Del Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar

La guerra civil de Yemen y el futuro del Golfo Pérsico

19 de agosto de 2015 | Periódico Revolución | revcom.us

 

29 de junio de 2015. Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar. A Yemen los está devastando una guerra civil que se ha vuelto mucho más sangrienta con la intervención extranjera. Arabia Saudita, en especial, actuando a la cabeza de una coalición de Estados árabes con el respaldo y equipamiento militar de Estados Unidos, está combatiendo por mantener su dominación sobre Yemen con tanta saña como si estuviera en juego el futuro de la Casa de Saud — y podría estarlo. Yemen es muy pobre, muy poblado, históricamente republicano y políticamente turbulento. En otras palabras, podría constituir una amenaza a la estabilidad de la red de monarquías petroleras que gobiernan la población acomodada y escasa, de los demás países del Golfo.

De las dos ciudades principales de Yemen, una, la estratégica ciudad portuaria de Adén, en el suroccidente, se ha dividido en dos. Los refugiados han ocupado la parte occidental de la ciudad que está bajo control del viejo régimen respaldado por los sauditas, no necesariamente porque lo apoyen sino porque allí pueden escapar del bombardeo saudita. Las calles están llenas de cadáveres y basura; no hay agua potable y escasean la comida, el combustible y los medicamentos. La capital, Saná, en el centro occidente, considerada una de las ciudades antiguas más hermosas del mundo, está en manos de los rebeldes hutíes aunque sujeta a constantes ataques aéreos de los sauditas. En el centro del territorio hutí, en la provincia de Saada en el norte, cerca de la frontera saudita, los combates están reduciendo a escombros de forma sistemática las casas y otras edificaciones.

Entretanto, Estados Unidos, además de respaldar al viejo régimen, se encuentra también activo en materia militar al suroriente, la parte menos poblada del país, lanzando ataques con drones [aviones no tripulados] y de otro tipo contra Al Qaeda —que irónicamente se beneficia de los ataques a los hutíes— y también matando veintenas de civiles allí.

Los ataques aéreos de la coalición liderada por los sauditas han matado a 2.600 personas y han dejado 10 mil heridos. Estados Unidos les “sugiere” blancos. Cerca de un millón de personas han abandonado sus hogares, según la ONU, que afirma que tres cuartos de la población del país están al borde de la inanición por el bloqueo naval que impide la entrada de importaciones de comida y combustible de los que depende el país. Este es otro aspecto de la estrategia militar diseñada para castigar y aterrorizar a la población. Enfermedades como el dengue y la malaria han empezado a extenderse. Mucha gente ha empezado a irse del todo de Yemen hacia el norte, a Somalia y Yibuti, y a Europa, uniéndose a los millones de refugiados expulsados de su tierra ante el aplastamiento y destrozos en mientras sus países.

La Primavera Árabe llegó a Yemen el 27 de enero de 2011, cuando miles de estudiantes y otros manifestantes empezaron a protestar en Saná. Las demandas iniciales eran contra el desempleo, la creciente pobreza y la corrupción, y también contra los planes de modificar la constitución de Yemen para permitirle a Ali Abdalá Saleh, presidente por más de 30 años, continuar gobernando, o que su hijo lo reemplace. Pronto los manifestantes le hacían a Saleh el llamado a emular a Ben Ali y Mubarak y renunciar.

En Túnez se dejó intacto el viejo Estado, y el viejo régimen pudo así regresar, y en el caso de Egipto esto fue mucho más obvio: los sauditas y Estados Unidos maniobraban bajo cuerda, pero Yemen ni siquiera experimentó la ilusión de una revolución. En noviembre de 2011 el Consejo de Cooperación del Golfo gestionó un acuerdo mediante el que Saleh le transfería el poder a su vicepresidente, Abdo Rabu Mansur Hadi, a cambio de que ni él ni su familia fueran enjuiciados.

A alrededor del 80 % de las personas en Yemen les hacen falta desesperadamente las necesidades básicas debido a la extrema pobreza a largo plazo agravada de modo drástico por los ataques de Arabia Saudita y los combates entre otras fuerzas reaccionarias. Arriba: Las personas reciben el agua potable de la ONU en las calles de Saná . Foto: YouTube / Naciones Unidas

Por supuesto, aunque las decisiones se tomaron en Riad y Washington, estas maniobras debían presentarse como la voluntad del pueblo yemení. En las elecciones presidenciales de febrero de 2012, Hadi, el único candidato, ganó con el 99,8 % de los votos. Al igual que en Túnez y Egipto, donde las elecciones también iban en contra de la revuelta popular, como resultado de este acuerdo, “la elite de Yemen en gran medida siguió intacta, las mismas familias y grupos tribales siguen controlando los recursos del país, las redes de clientelismo y las estructuras políticas. (Adam Hanieh, 2013, Lineages of Revolt, Haymarket Books, 2013). Pero a diferencia de Túnez y Egipto, la terminación del gobierno de Saleh hizo poco para apagar la revuelta.

