Informe Desde Chiapas: Campesinos Armados
San Cristóbal de las Casas

Michael Slate
Obrero Revolucionario #769, 21 de agosto, 1994

Solo unos 45 km separan a Tuxtla Gutiérrez (capital del estado de Chiapas) de San Cristóbal de las Casas, pero el camión de segunda clase tarda más de dos horas en remontar la angosta carretera. Pasa por la fábrica de Nestlé, en las afueras de Tuxtla, y penetra en la increíble belleza del cañón Sumidero. Los campesinos que van en el camión no observan la belleza del paisaje...sino a las tropas que están detrás de sacos de arena en una barricada militar. Se supone que están cuidando la presa hidroeléctrica, pero tienen los ojos clavados en el camión y el resto del tráfico, con sus ametralladoras listas.

Más arriba, en Los Altos, el paisaje cambia dramáticamente. La carretera es como una culebra que avanza entre rocas peladas. De vez en cuando aparecen pequeños valles. Bosques de pinos salen de las rocas en todas las direcciones. Al ir llegando a la cima, se ven casitas en barrancos y al borde de la carretera. Antes se veían casas de bloques de concreto, sin acabar, aquí y allá; ahora se ven grupos de casas de adobe con techo de paja, donde viven comunidades indígenas. Cargando grandes atados de leña colgados de la frente, las mujeres caminan por la carretera rápidamente con sus hijos. De vez en cuando una cruz marca el lugar de un accidente.

En las afueras de San Cristóbal, el camión para en una segunda barricada. Los soldados suben a inspeccionar los papeles y a hacer preguntas a todos los que les parecen sospechosos. En la carretera, grupos pequeños de indígenas esperan parados para explicar quiénes son y para dónde van. A los hombres los paran contra un carro con los brazos y las piernas abiertos para cachearlos; otros soldados encañonan a los demás campesinos.

Mientras esperamos con ansiedad para pasar, me pongo a pensar cómo sería esa zona hace poco tiempo. El 31 de diciembre de 1993, unos dos mil indígenas, hombres y mujeres, salieron de los pinares de las montañas y de las rancherías de las planadas, al amparo de la noche, en el levantamiento armado más importante de México en los últimos 50 años.

En cosa de días, los campesinos, agrupados en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), capturaron cuatro ciudades y varios pueblos y caseríos, allanaron las oficinas del gobierno y los bancos, y quemaron los títulos de propiedad, las hipotecas y los préstamos. En unas ciudades, quemaron los edificios del gobierno; en otras los destruyeron con hachas y picos. Atacaron las cárceles y soltaron a los presos, que en su mayoría son campesinos indígenas. Atacaron la mayor base militar de la región, situada en Rancho Nuevo, donde hubo combates esporádicos más de una semana. Establecieron perímetros en las zonas del campo donde tenían más influencia y no dejaron entrar al ejército ni la policía. Los grandes latifundistas y ganaderos huyeron de las zonas controladas por los zapatistas, dejando atrás tierra y animales.

La respuesta del gobierno federal al grito campesino de "Libertad y Tierra" fue inmediata: despachó 12.000 soldados, una quinta parte del ejército mexicano. Bombardearon caseríos, mataron cientos de campesinos y enterraron a unos en fosas comunes; arrestaron a más de cien y torturaron a muchos; militarizaron grandes partes de Chiapas.

Las principales acciones de la rebelión de año nuevo duraron unos cuatro días, aunque después hubo algunas confrontaciones. Al cabo de un par de semanas, los zapatistas regresaron a su territorio y establecieron una línea defensiva. A mediados de febrero, el EZLN estaba dialogando con el gobierno. Los zapatistas se replegaron para explorar la posibilidad de resolver el asunto pacíficamente con el gobierno.

Esas charlas estaban empezando en la Catedral, en el zócalo, justo cuando llegamos a San Cristóbal.

