El rescate de Anthony Porter
Inocente en el pabellón de la muerte

Obrero Revolucionario #995, 21 de febrero, 1999

Desde 1983, Anthony Porter ha vivido en una celda del tamaño de un baño, en el pabellón de los condenados a muerte. Ahí pasaba 23 horas del día todos los días. En marzo del año pasado, cuando la Suprema Corte de Illinois aplazó la orden de ejecución y ordenó una audiencia para ver si comprendía la suerte que le esperaba, estaba a 50 horas de ser ejecutado. Cuando llegó el momento de la audiencia, también llegó algo inesperado. Resulta que un grupo de universitarios que estudian periodismo desenterraron pruebas que lo exculpan, especialmente la confesión del autor de los crímenes, Alstory Simon. Dos días después, Anthony Porter salió de la cárcel, abrazó a familiares, amigos y partidarios; 17 años después, por fin iba a casa.

La historia de Anthony Porter es la historia de muchos entumbados en el pabellón de la muerte a lo largo y ancho de este país. Hay presos políticos como Mumia Abu-Jamal y Geronimo ji-Jaga, que gozan de apoyo popular. Hay casos muy conocidos, como el de los Cuatro de Ford Heights (Willie Rainge, Kenny Adams, Verneal Jimerson y Dennis Williams), Alejandro Hernández, Rolando Cruz y Randall Adams. Hay otros que solo son conocidos por sus seres queridos. Unos han sido acusados simplemente porque son negros o latinos: los chivos expiatorios más convenientes de la policía. Otros fueron acusados porque representan una amenaza para el sistema. Lo que tienen en común es que fueron acusados injustamente y sentenciados a podrirse o morir.

Anthony Porter es uno de los que se salvó del verdugo. Desde 1977, cuando se reinstituyó la pena de muerte, Anthony es el décimo preso de Illinois y el 76 del país que ha salido libre tras comprobarse su inocencia. Vive, no porque el sistema funcionó, sino porque un profesor universitario y sus estudiantes, activistas contra la pena de muerte, periodistas, abogados de conciencia y familiares no dejaron de luchar y porque él mismo jamás se rindió. Por todo eso, el resultado de la pesadilla de Anthony fue una celebración en vez de un entierro. Su caso ha atizado el debate sobre la pena de muerte y la tiranía de los fiscales. Están sobre la mesa importantes interrogantes sobre la naturaleza de un sistema que acusa injustamente y mata a inocentes, así como lo que será necesario para acabar con esta situación.

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La pesadilla de Anthony empezó en agosto de 1982, cuando balearon a dos adolescentes, Marilyn Green y su novio Terry Hilliard, en el parque Washington del sur de Chicago. La policía dice que detuvo a Anthony cuando salía corriendo del parque, pero que no le encontraron pistola, no le hicieron pruebas y lo soltaron. Anthony había sido detenido muchas veces y, como dice su abogado, "era uno de los que la policía siempre sindica". Cuando Anthony se enteró de que la policía lo buscaba de nuevo, fue a la delegación para aclarar el asunto. La siguiente vez que lo vio su familia fue detrás de las rejas.

Los policías no le hicieron caso. Como dijo recientemente en una entrevista televisada: "Me golpearon con un directorio telefónico para obligarme a firmar un papel. Me dieron duro, una y otra vez. Perdía la conciencia y me despertaban para volverme a pegar. Yo me preguntaba qué hice para merecerme esto. Les decía a los policías que fui voluntariamente porque no tenía nada que esconder".

Pero eso no les importó a los policías que ya lo consideraban culpable y que ignoraron todas las evidencias. No les hicieron caso a los testigos que vieron correr a dos personas del lugar del crimen; descartaron la declaración de la mamá de Marilyn Green, Offie Lee Green, que dijo que sospechaba de Alstory Simon, el que ahora ha confesado. Por increíble que parezca, la única vez que entrevistaron a Alstory Simon fue para que identificara una foto de Anthony. Otro datos simplemente se los inventaron. William Taylor, uno de los dos testigos de la fiscalía, no vio quién disparó, pero después de amenazas e intimidación implicó a Anthony.

Con mentiras como esas la suerte de Anthony quedó sellada. Casi no tuvo defensa. Su abogado, que solo tenía $10.000 para la investigación, hizo muy poco y solo se entrevistó con Anthony cuando iba a empezar el juicio. En octubre de 1983, un poco más de un año después de ser arrestado, Anthony fue sentenciado a muerte.

Hace unos días, Anthony dijo: "No pude ir a la graduación de mis hijos. Otros niños les preguntaban: `¿Donde está tu papá'. Se burlaban diciéndoles: `Tu papá está preso, está preso'. Los hacían llorar. Yo me enteraba de eso y me causa una enorme pena porque sabía que era inocente. Me ponía a gritar. Desde el día que me metieron a la cárcel, les decía a todos que era inocente".

Hasta el otoño de 1998 sus gritos cayeron en oídos sordos. La Suprema Corte de Illinois rechazó todas sus apelaciones (una vez porque consideró el falso testimonio de William Taylor más convincente). Como último recurso, su abogado argumentó que era semi retardado e incapaz de comprender la sentencia. Como resultado de protestas, un editorial del Chicago Tribune y una carta del cardenal al gobernador del estado indicando que se podría "manchar el nombre del estado", se aplazó la ejecución... apenas 50 horas antes de aplicarle la inyección letal.

