150 aniversario

La historia de Manifiesto Comunista

Obrero Revolucionario #937, 21 de deciembre, 1997

En febrero de 1848, se publicó en Londres un nuevo folleto comunista, escrito en alemán, titulado Manifest der Kommunistischen Partei. Se imprimió en un pequeño taller y se despachó con toda urgencia al continente europeo, a la sazón convulsionado por levantamientos y disturbios en la mayoría de las ciudades importantes. Allí lo esperaban pequeños núcleos de revolucionarios, quienes necesitaban una declaración de alto calibre como guía para su trabajo y como toque de clarín para movilizar a las masas a un movimiento rotundamente revolucionario.

Las primeras líneas del folleto eran audaces: "Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma... ya es hora de que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines y sus aspiraciones; que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un manifiesto del propio Partido".

En poco tiempo, el folleto se tradujo a muchos idiomas europeos. En español se llamó Manifiesto del Partido Comunista. En 1850, una edición en inglés publicó los nombres de los autores por primera vez: Carlos Marx y Federico Engels.

Muchos documentos y manifiestos de aquella época han caído en el olvido entre el polvo de las bibliotecas, pero este manifiesto vive: se estudia en ghettos, en bases de apoyo rurales, en escuelas y universidades del mundo entero; inspira y prepara nuevas generaciones revolucionarias, una tras otra.

El Manifiesto Comunista es el documento visionario que fundó el movimiento comunista moderno, la primera declaración de la ideología científica que se conoce ahora como el marxismo-leninismo-maoísmo. Con motivo de su 150 aniversario, a continuación ofrecemos su historia.

*****

Despertad, leones durmientes,
en vuestra masa inconquistable,
haced añicos las cadenas
que en el sueño os han apresado.
¡Vosotros sois muchísimos, ellos apenas un puñado!

Poema de Percy Shelly dedicado
a los obreros de Manchester que
confrontaron las tropas en 1819

A mediados de la década de 1840, el movimiento comunista necesitaba con urgencia un nuevo manifiesto aglutinante. La sociedad experimentaba grandes cambios y las antiguas doctrinas revolucionarias, calcadas y adaptadas de la gran revolución burguesa de Francia de 1789, ya no daban la talla.

En ciertos aspectos, era una época difícil para los revolucionarios. Tras la derrota de la gran revolución francesa (primero por la traición de Napoleón Bonaparte, quién se coronó emperador, y después, en 1815, por las fuerzas combinadas de las monarquías feudales de Europa que aplastaron al ejército francés), la "santa cruzada" de monarcas triunfantes reprimió salvajemente durante décadas al pueblo: volvieron los reyes y príncipes; se reprimió la política revolucionaria antimonárquica; se vigilaban las fronteras; pululaban espías y soplones en todas partes.

El triunfo de los reaccionarios parecía total, pero profundos cambios en la economía socavaban su poder y creaban nuevas y poderosas fuerzas de descontento. En la tecnología y la producción se operaban notables cambios. El "sistema fabril" se estableció en unas pocas nuevas zonas industriales de Inglaterra y sus horribles talleres se multiplicaron en partes del continente europeo. Era común que niños de nueve años trabajaran 60 ó 72 horas a la semana en la manufactura. Nuevas presiones capitalistas en la agricultura precipitaron la expulsión de campesinos de sus tierras, que se sumaban a una nueva clase rebelde: el proletariado moderno.

Se veían los primeros indicios de una nueva ola de lucha revolucionaria. En julio de 1830, batallas campales conmocionaron las calles de París. En 1831, los tejedores de seda de Lyon iniciaron una huelga; se salieron de sus talleres cantando:

"Al llegar nuestro reino

vuestro reino acabará

y tejeremos el sudario del viejo mundo.

¡Escuchen el trueno de la rebelión!"

Diez años después, hubo tantos "motines de pan" que a la década se le dio el nombre de "los años de hambre".

En medio de todo eso, las fuerzas más radicales estaban creando un nuevo movimiento que llamaron "comunismo". Soñaban con distribuir la riqueza de la sociedad y abolir las diferencias de clase. Inicialmente ese comunismo era una mezcla de nuevas ideas brillantes, deseos "utópicos" imprácticos y hazañas audaces. Unos pensaban que los movimientos comunales podían educar a la humanidad paulatinamente a adoptar una nueva vida y que no sería necesario tumbar el viejo orden por medio de la violencia; otros pensaban que pequeños grupos de conspiradores, sin una firme base popular, podían cambiar la sociedad.