San Cristóbal de las Casas parecía un campamento militar. En una de las entradas a la ciudad, estaban acampados cientos de soldados, haciendo ejercicio. Se veían docenas de tanques y tanquetas listos para la acción. Al lado de las carpas verdes y entre las trincheras excavadas en la carretera, hileras de camiones militares esperaban.

La Catedral y todo el zócalo estaban rodeados por cientos de soldados cariserios, con las cachiporras en la mano, parados de cara al público. Cuando cambiaban la guardia, el rugido de los enormes camiones militares llenaba las estrechas calles coloniales. Columnas de soldados trotaban por las calles cercanas.

Toda esa situación naturalmente llevaba a hacerse muchas preguntas sobre la estrategia del EZLN y lo que podría pasar, como una obra de teatro cuyo primer acto se interrumpe prematuramente. La rebelión de año nuevo cumplió objetivos muy importantes, pero como vimos al recorrer la región, queda mucho por hacer.

Al hablar con gente de toda condición--especialmente con campesinos en montañas remotas y valles escondidos--se siente el potencial de una gran tormenta en el campo mexicano: del tipo de revolución de nueva democracia y guerra popular prolongada necesarias para resolver los problemas del pueblo en países como México. Queda por verse cuándo se desatará esa tormenta y qué papel desempeñarán los zapatistas. Pero varias cosas se destacan: el deseo de los campesinos de acabar con su opresión y una aceptación práctica y tranquila de que para hacerlo se necesita una seria lucha armada.

El gran despliegue de fuerza del gobierno no ha apagado el entusiasmo de los campesinos indígenas por el levantamiento; su desprecio por el ejército es palpable.

Cuando el ejército rodeó el zócalo en los primeros días del diálogo, dejó un pequeño corredor en la acera, entre los soldados y las paredes. En tiempos normales, docenas de mujeres y niños indígenas se sientan en las aceras a vender periódicos, chicles, frutas, dulces y artesanías. Un día que iba caminando por la acera quedé atrapado entre los vendedores ambulantes y los soldados pues una multitud que estaba viendo las noticias por televisión frente a la ventana de un almacén de electrodomésticos bloqueaba el paso.

Cuando terminó el noticiero, reinó silencio y tensión. De repente, una muchacha--una vendedora de máximo 14 años--saltó con dos muñecos en las manos, se los puso frente a las narices a los soldados y gritó para que todos la oyeran: "¡Zapatistas!". Los muñecos tenían el uniforme de los rebeldes, con todo y pasamontañas y carabina al hombro. La muchacha alzó una muñeca de falda larga negra de lana y gritó "¡Ramona!", el nombre de una líder zapatista; después alzó el otro muñeco y gritó, con una risa orgullosa, "¡Marcos!", el nombre del conocido vocero del EZLN. Todos los vendedores le hicieron eco a su risa.

*****

En los últimos años, la sociedad mexicana y el gobierno han abandonado a los campesinos; los han tratado como un lado olvidado e invisible de la vida nacional. Pero la rebelión de Chiapas mostró la realidad, mandó al diablo las ilusiones de una "nueva prosperidad" para México, remarcó que el Tratado de Libre Comercio aumentará la opresión de los campesinos, y puso en el banquillo la corrupta dictadura del gobierno, los ganaderos, los terratenientes, los capitalistas y sus brutales paniaguados.

En San Cristóbal todo mundo quería hablar de la rebelión. Un maestro universitario me dijo que al día siguiente de que los zapatistas entraron a la ciudad llevó a sus hijos a hablar con ellos porque sabía que se "estaba haciendo historia". Un tendero me contó lo que oyó del ataque a la base de Rancho Nuevo y relató, entre risas, cómo quemaron la cárcel. A una antropóloga le encantó que cuando capturaron, juzgaron y condenaron a Absalón Castellanos (un ex-gobernador asesino), lo sentenciaron a una vida de trabajo en la selva y a comer el pozole que comen los campesinos, aunque luego lo cambiaron por varios presos zapatistas. Una artista me contó que cuando comenzó la rebelión pensó en mandar sus hijos a donde sus familiares de otra ciudad para estar disponible para lo que se les ofreciera a los zapatistas.

