Del nuevo documento "Apuntes sobre economía política: Nuestro análisis de los años 80, cuestiones de metodología y la actual situación mundial"

Turbulencia en la economía mundial y las reservas del imperialismo

Obrero Revolucionario #1047, 19 de marzo, 2000

Hace unos meses se publicó un nuevo importante documento del Partido Comunista Revolucionario,EU, titulado "Apuntes sobre economía política: Nuestro análisis de los años 80, cuestiones de metodología y la actual situación mundial".

El prefacio dice: "En 1995, el Comité Central del Partido Comunista Revolucionario,EU, encomendó a sus comités permanentes investigar la situación objetiva. El resultado de dicha investigación es `Apuntes sobre economía política', terminado en mayo de 1998. Todo el partido lo ha discutido y ahora se publica con pequeñas modificaciones.

"`Apuntes sobre economía política' tiene tres propósitos: repasar y evaluar los puntos fuertes y débiles del análisis de nuestro partido sobre las tendencias globales políticas y económicas de los años 80; presentar un análisis general, que seguimos profundizando, sobre los cambios y las transformaciones que se han dado en la economía mundial imperialista y en las relaciones interimperialistas desde el `fin de la guerra fría'; e identificar puntos centrales para futura investigación y deliberación, y presentar nuestras ideas iniciales sobre ellos".

En las próximas semanas el OR publicará apartes de este documento. La primera parte salió en el número 1044 y la segunda en el número 1045.

Del Posdata, titulado "Turbulencia en la economía mundial" y fechado octubre de 1999:

Cuando se terminó de escribir "Apuntes sobre economía política" estallaron los trastornos financieros de Asia oriental, y en los meses que han transcurrido desde entonces la turbulencia y las tensiones de la economía imperialista mundial se han agudizado. Nuestro partido está analizando la naturaleza y la importancia de los cambios económicos globales del último año y medio. A continuación, un breve resumen de los sucesos centrales.

En el segundo semestre de 1998, Asia oriental, la región de más rápido crecimiento del mundo, sufre un colapso económico que inicia una ola de contracción y desestabilización en la economía mundial. En agosto de 1998, Rusia no puede pagar préstamos por 40 billones de dólares al Occidente y se suscita otra ola de trastornos financieros globales. Sigue Brasil, la mayor economía de América Latina: los inversionistas empiezan a deshacerse de la moneda nacional y los prestamistas de corto plazo se esfuman; cae la bolsa y en enero de 1999 la moneda se ha devaluado un 40%.

En septiembre de 1998, se ven los nubarrones de una crisis financiera global grave. Los inversionistas sacan grandes cantidades de capitales de las economías de mercados emergentes (y los flujos netos de capital privado a esas economías alcanzan el nivel más bajo de la década); quiebran bancos y negocios en Asia, Rusia y América Latina; el precio de las materias primas se desploma (en parte por la menor demanda de insumos industriales en Asia oriental). Las economías que producen el 35% de la producción mundial están en recesión o muy cerca y los estadistas imperialistas contemplan el potencial de un serio bajonazo económico global.

Desde el comienzo de la crisis asiática en el verano de 1997, las potencias occidentales (con Estados Unidos a la cabeza) han seguido una estrategia dual, principalmente por medio del Fondo Monetario Internacional. Por un lado, han tratado de "contener la crisis" con enormes "rescates" de emergencia a fin de mitigar el pánico financiero y de proteger a los inversionistas. Por otro lado, han profundizado la "reforma estructural": como condición para créditos y entradas de capital, obligan a las economías afectadas a reducir el gasto público (especialmente en programas sociales) y a tomar otras medidas para estabilizar la moneda, y exigen mayor apertura al comercio, inversión y absorción imperialistas.

