L.A.: El asesinato policial de Margaret Mitchell

Obrero Revolucionario #1011, 20 de junio, 1999

Los Angeles, 21 de mayo: Era la hora de máximo movimiento de tráfico en la avenida La Brea; había mucha gente en los supermercados, las paradas del bus; los chavos salían de clases e iban caminando por la calle. A las 4:20 de la tarde se oyó un tiro cerca de la esquina de la Cuatro y La Brea, y Margaret LaVerne Mitchell cayó muerta, víctima de la policía de Los Angeles.

Margaret Mitchell, una señora negra de 54 años que vivía en la calle, andaba por ahí con un carrito de supermercado. Dos chotas, un hombre y una mujer, empezaron a hostigarla. Se prohíbe andar con esos carritos (es una ley contra la gente sin techo para quitarle lo poco que tiene), y la policía pone multas y los confisca.

Margaret Mitchell no les hizo caso: siguió caminando, jalando el carrito con todas sus cosas y su "mejor amiga", una cobija roja muy abrigadora.

Un vecino pasó en coche, la reconoció y se detuvo para pedirles a los agentes que la dejaran en paz, pero no logró disuadirlos. Un señor negro la vio pasar corriendo, jalando el carrito, con la policía corriendo detrás de ella: "Pensé que al alcanzarla la iban a golpear, es lo primero que se me ocurrió. No vi las armas, nada más alcancé a ver que corrían tras ella. De repente oí el tiro, tan inesperado que no me di cuenta en ese momento que le habían metido un tiro, pero cuando la vi en el suelo, luego luego me cayó el veinte: ¡Dios mío, la balearon!"

Víctima de la guerra contra el pueblo

Margaret Mitchell era bajita y muy delgada. Los vecinos no la conocían por su nombre sino como la señora de voz suave que siempre sonreía. La policía dice que traía "arma"--un desarmador--y que amenazó con matarlos, que "arremetió" contra el agente "blandiendo" el desarmador y que este sintió que "peligraba su vida". El jefe de policía, Bernard Parks, y voceros del DPLA están defendiendo a los asesinos de azul, repitiendo hasta el cansancio que "los testigos no discrepan con la versión de los agentes". ¡Puras mentiras!

La chota asesinó a Margaret Mitchell a sangre fría en una vía muy transitada; muchos testigos indignados hablaron con reporteros o llamaron a las estaciones de radio y televisión, y todos discreparon con la versión oficial. Dicen que los chotas estaban a su espalda, que la iban persiguiendo y que no tenía nada en la mano. Un empleado del negocio de autos de la esquina, al igual que un vecino que habló con la radio KNX, dijo que no amenazó a nadie. Esos comentarios se dieron en los primeros momentos. Además, varios testigos aseguran que la balearon por la espalda y el abogado de la familia ha pedido una autopsia independiente.

Unas 75 personas fueron a protestar contra el asesinato en Parker Center (el cuartel general de la policía). Joey Johnson, partidario del PCR, dijo: "Margaret Mitchell es la última víctima de una guerra contra el pueblo. Necesitaba ayuda, ayuda psiquiátrica... necesitaba vivienda y que la cuidaran, pero la mataron en la calle como a un animal. Y eso está pasando en todo el país, en ciudades y pueblos. Hay una epidemia de brutalidad policial". Participaron activistas de la Coalición para Acabar con el Hambre y el Desamparo, Obrero Católico, la Coalición 22 de Octubre, Proyecto Vidas Robadas, etc. La protesta la organizaron el Proyecto Najee Ali de Esperanza Islámica, Earl Olfari Hutchinson (locutor de radio Pacifica) y Melvin Farmer de Californianos contra la Ley de Tres Strikes.

La zona donde mataron a Margaret Mitchell es de gente acomodada, con comercios y residencias. Ahí cerca está un tramo del Bulevar Wilshire que se llama "la Milla Milagrosa", y las tiendas de la avenida La Brea venden muebles y telas elegantes. Al oeste está la comunidad de Hancock Park y los condominios lujosos de Park La Brea. La clase media vive en un mundo totalmente distinto que los destechados que duermen en los portones, paradas del bus y callejones; sin embargo, los residentes de la zona han expresado mucha indignación por la muerte de Margaret Mitchell.

La ofrenda

En la esquina se montó una ofrenda y de toda la ciudad va gente a visitarla. Una anciana negra del sur de la ciudad viajó una hora en bus y puso tres rosas de su jardín en una bolsa con agua. Dijo: "Estamos rezando por la señora. Aunque no la conocíamos, seguramente tiene madre y a lo mejor tiene hijos, era una tía querida o una prima. Es una gran injusticia". Como se sabe que le gustaban los animales de peluche, le pusieron conejitos blancos. Unos estudiantes judíos dejaron un Kaddish, una oración para los muertos, en hebreo e inglés. Los latinos prendieron velas.