La furia ante los ataques del gobierno a los zapatistas y las comunidades indígenas se sentía por todas partes. Una trabajadora social describió las matanzas a sangre fría de indígenas en la carretera y en los alrededores de la ciudad; tronaba de rabia por los bombardeos de pueblos tzotziles en las montañas cercanas. Muchos nos contaron, con furia, que oyeron explosiones y cuando se asomaron a la ventana vieron aviones bombardeando, pero que los voceros del gobierno lo negaban.

El bombardeo de El Corralito

Uno de los sitios bombardeados fue una ranchería llamada El Corralito y el pueblo vecino de San Antonio de los Baños. Me contaron que encima de que los bombardearon, el ejército los invadió en enero cuando perseguía a los rebeldes, castigando a las comunidades indígenas que los apoyaban. También me dijeron que hace poco hubo maniobras militares en esos dos pueblos.

El Corralito y San Antonio fueron bien difíciles de encontrar. Mucha gente los había oído nombrar, pero no sabía exactamente dónde quedaban. Después de largo rato de hacer preguntas en el mercado y en las colas de los taxis colectivos, por fin nos dijeron cómo llegar. Tomamos una combi hasta la falda de una montaña cercana y ahí nos dijeron que siguiéramos derecho.

Al cabo de dos horas llegamos a la cima, donde terminaba esa parte del camino. Luego seguimos por un camino a lo largo de la cima. Cuando llegamos al final, vimos abajo un valle. Se podían ver unas cuantas parcelas, una iglesia y unas cuantas casas, unas de ladrillo y otras de adobe.

Cuando bajamos al pueblo, nos recibió un silencio total. Un par de señoras estaban lavando ropa en el patio de un edificio de apariencia oficial, pero desaparecieron en un instante. Las demás construcciones estaban vacías. Los implementos agrícolas estaban regados en los patios. No había animales en ninguna parte, con excepción de un caballo que relinchó y echó a correr cuando nos acercamos.

Cuando nos íbamos, nos cruzamos con una muchacha que bajaba a buscar agua. La acompañaban dos niños y un burro viejo para cargar el agua. Nos dijo que después de los bombardeos y las redadas del ejército, toda la gente de El Corralito y mucha gente de San Antonio se fue para el bosque o las montañas y que otros se fueron para los centros de refugiados en San Cristóbal.

Dos días después fui a uno de esos centros. Un señor nos recibió a la entrada y nos explicó la situación: "Dicen que los zapatistas estaban en todos estos cerros por aquí. El ejército los perseguía. Vino primero los helicópteros con metrallas e hicieron tiroteo. Entonces pasaron los aviones con cohetes y bombas. Luego subió el ejército, atropellaron las puertas de las casas, robaron las pertenencias, robaron entre 6 y 9 mil dólares de mercancías de una tienda cooperativa. Agarraron a unos civiles, y los echaron a la cárcel en Tuxtla y los torturaron. Es que para la gente, hay que tener mucho cuidado. Si hablas mucho, al día siguiente ya no estás".

*****

Después encontré un hombre de El Corralito en la cancha de básquet. Estaba muy metido en un partido con una docena de amigos. Al principio no quería hablar conmigo y, cuando supo que era estadounidense, me mandó al diablo. Dijo que el ejército ametralló su pueblo desde helicópteros estadounidenses y que un soldado le dijo que Estados Unidos estaba de parte de ellos y que apoyaría la matanza de los campesinos. Yo traté de explicarle que tenía razón de pensar así de este país, pero que yo no apoyaba al gobierno de aquí ni al gobierno de México. Solo cuando lo convencí de que yo apoyaba al pueblo de Chiapas y su rebelión ofreció contarme su historia y me presentó a dos amigos. Los tres me contaron la historia de El Corralito y San Antonio.

