La verdad sobre la revolución maoísta en Tibet

La vida bajo el Dalai Lama en el exilio

Obrero Revolucionario #766, 24 de julio, 1994

A mediados de la década de 1950, los siervos de Tibet, inspirados por la revolución china, empezaron a invadir tierras de los lamas y de la aristocracia. En respuesta, la clase dominante feudal hizo una alianza secreta con la CIA y organizó resistencia armada en 1957 y 1959, pero fue derrotada y el Dalai Lama huyó a la India.

La mayoría de la clase dominante y mucha gente conservadora de otras clases siguieron al Dalai Lama, principalmente entre 1959 y 1963. Pocos se fueron después de 1965. Se calcula que de 30.000 a 100.000 tibetanos prefirieron el exilio a la revolución.

En la frontera los esperaban agentes de la CIA para organizarlos contra la revolución maoísta. Crearon un ejército anticomunista y montaron una máquina de propaganda para "dar a conocer su historia" (debidamente adulterada) al mundo.

En Estados Unidos se formó a la carrera un "Comité Americano de Emergencia pro Refugiados Tibetanos" en marzo de 1959, a la cabeza del periodista ultraconservador Lowell Thomas y del magistrado anticomunista de la Suprema Corte William O. Douglas. Duró poco y su misión fue canalizar dinero a la India para los refugiados tibetanos. El historiador de Tibet A. Tom Grunfeld escribe: "Aunque todavía no se conoce toda la historia del comité, mucha especulación y pruebas circunstanciales indican que una gran fuente de financiación fue la CIA".

Los refugiados también tropezaron con la corrupción de los empleados del gobierno hindú en la frontera. Grunfeld informa que un refugiado se quejó de que la corrupción y la mordida "eran tan comunes en India como en Tibet".

Las memorias de un tibetano dicen que "los hijos e hijas de los aristócratas y ricos tibetanos que estaban estudiando en universidades alrededor de Darjeeling no vinieron a ayudar". Esa indiferencia es típica de la vieja clase dominante de Tibet, egoísta y perezosa.

Bajo la atenta mirada del gobierno hindú y de la CIA, los líderes del exilio organizaron los campamentos de refugiados de tal forma que se preservara lo más importante del viejo orden de Tibet. Durante décadas, el Dalai Lama y sus representantes han recorrido el mundo para condenar los cambios que operó en Tibet la revolución maoísta en las tempestuosas luchas de clase de 1959 a 1976. Así que es apenas justo que los maoístas analicemos esos campamentos en la India y lo que revelan de la naturaleza de clase del Dalai Lama, y su dirección en el exilio.

Trabajos forzados para la máquina de guerra hindú

Al gobierno hindú le preocupaba horriblemente tener un poderoso ejército revolucionario en su frontera norte, especialmente después de 1959, cuando un huracán de revolución agraria recorrió a Tibet. India es un país semifeudal lleno de campesinos explotados, que miraban atentamente las lecciones y métodos de la revolución maoísta.

Cuando llegaron los exilados tibetanos, el ejército hindú se estaba preparando febrilmente para una guerra con la "China Roja" de Mao. El Dalai Lama y su gabinete, el Kashag, hicieron un acuerdo con el gobierno de Nehrú: a cambio de tierras y suministros para los campamentos, le darían miles de tibetanos para hacer trabajos forzados. Miles y miles de refugiados acabaron en campos de trabajo en las montañas construyendo carreteras para que el ejército hindú atacara la revolución maoísta.

De 18.000 a 21.000 refugiados tibetanos trabajaron en 95 campos de trabajo en terribles condiciones: les pagaban 30 centavos al día, lo que no alcanzaba ni para comer; muchos se murieron de hambre o de agotamiento; otros murieron de enfermedades y a causa de explosiones de dinamita y derrumbes. Grunfeld informa que inclusive los tibetanos encargados del programa de refugiados admitieron en 1964 que la situación de esos trabajadores era peor en la India de lo que hubiera sido en Tibet.

