Escándalo de Washington: Lucha intestina de la clase dominante

Bombarderos e inquisidores

Redwing

Obrero Revolucionario #988, 27 de diciembre, 1998

En la torre brama el viento;
se acerca la tormenta de la montaña...

Poema chino

Desechar las ilusiones, prepararse para la lucha.

Mao Tsetung

paren la inquisición paren el bombardeo paren la inquisición paren el bombardeo... las palabras casi como que se escriben por cuenta propia... paren la inquisición, paren el bombardeo, paren esta demencia.

Una lluvia de bombas cubría la noche de Bagdad y el Congreso de Estados Unidos acababa de decidir que le va a hacer un juicio político a su presidente como culminación de la inquisexión. De repente, se descorre el telón y, a la vista de todos, queda patente que la "más grandiosa democracia del mundo" es un circo reaccionario de pacotilla.

Eso yo le he visto claramente desde que la guerra de Vietnam me abrió los ojos y me hizo revolucionaria, pero en esta grotesca convergencia histórica la cosa asume una nueva dimensión. Es un momento de suprema podredumbre... y de mucha confusión. Miro la tele. Me retuerzo de dolor al ver que gente progresista empieza buscando la forma de luchar contra la inquisición y acaba defendiendo el bombardeo contra el pueblo de Irak. Por mi escritorio ronda, bien manoseado, el suplemento "La verdad sobre la conspiración derechista... y por qué Clinton y los demócratas no son la respuesta". El bombardeo de Bagdad realza la pregunta que nos plantea:

"¿Cómo llegamos a tal situación, donde las opciones que nos quieren imponer son o fascistas descarados en un polo, o en el otro polo alguien que hasta un periodista de la prensa grande describe como el demócrata más conservador desde el presidente Harry Truman, cuya administración ha sido un instrumento eficaz de una ofensiva reaccionaria multifacética contra las masas básicas y sectores más amplios del pueblo? ¿Adónde vamos a parar dentro de poco y cómo será el futuro si el pueblo, sobre todo los que captan la importancia de oponerse a esta ofensiva reaccionaria, se deja convencer de que debe limitar sus objetivos y actividad políticos a la mismísima lógica y dinámica que nos han llevado a esta situación? Y, lo que es más importante, ¿cómo salimos de ella?".

Desde que se escribieron esas palabras, la inquisición ha cogido más vuelo. Ha mandado al diablo las elecciones que demostraron claramente que la mayoría de la ciudadanía quería que parara. "Que se jodan", exclama frenética la estructura de poder. La inquisición asume el rostro de congresistas republicanos emperrados en "corregir" el país e imponer, como ley, su marca particular de moral religiosa. Yo divierto a mis camaradas imitando a los personajes del Congreso: un predicador patriotero peleonero; un colérico defensor de la rectitud moral; un puntilloso fiscal que vela por el cumplimiento estricto del imperio de la ley. Nos carcajeamos, pero la realidad es horrible: esos monstruos tienen poder para afectar la vida de millones.

En la tele de mi imaginación, una locutora plástica bien trajeada le acerca el micrófono a un senador bien comido: "¿Qué marca de inquisición prefiere usted? ¿Juicio en el Senado o la humillación pública de una sanción? ¿Cree que Clinton debe arrodillarse ante los inquisidores, darse golpes de pecho y renunciar? ¿O prefiere este golpecito de estado?". Ese es el terreno en que se debate la clase dominante.

Qué descaro que esos republicanos digan que los guía su conciencia, que sermoneen que nadie debe estar por encima de la ley. No tienen derecho de aplicarles sus leyes a nadie, esas leyes que han metido al bote a toda una generación, que han declarado criminales a los inmigrantes y que, ahora, les sirven para lanzar una guerra interna por una relación sexual de mutuo acuerdo entre adultos. En su perversión, Bill Clinton es un símbolo de la cultura que los ha hecho temblar desde los años 60, una cultura que hay que erradicar, empezando por él.

La inquisición está al mando y los que quieren imponer una versión extrema de la política de crueldad llevan las riendas. La destitución de Clinton es la meta inmediata de poderosas fuerzas de la sociedad azuzadas por un afán obstinado de imponer una cruel agenda social reaccionaria y represiva de extremo patriarcado, leyes más metiches y criterios religiosos en todos los aspectos de la vida civil.

Ahora han ido tan lejos que han alarmado a millones que creían los mitos de la Democracia Americana. Millones que expresaron sus deseos en las últimas elecciones están en shock. Les están pisoteando los mitos de la democracia en plena cara: democracia, elecciones, la voluntad del pueblo, el consentimiento de los gobernados; en vez, les dan teocracia, pecado, rectitud moral fascista, imperio de la ley y que se joda la voluntad popular. Mucha gente que creía esos mitos de repente se ve excluida del proceso político, y se encuentra en la misma posición que un proletario: "Sentir que no lo toman a uno en consideración cuando uno se siente parte de la mayoría es muy doloroso", como dijo un escritor en un foro de Nueva York.

No es común ver que poderosas fuerzas de la clase dominante pisoteen tan abierta y descaradamente las sagradas instituciones que necesitan para gobernar. En su frenesí, les vale madre sus queridas fantasías de "consentimiento de los gobernados", "gobierno de la mayoría" y "las elecciones dictan las decisiones del gobierno".

Esto muestra la fuerza que tienen los reaccionarios cristianos en el gobierno, y que no quieren dar su brazo a torcer. También indica que poderosas fuerzas de la clase dominante buscan forjar nuevos mitos de gobierno. Esto es peligroso para el pueblo. Pero también es peligroso para la estructura de poder porque entreabre una puerta por donde se puede ver que detrás de esos mitos se esconde una dictadura: una dictadura de una clase de chupasangres. Han mostrado la cara y ahora hay que darles la patada.

Un ensueño aleja el desfile de monstruos que pasan por la tele. Veo otro juicio: el Comité de Salvación Pública para Parar la Inquisición está juzgando a los predicadores de la política de crueldad, pobreza, castigo y patriarcado. Se les acusa de crímenes contra el pueblo: de destruir los derechos de los acusados; de macartismo sexual; de imponer leyes religiosas en la política; de instituir leyes represivas y metiches. En la galería, donde ondean fotos de niños de Irak muertos y heridos, muchos se paran a acusarlos.

Ahí se ve una gran variedad de gente: revolucionarios de hueso colorado debaten con gente que busca una forma de reformar el sistema. La angustia y la furia encuentran un cauce de resistencia. Juntos, forjan un nuevo camino, una nueva resistencia que echa a un lado las estructuras, instituciones y procesos políticos por medio de los cuales opera y se legitima esta ofensiva reaccionaria. Juntos, forjamos nuevos valores "que promueven y celebran la igualdad entre hombres y mujeres, y entre los pueblos y las naciones; que se oponen a la opresión y a la violencia con que se impone esa opresión; que se oponen al dominio imperialista de las naciones y a la agresión militar para imponerlo; que nutren relaciones humanas a partir de una apreciación de la diversidad así como de la comunidad; que nutren valores y una cultura que refuerzan la cooperación y no la competencia voraz, que dan prioridad al ser humano y no las ganancias; y que promueven los intereses mundiales de la humanidad, no los antagonismos nacionales y el dominio de las grandes potencias".

Parpadeo y vuelvo al momento actual. Me pregunto: ¿Es apenas un ensueño, o algo de vida o muerte?


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