Calentamiento global: cháchara en Kyoto

Obrero Revolucionario #943, 8 de febrero, 1998

Todo indica que la industria capitalista producirá un calentamiento global durante el próximo siglo, con efectos catastróficos para millones de personas.

En la conferencia internacional de Kyoto, Japón, en diciembre de 1997 se vio una vez más que los dirigentes de los gobiernos más poderosos no son capaces de tratar seriamente ese gran peligro. Si bien está de moda hablar de la "responsabilidad ambiental", las exigencias del sistema son totalmente incompatibles con la protección del medio ambiente.

Los científicos del mundo entero han señalado el gran peligro que existe y han exhortado a que los gobiernos tomen medidas antes de que sea demasiado tarde. El Consejo Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), un grupo de las Naciones Unidas que estudia el impacto humano en el clima, publicó su segundo informe en diciembre de 1995. Concluye que la actividad humana ya ha empezado a cambiar el clima y señala que es posible que tales cambios se multipliquen con resultados desastrosos. Dicho informe es una evaluación científica de gran peso que cuenta con el apoyo de 2000 científicos y climatólogos del mundo entero.

Durante la conferencia de Kyoto, los grupos ambientalistas urgieron a los delegados de 160 países a adoptar fuertes medidas para reducir los "gases invernadero" que producen calentamiento global y a impulsar las fuentes alternativas de energía. Hubo marchas y mesas de información. La organización ambientalista Greenpeace construyó un enorme "carbonosaurio" de latas de petróleo, como para decir que los monopolios petroleros son unos dinosaurios.

Los científicos calculan que para evitar el calentamiento global será necesario reducir las emisiones de dióxido de carbono (CO2) paso a paso en el transcurso del próximo siglo hasta llegar a un nivel de 60% por debajo de las emisiones de 1990. Por lo mismo, la Alianza de Pequeños Estados Islas (ASIS) propuso a la conferencia una reducción de 20% por debajo de los niveles de 1990 para el año 2005 en los "países industrializados". Los 38 países de la Alianza toman el problema muy en serio porque perderán gran parte de su territorio si el calentamiento global hace subir el nivel del mar.

Sin embargo, la conferencia no estudió propuestas como esa porque a las grandes potencias no les dio la gana. Estados Unidos, Japón y los países europeos, que son los responsables del problema pues producen 75% de las emisiones actuales (y 80% de las de años pasados), impusieron un acuerdo completamente inútil.

Palabras huecas, acuerdo inútil

De palabra, el gobierno de Clinton reconoce el peligro del calentamiento global. En octubre de 1997, Clinton dijo que era un "deber solemne" evitar un cambio climático global catastrófico: "De no cambiar el rumbo ahora, las consecuencias serán destructivas para América y para el mundo".

Sin embargo, a la hora de anunciar su posición en las negociaciones de Kyoto, el gobierno estadounidense dijo que solo reducirá sus emisiones a los niveles de 1990, una posición tan conservadora que provocó la renuncia del subsecretario de Estado para Asuntos Ambientales Globales (nombrado por el mismo Clinton).

El vicepresidente, Albert Gore, estuvo presente en Kyoto. Dado que escribió un libro acerca de la protección del medio ambiente, Earth in the Balance (El futuro de la Tierra está en juego), algunos pensaban que iba a estar a favor de reducir las emisiones de gases invernadero. No fue así; apoyó la posición oficial y luego pidió más "flexibilidad" por parte de los negociadores estadounidenses. Fuera de la conferencia coreaban: "¡Al, lea su propio libro!".

Poco después de que Gore se fue de Kyoto, se anunció el "Protocolo Kyoto", una farsa que recomienda reducciones insignificantes en las emisiones de gases invernadero de las 34 "naciones industrializadas", a un nivel de 5,2% debajo de los niveles de 1990 para el año 2012.