El aplazamiento de la ejecución les dio a los estudiantes, su profesor David Protess, y un investigador particular la oportunidad de emprender una nueva investigación. En 1996, otros alumnos de Protess consiguieron la libertad de los Cuatro de Ford Heights, quienes también fueron acusados injustamente por un departamento de sheriffs y fiscales racistas. Protess y los estudiantes se propusieron hacer lo mismo por Anthony Porter. Echaron manos a la obra: estudiaron documentos de la corte e informes policiales, entrevistaron a Anthony, visitaron el lugar de los hechos y, acompañados por el investigador particular, entrevistaron a los vecinos. El 3 de febrero, mientras los fiscales se esforzaban por demostrar que Anthony "era debidamente competente para ser ejecutado", se divulgó la noticia de que Alstory Simon había confesado y explicado como ocurrió el asesinato. Dijo que en un altercado sobre drogas él mató a Marilyn Green y Terry Hilliard.

Se pide parar las ejecuciones

"Me siento aliviado, como si se me hubiera quitado de encima una enorme carga. Llevo tantos años diciendo que soy inocente y nadie me hacía caso".

Anthony Porter

"Ahora que Anthony ha salido, siento, por primera vez, un poco de esperanza aquí en el pabellón".

Bobby Sims, condenado a muerte en Pontiac,
de una carta a activistas contra
la pena de muerte

La libertad de Anthony ha sido motivo de júbilo, especialmente para quienes no pudieron quedarse de brazos cruzados mientras se cometía una injusticia. "Fue como llovido del cielo", dijo una estudiante. Otro dijo: "Preguntan, cómo pudimos dedicarle tanto tiempo a esto. Yo digo, cómo podíamos no dedicarle tanto tiempo a salvar a un inocente, que desafortunadamente ha sido víctima de este sistema de justicia". El profesor David Protess dijo: "Sentimos una indignación colectiva porque Anthony pasó 17 años preso y a solo unas horas de que lo ejecutaran. Eso debe hacernos reflexionar". "Es imperdonable--dijo Paul Ciolino, el investigador particular que entrevistó a Alstory Simon--. Si [la policía] hubiera hecho su trabajo mejor, si hubiera hecho el mínimo esfuerzo, hubiera dado con el culpable. No se necesitaba un genio".

Pocos días después, la prensa y los noticieros sacaron varios artículos sobre la injusticia de la pena de muerte: entrevistaron a los parientes de los Diez del Pabellón de la Muerte, 10 hombres sentenciados injustamente por confesiones sacadas con tortura; pasaron conmovedoras imágenes de Anthony Porter cuando se volvió a encontrar con su compañero del pabellón Rolando Cruz, quien instó al gobernador a aplazar todas las ejecuciones; publicaron varios artículos en pro de parar las ejecuciones, entre ellos editoriales en los dos principales periódicos de Chicago, el Chicago Tribune y el Chicago Sun-Times.

Era difícil argumentar contra los hechos. En las dos décadas desde que la Suprema Corte autorizó las ejecuciones, por cada persona que han ejecutado en Illinois, una ha sido exonerada: 11 muertos, 10 exonerados. Como dice un activista contra la pena de muerte, vivir o morir es como un carisellazo.

Todo esto ha puesto a los más ardientes defensores de la pena de muerte en una posición defensiva. Al principio, las autoridades estatales y municipales siguieron recalcitrantes: "El sistema funcionó". El alcalde, que en 1982 era el director de la fiscalía que procesó el caso de Anthony, no pidió disculpas y dijo que no tenía ninguna responsabilidad. Dijo: "Fue un caso bien investigado y revisado. No se acusó a nadie injustamente". Para colmo, el gobernador le quiso echar la culpa al profesor David Protess y sus estudiantes. Por medio de su vocero dijo: "Bueno, tardó 17 años, pero funcionó. El profesor también tardó 17 años en azuzar a sus estudiantes a ese caso". Pero esa arrogancia solo duró un par de días. El gobernador ha admitido que hay "problemas". El fiscal estatal y el fiscal municipal han dicho que van a "revisar" los casos de pena capital, y el alcalde ha dicho que está a favor de parar las ejecuciones.

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Unos días después de salir de la cárcel, Anthony Porter y unos familiares hablaron en un programa convocado por la organización Campaña contra la Pena de Muerte. Cuando entró Anthony al salón, se le veía en la cara el precio que ha pagado tantos años en el pabellón de la muerte.

"Todos me conocen, ¿no?", preguntó. La respuesta fue un estruendoso aplauso. La mayoría de las casi 200 personas presentes solo podía imaginarse lo que Anthony había vivido. Pero otros lo sentían más de cerca: una señora en silla de ruedas cuyo hijo está en la cárcel injustamente acusado; un excarcelado que sabe en carne propia la fuerza que Anthony necesitó para sobrevivir; y una joven cuyos tres hermanos están presos.

"La batalla no ha terminado--dijo Tammy, una prima de Anthony--porque tenemos que lograr justicia para Aaron Patterson, Ronald Kitchen, Willie Enoch, Mumia Abu-Jamal, Nathson Fields, por nombrar unos pocos. Ellos son inocentes. Nosotros somos la voz de afuera, ellos son la voz de adentro que no nos permiten oír. Son muchos los compañeros inocentes a quienes están crucificando por su nombre o reputación. No podemos dejar de luchar".

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