Hasta la fecha (otoño de 1999), las potencias imperialistas han limitado la difusión del trastorno financiero. Por otra parte, la expansión económica de Estados Unidos ha mantenido en marcha la economía mundial: Estados Unidos ha sido en buena medida el "mercado de último recurso" de las exportaciones de China, Japón, México, Brasil y Canadá. Pero la economía estadounidense no es el "motor" de un crecimiento global sostenido o vigoroso.

Es preciso hablar un poco más sobre el desempeño relativamente fuerte de la economía de Estados Unidos. Por un lado, el imperialismo estadounidense ha sido el principal beneficiario de la reestructuración del capitalismo mundial y de la aceleración de la globalización imperialista que se dio después de la "guerra fría" (como analiza "Apuntes sobre economía política").

Por otro lado, ha recibido ciertos beneficios económicos de las perturbaciones y dificultades globales de los últimos dos años. La devaluación de monedas de Asia oriental y de otras partes (relacionada con la necesidad de aumentar la competividad de las exportaciones) ha bajado los precios de los productos de importación que entran a Estados Unidos, y eso ha controlado los costos de producción y la inflación. Además, el capital extranjero que llega a Estados Unidos huyendo de mercados volátiles está financiando el déficit comercial y las inversiones. Las trasnacionales estadounidenses han acaparado propiedades por billones de dólares (de plantas industriales a compañías financieras) a precios de ganga en Asia oriental y otras partes.

La producción mundial creció apenas 2,5% en 1998 (en comparación con 4% en 1996 y 1997). A mediados de 1999, partes de Asia oriental experimentaban cierta recuperación y se veía reanimación económica en Europa occidental. Pero todo esto es inestable y el crecimiento mundial para 1999 se proyecta por debajo del 3%.

La economía mundial sigue teniendo el problema de sobrecapacidad productiva (demasiada producción potencial de fábricas, minas, etc., con respecto a la demanda mundial) en varias industrias globales clave, como la automotriz. La baja del precio de mercancías hizo estragos a lo largo de 1999 en muchos países del tercer mundo productores de materias primas y exportadores de mercancías. El crecimiento económico de Sudamérica es mínimo. La economía de China se está contrayendo. Japón está profundamente endeudado y el gobierno trata de estimular la vacilante economía. Han estallado nuevas disputas comerciales entre Estados Unidos, Japón y Europa occidental. Los grandes y rápidos movimientos de capital en dólares, yen y euros (las tres principales monedas del mundo) en respuesta a cambios económicos representan un elemento de volatilidad.

Para los explotados y oprimidos, las medidas de austeridad y crisis regionales redoblan el sufrimiento. En el tercer mundo, docenas de millones han perdido el trabajo y caído en mayor pobreza. En Indonesia 20 millones más de personas se hundieron en la pobreza en 1998 y hoy la mitad de los niños menores de 2 años sufre de desnutrición. El hecho escueto es que en el año 2000, 1,5 billones de personas del planeta, es decir, una de cada cuatro, vivirán con menos de un dólar al día. El triunfalismo de las maravillas del "mercado libre" es más falso que nunca.

"Apuntes sobre economía política" habla de que nos encontramos en un período de "transición con potencial para grandes trastornos". Ya se están manifestando muchos de esos trastornos.

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De la sección "Reservas", segunda parte del documento:

La cuestión de evaluar las "reservas" del imperialismo se plantea directamente. ¿Precisamente qué "espacio" o "margen" existe en la situación objetiva? Cuando hablamos de "reservas", nos referimos a las fuerzas del imperio, específicamente a la capacidad del imperialismo de aguantar choques, superar estallidos particulares de crisis (por ejemplo, la de México, o ahora la de Asia oriental) y preservar la estabilidad en el imperio.

Un aspecto muy importante de esto es que las reservas del imperialismo (aquí hablamos principalmente del imperialismo yanqui) abarcan la capacidad de la clase dominante de asegurar su estabilidad política nacional por medio de estructuras de empleo, programas y políticas "concesionarias" (como welfare) y un "sistema de expectativas" ideológico. Esto lo hemos visto desde hace tiempo y ha sido una dimensión de nuestra investigación de la economía política del imperialismo (sin mencionar nuestras apreciaciones estratégicas).

