American Crime

Caso # 92: Ronald Reagan condena a 180.000 hombres gay y otros a la demonización y la muerte por SIDA

(Parte 1)

22 de junio de 2016 | Periódico Revolución | revcom.us

Bob Avakian escribió recientemente que una de las tres cosas que tiene “que ocurrir para que haya un cambio duradero y concreto hacia lo mejor: Las personas tienen que reconocer toda la historia propia de Estados Unidos y su papel en el mundo hasta hoy, y las correspondientes consecuencias terribles”. (Ver “3 cosas que tienen que ocurrir para que haya un cambio duradero y concreto hacia lo mejor”).

En ese sentido, y en ese espíritu, “Crimen yanqui” es una serie regular de www.revcom.us. Cada entrega se centrará en uno de los cien peores crímenes de los gobernantes de Estados Unidos, de entre un sinnúmero de sanguinarios crímenes que han cometido por todo el mundo, de la fundación de Estados Unidos a la actualidad.

American Crime

La lista completa de los artículos de la serie Crimen Yanqui

 

EL CRIMEN

En 1981, al comienzo de la presidencia de Ronald Reagan, una epidemia de SIDA estalló en los Estados Unidos. Durante cuatro años, Reagan se negó cuidadosamente a pronunciar siquiera la palabra “SIDA” en público. En 1987, la primera vez que Reagan abordaría el SIDA de modo concreto, la plaga ya había matado a más de 180.000 personas en Estados Unidos. (Las cifras de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades).

La pérdida era insoportable. Amigos y amantes se vieron contagiados por (lo que al principio era) una enfermedad aterradora y misteriosa que dejaba a las personas consumidas, sin poder comer, cubiertas de llagas cancerosas y —en todos y cada uno de los casos— muertas.

Gran parte de las primeras víctimas del SIDA eran hombres gay. Otras concentraciones de víctimas eran inmigrantes haitianos, prostitutas y consumidores de drogas intravenosas. Eran todos seres humanos, pero sus vidas importaban poco o nada a los que gobiernan Estados Unidos. En lugar de la investigación urgente de una cura y el cuidado compasivo fueron sometidos a los prejuicios, la discriminación y el odio.

ACT UP demonstrators, angry with the government's response to the AIDS crisis, shut down the Food and Drug Administration, Rockville, MD, October 1988.

Manifestantes de ACT UP, enojados por la respuesta del gobierno a la crisis del SIDA, bloquearon y cerraron la Administración de Alimentos y Medicamentos, Rockville, Maryland, octubre de 1988. (Foto: AP)

Los funcionarios y organismos gubernamentales y las instituciones de la clase dominante fomentaron la paranoia y el odio. Altos funcionarios del gobierno propusieron que acorralaran a las personas infectadas con el SIDA y las encerraran en campos de concentración.

Los esfuerzos de investigación avanzaron a un ritmo criminalmente lento por años, bloqueados por una falta de fondos suficientes del gobierno y una industria farmacéutica gobernada por la competencia por las ganancias que, en ese momento, no vio un “mercado” rentable para el tratamiento del SIDA. El impacto de milenios de prejuicio contra la gente gay —lo que persiste en formas virulentas bajo el capitalismo— estableció un feo clima sombrío en cuanto a la manera en que demasiada gente en la sociedad respondió al SIDA, especialmente al principio. Aquellos en la comunidad de los hombres gay que estaban en la vanguardia de la lucha contra el SIDA tenían que enfrentarse a eso —y sí lo hicieron heroicamente— y tenían un impacto profundo y positivo en la sociedad.

Las víctimas morían sin tratamiento en los refugios para los sin techo. Morían después de ser expulsadas ​​del hospital cuando se agotó su seguro médico. Demasiadas veces morían solas, desechadas por una sociedad que las marginaba como parias por su orientación sexual, su nacionalidad o su existencia en los márgenes de la sociedad. Morían porque temían acudir a la prueba de SIDA, bajo la amenaza constante de ser detenidas por el gobierno.

Lo criminal es que miles y miles de personas, en el país más rico del mundo, sufrieron mucho más que lo que deberían y murieron innecesariamente del SIDA durante los años de Reagan. Incluso antes de que se entendieran la naturaleza y las causas del SIDA, incluso antes de que el SIDA se identificara como una enfermedad específica, los activistas de la comunidad gay, los trabajadores de salud pública y otros identificaron las prácticas sexuales y otras actividades (como el compartir de agujas) mediante las cuales la enfermedad se propagaba. Desarrollaron formas populares de educación sexual y de acción, incluida la distribución gratuita de condones, que salvaron vidas. Sin embargo, sus esfuerzos para educar a la comunidad gay y otros sectores de la población afectados —en especial la gente negra y latina en los barrios oprimidos— eran censurados por los altos funcionarios del gobierno que los consideraban incompatibles con la moral tradicional basada en la Biblia. Leyes estatales, locales y federales bloquearon la distribución de condones así como el intercambio de agujas que tenía el objetivo de combatir la propagación del SIDA y otras enfermedades a través de agujas compartidas. (Incluso hoy en día muchos estados no han despenalizado el intercambio de agujas). Y mientras tanto, el SIDA se propagaba y mató a muchas más personas de lo necesario.