El presidente estadounidense Barack Obama calificó a Yemen de modelo de transición pacífica en el Medio Oriente. Pero en agosto de 2014 el régimen comenzó a tambalear otra vez. Hubo varias semanas de protestas contra el gobierno desencadenadas por un alza sumamente impopular en el precio de los combustibles. Esta vez, los hutíes, un grupo tribal del norte que ha estado en rebelión contra el gobierno central durante la última década, empezaron a meterse mucho. Se apoderaron de Saná en septiembre de 2014. A comienzos de 2015, Hadi renunció y los hutíes se hicieron cargo del gobierno.

A finales de marzo de 2015 una coalición liderada por los sauditas inició el bombardeo a las posiciones de los hutíes. Aviones de combate de Egipto, Marruecos, Jordania, Sudán, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Qatar y Bahrein tomaron parte en la operación. Somalia puso su espacio aéreo, sus aguas territoriales y bases militares a disposición de la coalición. Estados Unidos proporcionó apoyo logístico y de inteligencia, incluyendo la búsqueda y rescate de pilotos de la coalición derribados. Y también aceleró la venta de armas a los Estados de la coalición, incluyendo bombas de racimo, prohibidas por la mayoría de países porque están diseñadas para matar y mutilar a la gente dentro de una amplia área en vez de para destruir blancos específicos. Estas municiones han matado a cientos y herido a muchos miles de masas yemenitas ya que han alcanzado escuelas, edificios residenciales, hospitales, mezquitas, estaciones de gasolina y otros blancos civiles. (Véanse los gráficos del New York Times en: nyti.ms/1D2Kh9K).

Arabia Saudita solicitó tropas de tierra a Pakistán, un país cuyo ejército es aliado de vieja data de Estados Unidos y que está cada vez más hipotecado al dinero saudita. El parlamento paquistaní votó por mantener la neutralidad, pero de todas formas el país aceptó proporcionar buques de guerra para ayudar a la coalición.

Muchos analistas y medios de comunicación tienden a resaltar el conflicto religioso entre sunitas y chiítas para explicar la intervención liderada por los sauditas en Yemen, haciendo referencia a los miembros de la coalición anti-hutí como “Estados árabes sunitas”. Pero el control de Yemen siempre ha sido un asunto importante para Arabia Saudita. Tan solo dos años después de fundar Arabia Saudita, Ibn Saud, su primer monarca, libró una breve guerra con Yemen en 1934. Los detalles del conflicto no son particularmente relevantes hoy pero su resultado fue el Tratado de Taif que por primera vez determinó oficialmente parte de la frontera entre los dos países. Desde entonces Arabia Saudita ha interferido continuamente en Yemen de diversas formas, desde respaldar a grupos monárquicos en la guerra civil de Yemen de 1962 a 1970, hasta castigar a Yemen por oponerse a la primera invasión de Estados Unidos a Irak (de 1990 a 1991).

Por medio de “ayuda” oficial y no oficial (mediante sobornos a líderes tribales), la cuestión de la frontera y el fomento de la rama wahabí del salafismo (fundamentalismo sunita) asociada con el trono saudita, Arabia Saudita ha trabajado constantemente para controlar a Yemen tanto como sea posible para impedir que se convierta en una amenaza a su propia estabilidad. La creciente islamización salafista del país bajo Saleh y los sauditas, que comenzó a mediados de la década de 1980, sacó a las mujeres de los mercados y de otros espacios públicos y las obligó a cubrirse casi por completo, junto con otras restricciones religiosas impuestas en una sociedad que era relativamente tolerante desde mucho tiempo atrás, tanto en las relaciones entre religiones (la mayoría sunita, chiítas, judíos y otros) como con la relación entre la religión y la vida pública.

El movimiento hutí, también conocido como Ansar Allah (Partisanos de Dios), dice que no se propone tomarse el país de forma permanente ni convertir en religión del Estado las creencias de su minoría, la variante saidista del chiísmo. De hecho, no todas las tribus hutíes son saidistas. Pero la religión es un factor importante, como en la cohesión del proyecto hutí de ponerle fin a la exclusión de las elites tribales hutíes de la estructura central de poder y obtener el “pedazo del pastel” que les negó el régimen de Saleh.

Los intereses geopolíticos de Irán, de desbaratar los objetivos sauditas, coinciden con las divisiones entre sunitas y chiítas. Pero el que esta guerra civil haya tendido a seguir deslindes religiosos no se debe a que la hayan atizado antiguas rivalidades entre gente de diferentes religiones que simplemente no pueden llevarse bien en Yemen, o ni siquiera el conflicto entre chiítas y sunitas a escala internacional. En realidad, en el pasado Arabia Saudita ha promovido sus intereses independientemente de los deslindes religiosos. Durante la guerra civil en Yemen (de 1962 a 1970), los sauditas, en alianza con el rey de Jordania y el Sha de la mayoría chiíta de Irán, respaldaron a los monárquicos chiítas contra la rebelión republicana mayoritariamente sunita.

