Cuando la policía se lleva a nuestros hijos, parte 3

El asesinato de Angel Castro

Virus X

Obrero Revolucionario #929, 26 de octubre, 1997

Imagina esta situación: A tu hijo lo balean en la calle ante varios testigos, quienes ven la cara de los asesinos claramente e informan a las autoridades, pero no pasa nada. No hay investigación. No acusan a nadie ni llevan a los sospechosos ante las ávidas cámaras de los noticieros. El gobierno no te da ningún consuelo. No salen reportajes en el programa "America's Most Wanted"; no piden a los "buenos ciudadanos" colaboren para cazar a los criminales. No hay necesidad porque su dirección es bien conocida y además está muy cerca: la delegación. Es decir, los policías son los asesinos.

Para centenares de familias en todo el país esta es una realidad: un hijo, una hija, su madre o su padre asesinado por la policía--baleado, golpeado, sofocado--sin disculpa alguna y sin justicia. En Chicago, a Jorge Guillén lo mataron en su departamento ante la esposa e hijos; a Eric Smith, en la carretera ante la madre y abuela. En el caso de James Quarles de Baltimore, Maryland, filmaron el asesinato y salió en los noticieros nacionales. Es constante, es la norma, es el pan de todos los días. ¡Basta ya!

El movimiento de resistencia crece: se alzan las voces de las víctimas de la brutalidad policial, los familiares de los asesinados, los que antes no se atrevían a hablar. Protestan. Reclaman justicia. Exigen el fin de esta guerra contra el pueblo.

En el transcurso del mes pasado, Virus X, corresponsal del OR, entrevistó a seis valientes mujeres que sufren el mismo dolor: las autoridades les robaron un hijo y les destrozaron la vida.

No se trata de víctimas pasivas; luchan por sus hijos y luchan por los demás. Han formado grupos de familiares como "La Justicia es Ciega" y "Madres contra la Injusticia"; han trabajado con organizaciones que se oponen a la pena de muerte; y han participado en la movilización para el Día Nacional de Protesta para Parar la Brutalidad Policial, que se realizará el 22 de octubre.

Para unas es la primera vez que protestan, para otras no; la policía las ha hostigado, les ha hecho sufrir duras penas, pero no se han rajado. Su historia demuestra el sufrimiento que el sistema impone y la fuerza de los que se atreven a luchar.

En las primeras dos partes de la serie (#927 y #928) entrevistamos a madres cuyos hijos fueron condenados injustamente. A continuación nos habla Linda Girón, la mamá de Angel Castro Jr., asesinado por la policía de Chicago.

Linda Girón: Lucha por Angel

"Al principio cuando mataron a mi hijo, no podía comer. Mi hija me preguntaba por qué y le contestaba: `¿Cómo voy a comer cuando él jamás volverá a comer?' Mi hija me decía: `Mamá, no puedes hacer eso', pero así me sentía yo. ¿Cómo voy a respirar? ¿Por qué estoy viva y él no? De noche no podía dormir; pensaba que él estaba durmiendo para siempre".

No existen palabras para expresar el dolor que Linda Girón siente. Se nota cuando mira las fotos de su hijo con el pequeño sobrino o cuando habla de la difícil infancia que tuvo. Le da muchísimo coraje hablar de la noche que la policía asesinó a su único hijo, Angel Castro Jr., de 15 años.

A veces le parece que todo lo que antecedió a esa noche era un sueño, aunque no era fácil tampoco. Su hija tiene dos hijos y el esposo trabaja en un restaurante de hamburguesas. Angel estuvo en una pandilla y la policía lo jodió porque odia a los puertorriqueños. Es una madre divorciada y la familia se mantiene con su salario; no era nada fácil, pero toda la familia soñaba con una vida mejor.

Todo eso cambió el 23 de octubre de 1996. Angel iba para una fiesta de cumpleaños; Linda lo despidió con un beso... De repente, mientras hablaba por teléfono, llegaron los policías y le dijeron a la hija que Angel fue baleado. Era la peor pesadilla de una madre.

"¿Quién lo hizo? ¿Por qué lo mataron?", preguntó Linda en el depósito de cadáveres. Estaba desesperada y quería saber la verdad, pero la policía dio muchos rodeos: "Fue una balacera de pandillas... Le disparó a la policía... Apuntó a la policía... Encontramos su pistola en el techo, pero no podemos decir si tenía sus huellas". Entre más hablaban menos sentido tenía.

Solo después de muchos meses Linda pudo enterarse de todos los pormenores: Angel iba en bicicleta por la calle cuando una patrulla iba a toda velocidad por un callejón; chocaron y Angel cayó al suelo. Al pararse, la policía le metió un tiro en la cabeza; después lo esposaron y lo dejaron tendido en la calle, temblando hasta que se murió.

*****

Al poco tiempo la empezaron a hostigar. En los días después del entierro, Linda salió de compras con su abuela. Era un momento difícil para ella y al encontrarse con un policía se sintió peor. Dijo: "No sé exactamente por qué, pero estaba muy nerviosa, como que algo presentía. Miraba unos guantes cuando de repente sentí ganas de vomitar. Alcé la cabeza y allí estaba el policía, Mancuso, y se estaba riendo. Corrí donde mi abuela y le dijo lo que pasaba. Cuando miré de nuevo, estaba allí con dos agentes más. Se reían y hablaban. Miré mal a Mancuso, pues me dio mucho coraje y uno de los agentes dijo: `Mira, parece que está enojada'. Mancuso respondió: `Me vale madres. Es la madre del chavo de 15 años que matamos recién'. Y se reían y seguían riéndose, riéndose".