Pero rápidamente se empezó a ver que esos planes y métodos eran inadecuados, y dos jóvenes revolucionarios alemanes empezaron a ganar adeptos debido a sus nuevos y vitales análisis: Carlos Marx y Federico Engels, quienes habían decidido reunirse en Bruselas (Bélgica) con el objetivo de trazar un plan de acción para la revolución comunista.

Cada uno aportó cualidades importantes al equipo. Carlos Marx, nacido en 1818, había investigado minuciosa y críticamente las teorías y filosofías revolucionarias de la época. Como periodista de la publicación progresista Rheinische Zeitung, emprendió un análisis detallado de la política y los conflictos de esos tiempos, especialmente de la vida de los campesinos del valle del río Rin en Alemania. Un conocido describió al joven Marx: "dominante, impetuoso, apasionado, desbordante de confianza en sí mismo, pero también fervoroso y erudito, un dialéctico incansable...".

En 1843, cuando el gobierno cerró Rheinsche Zeitung, Marx se exiló en Francia, que era entonces el centro de actividad revolucionaria de Europa.

Federico Engels, nacido en 1820, era de una familia capitalista rica. Autodidacta, no terminó los estudios de secundaria. En 1842, lo mandaron a Manchester, Inglaterra, a trabajar en una fábrica de hilo de la familia. En esos días, cuentan sus escritos, en su corazón resonaban las canciones de la revolución francesa y ansiaba volver a ver la guillotina del famoso Terror Rojo.

En Inglaterra, Engels observó personalmente el capitalismo más avanzado de la época: los poderosos medios de producción industriales, y la miseria de los tugurios y las epidemias en los nuevos pueblos manufactureros. Estudió el cartismo, uno de los primeros movimientos obreros de Inglaterra. Engels odiaba el capitalismo y entendió que estaba transformando el viejo mundo rápidamente.

Marx y Engels colaboraron para crear una nueva síntesis, más avanzada, producto de un profundo estudio de la política, la economía, la historia y la filosofía. Su método científico elevó el comunismo a un plano superior: lo sacó del mundo de los sueños utópicos y lo plantó en el apasionante mundo de la política práctica.

Nueva organización comunista, nuevo Manifiesto Comunista

"Y tampoco ha resultado estéril la propaganda por debajo de cuerda; cada vez que voy a Colonia o entro aquí en una taberna, encuentro nuevos prosélitos. La reunión de Colonia ha dado resultados maravillosos; por todas partes vemos grupos comunistas que han ido desarrollándose calladamente y sin participación directa de nuestra parte...lo que ahora nos hace falta, sobre todo, son dos o tres obras importantes en que encuentren una base sólida los que solo entrevén las cosas, a quienes les gustaría saber, pero no pueden desenvolverse por sí solos...y tenemos que machacar sobre el hierro mientras está caliente".

De una carta de Federico Engels
a Carlos Marx durante un viaje por
Alemania en 1845

A partir de 1846, Marx y Engels se propusieron conectarse con la gran cantidad de grupos comunistas que estaban surgiendo en Europa. Uno de los más prometedores era la "Liga de los Justicieros" en Londres, que contaba con varios centenares de miembros y la participación de muchos revolucionarios alemanes exilados. La Liga se interesó en los escritos de Marx y Engels, y aceptó su recomendación de reorganizarse como la Liga de los Comunistas. Marx (quien no asistió al congreso fundador) luchó para que cambiaran su viejo lema de "Todos los hombres son hermanos", argumentando que había hombres de quienes él no quería ser hermano. Su nuevo grito de batalla fue: "¡Proletarios de todos los países, uníos!".

Un camarada describió a Marx y Engels: "En ese entonces Marx era un hombre joven, de unos 28 años, pero nos impresionó muchísimo. Era de estatura mediana, ancho de espaldas, fuerte y de porte enérgico... Era conciso, convincente y lógico... No tenía nada de soñador... Federico Engels, su hermano espiritual, era... delgado, ágil, rubio; más parecía un elegante teniente joven que un intelectual".

En septiembre de 1847, la nueva Liga de los Comunistas sacó un borrador de una "Profesión de fe comunista". Era un documento al viejo estilo utópico, basado en principios divorciados de la vida real, en forma de catecismo religioso. Marx y Engels lo rechazaron, y Engels logró que se le encargara escribir un nuevo borrador.

