Notas de nuestro corresponsal en Flint, primera parte

Cómo el ghetto del Lado Norte se convirtió en el epicentro del envenenamiento por plomo

Alan Goodman | Actualizado 27 de marzo de 2016 | Periódico Revolución | revcom.us

 

29 de febrero 2016. En los pocos días que pude estar en Flint, Michigan, recientemente, me encontré con personas de diversos sectores sociales para quienes la vida se había vuelto patas arriba al enterarse de que el agua que tomaban, servían a sus clientes y mezclaban con la fórmula de sus bebes estaba envenenada por el plomo en el sistema de suministro de agua.

En muchas manzanas del barrio pobre del Lado Norte de Flint, hay más casas abandonadas que las habitadas. He aquí una casa con “RIP” (descanse en paz) en homenaje a tres personas cuyas vidas fueron robadas cuando eran demasiado jóvenes. A los ojos de este sistema eran “personas desechables”. Foto: Especial para Revolución/revcom.us

Existe una indignación generalizada ante el hecho de que las autoridades tomaron una decisión tras otra sin considerar el bienestar de la población. Los funcionarios del gobierno negaron que hubiera peligro, marginaron y se burlaron de los que denunciaron lo que estaba pasando, hasta el momento en que fue imposible ocultar la crisis. Dejados sin ayuda, los que tenían recursos se apresuraron a comprar filtros que según los manufactureros sacan el plomo del agua. Unos pequeños negocios luchan por convencer a una burocracia imposible para que les dé ayuda de emergencia. Otras personas, si pueden, se han mudado de la ciudad hasta lugares donde el agua no esté contaminada.

Y luego está la situación en el Lado Norte de Flint, el sector más oprimido, donde vive gente negra pobre. Este ghetto está al norte del alcantarillado tóxico que se conoce como el río Flint, que corre del este al oeste por toda la ciudad. Cuando recorrí el Lado Norte, de casa en casa, acompañado de un integrante del Club Revolución, nos sorprendió la cantidad de viviendas abandonadas, de las cuales se habían arrancado las puertas y cualquier cosa que se podía vender. Vimos una casa con las letras RIP [en paz descanse] en honor de tres diferentes personas — vidas robadas demasiado temprano, personas empujadas a tomar medidas desesperadas para sobrevivir. Para el sistema éstos son los “desechables”, a quienes hay que aislar y temer.

Los habitantes del Lado Norte estaban entre los últimos en saber del agua contaminada. Aquí no tienen los recursos para lidiar con ello. En una entrevista que le hice a Michael Pitt, un abogado que representa a las víctimas del envenenamiento por plomo en una demanda colectiva, me contó de una abuela que, para conseguir que sus nietos tomaran cantidades saludables de agua, le echaba azúcar extra y Kool-Aid al agua desagradable que salía del grifo, sólo para enterarse después, horrorizada, que era venenosa.

Informaron muy tarde a la gente del Lado Norte acerca del envenenamiento por plomo de su agua. Ellos no tienen casi ningunos recursos para lidiar con la situación. Foto: Revolución/revcom.us

En este momento, han suministrado filtros de agua a las personas en el Lado Norte con quienes hablamos. Pero sin capacitación en cómo usarlos, sin medidas para monitorearlos con frecuencia, para hacer pruebas de la efectividad del elemento del filtro y reemplazarlos regularmente, estos filtros serán inútiles. Y aparte de un rótulo solitario que aconseja a la ciudadanía a no hervir el agua, no existen tales recursos. En el Lado Norte, el agua venenosa entró y sigue entrando en sus viviendas.

Muchos de los que conocimos no tenían acceso, o tenían mínimo acceso, a las medidas para hacer pruebas del agua. Y tienen mucho menos acceso al tipo de alimentos ricos en vitaminas que se recomienda para combatir los efectos en el cerebro de niños contaminados por el plomo. Un señor con que hablamos viajó a una estación de bomberos para hacerse la prueba de envenenamiento por plomo, pero después de 10 días no le habían dado los resultados. Muchos dijeron que la asquerosa agua había agravado su diabetes, una epidemia entre los afroamericanos.

