¿Por qué está creciendo el fundamentalismo religioso en el mundo actual?

4 de noviembre de 2013 | Periódico Revolución | revcom.us

 

Esta semana estamos realzando el siguiente pasaje del libro de Bob Avakian, ¡FUERA CON TODOS LOS DIOSES! Desencadenando la mente y cambiando radicalmente el mundo, Segunda parte: “El cristianismo, el judaísmo y el islam — Arraigados en el pasado, bloquean el camino al futuro”.

 

Entre los factores distintivos de la situación actual están los saltos que se están dando en la globalización, vinculados a un proceso acelerado de acumulación capitalista en un mundo dominado por el sistema capitalista imperialista. Esto ha llevado a cambios importantes, a menudo dramáticos, en la vida de enormes cantidades de personas, que con frecuencia debilitan las relaciones y costumbres tradicionales. Aquí me enfocaré en los efectos de esto en el tercer mundo —los países de África, América Latina, Asia y el Medio Oriente— y las formas en que eso ha contribuido al actual crecimiento del fundamentalismo religioso en esas regiones.

Por todo el tercer mundo, cada año desplazan a millones de personas del campo, donde han vivido y han luchado duramente por subsistir en condiciones sumamente opresivas, pero donde ahora ni siquiera pueden hacer eso: se encuentran desplazadas a las zonas urbanas, especialmente a los barrios marginados, que crecen descontroladamente, en cinturón tras cinturón que rodean los centros urbanos. Por primera vez en la historia, hoy la mitad de la población del mundo vive en las zonas urbanas, especialmente en esos enormes y crecientes barrios marginados.

Desarraigadas de sus condiciones tradicionales —y de las formas tradicionales en que las han explotado y oprimido—, masas de personas son arrojadas a una existencia sumamente insegura e inestable, en que no se les puede integrar, de una “manera articulada”, al tejido de la estructura económica y social y del funcionamiento de la sociedad. En muchos países del tercer mundo, la mayoría de los habitantes de las zonas urbanas trabajan en la economía informal — por ejemplo, como vendedores ambulantes o comerciantes en pequeña escala, de varios tipos, o en las actividades clandestinas e ilegales. En gran medida debido a eso, mucha gente está acudiendo al fundamentalismo religioso en busca de un ancla en medio de todo este desplazamiento y trastorno.

Otro factor en todo esto es que, en el tercer mundo, estos cambios y desplazamientos enormes y veloces se están dando en el contexto de la dominación y explotación por los imperialistas extranjeros — y que esto está asociado con las clases dominantes “locales”, que dependen económica y políticamente del imperialismo y están subordinadas a él, y que para muchos son agentes corruptos de una potencia extranjera que fomentan la “cultura decadente del Occidente”. Esto, a corto plazo, puede fortalecer a las fuerzas y los líderes fundamentalistas religiosos que componen la oposición a la “corrupción” y la “decadencia occidental” de las clases dominantes locales, y a los imperialistas a los cuales estas sirven, en términos de retomar, e imponer con renovada fuerza, las relaciones, costumbres, ideas y valores tradicionales, que a su vez tienen sus orígenes en el pasado y representan formas extremas de explotación y opresión.

Donde el islam es la religión dominante —en el Medio Oriente pero también en otros países como Indonesia— eso se expresa en el crecimiento del fundamentalismo islámico. En gran parte de América Latina, donde el cristianismo, especialmente en la forma del catolicismo, ha sido la religión dominante, el crecimiento del fundamentalismo se caracteriza por una situación en la que una gran cantidad de personas, especialmente los pobres, que han llegado a sentir que la iglesia católica les ha fallado, se ven atraídas por varias formas del fundamentalismo protestante, como el pentecostalismo, que combina formas de fanatismo religioso con retórica que alega que habla en nombre de los pobres y oprimidos. En partes de África también, en particular entre las masas apiñadas en los barrios marginados, se ve el fenómeno del crecimiento del fundamentalismo cristiano, incluido el pentecostalismo, de la misma manera que el fundamentalismo islámico es un fenómeno en crecimiento en otras partes de África1.

