El escándalo de Washington:
Riñas intestinas de la clase dominante

Obrero Revolucionario #943, 8 de febrero, 1998

El gobierno está consumido por un escándalo; de la noche a la mañana se habló de la destitución del presidente Clinton.

A partir de conversaciones telefónicas grabadas ilegalmente a la pasante de la Casa Blanca Monica Lewinsky, el fiscal de Whitewater, Kenneth Starr, se puso a investigar la conducta sexual del presidente. Hora tras hora, la prensa salpicaba sus informes con rumores "apetitosos", alimentando la morbosa afición nacional de voyerismo mezclado con puritanismo.

Con el escándalo también se vieron en acción nuevos poderes policiales. Agentes del FBI y fiscales federales recorrían la capital como "policías de la sexualidad", y oían conversaciones telefónicas sin orden judicial.

Clinton sintió en carne propia un tris de los nuevos poderes de la policía para interceptar conversaciones telefónicas y tender trampas... que él mismo propuso y firmó. Vivió un cachito de lo que han vivido miles con la ley de "un strike y fuera", las redes de soplones y la agrandada de la policía... que él mismo promovió y aprobó.

El fiscal Starr amenazó con meter a la cárcel a Monica Lewinsky y otros empleados de la Casa Blanca si no le cuentan a un gran jurado lo que saben sobre el comportamiento sexual de Clinton.

La gente se pregunta: puede que Clinton sea un machista mujeriego, ¿pero desde cuándo una presunta relación sexual consensual es motivo para acusaciones penales, inspecciones de apartamentos, grabación de conversaciones, amenazas de cárcel y destitución de altos funcionarios públicos? Si le pueden hacer eso a su propio presidente, ¿qué chance tenemos los mortales comunes?

Este escándalo es la punta visible de una fuerte lucha intestina de la clase dominante. Todavía no han salido a la luz muchos motivos, pero claramente es una lucha de poder por la dirección del país. En su contraataque, Hillary Clinton explicó ante las cámaras de TV: "es una vasta conspiración derechista". La revista Newsweek comentó: "A ella le parece que es como un conato de golpe de estado. No aceptan los resultados de las elecciones del 92 y el 96, así que aprovecharán lo que sea para cambiarlos".

Varias operaciones derechistas bien financiadas se han dedicado a buscarle una pata coja a Clinton: lo han acusado de homicidio (de sus colaboradores Vince Foster y Ron Brown); de narcotráfico (la conexión Mesa de coca de la CIA); de aceptar dinero de gobiernos extranjeros (el asunto de Huang); de malos manejos de finca raíz (el escándalo "Whitewater", con lo que comenzó sus investigaciones el fiscal Kenneth Starr). Ahora, de repente, varias de esas operaciones se han entrecruzado y han creado una grave crisis de poder. Y parece que otras fuerzas de la clase dominante se han metido también.

Cómo se prepara un escándalo

Este "repentino" escándalo tuvo una larga preparación: poderosas fuerzas llevan mucho tiempo cocinándolo. Hace años, la ultraderechista Fundación Rutherford se encargó del pleito de Paula Jones contra Clinton por acoso sexual. Cuál no sería su alegría cuando la Suprema Corte decidió que el pleito podía seguir adelante, aunque Clinton estaba en la presidencia. Normalmente, los presidentes no tienen que preocuparse por esas cosas, pero la Suprema Corte le quitó esa protección a Clinton.

Siguió otra decisión judicial poco común: la jueza Susan Webber Wright, una conservadora a cargo del pleito de Paula Jones, permitió a sus abogados presentar documentación de una "norma" de mala conducta sexual por parte de Bill Clinton. Eso abrió las puertas para que los abogados de Paula Jones pidieran declaraciones juradas de mujeres que no tenían nada que ver con ella. Así pues, mandaron investigadores privados a peinar la capital de Arkansas y la capital de la nación en busca de mujeres dispuestas a acusar a Clinton. A Monica Lewinsky la mandaron comparecer ante un gran jurado en enero; ahí juró que no había tenido relaciones sexuales con él.

Pero le tendieron una trampa. Linda Tripp, ex secretaria de la Casa Blanca, llamó a Monica Lewinsky, le jaló la lengua para que hablara de Clinton y grabó la conversación (lo cual es ilegal). Linda Tripp recibió sus instrucciones de Lucienne Goldberg, quien colaboró en las jugadas sucias de Richard Nixon y se dedica a pescar malos rumores sobre Clinton; además, es la "representante literaria" de los policías de la guardia civil de Arkansas que soltaron la lengua sobre los affairs de Clinton, de una presunta ex amante de Clinton, de Linda Tripp y, para completar, del policía racista de Los Angeles Mark Fuhrman (que se hizo famoso en el juicio de O.J. Simpson).

Linda Tripp le llevó la grabación de la conversación y otras cosas al fiscal Kenneth Starr, cuya misión inicial era investigar los negocios de finca raíz de los Clinton en Arkansas. Starr dijo que esa grabación demostraba que Monica Lewinsky mintió y que lo hizo por órdenes de alguien de la Casa Blanca, así que mandó al FBI a "buscar" más pruebas. A Linda Tripp le pusieron un micrófono oculto y la mandaron a preguntarle más detalles a Monica Lewinsky. Luego, a esta la tuvieron 10 horas en un hotel, sin abogados, presiónandola para que ayudara a tenderle una trampa al presidente.