La gente del Lado Norte tampoco tiene acceso a la educación para los que tienen necesidades especiales ni la ayuda que ellos y sus hijos requieren para lidiar con los efectos desgarradores del envenenamiento por plomo.

A los que manejan este sistema “no les importamos”… y aunque quisieran no podrían hacer nada diferente

Una señora cuyo esposo había trabajado por décadas para General Motors (GM) me dijo: “Los negros pusimos en ruedas a este país, y ahora que nos han exprimido la vida, ya no les importamos”. Es verdad. Y de hecho los que manejan el sistema no podrían hacer nada diferente aunque lo quisieran.

Bajo este sistema capitalista, todos los capitalistas (como las grandes compañías automotrices) compiten con otros capitalistas de otras partes del mundo. Todos son impulsados por la ley de “expandir o morir” para ganarle a la competencia — o naufragar. Para lograr eso, para sobrevivir, siempre buscan la manera más barata de hacer las cosas. Eso requiere hacer recortes de los gastos donde sea posible. Requiere saquear el medioambiente, abandonar en ruinas las fábricas, trasladar la producción a otras partes del mundo. Requiere buscar los salarios más bajos, de mayor explotación. Requiere abandonar a millones de personas sin medios para sobrevivir. Esas son las reglas del sistema.

Y los valores y puntos de vista que surgen del sistema, y a la vez lo sirven, se vuelven dominantes en la sociedad, infectando todo, con consecuencias devastadoras para la gente. Eso es lo que se expresó cuando una enfermera le dijo a la mamá de una criatura con daños al cerebro por el plomo: “Son sólo unos cuantos puntos de CI… no es el fin del mundo”.

Considérese cómo sucedió eso en Flint, una ciudad que en un momento fue un pueblo fabril de la compañía GM con una población de 200.000 personas. Hoy es una ciudad en ruinas con una población reducida a la mitad, una base tributaria casi inexistente, y sin futuro para la mayoría de los residentes.

Hace unas pocas generaciones, a lo largo de los Grandes Lagos surgió un enorme complejo industrial, interconectado desde las minas de hierro en Minnesota hasta las fábricas de hule en Akron y las acererías en Chicago y Cleveland, desde las minas de carbón del valle del Río Ohio hasta Buffalo en la costa del este. Un elemento clave fue la industria automotriz con sede en Detroit. Flint —97 kilómetros al norte de Detroit— fue sede de General Motors que en cierta época tuvo 80.000 empleados en esa ciudad.

Pero todo eso no resultó de acuerdo a ningún plan maestro. Nadie dijo: “¡Construyamos esta gran industria de una manera lógica para la gente del mundo, que conserve el medio ambiente, que construya lo que la gente necesita y les dé oportunidad a todos, en particular a los sectores de la sociedad que históricamente han sufrido la discriminación, y que sirva para eliminar toda la explotación y opresión en el mundo!” De hecho, la evolución de la industria automotriz de Estados Unidos no fue, en el sentido más fundamental, producto de ningún plan. El capitalismo simplemente no funciona así.

Sí, hubo planeadores y “visionarios” del desarrollo capitalista, como los dueños de GM que construyeron Flint para ser su base manufacturera. Pero sus planes y visiones se elaboraron fundamentalmente en el marco de la anarquía del desarrollo capitalista. Les convenía a las diferentes unidades de capital rivales (en la forma de compañías automotrices) ubicarse en la zona de Detroit, debido a factores como la existencia de recursos naturales y enlaces de transporte que posibilitaron esta forma eficaz y muy competitiva de fabricar carros para los mercados estadounidenses e internacionales.