A la mayoría de los hijos de los trabajadores los separaron de sus padres. Grunfeld escribe: "5000 niños fueron separados de sus padres y enviados a campamentos permanentes de refugiados. A otros 3000 les permitieron quedarse con sus padres en los campamentos de trabajo...y con frecuencia se oía que niños menores de 15 años realizaban trabajos peligrosos".

Aquí hay que señalar la hipocresía lamaísta: el Dalai Lama condena a los revolucionarios maoístas por construir carreteras en Tibet y los acusa de usar "trabajo forzado". Su máquina de propaganda ataca a la revolución por hacer que los monjes trabajaran (por ejemplo, que cultivaran su propia comida) y supuestamente por debilitar la familia tradicional tibetana. Pero el Dalai Lama básicamente le entregó al gobierno hindú miles de refugiados para hacer trabajos forzados y les quitó sus hijos.

En su biografía de 1990, el Dalai Lama describe que él, personalmente, negoció los detalles de los campos de trabajo con Nehrú, y que mandó a ellos monjes y monjas. Añade que trató de realzar los aspectos positivos de la situación pensando que "el dolor es el patrón con que se mide el placer". El trabajo forzado ulag es una tradición clave del feudalismo tibetano: los siervos y esclavos tienen que trabajar para "sus" señores feudales.

En 1990 el Dalai Lama admitió que todavía había refugiados en campos de trabajos forzados. Pero, escribió, eso no está mal porque lo hacen "por su propia voluntad": como trabajadores asalariados.

La regla de oro

La clase dominante de Tibet se marchó porque la revolución agraria amenazaba la base de su clase y su poder: la propiedad feudal de la tierra. Las diferencias de clase y sus privilegios eran un aspecto central de la "cultura tradicional" que los lamaístas querían conservar.

La vieja clase dominante siguió gobernando a los refugiados. El gabinete del Dalai Lama, el Kashag, representaba los intereses religiosos y aristocráticos más poderosos. Su familia, especialmente sus poderosos hermanos, agarraron el dinero de la CIA. El Dalai Lama en sí era el máximo gobernante y controlaba la mayoría de los fondos.

Los lazos hereditarios de amo y siervo no se trasladaron exactamente de la misma forma al caos del exilio, pero surgieron nuevas estructuras de opresión basadas en la "regla de oro" del capitalismo: El que tiene el oro, dicta las reglas.

A lo largo de los años, el Dalai Lama ha mantenido el control de un movimiento muy dividido y pendenciero porque controla el dinero. Desde el principio, controló millones de dólares: un tesoro de oro y plata extraído del sudor de las masas tibetanas, que el mismo Dalai Lama dice que valía $8 millones de dólares.

Grunfeld escribe: "Una de las principales fuentes de poder político del Dalai Lama es su habilidad para controlar los fondos de socorro, las becas estudiantiles y la contratación de maestros y burócratas".

Cada campamento lo gobernaba un "Líder de Campamento" designado por el Dalai Lama. Según una investigación académica de dichos campamentos, al líder "se le considera el rey de la comunidad y puede mandar a todos sus miembros".

La corrupción en los campamentos de exilados es reconocida. En el mercado de MacLeod Ganj, a unos 3 km de la residencia del Dalai Lama, venden medicinas, comida y otras donaciones internacionales para los refugiados.

Grunfeld informa: "Las operaciones de socorro han tenido constantes problemas debido a rivalidades e intrigas de `miembros poco reputables de la camarilla gobernante tibetana' ". La hermana del Dalai Lama, ya difunta, es un ejemplo bien conocido de esos elementos "poco reputables": tenía un imperio personal de internados para 3000 niños que manejaba con arrogancia y corrupción.

Grunfeld escribe: "Mientras los niños que estaban a su cargo pasaban constante hambre (una trabajadora recuerda que una vez la atacó un grupo de niños muertos de hambre para quitarle un plato de sobras del desayuno), sus almuerzos de 12 platos eran famosos. En el invierno, vestían a los niños con `delantales de algodón sin mangas, rotos y rasgados, aunque cuando llegaban visitantes importantes les ponían abrigos de lana, medias y botas fuertes' ".