Pero el crecimiento del fundamentalismo también se debe a grandes cambios políticos, y a las medidas y acciones conscientes de parte de los imperialistas en la esfera política, que han tenido un impacto profundo en la situación en muchos países del tercer mundo, entre ellos los del Medio Oriente. Una dimensión clave de esto es que es muy importante no descartar o restarle importancia al impacto de los sucesos en China desde la muerte de Mao Tsetung y el cambio total en ese país, de uno que avanzaba por el camino del socialismo a uno en el que de hecho se ha restaurado el capitalismo y donde la orientación de promover y apoyar la revolución, en China y por todo el mundo, ha sido reemplazada por una orientación de buscar una posición más fuerte para China en el marco de la política de relaciones de poder mundiales dominadas por el imperialismo. A corto plazo, esto ha tenido la consecuencia —profundamente negativa— de socavar la sensación en muchos oprimidos por todo el mundo de que la revolución socialista les ofrecía la salida de su miseria y ha propiciado condiciones más favorables para aquellos, y en particular los fundamentalistas religiosos, que buscan movilizar a la gente en torno a algo que en ciertos aspectos se opone a la potencia opresiva dominante del mundo pero que en sí representa una cosmovisión y un programa reaccionarios.

Este fenómeno se refleja en los comentarios de un “experto en terrorismo” que dijo de ciertas personas acusadas hace poco de terrorismo en Inglaterra que hace una generación, hubieran sido maoístas. Bueno, a pesar de que las metas y estrategia, y las tácticas, de los auténticos maoístas —los que se guían por la ideología comunista— son radicalmente diferentes de las de los fundamentalistas religiosos, y que los comunistas rechazan, en principio, el terrorismo como método y enfoque, hay algo de cierto e importante en lo que dice este “experto en terrorismo”: hace una generación muchos de esos mismos jóvenes y otros que por el momento se encuentran atraídos por el fundamentalismo islámico y otras formas de fundamentalismo religioso, se hubieran encontrado atraídos por el polo radicalmente diferente y revolucionario del comunismo. Y este fenómeno cobró más fuerza con el derrumbamiento de la Unión Soviética y el “campo socialista” que encabezó. En realidad, la Unión Soviética dejó de ser socialista a mediados de los años 50, cuando los revisionistas (comunistas de nombre pero capitalistas en realidad) tomaron el poder y empezaron a dirigir el país de acuerdo con los principios capitalistas (pero en la forma de capitalismo de estado con un camuflaje “socialista”). En los años 1990, los dirigentes de la Unión Soviética empezaron a deshacerse abiertamente del socialismo, y luego la Unión Soviética misma dejó de existir, y Rusia y los demás países que eran parte del “campo” soviético dejaron de fingir que eran “socialistas”.

Todo esto —y, en relación con ello, una ofensiva ideológica implacable de parte de los imperialistas y sus representantes intelectuales— ha resultado en la idea, propagada y transmitida ampliamente, de la derrota y la muerte del comunismo y, por el momento, el desprestigio del comunismo en amplios sectores populares, inclusive entre quienes buscan con impaciencia una manera de luchar contra la dominación, opresión y degradación imperialistas2.

Pero no es solamente al comunismo que los imperialistas se han esforzado por derrotar y desprestigiar. También han atacado a otras fuerzas y gobiernos laicos que en algún grado se han opuesto o han representado obstáculos objetivos a los intereses y metas de los imperialistas, en particular en las regiones del mundo que estos consideran de importancia estratégica. Por ejemplo, en los años 50 Estados Unidos fraguó un golpe de estado que tumbó al gobierno nacionalista de Mohammad Mossadegh en Irán, porque vio las medidas de ese gobierno como una amenaza al control del petróleo iraní por Estados Unidos (y en segundo plano por Inglaterra) y a la dominación estadounidense de la región más ampliamente. Eso ha tenido repercusiones y consecuencias durante décadas. Entre otras cosas, contribuyó al crecimiento del fundamentalismo islámico y con el tiempo al establecimiento de una república islámica en Irán, cuando los fundamentalistas islámicos conquistaron el poder en medio de una oleada de lucha del pueblo iraní a finales de los años 70, que resultó en el derrocamiento del gobierno sumamente represivo del sha de Irán, que Estados Unidos apuntalaba y de hecho mantenía en el poder desde el golpe de estado contra Mossadegh3.

