Acabar con el `pecado': Sobre El alma de la política de Jim Wallis

Aferrarse a la tradición lleva a hacer las paces con la opresión

Bob Avakian

Obrero Revolucionario #998, 14 de marzo, 1999

"Por cualquier lado que se mire, no cabe duda de que en la actualidad hay lo que se podría llamar una `crisis moral en Estados Unidos'. Ha habido un considerable `derrumbamiento de la moral tradicional'. Pero la respuesta a esto, si se piensa en lo que más le conviene a la gran mayoría de la población de Estados Unidos y a la gran mayoría de la humanidad, no es reafirmar agresivamente esa `moral tradicional', sino conseguir que la humanidad encarne una moral radicalmente diferente, a medida que vaya transformando radicalmente la sociedad y el mundo, y como algo necesario para lograrlo. No se trata de apretar las cadenas de la tradición sino de romperlas".

Bob Avakian

En vista de la actual lucha intestina de la clase dominante, la serie de artículos de Bob Avakian sobre la "crisis de la moral" es muy pertinente. Entre estos importantes ensayos figuran: "Predicando desde un púlpito de huesos: Lo que no dice `Virtudes' de William Bennett, o necesitamos moral, pero no la moral tradicional", y "Acabar con el `pecado' o, necesitamos moral, pero no la moral tradicional (Parte 2)". En la parte de "Acabar con el `pecado'" que publicamos a continuación, habla sobre la moral comunista.

En esta selección de "Acabar con el `pecado'", Avakian habla sobre el libro de Jim Wallis titulado The Soul of Politics (El alma de la política). Wallis y otros líderes cristianos han lanzado un "Grito de renovación: Que se oigan otras voces". Piden una política con valores más espirituales que ideológicos".

Los lectores encontrarán otras selecciones de estos ensayos en el website del OR en: http//mcs.net//~rwor

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Wallis quiere trascender el liberalismo y el conservatismo, combinando lo que considera los aspectos positivos de ambos y rechazando sus errores: ese es el terreno común y la reconciliación que busca. Critica a tipos como el televangelista Pat Robertson por decir que el feminismo atenta contra la familia y que lo central es preservar el "control del hombre"; por su parte, Wallis predica "valores familiares sanos", "restaurar la integridad de la familia, el matrimonio y la crianza de los hijos... pero de tal forma que asegure la dignidad e igualdad de la mujer" (pp. 108-109). Wallis se da cuenta de que "Hablar de valores familiares es una forma velada de pregonar el regreso a las estructuras patriarcales del pasado" (p. 108). Pero no ve, o no quiere ver, que la familia nuclear en sí siempre ha sido un instrumento de opresión patriarcal (ignora, o no reconoce, la importancia del hecho de que la palabra "familia" proviene de la antigua institución romana en que la cabeza de familia tenía poder de vida o muerte sobre su esposa, hijos y esclavos).

Como demostró Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, la familia surge al mismo tiempo que la apropiación privada de excedentes y la división de la sociedad "comunal primitiva" en clases antagónicas. Surge de una simple división del trabajo que tiene que ver con la procreación y crianza de los hijos: una división que, en las sociedades "comunales primitivas" no constituía en sí una relación opresora, pero que pasa a serlo, y sigue siéndolo, cuando aparece la riqueza acumulada privadamente, en particular la propiedad de la tierra y los medios de producción, que los dueños tratan de pasar de una generación a otra de su progenie (en particular, su progenie masculina). Ante esa situación, la división del trabajo entre el hombre y la mujer inevitablemente lleva al dominio y control del hombre; esa es la base material e histórica del patriarcado y de la opresión de la mujer.

En última instancia, la única manera de alcanzar plenamente la "dignidad e igualdad de la mujer" es por medio de la transformación revolucionaria de la sociedad, o sea, por medio de la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, la eliminación de las diferencias de clase y la eliminación de la división opresora del trabajo en todas sus manifestaciones. En resumen, solo la revolución comunista representa el camino a la emancipación de la mujer.

Eso no quiere decir que los comunistas propongan la abolición inmediata de la familia nuclear, pues eso es algo que solo se puede lograr, en la sociedad y en el mundo entero, cuando se hayan alcanzado ciertas condiciones materiales y objetivas, como la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y la producción de mercancías (la producción de cosas para venta y compra), y con ello la abolición de las relaciones monetarias y del dinero en sí.

A lo largo del proceso revolucionario que busca crear esas condiciones materiales e ideológicas para el comunismo, se tiene que librar una lucha para superar y extirpar continua y cada vez más completamente las relaciones de desigualdad y opresión que encadenan a la mujer; para promover relaciones personales, familiares y sexuales que se basen en amor y respeto mutuos y en igualdad entre hombres y mujeres; y para desarrollar cada vez más métodos que permitan a las masas llevar a cabo con esfuerzos cooperativos de hombres y mujeres las funciones que hoy están centradas en la familia y que en particular son una carga para la mujer.

