Amérikka 1998:
El linchamiento de James Byrd

Michael Slate

Obrero Revolucionario #962, 21 de junio, 1998

Pensé que era una pesadilla, era la misma sensación: una bola de fuego que me subía desde lo más hondo de las entrañas y pasaba por la garganta. Quería llorar y gritar. Quería estar en una esquina, rodeado de rascacielos, y soltar un alarido infernal. Quería escupir llamas y dejar en cenizas a Babilonia. Una horrible imagen me quemó los ojos: una carretera rural del este de Texas que va hasta el horizonte. Unos círculos de tiza le dan una curiosa apariencia, como si fueran lunares. Un periodista explica monótonamente que los círculos identifican puntos donde encontraron pedazos de James Byrd, Jr., un señor negro de 49 años. Continuando, dice que tres racistas fueron responsables del horroroso crimen. En esas, el café caliente que me quema la mano me hace saber que esta pesadilla no es un sueño, sino el pan de todos los días para los negros de Amérikkka.

Pasé un par de días escuchando mucha música; hay todo un catálogo de música que nace de la opresión de los negros y de la lucha en su contra. Hay muchas canciones de blues y jazz que cuentan la larga historia de todo lo que han sufrido los negros en este país: Billie Holiday cantando Strange Fruit, poderosa balada sobre un linchamiento hace más de 50 años en el Sur; Nina Simone cantando Mississippi Goddamn; Max Roach y Abbey Lincoln cantando la historia de una rebelión de esclavos en Freedom Now Suite; Max Roach tocando Chatahoochie Red, sobre los asesinatos de niños negros en Atlanta en los años 80; John Coltrane llorando en Alabama sobre el dinamitazo de una iglesia en Birmingham en 1963; Bob Dylan, cuya música nació y se inspiró en la lucha contra la opresión de esos días, cantando The Lonesome Death of Hattie Carrol, sobre el hotel de Baltimore donde un hombre rico mató a una cocinera negra con su bastón porque sí.

Me preguntaba si alguna vez James Byrd, Jr. escuchó esa canción de Dylan. Al fin y al cabo, James amaba la música, tocaba el piano y la trompeta, y todos decían que cantaba lindo. Sus amigos recuerdan que se paseaba cantando "como si fuera Al Green". La haya escuchado o no, lo cierto es que James tuvo una muerte solitaria, horripilante y salvaje a manos de una chusma de racistas.

El sábado 6 de junio, James Byrd, Jr. fue a dos reuniones familiares y cantó. A la noche volvió a casa caminando. En Jasper todos lo conocían, pues ahí nació y vivió toda la vida. Era divorciado, vivía solo y tenía tres hijos. También tenía seis hermanas. En casa lo llamaban "Toe" (dedo gordo, porque de niño lo había perdido en un accidente). Fue vendedor de aspiradoras hasta que un accidente de trabajo lo dejó incapacitado. Y como muchos negros de Texas, y de cualquier otra parte de este país, pasó un tiempo en la cárcel por un delito menor. Su hija dice que era un ser "muy querido por todos, un artista que siempre quería hacer reír", que le encantaba hacer amistades y que les caía bien a todos. Caminaba a todas partes porque padecía de convulsiones, lo cual le impedía manejar, y por eso con frecuencia le daban un aventón.

Pero a unos cuantos de los 8000 habitantes de Jasper no les caía bien; no porque les haya hecho nada malo, sino por el color de su piel. El 6 de junio, tres miserables, del Ku Klux Klan, con tatuajes de insignias y lemas en el cuerpo y afiches en su casa, le ofrecieron un aventón. Quién sabe por qué James aceptó. Quizá porque reconoció a uno de ellos (tuvieron el mismo agente de libertad condicional) o tal vez porque pensó que como conocía todo el pueblo, no había peligro. No sabemos. Lo que sí sabemos es que esa noche, esos racistas le dieron una feroz paliza y lo dejaron inconsciente, lo amarraron con cadenas lo y arrastraron cinco kilómetros tras su pick-up. Quedó en 75 pedazos. El torso lo encontraron en una zanja, al lado de latas de cerveza y el encendedor de uno de los asesinos con un símbolo del KKK. La cabeza, el cuello y el brazo derecho los encontraron a dos kilómetros de donde fue a reposar el torso. Su dentadura postiza y otras partes del cuerpo quedaron desparramadas a lo largo de cinco kilómetros y en la carrocería del pick-up. La única manera de identificarlo fue por sus huellas digitales.