En otras partes del Medio Oriente, y en otros lugares, durante las últimas décadas los imperialistas también se han dedicado conscientemente a derrotar y aniquilar incluso a la oposición nacionalista laica; y de hecho a veces han contribuido conscientemente al crecimiento de fuerzas fundamentalistas religiosas. Palestina es un claro ejemplo de esto: ahí las fuerzas fundamentalistas islámicas recibieron apoyo de Israel —y de los imperialistas estadounidenses, para quienes Israel es una plaza fuerte armada— para socavar a la Organización para la Liberación de Palestina, un grupo más laico. En Afganistán, especialmente durante la ocupación soviética de los años 80, Estados Unidos apoyó y armó a los mujaidines fundamentalistas islámicos, porque reconoció que serían luchadores fanáticos contra los soviéticos. Otras fuerzas, no solo los nacionalistas más laicos sino también los maoístas, se opusieron a la ocupación de la Unión Soviética y a los gobiernos títeres que esta instaló en Afganistán, pero por supuesto que los maoístas en particular no contaron con el apoyo de Estados Unidos y muchos de ellos murieron a manos de los fundamentalistas islámicos “jihadíes” que Estados Unidos apoyaba y armaba.

En Egipto en los años 50, se presentó el fenómeno del líder popular nacionalista Gamal Abdel Nasser y del “nasserismo”, una forma de nacionalismo árabe que no se limitaba a Egipto y cuya influencia llegó a muchas partes después de que Nasser tomó las riendas del poder estatal en Egipto. En 1956 se dio una crisis cuando Nasser impuso más control sobre el canal de Suez; e Israel, junto con Francia e Inglaterra —que todavía no se habían resignado del todo a haber perdido sus grandes imperios coloniales— se opusieron a Nasser. Bueno, un ejemplo de la complejidad de la situación es que en esa “crisis de Suez” Estados Unidos se opuso a Israel, Francia e Inglaterra. El motivo estadounidense no era apoyar al nacionalismo árabe ni a Nasser en particular, sino seguir reemplazando a los imperialistas europeos que habían colonizado esa región del mundo. Para examinar brevemente los antecedentes de esto, después de la Primera Guerra Mundial, con la derrota del viejo imperio otomano, basado en Turquía, Francia e Inglaterra esencialmente dividieron el Medio Oriente entre sí — unas regiones fueron a la esfera de influencia francesa, como colonias francesas en lo fundamental, y otras regiones al control inglés. Pero después de la Segunda Guerra Mundial —en la que Japón, Alemania e Italia sufrieron derrotas arrolladoras, Francia e Inglaterra resultaron debilitados, y Estados Unidos se fortaleció enormemente— Estados Unidos se empeñó en forjar un nuevo orden en el mundo y, como parte de esto, en imponer en el tercer mundo, en lugar del colonialismo de viejo cuño, una nueva forma de colonialismo (neocolonialismo) por medio del cual Estados Unidos mantendría un control efectivo de los países y su estructura política y vida económica, aunque estos se independizaran formalmente. Y, como parte de esto, obligó a Israel a encajarse en relación con la dominación estadounidense del Medio Oriente, ya forjada en lo general y reafirmada agresivamente.

Pero, como resultado de su posición ante lo que se llamó la “crisis de Suez” y como consecuencia de otras medidas nacionalistas, Nasser y el “nasserismo” adquirieron muchos seguidores en los países árabes en particular. Ante esta situación, Estados Unidos, aunque no buscó tumbar abiertamente a Nasser, obró por minar al nasserismo y a las fuerzas más laicas en general —inclusive, claramente, las fuerzas comunistas— que se oponían o eran un estorbo para el imperialismo estadounidense. Y especialmente después de la guerra de 1967, a través de la cual Israel derrotó a los estados árabes que lo rodean y se apoderó de más territorio palestino (que ahora son conocidos como “los territorios ocupados”, fuera del estado de Israel que en sí está en tierra robada a los palestinos), Israel ha recibido el firme apoyo del imperialismo estadounidense y ha sido una fuerza al servicio de sus intereses.

La derrota a manos de Israel en la guerra de 1967 contribuyó en gran medida a la decadencia de Nasser y el nasserismo —y de otros líderes y tendencias más o menos laicos parecidos— entre los pueblos del Medio Oriente; cuando murió en 1970, Nasser ya había perdido gran parte de su lustre ante los ojos de las masas árabes.