El mayor de los dos empezó: "Hubo un bombardeo, comienza el día 4 de enero. Un día martes, empezó a las 6 de la tarde. Nosotros, hay unos que estamos trabajando aquí en la ciudad, cuando lo vimos. No sé quienes que estaban [siendo atacados] en las montes, pero que estaba algo. Estamos aquí en la ciudad, pues, y cuando vimos que estaban bombardeando, pensamos que cuando llegamos a nuestras casas, pensamos que ya no hay ninguna familia acá. Pero se dice que no muere ninguno de su familia, pues. Y es todo lo que vi yo.

"Ya está calmado pues. Ya no hay nadie. El día de enero, el día 6 ó 4, estaba durísimo el problema. No hay nadie que encontramos cuando volvimos pues. Estaban los ejércitos en la noche. Cuando menos no nos agarró, no nos tocó el bombardeo. Bueno, como el día martes, no nos hizo nada. Pero el día 6, nos pasó algo que, nos amenazaron que nos van a matar pues. Me amenazaron. Sí, porque `Mejor que aquí te mato de una vez'. Me iban a colgar con un palo. Me iban a colgar, pero no llegó mi destino ahí. No me hicieron. Ahí me soltaron.

"Encontraron una compañera ahí en su casa. Lo tiraron todo: tenían maíz, tenían frijol. Y unos poquitos huevos y los quebraron. Tiraron todo el maíz, frijol, todo. Tiraron nuestros platos, los trastes para la comida, tiraron todo. Una casa que nos quebraron pues, tiraron mucho maíz, mucho frijol. Algunos animales los soltaron. Es que no les encontró mucha gente. Unos cuantos que nos encontró ahí".

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Ibamos por un camino como a unos 30 km de San Cristóbal un día fresco, bajo un cielo absolutamente azul, buscando un par de invasiones de tierras en las afueras de un pueblo. En esas, una combi de pasajeros frenó en seco y de ella se bajó un indígena joven, con un galón de aceite que compró en San Cristóbal, y echó a caminar para el monte. Lo seguimos y lo alcanzamos justo cuando el sendero daba una vuelta.

Le preguntamos si sabía dónde fueron las invasiones y nos contestó que él también era nuevo por esos rumbos. Nos dijo que apenas estaba construyendo una casita y preparando un terreno para sembrar en un caserío nuevo, en el monte. Los demás pobladores del nuevo caserío eran de otros pueblos de la región que se fueron a causa de persecución religiosa o política. El se vino de El Corralito porque necesitaba tierra para sembrar y allá no había. Aquí, había un poco más de tierra y cada campesino tenía unos 20 ó 30 metros. Eso era un remedio temporal porque, como muchas generaciones antes, tendrían que dividir la tierra entre sus hijos y no alcanzaría.

Nos sentamos en un tronco a platicar de lo que pasó en El Corralito. "Yo me nací aquí en la ranchería El Corralito. La gente no están allá porque fue duro, fue la época, allá estuvo el enfrentamiento. Pues porque allá se debe a que es Zona 31 Militar, que está muy cerca de ahí a Corralito. Entonces cuando empezó la problema, un grupo del Ejército Zapatista llegaron por ahí a nuestra comunidad para ocultarse en esas rocas. Y sucede que entonces un grupo del Ejército Mexicano se entraron por allá para atacar, pues, a los zapatistas, al Ejército Zapatista. Y entonces como estaban ya ocultados los zapatistas, al llegar los militares, empezaron a balacear. Eran como las dos y media de la tarde cuando empezaron a balacear aquí a tierra. Y una hora después, ¡llegaron los aviones a bombardear! Empezaron a las tres y media, hasta anochecer cuando suspendieron los aviones ya. Y la balacera hacia tierra duró toda la noche. Bombardearon las casas y por todos los cerros. Hasta mataron unos animales en el campo. Hay algunas casas que lo bombardearon y quemó.