En octubre, Engels le pidió a Marx que lo revisara y le sugirió: "Creo que sería mejor abandonar la forma de catecismo y llamar la cosa así: Manifiesto Comunista. Como es preciso hacer un relato histórico de cierta extensión, la forma que ha tenido hasta ahora es bastante inapropiada". Engels sugiere que el manifiesto también debería abordar asuntos de organización partidaria "en la medida en que pueda hacerse pública".

Marx y Engels fueron juntos al segundo congreso de la Liga de los Comunistas. Durante 10 días en noviembre y diciembre de 1847, el congreso debatió sus nuevos planteamientos de la política comunista y, finalmente, los aceptó.

La Liga de los Comunistas reemplazó su viejo programa de alcanzar una "comunidad de bienes" y adoptó una meta mucho más tajante y radical: "La finalidad de la Liga es el derrocamiento de la burguesía, la dominación del proletariado, la supresión de la vieja sociedad burguesa, basada en los antagonismos de clase, y la creación de una nueva sociedad, sin clases y sin propiedad privada".

Así se constituyó una organización comunista con nuevos lineamentos y le encargaron a Marx finalizar su manifiesto. De nuevo en Bruselas, se dedicó a eso; como siempre quería hacer un trabajo preciso y profundo. Los camaradas de Londres se impacientaron. En Milán y Palermo (Italia) estallaron revoluciones y se necesitaba el manifiesto en las calles. En enero de 1848, le dieron un plazo; le hicieron saber "que se procedería contra él si para el primero de febrero no se había recibido aun en Londres el manifiesto". Lo terminó a principios de febrero y lo envió con urgencia a Londres.

Un arma de lucha

"Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo".

Carlos Marx, 1845

El Manifest der Kommistischen Partei salió a mediados de febrero como el programa oficial de la Liga de los Comunistas. Unos días después, estalló un levantamiento en París que tumbó al rey. En el lapso de unas semanas, la revolución que los comunistas esperaban se extendió a Viena y Berlín. En cuestión de meses, cayeron los gobiernos de una amplia región del corazón del continente.

El Manifiesto de Marx y Engels se recibió con gran entusiasmo. Ahora la pequeña tendencia comunista de Europa contaba con un arma de alto calibre para la batalla. Rápidamente se tradujo del alemán al inglés, francés, polaco y danés.

La policía belga se alarmó. Arrestó a Carlos Marx y posteriormente a Jenny Marx cuando buscaba a su marido, acusándola de vagancia. Expulsados de Bélgica, se fueron a París. Marx y Engels reorganizaron el comité central de la Liga de los Comunistas y fundaron el Club de Obreros Alemanes, que rápidamente atrajo a 400 miembros. Todos los ojos estaban puestos en Alemania; Engels escribió: "La marcha de los asuntos en Alemania es en verdad excelente; levantamientos por doquier...".

A principios de abril, Marx y Engels entraron desapercibidos a Alemania (que en ese entonces consistía de muchos estados semiindependientes dominados por el reino de Prusia) con 1000 ejemplares del Manifiesto Comunista recién impreso en Londres.

Se establecieron en Colonia, la ciudad donde el movimiento revolucionario estaba más avanzado. La organización local de la Liga de los Comunistas había llegado a tener más de 8000 miembros en unos pocos meses, pero dominaba una línea derechista que limitaba las demandas a la cuestión salarial e inclusive abogaba por una monarquía constitucional. Marx fundó su propia organización revolucionaria que suplantó a la Liga de los Comunistas en poco tiempo. Se planteó la tarea de alcanzar a las amplias masas y dirigirlas a la revolución. Engels escribió: "Pero el papel de predicadores en el desierto no nos cuadraba; habíamos estudiado demasiado bien a los utopistas para caer en ello. No era para eso para lo que habíamos trazado nuestro programa".

El 10 de junio de 1848, Marx y Engels empezaron a publicar un diario revolucionario, el Neue Rheinishe Zeitung (NRZ), que criticaba incansablemente a las monarquías de Europa y exhortaba a las masas a una revolución democrática radical contra el feudalismo y la autocracia. El periódico alcanzó un tiraje de 5000 ejemplares, uno de los mayores de Alemania.

En Prusia, la revolución no logró tumbar la monarquía; hubo una serie de levantamientos en 1848 y 1849, pero el gobierno compró a la oposición burguesa con promesas de elecciones y atacó los centros revolucionarios.