Esta capacidad de aguantar y superar dificultades contrasta con una situación en que la clase dominante tiene opciones tan limitadas y una situación tan aguda que cada paso que dé para salvar su sistema solo empeora la situación. Y, como hemos subrayado en nuestro análisis anterior, es importante ver el problema de "reservas" de modo dialéctico, no con una metodología lineal y cuantitativa.

Nuestro análisis es que la situación actual es muy distinta a la que se dio de fines de los años 40 a inicios de los 70. Los imperialistas yanquis tienen un margen de maniobra pero es limitado, en comparación con sus opciones en los 25 años tras la II Guerra Mundial. Y esto tiene ramificaciones concretas para nosotros.

En la esfera nacional, la desintegración del "contrato social" de la posguerra. La expresión "contrato social" (o "pacto social") se refiere al principal programa con que la clase dominante controla y obtiene simultáneamente cierto grado de "cooperación" de las clases sociales que domina. Este "arreglo" entre clases, institucionalizado por la clase dominante, por lo general incluye una estructura específica de relaciones obrero-patronales y formas de legislación social.

En Estados Unidos, el "pacto social" de la posguerra ha tenido dos componentes. El aspecto del "Nuevo Trato" (seguro social, seguro de desempleo, etc., instituido en los años 30 y, en los 40 y 50, apoyos para comprar casa propia, etc.) iba destinado a la mayoría de la población asalariada, las amplias clases medias. Se vincula con formas de "regulación fordista".

Esta expresión la acuñó una escuela de economistas políticos y parte de la visión inicial de Henry Ford: que los obreros de producción en serie pueden comprar bienes de consumo, elevar su nivel de vida y obtener una tajada del sistema. Durante y después de la II Guerra Mundial, esta situación se generalizó más, acompañada de sindicalización (a la que se oponía Ford) y contratos sindicales de toda una industria. Con la expansión de las industrias de producción en masa y el consumo en masa en la posguerra, se estableció un "contrato social": la promesa corporativa de empleo estable y aumentos salariales a cambio del incremento de la productividad y la aceptación de los mandatos patronales por los obreros.

El otro aspecto de la "regulación concesionaria" se estableció después, durante los programas de la "Gran Sociedad" de los años 60. Esos programas para remediar la pobreza y mantener cierto nivel de ingresos (mayor Ayuda para Familias con Hijos Dependientes, cupones de comida, Medicaid) buscaban pacificar a los de abajo.

Ambos componentes se basaban en políticas keynesianas de "administración estatal": el gobierno costeaba programas para mantener la demanda agregada y reducir las fluctuaciones de los ciclos económicos; esto, a su vez, se basaba en una economía mundial expansionaria y en el lugar dominante de Estados Unidos en ella.

Ahora todo esto se viene abajo. ¿Por qué?

Por una parte, esas formas de estabilización social ya no corresponden a las opciones y necesidades de la clase dominante. Es más difícil costearlas debido a las tendencias económicas mundiales, a la competencia internacional y a la necesidad de reducir los déficits; y van contra la necesidad (deseo) de la clase dominante de hundir más a mayores sectores de la población.

Por otra parte, el "contrato social" se está desintegrando y está bajo ataque debido a la eliminación de cierta necesidad: a) el "fin de la guerra fría" (las protecciones sociales del Nuevo Trato y las medidas de la Gran Sociedad para mitigar las desigualdades se promulgaron, en parte, como "respuesta del capitalismo al socialismo" y a las promesas del "falso socialismo" post-1956); b) el declive de sectores del Nuevo Trato (por ejemplo, obreros sindicalizados de alta paga); y c) el hecho de que grandes sectores de las capas bajas (la juventud negra, etc.) tienen menos perspectivas de empleo.