Según el acuerdo, Estados Unidos reducirá sus emisiones 7%, la Unión Europea 8% y Japón 6%. Las potencias europeas pueden decidir entre sí cómo alcanzar un promedio de 8% y algunos países, como Portugal y España, inclusive podrán aumentar sus emisiones.

Greenpeace declaró: "Es absurdo que el resultado de 11 días de negociaciones intensas y cinco años de planeación sea una conferencia que no pudo acordar reducciones para prevenir peligrosos cambios climáticos. Estamos ante un acuerdo que perjudica el mundo en vez de protegerlo".

Un acuerdo débil e ineficaz

"El aire y el agua ya no son `bienes libres' como antes pensaban los economistas. Hay que redefinirlos de acuerdo a los derechos de propiedad para distribuirlos adecuadamente".

Richard Sandor, Director de Kidder & Peabody
y de la Junta de Comercio de Chicago,
y co-autor de un informe de la ONU que
propone la compraventa de emisiones

En Kyoto, Estados Unidos quería imponer al mundo un monstruoso plan de "compraventa de emisiones", que permite a los países ricos comprar los "derechos a emisión de gases" de otros países. Por ejemplo, Rusia y Ucrania están en una profunda crisis económica y, por eso, sus emisiones de CO2 están 32% por debajo de los niveles de 1990 y muy por debajo del límite fijado por el acuerdo de Kyoto. Estados Unidos piensa comprarles los "derechos a los gases invernadero" para que sus propias industrias y medios de transporte puedan seguir arrojando gases peligrosos al aire, como si nada. Los detalles de la "compraventa de emisiones" se arreglarán en otra conferencia este año.

Además, las fuerzas armadas estadounidenses se otorgaron una excepción a las restricciones de los gases invernadero y no se aplicarán al "transporte internacional" de municiones ni a guerras internacionales aprobadas por la ONU. Es decir, si Estados Unidos libra otra guerra para dominar el petróleo del Medio Oriente, sus fuerzas armadas tendrán permiso para emitir todo el CO2 que quieran.

A pesar de todo eso, es posible que el Congreso rechace el acuerdo de Kyoto porque impone reducciones "obligatorias", y por eso los grandes monopolios de petróleo y carbón no están conformes. Senadores clave han dicho que bloquearán la ratificación y que se puede considerar que el acuerdo está muerto.

Eso es sumamente irónico dado que el acuerdo no tiene ningún mecanismo para imponer tales reducciones (supuestamente) "obligatorias".

Por otra parte, la historia indica que Estados Unidos no respetará el acuerdo de todas formas. En la conferencia de Río de Janeiro de 1992, Estados Unidos acordó reducir sus emisiones de gases invernadero al nivel de 1990, pero después las aumentó 13% por encima de dicho nivel. A pesar de la palabrería del gobierno de Clinton acerca de parar el calentamiento global, las emisiones de gases invernadero aumentaron 3,5% el año pasado, el mayor aumento en 20 años.

El "modelo" estadounidense llevará al desastre

La experiencia de Kyoto confirma que el sistema moderno de capitalismo/imperialismo, con sus corporaciones y gobiernos, es incapaz de abordar el peligro del calentamiento global causado por la actividad humana.

En 1990, el presidente George Bush dijo que Estados Unidos no iba a ratificar ningún acuerdo que "perjudique nuestro estilo de vida" y ese sigue siendo el criterio fundamental del gobierno. Para las corporaciones estadounidenses, "nuestro estilo de vida" depende de una profunda desigualdad en el mundo y de enormes cantidades de "combustibles baratos". Estados Unidos despilfarra la energía mundial, consumiendo 22 veces más energía por persona que un país como India.

Así y todo, las compañías petroleras y los delegados estadounidenses a las conferencias mundiales tienen las agallas de exigir límites al CO2 que producen los países del tercer mundo. Eso implica que dichos países tendrían que restringir su producción de energía, a pesar de que la lucha por obtener más energía es una batalla de vida o muerte en vastas zonas del mundo. Mucha gente cree que esa posición lo que busca es socavar todos los acuerdos concretos.