En septiembre, una asamblea popular eligió a Marx, Engels y otros de su tendencia a un "Comité de Seguridad", que tomó su nombre de los organismos de poder revolucionario que ejecutaron a los aristócratas franceses 50 años atrás. El 25 de septiembre, las autoridades ordenaron el arresto de los dirigentes, y prohibieron el NRZ y todas las organizaciones políticas aliadas. Se publicó un afiche de "se busca" de Engels, quien cruzó la frontera acompañado de varios colaboradores del NRZ. Allí esperaron unos meses.

Si bien Marx jugó un papel dirigente, como no habló en las reuniones públicas no había pruebas de su participación en la "conspiración". Así pudo permanecer en Colonia y casi solo empezó a publicar el NRZ de nuevo en desacato a las autoridades militares. En poco tiempo lo sometieron a juicio, pero al escuchar su defensa netamente política, el jurado lo declaró inocente. De no haber resultado así, una muchedumbre amenazaba con liberarlo a la fuerza.

En diciembre, Marx llegó a una nueva conclusión radical: la burguesía había demostrado ser incapaz de dirigir la revolución para tumbar el feudalismo y las monarquías. Si la clase obrera no dirigía el movimiento, fracasaría.

El 2 de marzo, llegaron a la casa de Marx soldados armados con sables y exigieron que les entregara a uno de los colaboradores del periódico; dijeron que si no cumplía "habría problemas". Marx respondió que las amenazas "no logran nada conmigo". De repente, los soldados se dieron cuenta de que Marx tenía una pistola en el bolsillo, se pusieron muy nerviosos y se fueron. Después Engels bromeó que el cuartel militar contaba con 8000 soldados mientras la "fortaleza" del NRZ solo tenía unas cuantas bayonetas, cartuchos y los sombreros rojos de los impresores.

En la primavera de 1849, el ejército prusiano reforzó la ocupación de Renania; el pueblo se defendió. Engels luchó en las barricadas en su pueblo de Elberfeld. El 9 de mayo, le ordenaron a Marx a abandonar el país en un lapso de 24 horas. Sus documentos se vencieron y estaba en calidad de indocumentado. El jefe de policía lo acusó de haber "abusado escandalosamente... del derecho de asilo" porque "incita cada vez con mayor encono a despreciar al gobierno existente, a derrocar violentamente el orden establecido y a implantar la República social".

El NRZ no podía seguir publicando por la represión contra todos los editores, a quienes esperaba el exilio o el arresto. Marx publicó el último número el 18 de mayo. Impreso totalmente en tinta roja, se burlaba de los elegantes pretextos de las autoridades para encubrir la represión sangrienta: "¿A qué vienen, pues, vuestras hipócritas frases, afanosas de buscar un imposible pretexto? Somos gente desconsiderada y no esperamos de vosotros consideración alguna. Cuando nuestra hora llegue, no paliaremos nuestro terrorismo".

El tiraje de ese famoso "número rojo" fue de 20.000 ejemplares. Durante años siguió circulando, de mano en mano, entre los obreros revolucionarios de Europa y Norteamérica, muchas veces junto con el Manifiesto Comunista.

La contrarrevolución avanzó; Marx y Engels se replegaron hacia el sur, por el río Rin. Como Marx no podía quedarse más tiempo sin documentos, se fue a París y, con un seudónimo, se unió a la lucha.

Engels se quedó en Alemania, sumándose a la lucha armada contra el ejército prusiano. Participó en cuatro batallas y finalmente tuvo que cruzar la frontera a Suiza. Le escribió a Jenny Marx que "el silbido de las balas es cosa pequeña" y afirmó que los comunistas lucharon valientemente en el feroz combate.

Con los acontecimientos de mayo, terminó ese período revolucionario en Alemania; la represión duró cuatro años. Un poeta revolucionario describió que en casa uno de repente escuchaba los disparos de pelotones de fusilamiento ejecutando a los revolucionarios. Tener un ejemplar del Manifiesto Comunista era motivo de arresto.

El manifiesto de un nuevo movimiento mundial

Marx y Engels se volvieron a reunir en Inglaterra, donde reestablecieron una organización comunista y trazaron planes para una nueva publicación revolucionaria. Marx tenía 31 años; Engels estaba por cumplir 30.

Marx aprendió mucho de la intensa práctica revolucionaria de 1848 a 1849. Escribió que las revoluciones proletarias, "como las del siglo 19, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que solo derriban a su adversario para que este saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: `Hic Rhodus, hic salta!' ¡Aquí está la rosa, baila aquí!".