Examinemos un poco más la secuencia de lo que ha estado pasando. En la posguerra, los imperialistas yanquis podían pagar salarios altos a obreros de capacitación baja y media (con educación de secundaria). A fines de los años 60, la situación empezó a cambiar pero las oportunidades todavía se estaban expandiendo y la burguesía pudo estimular el crecimiento de capas amortiguadoras de la clase media negra. De ahí a fines de los años 70 y principios de los 80, se dio una clara tendencia hacia la disminución y descenso del nivel de vida de capas de los obreros mejor pagados, pero un núcleo todavía sustancial, si bien decreciente, de obreros reforzó su posición aburguesada.

Durante los años 80, bajó el ritmo de aumento del gasto social y se recortaron ciertos programas y dependencias. De fines de los años 80 a la fecha, se dio una masiva reducción de planta en la economía estadounidense (con el aumento de traslado de fábricas, envío de producción a otros países y tecnologías que desplazaban a los obreros). Esta ola de reducciones de planta llegó a su apogeo en 1993, cuando las principales compañías despidieron a 600.000 obreros, pero continuó con furia hasta 1996, es decir, cuando la economía ya estaba en recuperación. Durante esa misma recuperación, ha habido un masivo embate a los programas de bienestar social y protecciones gubernamentales del Nuevo Trato y la Gran Sociedad. Todo esto ha golpeado a los de abajo y a sectores más amplios de las clases medias.

Una particularidad que hemos subrayado es que los programas de gasto público y expansión monetaria keynesianos ya no tienen los mismos efectos estimulantes que antes. Los Estados imperialistas no quieren y no pueden seguir ese camino a causa del peso de los déficits presupuestarios, temor de que prenda inflación, etc. Al final de la II Guerra Mundial, la deuda federal estadounidense representaba el 110% del producto interno bruto (PIB). Con el rápido crecimiento de los años 50 y 60, la deuda federal cayó a 24% del PIB. Pero con la crisis que se inició a mediados de los años 70 y la carrera armamentista de los años 80, el porcentaje subió a mucho más de 50% y permaneció a ese nivel durante la mayor parte de los años 90.

[Tenemos que analizar más a fondo y explicar con un lenguaje popular por qué los masivos déficits presupuestarios, y las tensiones que crearon, aumentaron la vulnerabilidad económica de Estados Unidos y limitaron su margen de maniobra en el mundo. A su vez, la "reducción del déficit" tiene sus propias contradicciones: 1) peligro de inestabilidad social a causa de los recortes gubernamentales y 2) contradicciones económicas en cuanto a satisfacer las necesidades del capital, como capacitación laboral.]

Una reserva importante del imperialismo yanqui es la existencia, en "un país del primer mundo", de un gran sector superexplotable de proletarios cuyas condiciones de vida y empleo tienen un carácter claramente tercermundista. La reestructuración de la economía nacional, especial pero no únicamente en la costa oeste, se ha basado en buena medida en aprovechar esa reserva (en particular, obreros inmigrantes). Pero este también es un elemento muy explosivo para el imperialismo yanqui y estratégicamente favorable para la revolución.

En la esfera internacional, las contradicciones del imperio. La crisis mexicana de 1994-95 es un ejemplo sobresaliente. Esta crisis amenazó con desatar inestabilidad en varios frentes. Un colapso de la economía mexicana podría prender explosiones sociales en México y tener repercusiones sociales y políticas a través de México y Estados Unidos. Un colapso tendría efectos retroalimentarios en la fuerza del dólar, en la rivalidad económica entre Estados Unidos y Japón, en el crecimiento e inversión en el resto de América Latina (que ya ha sentido los efectos adversos de la crisis) y en otros factores.

Así, por una parte, había una gran necesidad de armar el paquete de rescate del peso, y la clase dominante yanqui lo logró (fue el mayor paquete de ayuda económica desde el Plan Marshall de recuperación económica, que Estados Unidos patrocinó en Europa occidental después de la II Guerra Mundial).