"Detuvieron a dos personas. Uno es mi tío. Fue detenido mi tío y ¡estaba en su casa! Estaba en su casa y eran dos personas ahí. Y entonces lo detuvieron, lo llevaron y le querían sacarle información. Le golpearon y amenazaron. Primero le llevaron hasta allá en el Palacio en San Cristóbal. Ahí estuvieron cuatro días y cuatro noches sin comer ni tomar nada. Y después lo llevaron a Tuxtla Gutiérrez. Y en Tuxtla ahí le estuvieron preguntando y sacando información. Ya ahí en Tuxtla entonces lo dejaron libre. Unas personas de Derechos Humanos vinieron y le sacaron.

"Allá en Corralito sí se han registrado [incidentes]. Desde hace años que empezó a maltratar a los campesinos. Y llegó un tiempo que esto fue más duro, y allá también los militares entraban ya por dondequiera. Hubo un tiempo allá pero no sé bien qué fecha, hubo asesinato de dos militares allá por ranchería San Isidro. Ahí asesinaron dos militares porque los maltrataban a los campesinos. Pero entonces el gobierno todavía los trató mal, más mal. Los torturaron a como 10 personas golpeadas y hasta abandonaron sus casas; ya no viven en sus casas porque los militares allá los tenían rodeados. No podían salir a trabajar, no podían hacer nada.

"Ah sí, los judiciales vienen a arrestar. Hubo un tiempo también, supe que aquí en esta zona vinieron seis personas del judicial. Y entonces lo estaban buscando gente que están trabajando en cortar de la madera, y a tomarles a la cárcel. Pero esto no pudieron porque la gente de aquí ya se estaban reuniendo para defenderse. Y entonces esos seis judiciales los detuvieron aquí en la comunidad. Y los tuvieron aquí como un mes, hasta que los dejaron libres cuando el gobierno firmó un permiso para dejar trabajar un poco a los campesinos. Así pasó. Casi toda la gente piensan pues que el gobierno está actuando mal. Es que los gobiernos, casi toda la gente dicen que son opresores, oprimiendo el pueblo.

"Pues yo no entiendo bien por qué, pero hay otros que ya saben, que ya entienden por qué es tan difícil la vida. Y entonces, pues, esas son las que han empezado a luchar, pues, luchar para obtener su tierra para trabajar. Esto tiene que ver con el conflicto que empezó este año pues. La gente han empezado a luchar, para buscar una vida en que pueden trabajar y comer. Pues esta lucha todavía no vemos bien si hay resultado o no, porque todavía no se sabe cómo va. Yo pienso que es justo".

Hambre de tierras

Desahucios, robos francos y todos los mecanismos del sistema imperialista le han producido una dolorosa hambre de tierras a muchas generaciones de campesinos. En México, las relaciones del agro se presentan en una variedad de formas: campesinos indígenas que trabajan casi como siervos al borde de la selva Lacandona; aparceros en las tierras calientes; ejidatarios. (El ejido es un sistema comunal de trabajo de tierras en que el Estado es el terrateniente y domina a los campesinos por medio de bancos, control de semillas y fertilizantes, y los caciques políticos y sus guaruras.) Ahora que se aprobó el Tratado de Libre Comercio y que el gobierno de Salinas modificó la Constitución para quitarles las tierras a los campesinos, las mejores tierras ejidales pasarán a manos de corporaciones internacionales, los grandes capitalistas nacionales, los terratenientes y los caciques.