Cuando se haya tumbado el orden opresor existente, será posible dar un gran salto en esa dirección y será posible empezar a crear relaciones sociales completamente nuevas y nuevas formas de pensar, a nivel social. Tenemos que declarar con audacia que nuestra meta final incluye la abolición de la familia nuclear, como parte clave de la completa abolición de la opresión de la mujer, de una vez por todas.

Aferrarse a las relaciones tradicionales
del hombre y la mujer

Wallis se contenta con mucho menos, y a pesar de su aparentemente muy sincera preocupación por el oprobio y opresión que sufre la mujer, no ha sido capaz (hasta hoy) de romper con el punto de vista tradicional de la familia y de las relaciones entre el hombre y la mujer. Como consecuencia, sus ideas al fin y al cabo tienen mucho en común con las de los paladines más abiertamente reaccionarios del patriarcado y las relaciones de opresión y explotación en general, como por ejemplo Pat Robertson y la Coalición Cristiana. Cuando se captan las implicaciones de esto, no es tan sorprendente que alguien como Wallis (que habla con tanta elocuencia sobre la agonía y el tormento que viven los pobres y los oprimidos, y lo contrasta con la autoindulgencia de los privilegiados) pueda abogar por una (re)conciliación con los peores opresores y atormentadores.

A eso lleva el intento de Wallis de trascender el liberalismo y el conservatismo. Para él, los liberales se preocupan solo de causas y problemas sociales, y los conservadores solo de la responsabilidad moral personal; ambos tienen la razón y ambos se equivocan (pp. 20-22). Se podría decir que los liberales por lo menos tienen un poco más de razón, puesto que su posición (según las palabras de Wallis) se ajusta más al principio fundamental de que en un sentido general, como dice Marx, el ser social es lo que determina la conciencia y no al revés. Mejor dicho, en la relación entre las ideas, los valores y la moral, por un lado, y las relaciones sociales y económicas, por el otro, estas últimas son decisivas en un sentido general, aunque las ideas pueden desempeñar un papel muy importante en la lucha para transformar las condiciones sociales.

El verdadero problema de la posición liberal es que no reconoce (es más, rechaza) que solo con el derrocamiento revolucionario del orden imperante y la subsecuente transformación cabal de la sociedad para abolir la explotación y la opresión (lo que incluye la acumulación privada de la riqueza producida socialmente, la división entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, y todas las divisiones sociales opresoras) se podrán arrancar de una vez por todas las causas fundamentales de los problemas sociales. Y, de hecho, solo a través de ese proceso y de la lucha revolucionaria para impulsarlo, se podrán revolucionar de lleno las ideas y los valores: repudiar el avance individual a expensas de los demás, y poner el bien común de la sociedad y la humanidad por encima de los intereses estrechos y personales.

Por incapacidad o renuencia a ver eso, y por aferrarse a los "valores tradicionales" y, en particular, a la tradición profética de la Biblia y la "espiritualidad profética" (p. 44), Wallis no ve correctamente la naturaleza fundamental y las limitaciones del liberalismo, y tampoco ve la verdadera naturaleza y el papel del conservatismo. Wallis dice que: "el mejor impulso del conservatismo es recalcar la iniciativa individual y la responsabilidad moral. Pero debido a su apego a las instituciones de riqueza y poder, su preferencia por el statu quo, y su carencia de una fuerte responsabilidad ética y social, el conservatismo prácticamente ha abandonado a los pobres y desposeídos" (p. 22). Pero no se da cuenta de que hay una conexión inseparable entre lo que él presenta como los puntos positivos y negativos del conservatismo, o sea, que moralizar sobre "la iniciativa individual y la responsabilidad moral" es simplemente una justificación y camuflaje, una forma de disimular y embellecer la más despiadada y criminal explotación y saqueo, que constituyen la base histórica y actual de la riqueza y el poder, así como el statu quo opresor, que defiende y glorifica el conservatismo.

No es simplemente que el conservatismo y todo lo que representa ha "abandonado" a los pobres y desposeídos, sino que ha prosperado a partir de las condiciones que han condenado a la miseria más horrible a las masas populares de todo el mundo. Para ver eso basta con recordar un "hecho histórico" que menciona Wallis: la fundación de Estados Unidos a partir del genocidio y la esclavitud, y el hecho de que la opresión y explotación que asfixian la vida en Estados Unidos y en el resto del mundo han seguido siendo la fuente de la riqueza y el poder del sistema y la clase dominante de Estados Unidos.

Sangre y rectificaciones hipócritas

Hay que decir sin pelos en la lengua que el conservatismo no tiene un "mejor impulso"; todos sus impulsos están condicionados por su intento de perpetuar su sistema y se encaminan a ese objetivo, con horribles consecuencias para la gran mayoría de la humanidad.