Por otra parte, este rescate estaba cargado de dificultades. Enconados debates al interior de la clase dominante yanqui y diferencias entre los imperialistas pusieron en peligro el rescate a tiempo. Incluso con el rescate, existía el peligro de que la crisis se saliera de control, y sigue existiendo. Y se ha debilitado la capacidad financiera del FMI.

Ahora las tensiones y contradicciones aumentarán, porque tienen que rescatar a Tailandia, Corea del Sur, Indonesia, etc., con un paquete de préstamos mayor del de México. Un problema adicional es que Japón, el prestamista más grande a estos países y segundo contribuyente de importancia al FMI, está en aprietos económicos y, dado su lento crecimiento económico, no puede absorber el nivel de exportaciones de esos países con que podrían pagar sus préstamos y deuda, atraer nuevo capital extranjero y recuperar su porción del mercado.

En México, otro factor importante para nuestro análisis de las reservas es el hecho de que las condiciones de pago imponen una reestructuración más profunda y una austeridad más brutal. Esto ha provocado más miseria (la pobreza ha crecido de un tercio a la mitad de la población desde la crisis del peso de 1994-1995) y más crisis social y política.

El capital buscará aprovechar esas situaciones (como lo hace en México), pero estas medidas también intensifican las contradicciones y el potencial de trastornos sociales. En otras palabras, los imperialistas tomarán las medidas necesarias para impedir que tales crisis se agudicen y se salgan de control, y procurarán recuperar lo que puedan. Pero sus opciones no son las mismas que en la etapa de auge de la posguerra.

Tienen una necesidad más apremiante de "reciclar" sus problemas exportándolos y explotando más a otros países: presionar más a los capitales más pequeños y menos eficientes, socavar más a las capas sociales medias, aumentar los ataques al "verdadero proletariado" (las capas inferiores, más oprimidas de la clase obrera) y, en el tercer mundo, imponer austeridad, un terror estatal de "ajustes estructurales", o simplemente adoptar una actitud de dejar "que se mueran o se maten entre sí".

Privatización y reestructuración de la actividad estatal

¿Por qué es la privatización y la reestructuración de la actividad estatal un fenómeno mundial? Hay varios factores en juego:

• Mantener los altos niveles de gasto público (un legado del Nuevo Trato, la organización de la posguerra del capitalismo mundial y las medidas para contener la crisis de los años 70) en condiciones de crecimiento lento crea presiones para reorganizar y disminuir algunos aspectos de la actividad estatal, en particular aquellos gastos que no afectan tan directamente el aumento de la rentabilidad del capital, y para aumentar el capital de inversión disponible al capital privado.

La privatización es un medio tanto para reestructurar la actividad estatal (y la intervención estatal está sujeta a criterios más directos de eficiencia de costos) como para justificar sus recortes sociales.

• Parece que hay contradicciones entre las formas existentes de intervención estatal y las nuevas formas (o modalidades) emergentes de capital. En particular, el capital necesita mayor "flexibilidad" de la mano de obra y en los centros de trabajo. El Estado está atacando ahora las protecciones sociales tradicionales.

• Los dos factores anteriores se relacionan con el desmantelamiento del "Estado benefactor" imperialista, lo que ha llegado más lejos y con mayor rapidez en Estados Unidos. En parte, la necesidad de reducir el Estado benefactor (y ahora las protecciones socialdemócratas en Europa occidental están bajo fuerte ataque) se debe a que no existe el mismo crecimiento robusto que en 1945-73, cuando el gasto público subió muchísimo y fomentaba crecimiento (y era costeado por dicho crecimiento.) La adopción de una política social "de menos concesiones y más golpes" es parte del arsenal del imperialismo para obtener ventajas competitivas. En resumen, el Estado benefactor tradicional ya no es compatible con las exigencias de expansión y rivalidad. Ahora, lo que se ha llamado "austeridad competitiva" (reducción de planta, de costos y recortes del gasto social a fin de competir con rivales que ya lo han hecho, o a fin de hacerlo primero) es parte de la dinámica actual del capitalismo mundial.