LOS CRIMINALES

Él que encabezó la guerra estadounidense contra las víctimas del SIDA —con saña y durante ocho años infernales— fue el presidente Ronald Reagan. Reagan impidió que se financiara todo menos un mínimo de investigación, tratamiento y educación. Año tras año tras año, Reagan se negó a pronunciar siquiera la palabra “SIDA” mientras la plaga se propagaba, fomentando con ese silencio la negligencia, la mofa y la marginación de las víctimas del SIDA. Reagan promovió y se rodeó de fascistas cristianos como Jerry Falwell, quien condenó a las víctimas del SIDA: “Ustedes no pueden agitar el puño en la cara de Dios y salirse con la suya”.

Las grandes compañías farmacéuticas al principio no vieron ningún incentivo rentable, y por lo tanto ninguna urgencia, para dedicar los recursos necesarios para la investigación para salvar vidas, y más tarde compitieron entre sí para desarrollar tratamientos, impidiendo que los investigadores compartieran sus descubrimientos, así retrasando el desarrollo de un tratamiento eficaz.

Y los medios de comunicación grandes (de la clase dominante) jugaron su papel al hacer caso omiso de la epidemia del SIDA o divulgar información errónea que causó el pánico.

LA COARTADA

Cuando finalmente Reagan se encontró obligado a explicar por qué su gobierno no sólo había hecho caso omiso del SIDA sino que había fomentado la ignorancia, contó un chiste en que en efecto dijo que, dado que se había opuesto y destruido todos los programas que abordaban las necesidades humanas, ¡¿por qué debería comportarse de modo diferente con respecto a las víctimas del SIDA?!

EL MOTIVO

La clase dominante seleccionó a Reagan para revertir los cambios positivos en la sociedad productos de las luchas feroces de la década de 1960 contra la guerra en Vietnam, contra la supremacía blanca y la supremacía masculina. En los años de Reagan, el imperio Estados Unidos también enfrentaba un desafío serio de la Unión Soviética. Parte del cometido de Reagan era el de soldar un sector de la gente que serviría de una base para una reestructurada sociedad estadounidense más abiertamente reaccionaria — una sociedad de “menos concesiones y más golpes”, una más abiertamente supremacista blanca y supremacista masculina. La deshumanización y ostracismo de la gente gay fue un elemento importante en esto.

LOS HÉROES QUE SE OPUSIERON AL CRIMEN

En contra de todo esto surgieron héroes que lo dieron todo para DETENER este crimen. El luchador por los derechos gay, Larry Kramer, desafiantemente convocó a la gente a ¡Act up! [¡Actuar!] ¡Luchar! ¡Luchar contra el SIDA! Cuando se le preguntó por qué no existía ningún sentido de urgencia en la respuesta del gobierno al SIDA, Kramer denunció al gobierno por no dar valor a la vida de la gente gay, los negros, los latinos, los consumidores de drogas intravenosas y las prostitutas. Exigió que la gente se fuera a las calles y luchara por sus vidas.

Además, un número importante de científicos e investigadores médicos, junto con pacientes de SIDA y trabajadores de salud pública, trabajaron sin descanso y frente a la denegación de recursos en busca de tratamientos. Lucharon para exigir acción más rápida de parte del gobierno y la industria farmacéutica. Y denunciaron y desmintieron la superstición e ignorancia acerca del SIDA y sus víctimas.

LA REINCIDENCIA

En las décadas después de Reagan, los contornos de la crisis del SIDA han cambiado radicalmente. La tasa de personas que mueren de SIDA en Estados Unidos en general siguió aumentando cada año hasta alrededor de 1995 —más de 40.000 personas murieron ese año en Estados Unidos— y luego comenzó a disminuir a medida que el tratamiento se volvía más eficaz y disponible. Hoy en día los más afectados por el SIDA en Estados Unidos son los hombres negros que tienen sexo con hombres, y otras personas que todavía se encuentran marginadas del acceso al tratamiento por una serie de factores relacionados con la opresión del pueblo negro en general en la sociedad estadounidense.

Al mismo tiempo, en escala mundial, la epidemia del SIDA es en realidad exponencialmente peor que lo que era bajo Reagan. Unas 34 millones de personas en todo el mundo han muerto de SIDA y unas 650.000 en Estados Unidos. Vamos a tratar esto en una futura entrega de esta serie.


Las principales fuentes de este artículo son:

And the Band Played On: Politics, People, and the AIDS Epidemic [Y la banda siguió tocando: Política, personas, y la epidemia del SIDA], de Randy Shilts.

La película de HBO de 2012, How to Survive a Plague [Cómo sobrevivir a una plaga].

Ambos son condenaciones poderosas y valiosas de los crímenes contra las personas con SIDA en esa época. Las conclusiones y el marco de este artículo son, por supuesto, nuestros.

 

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