Tenemos que entender claramente lo que sucedió en Jasper, y por qué sucedió. Apenas se supo la barbaridad, con todos los detalles, la prensa y los politiqueros le echaron la culpa a un puñado de individuos depravados. Clinton les pidió a los residentes de Jasper que "se unan irrespectivamente de la raza para demostrar que un acto tan malvado como este no es típico de este país". El sheriff de Jasper tuvo las agallas de decir que en su condado no hay miembros del KKK y que esos tres "muchachos malcriados" son la excepción. Pero los negros de Jasper saben que no es así, y cuando el sheriff decía esas mentiras lo abuchearon. No importa cuántas lágrimas de cocodrilo suelte Clinton, la verdad es que el racismo y la opresión nacional es algo típico de este país. Muchos dicen que en Jasper es común y corriente la palabra nigger, y todos saben que ha habido palizas y asesinatos racistas en el este de Texas, por policías y civiles. También saben que el KKK organizó a los inquilinos blancos para oponerse a la integración de un multifamiliar en una ciudad cercana en 1994. Recuerdo que en 1991, cuando participé en una gira de periodistas revolucionarios, fuimos a la universidad Prairie View, que queda cerca de Jasper. A Prairie View la llaman, extraoficialmente, el plantel negro de la Universidad de Texas. Los estudiantes de Prairie View me contaron que el racismo es grueso y que un "lugar de interés" es un árbol de linchamientos. Unos pocos días después del asesinato de James Byrd Jr., tres hombres blancos en una camioneta atacaron a Baron Manning, un trabajador de construcción negro de 17 años, en Belleville, Illinois. Lo agarraron, le gritaron insultos racistas y lo arrastraron varias manzanas.

James Byrd, Jr. no murió porque tres racistas se emborracharon; este fue un crimen nacido y nutrido desde las entrañas de Amérikkka. Lawrence Brewer, Sr., el padre de uno de los tres racistas que mató a James, habló de eso en sus condolencias a la familia de la víctima: "Si uno muere por el color de su piel, algo anda mal en esta sociedad".

Después de enterarme de la muerte de James Byrd Jr., hablé con muchos amigos. Muchos amigos blancos expresaron horror y repugnancia. Me hicieron recordar una consigna de ¡Rehusar & Resistir!: "Fui blanco, pero lo dejé atrás por el bien de la humanidad". Unos amigos negros me preguntaron si ante eso, ante toda la crueldad y el odio que concentra el asesinato de James, seguía pensando que es posible cambiar la sociedad.

Medité un rato, recordé lo que dijo Frederick Douglass en 1852 sobre lo que para el esclavo significaba el 4 de julio, y de lo poco que ha cambiado este país en siglo y medio. Douglass dijo: "Vayan donde quieran, busquen donde puedan, recorran todas las monarquías y despotismos del viejo mundo, viajen por Sudamérica, observen todas las crueldades y cuando las hayan visto todas, compárenlas con las acciones de esta nación y dirán como yo que, en lo que se refiere a barbaridad repugnante e hipocresía desvergonzada, Estados Unidos reina sin rival".

Puede ser que Amérikkka no tenga rival, pero lo cierto es que su horrorosa opresión ha cosechado el odio de millones de personas dentro y fuera de sus fronteras. ¿Podremos cambiar la sociedad? Sí, ¡un millón de veces sí! Lo que es más, nosotros, los enemigos de Amérikkka, tendremos que hacerlo. Pero la única manera de hacerlo será librando nuestra lucha revolucionaria de la manera más consecuente para tumbar este sistema y así, por fin, arrancar de raíz todo lo podrido y asqueroso que brota desde sus entrañas. Ese día se les contará a todos los niños la historia de James Byrd Jr., y de todos los demás esclavos, para que sepan por qué jamás se debe volver a permitir que una sociedad tan podrida como esta torture a la humanidad.


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