De nuevo, vemos otra dimensión de la complejidad de las cosas. Las derrotas prácticas y el fracaso de Nasser efectivamente socavaron, a los ojos de cada vez más personas, la legitimidad o viabilidad de lo que Nasser representaba ideológicamente. Ahora bien, de hecho el “nasserismo” y las tendencias ideológicas y políticas parecidas no representan y no pueden conducir a una ruptura completa con la dominación imperialista y todas las formas de opresión y explotación del pueblo. Pero esto es algo que hay que establecer y que de hecho se establece por medio de un análisis científico de lo que esas ideologías y programas representan y de lo que proponen y son capaces de lograr; no lo demuestra el hecho de que, en ciertos casos particulares o aun por cierto tiempo limitado, los dirigentes que personifican y buscan poner en práctica tales ideologías y programas sufren reveses y derrotas. En las formas en que las masas de los países árabes (y otros) respondieron a los reveses y derrotas de Nasser y de quienes más o menos representaban la misma ideología y programa, había un elemento claro de pragmatismo: la idea de que, inclusive a corto plazo, lo que prevalece es cierto y bueno y lo que sufre pérdidas es defectuoso e inservible. Y, por supuesto, una tendencia espontánea al pragmatismo entre las masas populares ha sido reforzada por los veredictos pronunciados por los imperialistas y otros reaccionarios — no solo, por supuesto, con respecto a las fuerzas laicas como Nasser sino, aún más, con respecto a los comunistas y el comunismo, que representan una oposición mucho más fundamental al imperialismo y a la reacción.

Es importante tener en cuenta que durante las últimas décadas y a lo mínimo hasta muy recientemente, Estados Unidos e Israel se han esforzado por debilitar a las fuerzas laicas entre las que se les oponen en el Medio Oriente (y otras partes) y han favorecido al menos objetivamente, si no han promovido deliberadamente, el crecimiento de las fuerzas fundamentalistas islámicas. Durante la “guerra fría” lo hicieron en alto grado en respuesta a una creencia de que había mucho menos probabilidad de que esos fundamentalistas islámicos se aliaran con el campo soviético. Y en no poca medida, la decisión de favorecer a los fundamentalistas religiosos en vez de las fuerzas más laicas la ha motivado el reconocimiento de la esencia intrínsecamente conservadora y en realidad reaccionaria del fundamentalismo religioso y el hecho de que en gran medida puede ser para los imperialistas (e Israel), un complemento ideal que los resalta como fuerzas democráticas a favor del progreso.

Bueno, una de las ironías de toda esta experiencia es que Nasser y otros jefes de estado nacionalistas árabes reprimieron brutalmente no solo a la oposición fundamentalista islámica (como la Hermandad Musulmana en Egipto) sino también a los comunistas. Pero con lo que ha sucedido en el escenario mundial, por así decirlo, en las últimas décadas —entre otras cosas lo que pasó en China y la Unión Soviética (como se dijo anteriormente) y el muy propagado veredicto de que eso representa la “derrota” del comunismo; la toma del poder en Irán por los fundamentalistas islámicos, tras la caída del sha de Irán a finales de los años 70; la resistencia a la ocupación soviética en Afganistán, que para finales de los años 80 obligó a los soviéticos a retirarse y contribuyó de una manera importante a la caída de la Unión Soviética; y con los reveses y derrotas de los dirigentes más o menos laicos como Nasser (y recientemente de Saddam Hussein) en el Medio Oriente y en otras partes—, a corto plazo son los fundamentalistas islámicos, mucho más que los revolucionarios y los comunistas, los que han logrado reorganizarse y experimentar un crecimiento importante en cuanto a su influencia y fuerza organizada.

Otro ejemplo de toda esta trayectoria de los años 50 hasta hoy —que pone de manifiesto en términos muy duros y gráficos lo que estoy recalcando aquí— es Indonesia. Durante los años 50 y 60 Indonesia tenía el tercer partido comunista más grande del mundo (solo en la Unión Soviética y China había partidos comunistas más grandes). El Partido Comunista de Indonesia tenía una enorme cantidad de seguidores entre los pobres de las zonas urbanas (donde los barrios marginados en la ciudad de Yakarta y otras ciudades eran legendarios, en el sentido negativo) así como entre los campesinos, sectores de los intelectuales y aun entre las capas burguesas más nacionalistas. Desafortunadamente, el Partido Comunista de Indonesia también tenía una línea muy ecléctica — una mezcla de comunismo y revisionismo, de buscar el cambio revolucionario pero también tratar de trabajar con el sistema parlamentario en el marco de las estructuras gubernamentales establecidas.