Kenneth Starr es derechista hasta el tuétano. En 1989, como subprocurador de justicia de George Bush, propuso que la Suprema Corte anulara el fallo que legalizó el aborto porque "simplemente, la afirmación de que el aborto es un derecho fundamental no tiene fundamento". Ultimamente ha trabajado con el movimiento de "libertad de escuela" (un movimiento contra la educación pública), como abogado de la industria tabacalera y como conferencista de una facultad de derecho de los fascistas cristianos.

La procuradora general, Janet Reno, le autorizó lanzar una investigación de lleno para ver si alguien de la Casa Blanca le dijo a Monica Lewinsky que mintiera.

¿Qué moral defienden?

La vida de las altas figuras políticas de este sistema es un dechado de corrupción y sucias relaciones personales. Pero en tiempos normales, el sistema les pone una capa de "teflon" y las protege. Sin embargo, a veces las luchas intestinas de la clase dominante se ponen al rojo vivo, el teflon se quema y estallan escándalos.

Los que cocinaron este escándalo han atizado una gran indignación moral por el hecho de que un hombre poderoso haya manoseado a una jovencita. Pero, ninguno de esos derechistas es un auténtico defensor de los derechos de la mujer. "Honran" a la mujer, pero en "su debido puesto", por las buenas o por las malas. El allanamiento del apartamento de Monica Lewinsky por el FBI para buscar en su ropa pruebas de relaciones sexuales demuestra a dónde están dispuestos a llegar los derechistas para imponer una moral ultraconservadora.

Por su parte, la Casa Blanca, también ha demostrado lo poco que le importan los derechos de la mujer. Los defensores de Clinton han preparado un cínico contraataque propagandístico para desprestigiar a Monica Lewinsky, y a todas las otras "mujeres fáciles y mentirosas".

Apetitos desbocados
en la clase dominante

Muchos se preguntarán por qué la clase dominante ataca a un presidente que ha sido tanto reaccionario como popular. Clinton ha realizado violentos recortes de servicios sociales; le ha dado más poderes a la policía; ha cambiado la estructura militar; ha militarizado la frontera sur; y ha reforzado los tratados de libre comercio (NAFTA/TLC y GATT) para controlar más a los países oprimidos.

La acción afirmativa y el welfare hoy son una sombra (destripados a un punto que Reagan no se hubiera atrevido a llegar), pero eso sí, con grandes promesas de oportunidades educativas y tolerancia a la diversidad. Con su cuento de "legal pero poco común", Clinton ha minado el derecho al aborto y ha contribuido a crear una atmósfera favorable a los ataques de los fascistas cristianos contra clínicas y médicos.

A lo largo de toda esa labor, Clinton se ha esmerado por conservar el consenso de la clase dominante que lo puso en la Casa Blanca en 1992. Pero así y todo, poderosas fuerzas siguen enfurruscadas por el ritmo y la dirección de sus medidas.

Pelea entre opresores

Las principales decisiones de esta sociedad se toman por representantes de la clase dominante a puertas cerradas, en conferencias secretas de políticos, directores de corporaciones y altos militares. El sistema hace sus elecciones cada tantos años para coronar a los líderes que ya han designado y para embolatar a la ciudadanía con el cuento de la democracia. Pero cuando es necesario, las luchas de poder del sistema se ventilan por otros medios, como escándalos y asesinatos.

En todo esto, a las masas las mantienen al margen y las manipulan y, claramente, esas luchas de poder no representan los intereses populares. La clase dominante lucha entre sí buscando la mejor forma de mantener su sistema, asegurar sus ganancias, defender su imperio y explotar al pueblo.

Tan pronto estalló el escándalo de Clinton, destacados derechistas republicanos corrieron a decir que esto era una buena oportunidad política para frenar las nuevas iniciativas de Clinton, como mejorar la educación pública, subir el salario mínimo, abrir guarderías, y proteger las pensiones y el seguro médico para ancianos.

La ultraderecha del Partido Republicano odia esas ideas y propone todo lo contrario: privatizar la educación, las pensiones y los servicios médicos, y levantar todos los controles oficiales, al punto de acabar con la EPA (protección al ambiente), el IRS (cobro de impuestos) y el salario mínimo. Además, critica las medidas internacionales de Clinton, como ponerle presión al gobierno israelí para que retire más tropas de Cisjordania.

A pesar de que la pelea es dura, todavía no han salido a flote los motivos específicos. Está claro que esta crisis es parte de una lucha de poder por la dirección del país. Fuerzas poderosas, bien financiadas y en puestos de importancia están dispuestas a paralizar al presidente, a arrastrarlo por el fango y a ponerlo de hazmerreír internacional.

En medio del constante barrial de la prensa, es bueno recordar que la política no tiene que ser así. Después de la revolución habrá monumentales luchas caóticas para decidir la dirección de la sociedad, pero no habrá que revolcarse en este estercolero.


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