El día 24, Richard Mitchell, el único hijo de Margaret, visitó la ofrenda con su familia. Se abrazaron entre lágrimas por un buen rato. Después Richard y su esposa, Brenda Haag, hablaron de su ser querido. Nació en Kansas City en 1945 y se mudó a Los Angeles antes de tener a Richard, quien tiene 34 años. Quedó viuda cuando Richard era apenas un niño y lo crió sola. Trabajó y estudió en la Universidad Cal State, L.A. Al terminar la carrera, trabajó en un par de bancos en el centro. Dijo Richard: "Fue muy buena gente, egresada universitaria, abuela. Pero cayó en una crisis depresiva y terminó aquí. Trabajaba, se vestía bien formal, de lunes a viernes de 8 a 5. Una señora muy buena, pero se enfermó. Fue muy difícil. Procurábamos ayudarla, pero no pudimos hacer nada".

La familia dice que hace siete años, Margaret empezó a experimentar problemas psiquiátricos. Richard y Brenda buscaron ayuda en vano. Incluso le hablaron a la policía, pero les dijo que no podía hacer nada al menos que fuera un peligro para otras personas o para sí misma. Y luego la policía la mató a sangre fría.

Robert Haag, hijastro de Margaret, dijo: "Es totalmente injusto. Ella era una gran persona, una maravilla. Es imposible concebir que esto le haya pasado. Siempre tenía una sonrisa a flor de boca, siempre podíamos contar con ella. Me quería como a un hijo". Brenda agregó: "No podemos permitir que esto siga. Hace unos meses mataron a una afroamericana [Tyisha Miller], ¿no es cierto? ¿Por qué?". Margaret Mitchell dejó cuatro nietos; el menor acaba de cumplir un año y jamás conocerá a su abuela.

Toda la comunidad recuerda su sonrisa. Una cantante habló con la familia: "A mis dos hijos siempre les digo que deben tratar a la gente con respeto. No es un delito carecer de vivienda, ¡de ninguna forma!. Yo hablaba con la señora muy seguido. No conocía su nombre, para mí era la señora de la gorra y cobija roja. Era amable, para nada corajuda... Voy a dedicarle una presentación artística". Un hombre sin techo le dijo al L.A. Times que cuando se intoxicó por algo que comió, Margaret lo cuidó y le consiguió medicina. La empleada de una tienda de flores dijo que iba a vender incienso o simplemente porque quería mirar las flores.

A la semana siguiente de su muerte, la ofrenda creció y la trasladaron a la mera esquina, a un lugar muy visible; montaron una plataforma y pusieron el carrito encima. Una pancarta decía: "Margaret LaVerne Mitchell, 1945-1999, Descanse en paz". Otra con letras rojas decía: "Las huellas sangrientas de la brutalidad policial". Otro mensaje: "¡Por fin conozco su nombre! ¡Su sonrisa jamás se borrará!" Había muchas flores y velas. Pusieron su foto (la que salió en el periódico), tazas de café, un pastel. Por la tarde le prendían velas e incienso.

Una carta decía: "Margaret, usted no se merecía esto. Su muerte no ha sido en vano; no olvidaremos este atropello, lucharemos por justicia. Descanse en paz".

En un cuaderno que pusieron para anotar comentarios, una persona escribió: "Jamás la conocí, jamás le acaricié la cara. No nos conocíamos, pero ¡sí la conozco! La he visto en los autobuses, en la calle, en los edificios abandonados, en los parques y playas. Lamento no haberla ayudado. Hubiera hecho algo más, algo más. Este es el lamento de mi pobre alma. La quiero".

La policía no protege al pueblo

La mayoría de los residentes de la zona son blancos y muy pocos han experimentado la brutalidad policial, pero últimamente están pensando mucho en eso. Una joven que visita la ofrenda diariamente le dijo al OR: "No tienen por qué confrontar a la gente de la calle si no la van a ayudar. Se supone que deben protegerla, no quitarle lo poquito que tiene. ¡Que son protectores! ¿Cómo? ¡Qué rabia!". Su compañera agregó: "Ahora no me parece tan bueno hablarle a la policía porque cuando uno la llama, pasa algo peor. ¿Qué debo hacer? Ya ni sé quiénes son, no sé qué hacer". Otro vecino dijo: "A lo mejor la mataron por el simple hecho de ser negra". Una anciana blanca se puso a llorar cuando un reportero le preguntó sobre el incidente.

La policía fue a intimidar a los que visitaban la ofrenda; eso prendió ira. Una patrulla paró a dos chavos que andaban en motocicleta y de repente aparecieron 20 chotas más. Dos chavas gritaron: "¡No disparen!".

Al ver un ejemplar del OR, una señora mayor comentó: "¿Así que opinan que necesitamos una revolución? ¡Yo también!". Un señor agregó: "Pues así como vamos, se dará". La señora dijo: "Me da ganas de ir a casa y hacer una pancarta contra la brutalidad policial y ponerla en la cara de estos policías. ¡Que me digan que no! No pueden hacer nada. ¡Es mi derecho como ciudadana!".

Un obrero joven llegó: "La última noticia que oí en radio KPFK es que acaban de bombardear un hospital de niños en Kosovo. Están asesinando a centenares de niños inocentes y Margaret Mitchell también era inocente. La conocía, le regalaba cigarrillos todos los días". Besó su foto. "Me vine del trabajo para brindarle mis respetos".

Una joven blanca le pidió al reportero del OR: "Haga saber a sus lectores que esto nos ha afectado muchísimo: nos ha partido el corazón".


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