Visto a través de la lente distorsionada y corta de miras del capitalismo, hacer las cosas así “funcionó”. En 1950, aproximadamente el 90 por ciento de todos los automóviles del mundo se fabricaron en Estados Unidos, la inmensa mayoría de ellos en Detroit y los alrededores. Pero incluso durante ese período, la industria automotriz estadounidense se caracterizó por una tremenda anarquía y caos. Durante el auge de la industria automotriz estadounidense, nacieron y después se desvanecieron más de cien compañías automotrices o sus divisiones y marcas, incluidos American Motors, Kaiser, Nash, y Studebaker. Los “sobrevivientes” eran los que podían fabricar vehículos a precios más baratos, pero cuyo valor superaba el valor atribuido a la competencia. Absorbieron a sus rivales o los obligaron a cerrar, dejando en pie a las “Tres grandes” (GM, Ford y Chrysler).

Hoy, las mismas fuerzas anárquicas del capitalismo que crearon la industria automotriz con su centro en Detroit, han dejado a vastas regiones de Estados Unidos como yermos urbanos de fábricas abandonadas y herrumbradas.

¿Cómo sucedió eso? Se debió a una combinación de factores —repito, nada fue planificado— en el mundo cada vez más globalizado del capitalismo-imperialismo. La ironía, y esto ilustra una vez más la anarquía y la falta de planificación del capitalismo, es que la victoria del imperio estadounidense en la Segunda Guerra Mundial tuvo mucho que ver con el fin de la dominación estadounidense de la industria automotriz.

¿Cómo es eso? Cuando Estados Unidos salió de los horrores de la Segunda Guerra Mundial como el dominante país capitalista imperialista del mundo, también se enfrentó a una rebelión global contra el imperialismo. Como parte de eso, la Unión Soviética y China, ambos países socialistas, representaban la posibilidad de una sociedad totalmente distinta. En esas circunstancias, los gobernantes de Estados Unidos animaron y facilitaron la reactivación económica de los perdedores de la Segunda Guerra Mundial, Alemania (Occidental) y Japón, para que sirvieran de contrapeso y fuerza de oposición a los estados socialistas y la revolución.

La devastación horrenda de la Segunda Guerra Mundial en esencia destruyó la base industrial de Alemania y Japón. Al reconstruir su industria automotriz desde cero, estos dos países estaban en posición de invertir en tecnología más de punta y eficaz, incluidas cadenas de montaje automatizadas. Podían fabricar más carros con menos trabajadores y venderlos a precios más bajos que las compañías estadounidenses, y aún conseguir utilidades. El resultado fue que los Toyotas, los Datsuns, y los “Escarabajos” de VW socavaron la dominación estadounidense del mercado de autos más económicos, y luego el mercado automovilístico en general.

La intensidad de la competencia por dominar el mercado automovilístico mundial subió a un nivel totalmente nuevo tras la restauración del capitalismo en China en 1976, y después con el derrumbe de la Unión Soviética (la cual dejó de ser una sociedad socialista a mediados de los años 1950). Los rápidos cambios dramáticos en la integración de la economía mundial, en transporte, comunicaciones y tecnología, suscitaron una aceleración vertiginosa de los cambios anárquicos en la industria automotriz mundial.

¿Sabe de alguien más —que sea persona u organización— que ha podido desarrollar un verdadero plan para una sociedad radicalmente diferente, en todas sus dimensiones, y una CONSTITUCION para codificar todo esto? — Un mundo diferente ES posible — Lea o pida en línea la Constitución para la Nueva República Socialista en América del Norte (Proyecto de texto).

Literalmente se abandonó gran parte de la capacidad de la industria automotriz estadounidense y se la dejó a herrumbrarse, mientras las compañías automotrices estadounidenses trasladaron su producción al Sur de Estados Unidos y a países donde se podía pagar menos a los trabajadores y explotarlos más despiadadamente. Construyeron nuevas fábricas con tecnología más de punta, lo que redujo radicalmente el número de trabajadores necesarios para producir un auto. Actualmente, muchos trabajadores automotrices, particularmente en el Sur donde no hay sindicatos, reciben sólo $15 por hora. Incluso con esos cambios traumáticos, Estados Unidos ocupa actualmente una posición muy por debajo de China, Japón, Alemania, y hasta por debajo de Corea del Sur y la India en la producción de autos. Hoy, las compañías automotrices estadounidenses, racionalizadas, eficientes y más automatizadas, fabrican aproximadamente el 15 por ciento de los carros del mundo. Mientras tanto, sigue aumentando el ritmo y la intensidad de la competencia mundial para fabricar autos más eficazmente y con menos costos.