En 1848, el comunismo ya no era simplemente un "fantasma", sino un movimiento internacional de carne y hueso, y el Manifiesto Comunista era su documento fundamental. Engels escribiría después que el Manifiesto trazó "la línea de acción", con lo que se ha logrado que los comunistas "en todas partes, luchen como un solo ejército y bajo una sola bandera".

El Manifiesto era un análisis materialista, una síntesis viva, y precisamente por eso Marx y Engels encontraron que algunas partes perdieron vigencia en los años posteriores. Durante los últimos 150 años el mundo ha cambiado mucho, y el análisis de la gran cantidad de nuevas experiencias revolucionarias ha enriquecido, ampliado y profundizado el conocimiento de los comunistas cualitativamente.

Sin embargo, en lo fundamental el Manifiesto Comunista--un documento extraordinario por su método materialista-dialéctico, sus conclusiones visionarias acerca de la posibilidad de abolir las clases, su análisis de la misión histórica de la entonces naciente clase proletaria--ha mantenido su vigencia, su vigor y su potencia a lo largo de 150 años.

Marx y Engels señalaron en el Manifiesto: "La revolución comunista es la ruptura más radical con las relaciones de propiedad tradicionales, nada de extraño tiene que en el curso de su desarrollo rompa de la manera más radical con las ideas tradicionales".

Tres años después de los acontecimientos de 1848, Marx abordó ese tema nuevamente, sintetizando que el comunismo "es la declaración de la revolución permanente, de la dictadura de clase del proletariado como punto necesario de transición para la supresión de las diferencias de clase en general, para la supresión de todas las relaciones de producción en que estas descansan, para la supresión de todas las relaciones sociales que corresponden a esas relaciones de producción, para la subversión de todas las ideas que brotan de estas relaciones sociales".

Esos dos conceptos marxistas, que los maoístas llamamos "las dos rupturas radicales" y "todas las cuatro", son centrales para entender los profundos cambios que entraña el proceso mundial de la revolución comunista.

En 1869, salió una edición rusa del Manifiesto Comunista traducido por Bakunin, que entró ilegalmente a Rusia. Cuando la clase obrera tomó el poder por vez primera en la breve Comuna de París de 1871, el Manifiesto Comunista fue la guía para una nueva generación revolucionaria de Europa y Norteamérica. Muchos comunistas empezaron a llamarse "marxistas".

En Estados Unidos se publicaron varias ediciones del Manifiesto en la década de 1870. Una de ellas fue publicada por Albert Parsons, líder de los obreros revolucionarios de Chicago, quien se destacó en los hechos de Haymarket. En 1882, salió una nueva edición rusa que preparó a la generación de marxistas que sentó la base para el Partido Bolchevique de Lenin.

Setenta años después de publicarse el Manifiesto, el proletariado revolucionario tomó el poder y gobernó por primera vez en 1917 en Rusia. Esa victoria histórica demostró en los hechos la vigencia de las ideas centrales del Manifiesto. Detentar el poder estatal allí permitió la difusión de las obras de Marx en el mundo entero. A cien años de la publicación del Manifiesto Comunista, el líder comunista Mao Tsetung estaba por tomar el poder nacional en China y escribió: "Las salvas de los cañones de la Revolución de Octubre nos trajeron el marxismo-leninismo".

Durante el siglo 20 el Manifiesto Comunista se ha traducido prácticamente a todos los idiomas escritos del planeta y millones de personas que buscan el camino a la liberación lo han estudiado con gran interés. Durante 150 años, esa obra magistral ha sido censurada y prohibida, leída clandestinamente y pasada de contrabando. Es un ejemplo vivo de la fuerza de las ideas para transformar la realidad material: ha influido en la historia humana y en la vida de centenares de millones. Su gran impacto demuestra la fuerza de la ideología científica que guía la lucha del proletariado para emancipar a la humanidad. En vísperas del siglo 21, las palabras finales del Manifiesto Comunista siguen representando el credo de los que odiamos la opresión: "Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos solo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente. Que las clases dominantes tiemblen ante una Revolución Comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar".

¡Proletarios de todos los países, uníos!

Más lecturas más acerca del marxismo:

Bob Avakian, Para una cosecha de dragones: Sobre la "crisis del marxismo" y la fuerza del marxismo ahora más que nunca, RCP Publications, 1983, Chicago.

Bob Avakian, El falso comunismo ha muerto... ¡Viva el auténtico comunismo!, RCP Publications, 1992, Chicago.


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