La hipocresía estadounidense no tiene nombre: por motivos políticos pide que el tercer mundo reduzca las emisiones cuando, en realidad, el Banco Mundial, controlado por el mismo Estados Unidos, financia (y saca ganancias) de proyectos en esos países que producen gases invernadero.

El Banco Mundial utiliza fondos proporcionados por los monopolios de petróleo y carbón del Occidente para financiar grandes proyectos de producción de energía en el tercer mundo. Un informe reciente del Institute for Policy Studies examinó inversiones de 9,4 billones de dólares del Banco Mundial en proyectos de petróleo, gas y carbón (centrales eléctricas, etc.) durante los últimos cinco años y descubrió que a la larga arrojarán 36 billones de toneladas de CO2 al ambiente (más que la producción global de CO2 durante un año).

¿Cuál es el propósito de esos proyectos? No es ayudar al pueblo. El informe indica que menos del 5% de dichos proyectos contribuyen a la electrificación rural, que es una necesidad apremiante en esos países. El 84% de la energía se destina a la creación de infraestructura para la industria; es decir, facilitará la inversión extranjera y el establecimiento de industrias rentables que explotarán la mano de obra de esos países.

La clase dominante de Estados Unidos fanfarronea que su sociedad y economía son el "modelo" para toda la humanidad. Pero, en realidad, ese "modelo" es desastroso por muchas razones, como el hecho de que puede producir calentamiento global y catástrofes climáticas.

Estados Unidos tiene apenas el 4% de la población mundial y produce más del 20% de las emisiones de CO2. Si no ocurre un cambio radical que frene este derroche de recursos y, lo que es más, si el mundo adopta las mismas prácticas extremas durante el próximo siglo, el pronóstico desastroso de los climatólogos se hará realidad, con resultados catastróficos para la humanidad y el planeta.

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Un rasgo fundamental de las empresas capitalistas es preocuparse exclusivamente por las ganancias a corto plazo. Actualmente, los gobiernos de las grandes potencias imperialistas están concentrados en las luchas de la profunda reestructuración económica de la producción y los mercados capitalistas en todo el mundo. A su criterio, los costos adicionales que implicaría la reducción de emisiones de gases invernadero son una carga insoportable que perjudicaría la guerra competitiva de "crecer o morir". El capitalismo siempre ha tenido una actitud mercenaria hacia la naturaleza, como si los recursos naturales fueran infinitos y como si la Tierra pudiera absorber desechos constantemente sin mayor problema.

Se han propuesto muchas formas de conservación de energía, además de "energéticos alternativos", por ejemplo, combustibles que contienen menos carbón y energía solar o geotérmica, pero el sistema capitalista no ha adoptado ninguna de ellas (salvo la energía nuclear, que es sumamente dañina al medio ambiente). Tampoco le da impulso al transporte público. Todo aspecto de la sociedad estadounidense, y del capitalismo en general, trae un enorme derroche de energía y una producción desenfrenada de contaminantes.

Hace 150 años, no se podía prever que el desarrollo económico anárquico del capitalismo pondría en riesgo el propio clima de la Tierra, pero ya era posible captar que el sistema capitalista no puede emplear las fuerzas productivas conscientemente en beneficio de la humanidad.

En 1848, Carlos Marx y Federico Engels escribieron en el Manifiesto del Partido Comunista: "Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros".

El capitalismo está estrangulando la Tierra y destruyendo las selvas tropicales que son los pulmones del planeta. La "ganancia al mando" está alterando la composición de la atmósfera y, tal vez, el clima de la Tierra. ¡Ni el pueblo ni el futuro les importa un comino! No permitiremos que los capitalistas se queden como los dueños y destructores de la Tierra.


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