¿Y qué pasó con los trabajadores de la industria automotriz o de industrias relacionadas que quedaron sin trabajo debido a todos esos cambios? ¿Les capacitaron para nuevos trabajos? ¿Les dieron un trabajo satisfaciendo las muchas necesidades de la sociedad? No, en esencia porque hacerlo no resultaría en ganancias. En el capitalismo, cada innovación en tecnología, comunicaciones y transporte, en lugar de facilitar y mejorar la vida de la gente, deja a millones de personas reales “obsoletas.” Para el sistema, la vida de esta gente no vale nada. Las grandes contribuciones que muchas personas podrían hacer al mundo quedan estranguladas por el funcionamiento de un sistema inservible.

¿Cómo llegó a ser el Lado Norte de Flint la zona cero del envenenamiento por plomo?

En ese contexto, ¿cómo es que el Lado Norte de Flint, donde viven los negros pobres, llegó a ser el lugar donde el agua contaminada por plomo ha tenido, y sigue teniendo, el mayor impacto? ¿Por qué la cobertura mediática no ha dicho nada sobre la severidad y la concentración de la crisis ahí? Aquí vemos una convergencia de la anarquía que es un distintivo del capitalismo y de las políticas conscientes que en general provienen de ésta y la sirven, específicamente la supremacía blanca.

Cuando General Motors desarrolló la ciudad de Flint, atrajo a trabajadores de Europa del Este y Europa del Sur, de los Apalaches y Alabama. Pero todo eso ocurrió en una sociedad que tenía, y tiene, un sistema de castas como base. Este sistema de castas, que define sistemáticamente al pueblo negro como menos de seres humanos, tenía y tiene sus raíces en el papel distintivo que la esclavitud desempeñó en convertir Estados Unidos en el imperio rico y poderoso que es actualmente.

Al terminar la esclavitud formal, no se integró al pueblo negro como iguales en la sociedad estadounidense. Durante el corto período de la Reconstrucción y las siguientes décadas de explotación despiadada en trabajar la tierra, con el terror de las chusmas de linchamiento del Jim Crow, el pueblo negro se forjó como una nación oprimida dentro del territorio de Estados Unidos, principalmente como aparceros en las regiones del Sur que anteriormente eran las regiones de plantaciones esclavistas.

Durante décadas, se aseguraba por la fuerza que los negros siguieran trabajando la tierra... hasta que las necesidades del capital —la creciente industria que “despegó” en los años 1890— creó una demanda por la mano de obra negra. Pero debido a su condición de nación oprimida sin derechos democráticos, se les “integró” a la fuerza laboral como un sector súper explotado, que tenía los trabajos más peligrosos y de menos pago. Fueron los últimos en ser empleados y los primeros en ser despedidos. Eran víctimas de arrendadores despiadados y pequeños comerciantes en los ghettos segregados donde se les obligaba a vivir. Todo eso se reforzaba mediante leyes, políticas del gobierno y violencia policial.

Esta súper explotación del pueblo negro, particularmente durante el período de la “gran migración” de seis millones de negros del Sur rural a las fábricas del Norte y del Sur (de aproximadamente 1910 a comienzos de los años 1970) era un factor importante en el éxito de la industria automotriz estadounidense. Contribuyó a que GM y las demás compañías fabricaran autos de forma más barata, que los vendieran a precios menores de los de la competencia, y que maximizaran las ganancias.

Algo igualmente crítico para el funcionamiento de este sistema: El “pegamento” de la supremacía blanca ha sido, y es, central a la cohesión social de Estados Unidos. Los trabajadores, en particular los de Europa, llegaron a Estados Unidos con sus propios prejuicios nacionalistas, y muchas veces influenciados por una política radical anti-capitalista. Pero al llegar a Estados Unidos, se les alentaba y se les condicionaba a identificarse no como polacos o italianos, irlandeses o judíos, alemanes o ucranios, y mucho menos como parte de una “clase obrera”, según se los veía abiertamente en Europa. Al contrario, se les alentaba y se les condicionaba a verse como estadounidenses blancos, y a identificar sus intereses, en gran medida, con los intereses del sistema, debido a los privilegios que su condición de “estadounidenses blancos” les confería.