Por lo menos en parte, la religión es un factor debido al creciente poder y la agresiva intolerancia del fundamentalismo islámico en general, y a que este elemento se entrelaza con los intereses geopolíticos de Arabia Saudita y Estados Unidos, y en segundo lugar de los de Irán. Estos intereses están en aguda y creciente oposición a los del pueblo yemenita.

La economía de Yemen está construida en torno a una pequeña elite proveniente del ejército, las tribus, la clase política y el sector privado. El sistema clientelar se basa en la renta de las exportaciones de petróleo y el acceso a la recién liberalizada economía. Cerca de 10 familias y grupos empresariales clave con estrechas conexiones con el expresidente controlan más del 80% de las importaciones, la industria manufacturera, el procesamiento, la banca, las telecomunicaciones y el transporte de mercancías. La mayor parte de la gente trabaja la tierra —aunque el agotamiento de las reservas de agua se ha convertido en una barrera para la agricultura— o son jornaleros en Yemen y en otros países del Golfo.

El aumento de la pobreza del pueblo es una forma en que la actual situación se conjuga con la muy importante ubicación geopolítica del país: el estrecho de Bab el-Manded, localizado entre Yemen y la península Arábiga, y Yibuti y Eritrea en el cuerno de África, y conecta el mar Rojo con el golfo de Adén. La mayor parte de las exportaciones del Golfo Pérsico que transitan por el canal de Suez y el oleoducto bajo el Mediterráneo también pasan por Bab el-Manded. Es una conexión estratégica entre el océano Índico y el mar Mediterráneo.

Los sauditas exageran el papel de Irán en Yemen para legitimar su intervención en este país. En realidad el respaldo iraní a los hutíes no es un factor de peso en el caos de Yemen. El respaldo de Irán a los hutíes es reciente, y el bloqueo naval restringe su capacidad de suministrarles armas. Parece que Irán quiere usar su influencia sobre los hutíes como una carta en sus negociaciones con Occidente.

La guerra de Arabia Saudita en Yemen no sería posible sin el respaldo de Estados Unidos. Washington está sumamente interesado por el control de los estrechos por los que fluye gran parte del petróleo del Medio Oriente. También le preocupan lo posibles peligros del fundamentalismo sunita en la región. Hasta el momento Estados Unidos ha considerado que la principal amenaza a sus intereses en la península Arábiga la representa Al Qaeda, concentrada en el escasamente poblado suroriente de Yemen y es blanco de los ataques con drones de Estados Unidos pero no de los ataques aéreos encabezados por los sauditas.

A medida que los hutíes trabajan para formar, sobre cualquier base posible, una amplia coalición contra los sauditas y su actual títere, lo que incluye el uso de unidades militares del viejo régimen y ahora hasta, paradójicamente, el mismo Saleh, Arabia Saudita parece contentarse con permitir que Al Qaeda florezca en tanto tenga como blanco a los hutíes. Ahora el Estado Islámico (EI) ha entrado de forma dramática en la escena con carros bomba y otros ataques en Saná, lo que expresa su objetivo de exterminar a los “infieles hutíes”. Parece que en la elite sunita hay respaldo al EI, pero el proyecto del EI de un califato es riesgoso para la monarquía.

Arabia Saudita, un lugar para la acumulación capitalista por sí mismo y que ya no un simple apéndice de Estados Unidos y Reino Unido, tiene todo el interés en mantener el injusto sistema económico y social y sus estructuras políticas en Yemen. A su vez, Arabia Saudita y sus aliados del Golfo son pilares del orden político, social y económico que el imperialismo ha impuesto en el mundo árabe, así como fuente de trastorno de este orden. Todos estos factores se entrecruzan poderosamente con la religión, incluyendo el ascenso del fundamentalismo en la región e incluso en el mundo.

Por tanto la posición de Estados Unidos es compleja: aunque respalda a Arabia Saudita en esta guerra, sus objetivos no son los mismos y está interviniendo independientemente de los sauditas, de Qatar (donde una flota naval de Estados Unidos tiene un base) y su coalición.

Muchos de los jóvenes de Yemen, en un país en el que la mitad de la población tiene menos de 20 años, saben que no hay futuro para ellos en el sistema. Arabia Saudita lo sabe. Irán y Estados Unidos también. Es por eso que Yemen se ha convertido en un foco de crisis, una fuente continua de convulsión en el Golfo Pérsico y el Medio Oriente en su conjunto, una región que cada vez se vuelve más y más explosiva.

 

El Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar es un servicio de Un Mundo Que Ganar, una publicación política y teórica inspirada por la formación del Movimiento Revolucionario Internacionalista, el centro embrionario de los partidos y organizaciones marxista-leninista-maoístas.

 

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