El horror de encarcelar a los enfermos mentales bajo el capitalismo, y cómo las cosas podrían ser radicalmente distintas

28 de abril de 2014 | Periódico Revolución | revcom.us

 

De un lector:

Estuve leyendo la sección Sunday Review del New York Times del 9 de febrero de 2014, y encontré una columna escrita por Nicholas Kristof, “Inside a Mental Hospital Called Jail” [Dentro de un hospital mental llamada cárcel]. Primero déjeme decir que el autor está poniendo al descubierto algo real pero claramente no lo está defendiendo, pero aparte de la situación horripilante que denuncia justamente, ofrece muy poco en materia de soluciones. El artículo comienza así:

“El centro de salud mental más grande en Estados Unidos es un complejo enorme aquí en Chicago, en el que miles de personas padecen manías, psicosis y otros trastornos, rodeados de altas cercas y alambre de púas.

“Pero hay una cosa: Es una cárcel. El único modo de recibir tratamiento es que te detengan.

“Los trastornos psiquiátricos son el único tipo de enfermedad a que nosotros como una sociedad respondemos regularmente con esposas y encarcelación y no con empatía. Y a medida que se han recortado las formas efectivas de tratamiento más humanos y económicos de las enfermedades mentales, recurrimos cada vez más a la caja de herramientas de los organismos del orden público: las cárceles y las prisiones”.

Al leer el resto del artículo, un escalofrío de ira me atravesó el cuerpo. ¡Sabía que esto fue una enorme denuncia de cómo funciona el sistema del capitalismo-imperialismo, y que las y los lectores de Revolución/revcom.us necesitaban saber de esto! He estado estudiando el número especial de Revolución: No sabes lo que crees que ‘sabes’ sobre… La revolución comunista y el VERDADERO camino a la emancipación: Su historia y nuestro futuro” y creí que esta era otra oportunidad para ilustrar qué tan distintas que podrían ser las cosas y qué tan diferentes fueron las cosas en China cuando todavía estaba en el camino de la revolución y lo que contrasta marcadamente con la realidad actual en Estados Unidos tal como se revela en el artículo de Kristof.

Primero déjeme revisar algunas de las estadísticas citadas en el artículo: dice que en todo estados Unidos, más de tres veces el número de personas con enfermedades mentales albergadas están albergadas en prisiones y cárceles que en hospitales (de un estudio de 2010 por la Asociación Nacional de Alguaciles y el Treatment Advocacy Center [Centro de Promoción del Tratamiento]), y el 40% de las personas con trastornos mentales serios han sido arrestados alguna vez en la vida. Algunos internos a los que Kristof entrevistó no tienen suficiente dinero para los medicamentos que necesitan, y una vez que salen de la cárcel, dejan de tomar los medicamentos y recaen; muchos, mientras estén afuera, no pueden obtener acceso a los tratamientos que necesitan y recurren a las drogas o el alcohol para automedicarse. Señala que en los años 1800, Dorothy Dix encabezó una campaña en contra de la encarcelación de los enfermos mentales, y termina el artículo con esta pregunta:

“¿Realmente queremos retroceder dos siglos? ¿No parece que eso no sólo es algo inhumano sino engañoso, de nuestra parte?”

A lo que tengo que responder que ahora, cuando tenemos un cuerpo mucho mayor de conocimiento científico, y muchos medios y métodos exitosos para el tratamiento de enfermedades mentales, no solo es eso algo engañoso e inhumano, sino que es un desperdicio criminal y horroroso de potencial humano, ¡y no tiene que ser así!

Así que después de estudiar la columna de Kristof, volví a un libro que había leído y estudiado hace varios años. En el capítulo 7 de China: La ciencia camina sobre dos piernas, el autor describe una visita al Hospital de Psiquiatría de Shanghái en 1973:

“Adentro, los corredores estaban iluminados y todo era limpiecito y sencillo. La luz del sol se filtraba por las ventanas sobre las paredes pintadas de turquesa y blanco. No había nada de las intimaciones ominosas o deprimentes que uno se siente al entrar en un hospital estatal en mi país, ni la atmósfera antiséptica de puro negocio con vidrio, aluminio y linóleo del lujoso hospital privado. Se parecía a un lugar amable.

“El tratamiento combina los métodos tradicionales chinos y los métodos occidentales. Ofrecen la acupuntura y medicinas herbales tradicionales así como tranquilizantes químicos sintéticos como la clorpromazina. Durante el tratamiento, también los pacientes también reciben ‘instrucción en la ideología’, en la cual les enseñan a tener una ‘actitud correcta’ hacia su enfermedad. (El uso del estudio político en el tratamiento de la salud mental es, íbamos a aprender, uno de los rasgos que caracteriza el sistema chino.)

“‘El ambiente aquí no es como una cárcel’, nos dijo uno de los doctores. ‘Los pacientes participan en el trabajo físico, eventos culturales y la cultura física; y el equipo médico trabaja en zonas urbanas y rurales en el trabajo preventivo así como la atención a los pacientes hospitalizados’. ‘El personal intenta tratar la enfermedad mental en las zonas rurales y las fábricas enseñando a las masas acerca de las enfermedades mentales’. ‘También capacitan a los doctores de la fábricas y a los médicos descalzos para que puedan tratar a las personas con trastornos mentales’”.

