millones—, pero urge llevar a cabo ahora ese trabajo ahora, a fin de acelerar mientras se guarda tal situación, trabajar ahora para gestar un pueblo revolucionario llevando la lucha política, llevando a cabo el trabajo ideológico y transformando la actual polarización política desfavorable en la sociedad por medio de la lucha.

Esto quiere decir que una minoría tiene que ser el primero en entrarle hoy. Aun un puñado relativo de individuos que tiene seriedad y una columna vertebral revolucionaria puede tener un efecto electrizante, no solo en un barrio sino en la sociedad en general. Por medio de este proceso, de luchar para cambiar las circunstancias más amplias mientras que se aprende de la dinámica subyacente que da origen a esas circunstancias, las personas se transforman a sí mismas.

La dirección, visión, ciencia y organización necesarias existen ahorita mismo en el Partido Comunista Revolucionario, Estados Unidos. Este partido nació durante las luchas de los años 1960, y perseveró en la construcción de un movimiento revolucionario y en la búsqueda de soluciones para los problemas difíciles. Su líder, Bob Avakian, ha dirigido en el proceso de “trazar el camino no trazado” de cómo hacer una revolución en un país como este — y además, ha desarrollado la teoría científica y visión liberadora del comunismo, sintetizando profundamente la experiencia del pasado, aprendiendo de los grandes logros de las revoluciones anteriores, cuestionando profundamente sus deficiencias y errores y, al hacer todo eso, ha llevado el comunismo a un lugar totalmente nuevo. Avakian está dirigiendo a un partido que quiere hacer la revolución en serio, que quiere proteger en serio a su dirección y que quiere responsabilizarse en serio de dirigir a las masas a hacer la revolución en el mundo real.

Para que de nuevo se respire la revolución en esta sociedad (y alrededor del mundo) de la manera que se requiere, se necesita que las personas la hagan suya. Urge ahora que las personas de todas las capas sociales le entren. A todos los que se atrevan a soñar con un mundo mejor en que quedan atrás todos estos horrores para toda la humanidad: métete con la revolución, sé emancipador de la humanidad.

Luchar contra el poder, y transformar al pueblo, para la revolución

Notas

1. Kotlowitz es bien conocido por su importante libro, There Are No Children Here (No hay niños aquí), en que desenmascara las brutales condiciones de vida de la juventud de los multifamiliares Henry Horner, uno de muchos destruidos desde entonces. Escribió con gran compasión de la experiencia de dos niños negros que crecen en estas condiciones y cómo el sistema está organizado para que estos muchachos salgan reprobados — desde las escuelas hasta los tribunales. [regresa]

2. Un ejemplo inspirador de la gente que se ayuda mutuamente en condiciones brutales es la película Trouble the Water, en que los jóvenes de las pandillas rivales de Nueva Orleáns se unen para rescatar a personas durante el huracán Katrina, arriesgándose la vida propia. [regresa]

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