Cuando íbamos para Corralito, conocimos a un campesino joven. A través de sus palabras empezamos a darnos una idea de lo que es la vida de los campesinos en Chiapas y del papel de la tierra en ella. A mitad de camino paramos a descansar y al rato también paró a descansar ahí un hombre que llevaba un atado de jabón, sal y aceite colgado de la frente. Nos saludamos y dijo que iba para su casa. Tenía 25 años y nació en Corralito. Su familia cultiva maíz y frijol, pero que solo tenía una pequeña milpa que le dejó su padre: unos 40 metros cuadrados. En el pueblo no hay agua, solo un "hoyo", como un pozo. Cuando llueve, recogen agua. No hay médico y solo hay escuela primaria. Cuando terminan la primaria, los niños tienen que trabajar en la milpa familiar.

Meneando la cabeza, nos contó que tenía seis hijos y que lo que sembraba apenas daba para comer. Cuando puede comprar fertilizante y hace buen tiempo--cuando llueve--la cosecha da para vender. Con eso pueden comprar medicinas y lo necesario. Mirando a la distancia, explicó suavemente que muchos años no llueve y que la cosecha solo alcanza para comer.

Mientras platicábamos, una señora bastante mayor bajó de la montaña con una enorme pila de leña colgada de la cabeza. La pila era más grande que ella. Sus pies desnudos parecían garfios, de subir y bajar ese camino pedregoso. Tenía la espalda doblada y el peso era tal que lo único que pudo hacer fue exhalar unos pocos sonidos para pedirnos que le diéramos paso.

*****

Una vez oí al economista político maoísta Raymond Lotta explicar cómo Estados Unidos domina y tuerce la economía de México: cómo las cadenas de los centros financieros de Estados Unidos penetran a los bancos y bolsas de valores de ciudad de México, con sus modernas telecomunicaciones, y a las selvas de Chiapas; cómo se crea una situación en que la pobreza de los campesinos es necesaria para la supuesta modernización del país. Le oí hablar de las tres montañas que oprimen al pueblo mexicano: el imperialismo, el semifeudalismo y el capitalismo burocrático. Pero ahí en ese camino, cuando nos hicimos a un lado para que pasara la viejita, capté mejor el problema y, a medida que hablaba con los campesinos, empecé a ver muy concretamente lo necesario que es que un movimiento revolucionario serio confronte esas "tres montañas".

Cuando la señora desapareció camino abajo, el campesino sigió hablando. Antes nos platicó de la lucha para sacarle a la tierra lo necesario para comer. Ahora comenzó a hablar de que eso no es suficiente, de que hay que comprar artículos de primera necesidad y que por eso él y otros de su pueblo se tienen que ir de vez en cuando a buscar otra forma de ganarse la vida, especialmente cuando la cosecha es poca.

El alquila parcelas en tierra caliente. A medida que contaba su historia, se le notaba una sensación de estar atrapado, de no tener salida por más que trabaje.

"Luego, así es el trabajo. Salió la cosecha, y ahí sigues trabajando--a tapiscar, a quebrar y a sembrar, a sacarla limpia, eso es todo el trabajo. Bueno, ese terreno lo vamos a salir a alquilar es lejos. En tierra caliente, aquí por Parral, Revolución, ahí llegamos a alquilar. Bueno, lo que estamos alquilando, el dueño del terreno recibe este, la arrienda. Lo pagamos con maíz. No, dinero no, puro maíz quiere. Si sembramos un litro, como digamos un tablón, son cuatro panedas a pagar. El tablón es un litro. Por un tablón vamos a sacar 40 lonas de maíz. Es lona de CONASUPO. Entonces, si salió eso, les pagamos eso, queda poquito para nosotros para la alimenta entre nosotros. Los traemos hasta aquí, entonces aquí vamos a comer con mi familia.

"Bueno, para 40 lonas por una hectárea, `hora va a llevar este 40 lonas, tiene que llevar 10 lonas de alquilar. Entonces, ahí se queda el maíz. `Hora nosotros traemos, pero poco. Ahorita si quedan 30 lonas, se come bien. Come bien, y ahora sale de un año. No más lo que estamos sufriendo, no tenemos dinero. No tenemos dinero, mientras lo vamos a [acreditar], gastamos pasaje, flete para el [regreso]. Ahora si vendemos el maíz, ya no ajusta pa' los alimentos. Siempre, porque estamos sufriendo pues".