• La retórica "anti-Estado" y de "que el mercado decida" juega un papel ideológico. La noción de que el Estado es un obstáculo al crecimiento económico y a la eficiencia, y que por ende debe "retirarse", tiene una función doble. Es un pretexto para recortar el gasto social y es un llamado a la unidad de la clase dominante (el keynesianismo fue la forma de ingeniería económica asociada con la expansión de la posguerra y, como no funciona, ¿qué hacer?: despedir al antiguo ingeniero y contratar a uno nuevo).

• Puede que algunos elementos de esta desregulación y privatización tengan relación con la explosión de los movimientos financieros internacionales (transfronterizos), que tienden a eludir la regulación.

Pero el Estado todavía juega un papel central en la acumulación (en Estados Unidos, genera un cuarto del PIB) y esta es una característica estructural del capitalismo monopolista. El papel represivo del Estado en las economías, tanto neocoloniales como capitalistas reestructuradas, se está fortaleciendo, no reduciendo. ¡Y las políticas de desregulación y privatización las está aplicando y administrando el Estado imperialista!

El Estado no se retira de su intervención o regulación económica; lo que vemos es un cambio de dirección, o una reestructuración, de la actividad estatal. Y es obvio que podrían presentarse condiciones y circunstancias que requieren que el Estado intervenga o rescate empresas y sectores.

En el tercer mundo, tres fuerzas interdependientes parecen impulsar la privatización y la desregulación (las cuales avanzan a todo vapor):

• En la posguerra, se manifestó cierta forma de "acumulación dependiente" en muchos países del tercer mundo: el Estado neocolonial jugaba un papel prominente en tanto productor y patrón e importante regulador de la economía; las clases compradoras y burocrático-capitalistas obtenían ganancias de los circuitos de la economía mundial por medio de operaciones de expansión, por ejemplo, de empresas paraestatales de materias primas; y el Estado neocolonial contaba con grandes cantidades de "ayuda extranjera" para financiar obras públicas. Un factor en juego aquí era la necesidad de Estados Unidos de fortificar gobiernos antisoviéticos en puntos estratégicos del planeta.

Esta situación ha cambiado (por ejemplo, desde los años 80, la ayuda extranjera de los países imperialistas se ha reducido muchísimo). En ciertos aspectos, la privatización y la desregulación son una expresión y una respuesta a las contradicciones que generaba esa forma de desarrollo dependiente en el tercer mundo, esa clase de interacción del Estado neocolonial con el mercado mundial.

• La privatización y la desregulación son parte de la "globalización", de la "liberalización" del comercio e inversión impuesta por el imperialismo, lo que permite que el capital trasnacional domine más completamente a esas economías.

• La privatización y la desregulación son parte del paquete de "ajustes estructurales" del FMI y el Banco Mundial: la venta de las empresas paraestatales al capital imperialista a precios de ganga, la forzosa reducción salarial, el recorte de subsidios estatales de comida, educación y salud, etc.

En una palabra, por medio de la privatización y la desregulación, el imperialismo aprieta la superexplotación y exprime más a estos países para que amorticen su deuda.

Un punto final: Esta ola de privatización y desregulación agrava las contradicciones inherentes al capitalismo. Los horizontes del capitalismo se achican (el "capitalismo cada vez más rápido" busca ganancias y maniobra por sacar ventajas) a la vez que se multiplican sus necesidades a largo plazo (arreglar la infraestructura vieja o reemplazarla, aumentar la capacidad de rescatar empresas y economías en quiebra, como en Asia oriental), y su impacto a largo plazo en las condiciones de vida (como degradación ambiental) se torna más destructivo. El capitalismo mundial acumula más rápidamente que nunca sectores de gente pobre que no tienen ningún interés creado en la preservación del sistema.


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