Diferencias de clase mortales

El 80% de los refugiados se instalaron en la India; el resto se fue para Bhutan, Nepal y Sikkim. El gobierno hindú no quería que se concentraran en un solo lugar y estableció 20 campamentos regados por todo el país.

Los campamentos de las tierras bajas del sur del país fueron mortales para los tibetanos, pues no estaban acostumbrados a vivir en un clima húmedo y cálido. Sus prácticas tradicionales de higiene, preparación de alimentos y manejo de la basura y de las aguas negras no eran adecuadas para ese clima y causaron una gran mortandad. En un campamento, la mitad de los refugiados murió el primer año.

La camarilla del Dalai Lama creó un sistema sencillo para asignar campamentos: a los feudales ricos y los activistas anticomunistas los mandaron para los campamentos fríos y altos del norte; a los siervos y pobres los mandaron para los campamentos calientes, húmedos, apiñados y mortíferos del sur.

De acuerdo a un estudio de los tibetanos del norte, el 25% dijeron que antes eran muy ricos, el 20% dijeron que eran ricos, el 40% dijeron que eran de la clase media y el 15% dijeron que eran de la clase media baja. Ninguno dijo que fue "pobre" en el Tibet pre-revolucionario. El investigador concluyó que en los campamentos del norte "los refugiados representan desproporcionadamente la jerarquía monástica, las clases altas y los participantes en el movimiento de resistencia tibetano".

De acuerdo a un estudio realizado en el campamento Mundgood, en el sur, casi todos habían sido siervos pobres, pastores y artesanos en el viejo Tibet. Además de que la vida en el sur era una sentencia de muerte para muchos, se destinó mucho menos dinero a crear trabajos y escuelas en esos campamentos.

Dentro de los campamentos también surgió explotación de clase. El Dalai Lama cuenta que vendió su oro y montó empresas capitalistas con mano de obra de los refugiados: una fábrica de tubería de hierro, una fábrica de papel y otras empresas que llama "ruecas de dinero".

Un campamento del sur por fin consiguió capital para montar una finca ganadera y fábricas de alfombras. Con la "ayuda", un sector de los exilados se volvieron explotadores y pusieron a trabajar a los campesinos hindúes que no tenían tierras como peones y sirvientes.

Pero las masas de exilados pobres vivían en la miseria. Grunfeld cita a un médico estadounidense que en 1980 dijo que la mayoría de los refugiados "vivían en extrema pobreza, en campamentos insalubres, en las tierras `de sobra' en las zonas más pobres de la India. La mayoría de sus energías las consume la lucha personal por la subsistencia...caen en la pobreza, la apatía, la enfermedad, el alcoholismo y la desesperanza".

Cuando se habla de "preservar la cultura tradicional tibetana", se debe recordar esas diferencias de clase mortales que son el pilar de la sociedad feudal.

Preservan unas costumbres, cambian otras

Por razones obvias, los lamaístas exilados no hablan en público de preservar tradiciones feudales como el ulag (trabajo forzado) y la servidumbre. En la reciente película pro-lamaísta El pequeño Buda, por ejemplo, se ve que los lamas tienen látigos cuando instruyen a los novicios, pero la película presenta los látigos como un instrumento benigno de instrucción (como el silbato de un entrenador).

En su autobiografía de 1990 el Dalai Lama admite que tuvo que prohibir ciertos "formalismos" tradicionales en frente de extranjeros. Por ejemplo, por tradición a los tibetanos de las clases bajas los castigaban si alzaban la vista más arriba de las rodillas de sus amos. En la vieja sociedad, muchos nunca vieron la cara de sus opresores. Y todos tenían que "postrarse" de barriga contra el suelo en frente del Dalai Lama. Cuando los extranjeros veían eso, se daban una idea del repulsivo elitismo de la sociedad lamaísta, donde los gobernantes decían ser divinos: reencarnaciones perfectas de espíritus inmortales. El Dalai Lama modificó esos "formalismos" para crear una versión romantizada de la "cultura tradicional tibetana" para el público mundial.