Linda reportó el incidente a la agencia del gobierno encargada de investigar las quejas de maltrato policial, la Oficina de Normas Profesionales. Le dijeron: "Como no te tocó, no tienes por qué quejarte". Así pasó muchas veces: la policía la hostigaba, ella lo reportaba a la OPS... y la policía la hostigaba más.

A veces era muy obvio: por ejemplo, apenas murió Angel, la policía llegó para registrar su recámara. O cuando fueron al entierro con una actitud hostil y un carro siguió la procesión fúnebre el largo camino al cementerio en las afueras de la ciudad. Otras veces parecía coincidencia, pero no lo era: le aparecían las llantas cortadas, la antena rota, el motor dañado y recibía llamadas que colgaban después de reportar incidentes a la OPS.

Linda no se rajó. Los policías pasaban y hacían gestos y amenazas, ponían la sirena, arrestaban; pero cada mes Linda invitaba a una vigilia en el lugar donde murió Angel. Asistían varias docenas de amigos, familiares y activistas, y el padrastro rezaba el rosario. Linda quería hacer algo más; pegó en la zona un volante con la foto de Angel "antes" y "después" del asesinato con la advertencia: "Los asesinos siguen en la calle y tú o tu hijo podría ser la próxima víctima. Hay que exigir justicia". Linda habló ante la junta directiva de la policía e iba de puerta en puerta buscando testigos dispuestos a decir la verdad. Estaba resuelta a conseguir justicia.

No tardó mucho en darse cuenta de que eso iba a ser sumamente difícil. Para entablar una demanda, necesitaba un testigo dispuesto a arriesgarse a las represalias de la policía. Los agentes sometieron a una testigo ocular a ocho horas de interrogación y acabó en el hospital por un ataque de asma. No es sorprendente que ella, al igual que mucha gente, no quería ofrecerse de testigo. Dijo Linda: "Me dijeron que no querían acabar como mi hijo. Un chavo me dijo que no podía hablar porque si lo hacía, lo iban a matar. Un agente le dio un puñetazo en la cara y le dijo que mejor se callara".

Eso ha sido sumamente frustrante para Linda. Dijo: "Sé que muchas veces la gente no se opone a la policía porque tiene miedo. Piensan, pues hoy me rompieron la pierna; tal vez mañana me rompen el cuello o me matan. Tienen miedo de hablar, de decir lo que pasó; pero eso solo ayuda a la policía a seguir en lo mismo porque va a decir: `Tienen miedo. Perfecto. Eso nos conviene'. Mientras la gente tenga miedo de la policía, va a seguir haciendo lo que les dé la gana como si nada".

Linda entiende muy bien el precio que se paga por desafiar a la policía. Además de asesinar a su hijo, la policía ha atropellado a la familia entera. El invierno pasado, un agente atacó al yerno en un McDonald's, se lo llevó y después lo dejó muy lejos de la casa. Antes del asesinato de Angel, unos policías insultaron y atacaron a la hija de cinco meses de embarazo; después del asesinato, la llevaron con sus amigas a punta de pistola a la delegación, les soltaron groserías y burlas sexuales, y cuando se dieron cuanta de que era la hermana de Angel, se burlaron de él también.

A veces Linda siente que no aguanta la presión, que no puede seguir adelante. En esos momentos se pregunta, ¿por qué?; pero no se raja: "No puedo darme por vencida. Mi hijo tenía el derecho de vivir y no tenían ningún derecho de matarlo. Debo luchar por él porque no está aquí para luchar por sí mismo, ni puede comprobar su inocencia y su honradez. Me toca a mí hacerlo... Antes tenía miedo, pero ya no porque ellos lo mataron y están libres. Hasta me sorprendo a mí misma a veces porque les contesto y les miro como diciéndoles: `No les tengo miedo. Así que hagan lo que quieran porque a mí no me asustan'".

Linda no está sola. Hay muchas mujeres más que protestan contra el maltrato policial y el hecho de reunirse con ellas la ha animado mucho. Dijo: "Para mí son mujeres muy fuertes. Me hacen sentir muy bien porque no se dejan intimidar. Protestan. Se defienden. No dicen: `Soy mujer. No puedo hacerlo; que el hombre lo haga porque yo no tengo la fuerza para eso'. Están demostrando que tienen fuerza. Tal vez es por eso mismo que la gente me dice que soy fuerte, pues yo veo que las demás son fuertes pero no ando pensando que yo lo soy".

El 23 de octubre de 1997 se cumple un año del asesinato de Angel, un año sin justicia. Hace unos pocos meses, Linda recibió una carta de la OPS: declaró justificada la conducta de la policía. Quedó totalmente asqueada, decepcionada de la policía y la OPS, y con serias dudas acerca de la posibilidad de conseguir justicia para su hijo. Sin embargo, cree que hay que seguir luchando, por Angel y los demás. Dijo: "Si seguimos protestando, si seguimos diciendo la verdad, todo el mundo la va a escuchar y ver lo que realmente está pasando; eso tal vez va a asustar a los policías. Los alcaldes, el fiscal podrían pensar, `¡Ojo! Tenemos que manejarnos con cuidado'".

Y, ¿si la policía y sus jefes no dan marcha atrás? Linda les advierte: "A veces pienso que va a llegar a cierto punto y la gente ya no aguantará más. De hecho, yo estoy harta y conozco a mucho más gente que está harta. Va a llegar al punto que ya no se acepte el maltrato y entonces habrá una gran guerra".


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