La situación que Kristof describe indica qué tan difícil lo es que los individuos que padecen trastornos mentales serios siquiera tengan acceso a los necesarios tratamientos de salud mental en la forma de medicamentos, terapia o cuidado en un hospital, ni hablar los servicios y apoyo amplio en las comunidades que los chinos crearon para ayudar a los enfermos mentales suficientemente estables a volver a sus familias y encontrar ayuda para mantener la salud con la participación de sus familiares, camaradas y la comunidad médica, aún en las zonas más remotas. En vez de criminalizar a los enfermos mentales, ayudaban a capacitar a la sociedad para reconocer, ayudar y apoyar la plena recuperación de personas con enfermedades mentales.

Otro punto interesante y muy saliente es que más que nada enviaban a las personas que cometieron crímenes mientras sufrían de enfermedades mentales a las instituciones mentales y las pusieron en libertad cuando lograron controlar los síntomas de la enfermedad. Nunca consideraban que fuera un crimen tener una enfermedad mental, y en esos casos conmutaban la sentencia. ¡Hasta capacitaron a los guardias para reconocer estos síntomas y rápidamente trasladar a los enfermos mentales a situaciones donde recibieran el cuidado necesario en lugar del castigo! ¿Cómo se compara esto con las leyes del Nuevo Jim Crow y el parar y registrar, las que envían a la prisión por el color de la piel a sectores enteros de personas que no han hecho nada malo, o en el peor de los casos han cometido delitos menores y no violentos relacionados con drogas?

De ahí, volví a la entrevista a Raymond Lotta, “No sabes lo que crees que ‘sabes’ sobre… La revolución comunista y el VERDADERO camino a la emancipación: Su historia y nuestro futuro”. En la sección titulada “La movilización de las masas para transformar la sociedad entera”, habla de muchas formas en que bajo el liderazgo de Mao Tsetung y el Partido Comunista de China movilizaron al pueblo en campañas de masas para lidiar con los fuertes problemas de salud: vencieron la cólera y hasta la adicción al opio. Uno tiene que preguntar, ¿qué es lo que hace todo esto posible? La respuesta más esencial reside en un nuevo poder estatal, y como dice Lotta:

“Se eliminó con el flagelo de la adicción al opio, por medio de la educación y un tratamiento médico en masa. La gente que había sido adicta ahora podía trabajar productivamente… porque se había establecido toda una nueva economía basada en satisfacer las necesidades sociales, incluyendo la capacidad de sembrar cultivos por el bien de la sociedad. De mayor importancia, lo más precioso eran las personas y su capacidad de estar sanas, aprender y contribuir”.

¿Qué representan las personas, y el potencial humano, para el sistema del capitalismo-imperialismo? Nada más que mercancías, y consumidores de mercancías, cuya función principal es producir ganancias para la clase capitalista. Y cuando envían los trabajos a otros países, donde la mano de obra es más barata, consideran que cada vez más personas, especialmente los jóvenes negros y latinos, no valen nada, y les niegan un futuro. En vista de la desolación de todo esto, sin duda exacerba y hasta causa algunas formas de enfermedades mentales como la depresión clínica seria. Para el sistema este, las personas que “no valen nada” pueden ser peligrosas. Como ha dicho Carl Dix: “Usan la encarcelación en masa como una forma de contrainsurgencia antes de que una insurgencia haya empezado”. Bajo tal sistema, no es de sorprender para nadie que criminalicen a los enfermos mentales y etiqueten a muchos quienes no se encajan y no “se acomodan para llevarse bien” como “enfermos mentales”.

Aún durante el tiempo en Estados Unidos cuando trataban a los enfermos mentales en instituciones de salud y no en las cárceles, esas instituciones se parecían a cárceles, y se subrayaba “la normalidad”, y no la salud. El objeto era que las personas actuaran de modos que se conformaran a las restricciones sociales de los tiempos. Aquellos que eran rebeldes, las mujeres con múltiples compañeros sexuales o los niños fuera del matrimonio, los jóvenes quienes desobedecían a sus padres enfrentaban a la posibilidad de la internación y la pérdida de años de la vida encerrados y drogados. Emplearon cosas como la lobotomía para “amansar” a las personas, y no para curarlas.

Al repasar la experiencia china, se ve lo que ha sido y lo que se puede llevar a cabo cuando el pueblo tiene el poder estatal. Mucho trabajo que BA ha hecho acerca de la importancia del papel del disentimiento, el cual es un elemento importante de la nueva síntesis de comunismo desarrollado por él, nos da bases aún mayores para transformar todo esto rápidamente. Sobre esta base, podemos utilizar la ciencia y el método científico para desarrollar tratamientos para las enfermedades mentales que liberen el potencial humano y edifiquen un mundo en el que pudiera florecer toda la humanidad.

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