Flint era emblemático de eso. El Instituto General Motors en Flint capacitó a hombres blancos para ser ingenieros industriales y administradores, lo que creó una cultura de “movilidad social ascendente”... para los blancos. De hecho, hasta la actualidad, casi el 90 por ciento del estudiantado del instituto (que ahora lleva el nombre Universidad Kettering en honor a un ex ejecutivo de GM), es blanco (y el 85 por ciento es masculino) en Flint, una ciudad con una mayoría negra.

GM construyó casas de tres recámaras para los trabajadores blancos de Flint, con una condición, estipulada en contratos legales formales: que no las vendieran a nadie que no fuera “caucásico” (blanco). Mientras tanto, justo al norte del río Flint, un río que GM utilizaba como vertedero de desechos tóxicos, se construyeron “viviendas chapuzas”, como las describió un activista, para los negros. La construcción de esas casas fue cualitativamente peor, y la gente que vivía en ellas tenía muy poco acceso a los recursos para modernizarlas con el transcurso de las décadas, si es que lograran no perderlas.

Un activista a quien conocí en Flint, un hombre sesentón, me dijo que durante su niñez en Flint no tuvo interacción alguna con los negros del Lado Norte: “Nadie cruzaba el río Flint”. Mientras la expansión del sistema nacional de carreteras aceleró el tránsito del comercio y de las personas que iban al trabajo, la lógica del sistema, incluido el papel clave que la supremacía blanca desempeña en la vida ideológica y en el toma y daca político cotidiano del sistema, exigió la “remoción urbana” y la construcción de carreteras que aislaron más al Lado Norte.  Junto con el creciente aislamiento y desesperación, se satanizaba a los habitantes del Lado Norte como criminales violentos. Si se busca las palabras “Flint” y “North Side” (Lado Norte) en línea, casi sólo aparecerán reportajes sobre delitos.

¡Naturalmente, podría escribir algo similar acerca de casi toda ciudad grande o mediana de Estados Unidos hoy! Y muchas de ellas tienen agua contaminada por plomo que ha tenido terribles consecuencias para los negros y los latinos.

Por todas las razones que he tratado de indicar, este sistema no puede desenredar y deshacer la supremacía blanca que está profundamente arraigada en el tejido de Estados Unidos. Ejemplo: A pesar de toda la indignación, protestas y revelaciones, ¡el Congreso ha estado poco dispuesto a financiar el reemplazo de la tóxica tubería de plomo en Flint!

Abordar en serio la crisis de los barrios pobres requería que toda la manera en que se planea la producción y la distribución —lo que incluye cuáles cosas se producirían, dónde, cómo y para quiénes— tome en cuenta en serio arrancar de raíz esa opresión como una parte de la economía socialista.1 Considerémos sólo una dimensión: para apenas aliviar un tanto de la opresión del pueblo negro se requeriría una enorme inversión de toda clase de recursos destinados a las zonas urbanas, y eso de ninguna manera concuerda con las anárquicas fuerzas impulsoras que determinan la inversión bajo el capitalismo, el que, para repitir, es la incansable búsqueda de ganancias en una sanguinaria contienda internacional con rivales.

Y, desde el punto de vista de la clase dominante capitalista, desarraigar la mentalidad de la supremacía blanca que siempre le ha servido para mantener el orden social sería traumático, casi suicida. Considere, por ejemplo, cuánta cuerda le ha dado la clase dominante a Donald Trump para azuzar la supremacía blanca en tiempos de polarización social y enajenamiento generalizado. Como se indicó arriba, el sistema ha inculcado este veneno en la mente de los estadounidenses blancos, y para cambiar todo eso se exigiría enormes trastornos sociales — lo que incluye la necesidad de ganar a grandes sectores de los jóvenes blancos a rechazar esa mierda repugnante.