En ese entonces, el líder nacionalista Achmed Sukarno encabezaba el gobierno. En los años 70 durante una visita a China, tuve la oportunidad de entender eso más a fondo. Algunos miembros del Partido Comunista de China hablaron de la experiencia del Partido Comunista de Indonesia y específicamente dijeron: Discutíamos con el camarada Aidit (el líder del Partido Comunista de Indonesia durante el gobierno de Sukarno); le advertíamos de lo que podría pasar como consecuencia de tener un pie en el comunismo y la revolución y el otro en el reformismo y el revisionismo. Pero el Partido Comunista de Indonesia persistió en seguir ese mismo camino con un enfoque ecléctico; y en 1965 Estados Unidos, por medio de la CIA que trabajaba con las fuerzas armadas indonesias y un importante general, Suharto, llevó a cabo un golpe de estado sangriento y masacró a centenares de miles de comunistas indonesios y otros, destruyó completamente al Partido Comunista de Indonesia y reemplazó a Sukarno como jefe de estado con Suharto.

Durante ese golpe de estado, los ríos alrededor de Yakarta estaban atascados de los cadáveres de las víctimas: los reaccionarios mataban a los comunistas o a los presuntos comunistas y tiraban enormes cantidades de cadáveres a los ríos. Y en un fenómeno que ha llegado a ser muy, pero muy familiar, una vez que iniciaron y dieron ese golpe —que la CIA dirigió, organizó y tramó—, mucha gente que tenía disputas y enemistades personales o familiares acusaba a otros de ser comunistas y los delataba ante las autoridades, y como consecuencia muchas personas que no eran comunistas murieron en las masacres, junto con muchas que sí eran comunistas. Una vez que los imperialistas y reaccionarios desataron esa orgía de sangre, eso alentó, impulsó e incorporó a mucha gente en una especie de sed de venganza. La CIA se jactaba descaradamente de no solo haber organizado y orquestado el golpe sino también de haber singularizado a varios miles de dirigentes comunistas y de haberlos eliminado, en medio de la masacre de centenares de miles.

El problema fundamental con la estrategia del Partido Comunista de Indonesia era que la naturaleza del estado —y en particular de las fuerzas armadas— no había cambiado: el parlamento constaba en gran medida de nacionalistas y comunistas, pero el estado todavía estaba en manos de las clases reaccionarias; y como nunca les habían arrebatado el control del estado y no habían aplastado ni desmantelado al viejo aparato estatal por medio del cual mantenían control, Suharto y las demás fuerzas reaccionarias podían, junto con la CIA y bajo dirección de ella, dar ese golpe de estado sangriento con todas las consecuencias horrorosas.

Respecto a esto, otra anécdota que me contaron los militantes del Partido Comunista de China es muy diciente y penosa. Me dijeron que Sukarno tenía un cetro que llevaba consigo, y los funcionarios chinos que se reunían con él le preguntaban: “¿Qué es ese cetro que lleva con usted?”. Y Sukarno les contestaba: “Este cetro representa el poder estatal”. Bueno, después del golpe, esos camaradas chinos resumieron: “Sukarno todavía tenía el cetro, dejaron que lo conservara, pero no tenía el poder estatal”.

Acabaron casi totalmente con el Partido Comunista de Indonesia físicamente —exterminaron a casi todos los militantes y solo quedaron unos pocos regados por ahí— y le dieron un golpe devastador del cual nunca se ha recuperado. Y el aniquilamiento no solo ocurrió en el sentido físico sino que también se expresó en la forma de una derrota ideológica y política, la desorientación y la desmoralización. Durante las décadas subsiguientes, ¿qué ha pasado en Indonesia? Uno de los sucesos más destacados es el enorme crecimiento del fundamentalismo islámico ahí. Acabaron con la alternativa comunista. En su lugar —en parte fomentado conscientemente por los imperialistas y otras fuerzas reaccionarias pero en parte cobrando fuerza de su propio momento en un contexto donde habían destruido a una poderosa oposición laica y a lo mínimo en nombre comunista—, el fundamentalismo islámico llenó el vacío dejado por la falta de una auténtica alternativa al gobierno sumamente opresivo de Suharto y sus compinches instalados y mantenidos en el poder durante décadas por Estados Unidos4.

Todo esto —lo que ha ocurrido en Indonesia, así como en Egipto, Palestina y otras partes del Medio Oriente— es una dimensión política que se combinó con los factores económicos y sociales mencionados arriba —los trastornos, la volatilidad y los cambios rápidos impuestos desde arriba y que parecen tener fuentes desconocidas y ajenas y/o de potencias extranjeras— para minar y debilitar a las fuerzas laicas, como los revolucionarios y comunistas auténticos, y fortalecer al fundamentalismo islámico (de una manera parecida el fundamentalismo cristiano ha estado cobrando fuerza en Latinoamérica y partes de África).