Explicó que tienen que hacer otras cosas para ganarse la vida en el monte; dice que unos van a buscar trabajo con el gobierno o algún contratista en San Cristóbal. "Es cierto. Porque aquí salimos a trabajar, no está pagando bien el gobierno, el contratista. No nos paga. A veces estamos ganando 15 ó 10 mil [viejos pesos, o sea, entre 3 y 5 dólares--OR]. Es lo que están pagando. Por eso ya no sale, por eso la gente queremos que sea resuelto, que pague un poco más. Pero los contratistas, los gobiernos, no dan pues. [Hemos trabajado para] los contratistas, sí, pero nosotros solo salimos a ganar por la necesidad. Por peón, pero no más cuando hay tiempo, digamos en julio, en agosto, este es lo que podemos salir a trabajar aquí en el centro. Porque aquí en el 1§ de abril, ya no podemos salir a ganar aquí porque podemos ganar entre nosotros. Vamos a sembrar milpa. Ahora que en junio, va a llover ya, y va a ser la limpia. Entonces la limpia, ahí vamos siguiendo, porque vamos a llevar como cuatro veces, cinco veces de limpia de maíz. Entonces no podemos salir a [trabajar]. Unos tiempos sí, si es que podemos salir.

"La gente trae leña, porque sí. Antes, como nosotros, ya no hay jabón para lavar. Y ya no hay azúcar para tomar café, y ya no hay sal, porque ese sal tiene que comprar. Entonces por eso vamos a traer leña, o vamos a hacer carbón. El carbón, cortamos unos dos o tres de esos, como este arbolcito. Y hay que enterrarlo en la tierra. Entonces, los echamos fuego, y ahí está quemado. Ahí se quema el carbón. Pero pa' la necesidad, lo que queremos. Porque si no quemamos carbón, si no cortamos leña, no hay dinero. No hay con qué comprar el jabón ni azúcar ni... no hay nada. Para que compramos azúcar, jabón, sal. Pero los caciques no me dan de vender aquí. Hay veces lo llevan, lo golpean o lo meten a la cárcel. Por eso, eso es lo que estamos sufriendo.

"Si te mira un forestal aquí, se encuentra uno para la leña eso o para carbón como eso, ya. Ya lo llevan pa' cárcel. Ellos comiendo tranquilos ahí, y nosotros estamos en la cárcel. Así pues. Bueno, así como hacen como esto ahorita, hay problemas. El problema es de como el gobierno, cuando se pide el terreno, se pide todo, manda su ejército, manda el avión, manda todo. El gobierno solo que se ve, o un policía--un animal, lo que sea. Te matan, te pegan o te golpean. Te maltratan, lo que quieren hacer con uno. Esto con el campesino, que ya no, ya no respetan".

"¡Más guerra!"

Hace más de 80 años, la Revolución Mexicana de Emiliano Zapata unió a millones de campesinos para pedir tierra y libertad. Cuando terminó, se inició una reforma agraria, que iba a ser la base del programa del nuevo gobierno. En muchas partes, como Chiapas, los terratenientes y los caciques se negaron de plano a cumplir la reforma agraria o se inventaron chanchullos para conservar sus tierras. Se armaron y atacaron a los campesinos. Además, las reformas que se implementaron, como el sistema ejidal, en realidad perpetuaron la opresión semifeudal en el agro. Como el imperialismo (epecialmente el yanqui) domina la economía mexicana, la opresión de los campesinos por los terratenientes no ha desaparecido: solo ha cambiado de cara, de acuerdo a las necesidades del capitalismo y el imperialismo. Todo eso ha mantenido un fuego ardiendo bajo tierra en el campo, un fuego que de vez en cuando estalla.