Pero los lamaístas preservaron muchas costumbres feudales en sus comunidades conservadoras. Por ejemplo, como escribe Grunfeld: "La situación de las mujeres es peor que la de los hombres, pues necesitan permiso de un hombre para salir; no pueden votar y tienen menor preferencia en materia de educación".

Grunfeld calcula que la mitad de los niños del exilio no reciben educación, conforme a la hostilidad lamaísta hacia la educación popular. Los que estudian, reciben un adoctrinamiento hostil a la ciencia, la innovación y el trabajo. Grunfeld cita a un tibetano descontento que se quejaba de que su sobrino estudió nueve años pero jamás había leído un periódico ni un libro entero.

Aquí hay que subrayar otra hipocresía: durante años, los exilados tibetanos han atacado a los maoístas por el hecho de que, incluso durante la Gran Revolución Cultural Proletaria, la educación superior en Tibet se realizaba en el idioma jan (chino). Era así por dos razones: no había libros ni maestros para enseñar temas políticos y científicos avanzados en el idioma tibetano; y enseñar a los activistas y cuadros tibetanos a comunicarse en el idioma escrito que se usaba por todo el país contribuía a la unidad del movimiento revolucionario. Pero al mismo tiempo, los revolucionarios maoístas movilizaron a los tibetanos para crear máquinas de escribir con su alfabeto para crear las condiciones para usar su idioma en la educación superior y en el gobierno.

Por otra parte, hay que señalar que los lamaístas adoptaron el inglés como el idioma de las escuelas en el exilio. El Dalai Lama lo justifica en su autobiografía repitiendo lo que se decía en las escuelas neocoloniales de la India: que el inglés es "el idioma internacional del futuro".

Otro ejemplo de hipocresía: la propaganda de los exilados de la clase alta pone por los cielos la "cultura tradicional tibetana". En realidad, muchos de ellos la han descartado y mandan a sus hijos a caros internados ingleses. El biógrafo autorizado del Dalai Lama, Roger Hicks, relata que para fines de los años 60 la nueva generación estaba occidentalizada.

El hermano menor del Dalai Lama, Tendzin Choegyal, es un famoso ejemplo de esto. Se supone que es la octava encarnación de un espíritu inmortal llamado Ngari Rimpoche, pero estudió en la prestigiosa escuela preparatoria católica de San José en Darjeeling y el rector comentó que "había olvidado todas esas tonterías de la Encarnación". Hicks comenta que el mismo Choegyal dice: "Soy como un plátano; amarillo por fuera y blanco por dentro".

Grunfeld señala que el dinero y poder del Dalai Lama depende de que haya muchos refugiados sin estado. O sea que a la dirección le convenía mantener las masas de niños tibetanos en internados, campamentos de tránsito e instalaciones temporales por décadas. Por la misma razón, el "gobierno" del Dalai Lama se opone a los matrimonios entre tibetanos e hindúes y a que soliciten ciudadanía en India...aunque eso mejoraría su situación. Pero es común que los de la clase alta tengan ciudadanía de otros países; por ejemplo, dos hermanos del Dalai Lama tienen ciudadanía estadounidense.

Muchos exilados pobres rechazan el orden feudal del viejo Tibet. Grunfeld escribe: "Un antropólogo que entrevistó a muchos refugiados pobres encontró que hablaban de la vieja sociedad con vergüenza y que no les gustaba hablar de ella con extranjeros. Dice que `varios me indicaron que preferían quedarse en Mysore [India] a volver a Tibet como era antes' ".

El aparato de relaciones públicas del Dalai Lama le presenta al mundo una imagen idílica de la vida de los exilados: como un Shangrila espiritual de monjes nobles que esperan llevarle de nuevo su sagrada "cultura tradicional" al pueblo tibetano que los espera con ansias. Esa imagen es una farsa cruel y brutal.


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