A quienes digan que estoy exagerando y usando un lenguaje extravagante, les pido que piensen sobre el profundo significado e implicaciones de la siguiente escena que vi por TV: una asamblea en la que Jerry Falwell, Pat Robertson y otros se pusieron a pedirle a dios no que perdonara a Ríos Montt, sino que fortaleciera al entonces dictador militar de Guatemala (que está tratando de recuperar el poder). Durante el gobierno de Montt, como en otros gobiernos guatemaltecos respaldados por Estados Unidos, se cometieron los crímenes más abominables y masivos contra el campesinado y otros sectores. Ahora se sabe que atrocidades como la siguiente, que describí en un libro hace 10 años, fueron generalizadas y ya no se puede seguir diciendo que no ocurrieron. Al leer esta descripción, piensen en el hecho de que mi intento de presentar el horror de lo ocurrido palidece ante la realidad:

"...en el vecino Guatemala, numerosos testimonios han documentado en los últimos años una y otra vez que cuando las tropas del gobierno toman un pueblo ejecutan a todos los que tengan edad de combatir y después se ocupan de asesinar brutalmente a los ancianos, violar y matar a las mujeres y rajarles la cabeza a los niños" (del Capítulo 1 de Democracia: ¿Es lo mejor que podemos lograr?).

Sin exagerar, esas son las cosas que el conservatismo ha apoyado en Guatemala y por todo el mundo, aunque tal vez una pasión especial motivó a Falwell y a Robertson a defender a Ríos Montt puesto que es un genocida "renacido": un cristiano fundamentalista evangélico y reaccionario, como ellos. Pregunto: ¿Qué terreno común podrían querer tipos como Wallis con gente así y con las relaciones y valores sociales que representan?

Al mismo tiempo, la verdad es que en última instancia el liberalismo defiende las mismas relaciones y valores sociales; defiende, o por lo menos acepta, las mismas clases de atrocidades al servicio de esas relaciones sociales, aunque a veces vayan acompañadas de "dudas hipócritas y rectificaciones de poca monta" (como dice Lenin). En particular, cuando los liberales tienen el Poder, como la actual administración estadounidense y las anteriores, no solo justifican esas relaciones de opresión y explotación sino que las hacen cumplir con poderío militar, violencia y atrocidades. Es imposible mencionar una sola administración estadounidense, ya sea liberal o conservadora, que no haya hecho eso y que no lo seguirá haciendo.

Por tanto, el afán de Wallis de trascender el liberalismo y el conservatismo, combinando lo que para él son los aspectos positivos de cada uno, lleva inevitablemente al fracaso y a posiciones insostenibles.

Un error compuesto

Wallis no parte de un análisis correcto de la relación entre el ser social y la conciencia; no comprende el papel decisivo de las fuerzas materiales subyacentes y de la dinámica que moldean las relaciones y los valores sociales, y que una y otra vez preparan el terreno para saltos revolucionarios y transformaciones de esas relaciones y valores sociales; no ve la verdad y el profundo significado del análisis de Marx de que toda la historia humana está, en un sentido fundamental, regida por el desarrollo de las fuerzas de producción sociales, pero que al mismo tiempo "toda la historia no es más que una continua transformación de la naturaleza humana" (Miseria de la filosofía). Por tanto, se empantana en construir, o reconstruir ("renovar"), morales universales y trascendentales "derivadas de nuestras tradiciones religiosas y culturales...valores básicos que perduran en nuestra conciencia colectiva" (p. 42), que en realidad representan una tradición, una larga historia, de explotación y opresión, pero que en la imaginación de Wallis pueden ser instrumentos de liberación, o por lo menos de reconciliación.

Con respecto a lo que dice Wallis de la trascendencia y reconciliación, recuerdo las contundentes palabras de Marx cuando critica al utópico reformador Proudhon:

"Pretende ser la síntesis y es sencillamente un error sintético.

"Quiere, como hombre de ciencia, estar por encima de burgueses y proletarios, pero solo es el pequeño burgués que oscila constantemente, zarandeado de un lado para otro, entre el capital y el trabajo, entre la economía política [burguesa] y el comunismo" (Miseria de la filosofía).

Si sustituimos la frase "hombre de ciencia" por "hombre de religión y espiritualidad", la esencia de la critica de Marx capta muy bien la posición de Wallis. Esa es la posición que lleva a Wallis a declarar: "No más nosotros y ellos". Esa es una clásica expresión de las capas medias atrapadas entre las dos fuerzas antagónicas en el mundo de hoy, o sea, el proletariado y otras masas trabajadoras explotadas por un lado y, por el otro, los explotadores burgueses (junto con los explotadores feudales y otros explotadores precapitalistas); es típica de la resistencia de esas capas medias a tomar partido y aceptar el dominio de un lado u otro en ese choque antagónico.

Eso define la diferencia entre Wallis, que se describe como cristiano evangélico, y los Pat Robertson y Ralph Reed, que también se describen de la misma manera. Todos ellos citan las mismas escrituras y tradiciones religiosas, pero no sacan las mismas conclusiones (e incluso a veces sacan conclusiones opuestas), por la sencilla razón de que por lo general Wallis representa una posición pequeñoburguesa, aunque busca identificarse con los pobres y desposeídos, mientras que Robertson y Reed son representantes, en el sentido más abiertamente reaccionario, de la gran burguesía que domina y explota a los pobres y desposeídos y que saquea países enteros, en particular del tercer mundo. El problema de Wallis es que, sin importar sus intenciones e inclinaciones, mientras siga basándose en la misma tradición religiosa y moral, le concederá más y más terreno a tipos como Reed y Robertson.

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