Una tarde calurosa, estábamos sentados en el zócalo de un pueblito platicando con unos chavos sobre la importancia de la rebelión. Eran jóvenes y tenían pocas conexiones con la tierra. La mayoría trabajaban en el pueblo. Creían que el gobierno va a resolver el problema de la tierra y a mejorar la situación de los campesinos. Les pregunté cómo se puede resolver la necesidad de tierras del campesinado y mejorar su situación. Antes de que ellos me pudieran contestar, una voz cerca dijo, apenas para que oyéramos nosotros, "más guerra".

Me volteé y vi a un hombre que me sonreía. Me le acerqué y nos pusimos a platicar.

"El levantamiento estuvo bueno porque el gobierno todo el tiempo ofrece mucho y no lo cumple. Dice que nos van a conseguir muchas cosas, carreteras, y entonces no lo cumple. A mí me dieron la impresión con la nueva administración de Salinas, les dijo a la gente que nos iban a dar maíz y gallina, y fuimos al mercado y ya quería que les paguemos, entonces esto era la ayuda del gobierno".

Explicó que era de un ejido de otra parte y habló de las experiencias que lo han llevado a creer que solo la guerra puede cambiar la situación de los campesinos. "Pues tenemos de unas 500 a 600 hectáreas para unos 200 ejidatarios, es un poquito. Son unas dos o tres hectáreas cada uno. Y las tierras son pobres, son puras serranías entonces. No es tierra planada pues. No entra ni tractor ni nada. Pura mano de obra, con arado, con azadón, con bombas para limpia, pescar mosca. [El terreno] es de mi papá, de hace tiempo. Lo que sembramos es maíz y frijol, solo para la familia. Ya queda muy poco para meter en la bodega. Con una tierra tan pobre, tan poquito, sale para mantener no más de cuatro o cinco personas.

"Pues nosotros en verdad que ahí nos ayudamos con un puerquito, un torito, una gallinita, huevito pues. Nos sale poco el dinero, y pasamos hambre muchas veces. Si nosotros no hacemos el esfuerzo de padres de familia, los que estamos en la casa, poner un animalito para mantenernos y para ponernos de ropita, nuestro calzado, no tendríamos nada, ni zapatos, ni ropa. Todo viene del esfuerzo pues".

Vino en un camión con amigos del ejido. Ellos estaban apurados y querían que se apurara; pero antes de irse quería dar su opinión sobre la idea de que el gobierno podía o iba a ayudarlos. "¡Nos debe dar la tierra pues! Tenemos que trabajar. Pues cuántas campañas pues de que quieren ser presidente, gobernador y ellos vienen. Pero cuando ya están sentados, no pues. Porque ellos van a ver de corbata, y ya después `Campesinos, ¡pa' fuera!' Bueno, nosotros pues vamos allá pa' el juez, y tenemos que ir al último. Es que a veces en la zona del ejido, dicen que van a ayudar, esto y el otro. Y lo que pasa es que a la hora de salir, no hay más que algo pa' jugar pelota, ¡y nada más! ¡Esto es más abusado!".

Hoy, el "problema de la tierra" es la cuestión más candente para los campesinos, lo que preocupa a todos. Plantear una vez más la demanda de tierras le ganó a los zapatistas el apoyo inmediato de los campesinos pobres e incluso de campesinos favorecidos por todo Chiapas. Los campesinos han visto cómo se reduce la tierra que trabajan al dividirla y subdividirla con cada nueva generación. Han visto cómo les quitan sus tierras con chanchullos y asesinato. Han visto el resultado de décadas de promesas inútiles del gobierno. Y ahora ven que el gobierno está cambiando la Constitución para arrebatarles más tierras. Están hartos de esperar...se avecina una tormenta. En las semanas que pasamos en Chiapas, ese tema se impuso una y otra vez. Es el hilo que lo une todo, que lo electriza todo.


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