Estas dos cosas —la transformación de la base económica de la sociedad y la lucha política e ideológica que estallaría en toda la sociedad— son absolutamente necesarias. No es posible hacer eso bajo el capitalismo. Sólo es posible y sólo se llevará a cabo en realidad como una dinámica central en una sociedad socialista. En una sociedad revolucionaria socialista, arrancar de raíz esta opresión no requerirá pasar primero por el criterio de cómo va a afectar las ganancias — o sea, la posibilidad de acumular el capital. Y eso marcará toda la diferencia. La Constitución para la Nueva República Socialista en América del Norte, escrita por Bob Avakian, es un plan y marco para esa sociedad revolucionaria, y es algo que todos los que rehúsan aceptar que este es el mejor de todos los mundos posibles deben estudiar y dar a conocer.

Un genocidio lento...

Los negros pobres, incluidos los jóvenes de los ghettos —con sus comportamientos frecuentementes rebeldes, su energía, creatividad y capacidad de transformarse a sí mismos y al mundo—, tienen mucho que contribuir a la humanidad. Pero cómo ha evolucionado el capitalismo —para repetir, a través de políticas conscientes, pero más fundamentalmente debido a su naturaleza anárquica— no tiene lugar para millones y millones de personas atrapadas en los ghettos, barrios como el Lado Norte de Flint. Para la clase dominante de este Estados Unidos, esa gente es superflua.

Los que manejan este sistema y los que elaboran sus políticas recuerdan muy bien los años 1960 y los levantamientos poderosos en masa del pueblo negro contra su opresión que desataron agitación, protestas y rebeliones por toda la sociedad. Como resultado privan a los jóvenes negros de acceso a empleos y educación, les canalizan hacia la encarcelación en masa, les sometan a una epidemia de terror y asesinato policial, y para el colmo les demonizan y culpan de las condiciones desesperadas en las que les ha puesto el funcionamiento de este sistema.

Al mismo tiempo, los gobernantes de Estados Unidos se hacen pasar como los mayores paladines de los derechos humanos. Por tanto lo que tenemos es un genocidio lento… uno que no “lleva el nombre” pero que no deja de ser el genocidio… un genocidio lento que podría convertirse en un genocidio rápido.

Todo esto —las maneras en que este sistema hace lo que hace— se ha cuajado para hacer que el impacto del envenenamiento por plomo sea más extremo en el Lado Norte de Flint, entre personas que este sistema preferiría ver muertas.

¡No se lo puede permitir… esto no puede y NO TIENE que seguir así!

¡Hay que mandar ayuda a la gente en Flint YA! ¡No podemos permitir que las autoridades responsables por envenenar el agua en Flint encubran esta crisis! Y se debe abordar en serio las graves necesidades específicas de los vecinos del Lado Norte. Necesitan agua potable, verdadero cuidado médico y ayuda permanente y a largo plazo para lidiar con el doloroso y terrible impacto del envenenamiento por plomo. Y según todos los expertos y activistas informados, lo que está pasando en Flint con el agua es apenas la punta del iceberg.

El crimen de agua envenenada en curso en Flint no se debe a que el sistema no esté funcionando como debería. El problema es que el capitalismo es un modo de producción que no tiene nada que ofrecerle a la humanidad y no debemos tolerarlo ni un minuto más de lo necesario.

 

1. La Constitución para la Nueva República Socialista en América del Norte analiza los tres criterios globales para una economía socialista: 1) Avanzar la revolución mundial a fin de arrancar de raíz toda explotación y opresión y emancipar a toda la humanidad; 2. Satisfacer las necesidades sociales, crear una riqueza material común que contribuya al desarrollo general de la sociedad y de los individuos que la conforman, y superar las grandes divisiones entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, la ciudad y el campo, las diferentes regiones y nacionalidades, y el hombre y la mujer; y 3) Proteger, conservar y mejorar los ecosistemas y la biodiversidad del planeta para las actuales y futuras generaciones. [regresa]

 

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