No cabe duda de que este es un fenómeno sumamente importante. Es un aspecto muy importante de la realidad objetiva que la gente por todo el mundo que busca gestar un cambio en una dirección progresista —y aún más los que se esfuerzan por hacer un cambio auténticamente radical guiados por un punto de vista revolucionario y comunista— tienen que confrontar y transformar. Y para hacer esto, es necesario, primero, abordar en serio y entender esa realidad, en vez de quedarse en una peligrosa ignorancia o adoptar una orientación terca de no hacerle caso. Es necesario y en realidad crucial examinar a fondo este fenómeno y sus varias manifestaciones para captar más profundamente la dinámica subyacente y motriz —las contradicciones fundamentales y las expresiones distintivas de las contradicciones fundamentales y esenciales a nivel mundial y en los países y las regiones individuales— de las cuales este fundamentalismo religioso es una expresión y cómo sobre la base de ese conocimiento más profundo, se puede forjar un movimiento que pueda desviar a las masas populares de eso y atraerlas hacia algo que ofrece una auténtica posibilidad de plasmar en realidad un mundo radicalmente diferente y mucho mejor.

 

1. Por muchas de las mismas razones que he mencionado aquí, el fundamentalismo religioso también ha cobrado fuerza en las últimas décadas entre algunos sectores de los pobres, oprimidos y marginados de Estados Unidos. En parte esto se debe a una estrategia consciente, de parte de poderosos sectores de la clase dominante estadounidense, con el propósito de fomentar el fundamentalismo entre las masas populares cuya situación clama por un cambio radical, y atraparlas en la ideología y el programa político reaccionarios de que este fundamentalismo religioso es una expresión concentrada.

El crecimiento del fundamentalismo entre las personas de una parte importante de la categoría general de la “clase media” de Estados Unidos se debe en gran parte a otros factores, como: una mayor sensación de ansiedad provocada por una economía y una cultura que fomentan y proporcionan el consumo aparentemente sin fin sobre la base de la expansión del crédito y la deuda; una sensación de volatilidad e inseguridad en la economía y en la sociedad en general; una sensación de haber perdido el control incluso de sus propios hijos ante los cambios tecnológicos (la televisión de cable y satelital, el Internet, etc.); una sensación de haber perdido su “lugar” y comunidad en una sociedad y cultura que produce atomización y fomenta un individualismo extremo. Pero es muy importante captar que, especialmente con respecto a la “clase media” de Estados Unidos, este fenómeno del crecimiento del fundamentalismo también es producto del parasitismo del imperialismo — del hecho de que el imperialismo estadounidense en particular es la potencia dominante del mundo, que se ceba de la superexplotación de las masas populares por todo el tercer mundo y no puede subsistir sin ella, y la gente que vive en Estados Unidos, especialmente de la “clase media”, ocupa “un lugar muy alto en la cadena alimenticia” de los habitantes del mundo. Y es importante ver que la clase de fundamentalismo religioso que encuentra adeptos, especialmente en los suburbios y “exurbios” [fraccionamientos acomodados alejados de las ciudades] de Estados Unidos, se caracteriza por una sensación profunda del papel de Estados Unidos como “la nación elegida por Dios”, acompañada por una reafirmación agresiva del chovinismo estadounidense, así como de las relaciones y valores tradicionales que encarnan la supremacía blanca y la supremacía masculina.

Este fenómeno del fundamentalismo, y en particular el fundamentalismo fascista cristiano, en Estados Unidos será tema de otra sección de este libro. [regresa]

2. Además de lo que se encuentra en varios escritos y charlas míos sobre este tema, el proyecto Pongamos las Cosas en Claro ha hecho un análisis de ciertos aspectos importantes de la experiencia del socialismo en la Unión Soviética y en China —tanto los errores y deficiencias muy reales como los logros sin precedente histórico— y da algunas respuestas a las calumnias y tergiversaciones de esa experiencia. Se puede acceder a esto, y a más información sobre el proyecto, en el portal thisiscommunism.org. [regresa]

3. Una fuente importante de información y análisis sobre estos sucesos en Irán y sus consecuencias es el libro Todos los hombres del Sha: un golpe de estado norteamericano y las raíces del terror en oriente próximo, de Stephen Kinzer (Editorial Debate, 2005). [regresa]

4. Además de oprimir salvajemente a los pueblos de Indonesia, el régimen de Suharto llevó a cabo un reino de terror genocida en Timor Oriental y masacró a una gran parte de la población — y en esto también contó con el apoyo y la ayuda del imperialismo estadounidense durante varias administraciones consecutivas, entre ellas la de Bill Clinton. [regresa]

 

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