La batalla de Los Angeles

Michael Slate

Obrero Revolucionario #1069, 3 de septiembre, 2000

Hay momentos en que sabemos que lo que va a pasar marcará una pauta. Parado en el escenario una hora antes del concierto de Rage Against the Machine y de Ozomatli la primera noche de la Convención Nacional del Partido Demócrata, capté que este era uno de esos momentos.

Varios miles esperaban, algunos desde las 6:30 de la mañana, y cuando llegó la marcha de protesta, a las 6 de la tarde, se juntaron unas 15.000 personas. Lo que sucedió después fue noticia de primera plana por todo el mundo y marcó la pauta de la semana, para el sistema y para la oposición.

Fue una lucha conseguir el permiso para el concierto y parecía increíble que estuviera a punto de empezar. Ese día, el website de Rage decía: "Rage Against the Machine tocará este concierto para todos los que se sienten excluidos por los dos principales partidos políticos". Organizado por la Red de Artistas de ĦRehusar y Resistir!, los músicos y demás, el concierto era un punto central del mitin de protesta de la primera noche. Por lo visto el tema del mitin (Por la humanidad, contra la avaricia de las corporaciones) fue demasiado difícil de entender para la prensa, que declaró que era "confuso".

Hasta donde llegaba la vista se veía gente lista para el concierto: chavos negros y chicanos de East LA, Echo Park, Pico Union y Sur Centro cotorreaban con los radicales; chilangos que buscan trabajo en las esquinas de Los Angeles platicaban con chavos blancos de West LA, Santa Monica y el condado Orange. Por todas partes se veía la carátula del último disco de Rage, "La Batalla de Los Angeles", monigotes y mantas contra la avaricia de las corporaciones y de los políticos, la globalización, el capitalismo y el imperialismo.

A la derecha del escenario se alzaba la cerca de casi 5 metros que rodeaba el Staples Center y, detrás de ella, se apelotonaban cientos de policías en equipo de motín. Una pantalla gigantesca transmitía al exterior lo que pasaba dentro de la convención. La entrada quedaba a menos de 100 metros.

Culture Clash, un grupo de teatro/comedia chicano, dio la bienvenida a "La Batalla de Los Angeles". Cuando salió Rage, la multitud se apretujó contra el escenario con increíble fuerza; era como si la tierra respirara. Rage comenzó con la canción "Bulls on Parade" y todo mundo gritó y bailó. Durante los siguientes 45 minutos Rage dio uno de los mejores conciertos de rock que he visto, con canciones como "Guerrilla Radio", "People of the Sun", "Testify", "Sleep Now in the Fire" y "Kick Out the Jams". Cambiaron el estribillo de la canción "Freedom" y todo el público coreó "Freedom for Mumia" (Libertad para Mumia). Cuando en la pantalla salió Hillary Clinton, 15.000 personas le hicieron pistola a la convención coreando la letra de "Killing in the Name Of...", que proclama rechazo a las órdenes del sistema.

Rage lanzó un desafío musical que reverberó en la cerca del Staples Center, mientras el presidente Clinton hablaba de paz y prosperidad. La música se fusionó con una variedad de sentimientos contra las injusticias del sistema, que se pavoneaba adentro; nos agarró del corazón y nos acercó al escenario y a cada uno; nos alimentó el cerebro; nos unió y atizó nuestro valor y desafío.

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Poco antes de que acabara de tocar Rage, el agente que hacía de enlace comunitario de la convención se desapareció y los agentes que estaban detrás del escenario agarraron sus sillas y se fueron; cosa curiosa....

Cuando salió Ozomatli, todos empezaron a bailar a todo dar para celebrar la semana de protesta y este fabuloso concierto. Pero la policía comenzó a joder: en una esquina confiscó unos monigotes; en otro lado, le echó gas pimienta a unos chavos que estaban al lado de la cerca. Cuando dos chavos se treparon a la cerca con una bandera negra, les cayó encima, los empapó de gas pimienta y les disparó balas "no letales". Después, tanto la policía como la prensa les echaron la culpa a esos dos chavos por el salvaje ataque policial a la multitud.

El olor penetrante del gas pimienta llegó al escenario y nos tocó ponernos máscaras y paliacates. De repente, en medio de la segunda canción, la policía cortó el sonido sin advertencia oficial. Una chava le oyó decir a un comandante que lo iban a hacer y le informó al equipo técnico; los organizadores corrieron a confrontar a la policía y esta dijo que "no se podía hacer nada".

Un comandante declaró que la reunión era ilegal y ordenó dispersarse en 20 minutos, algo claramente imposible pues solo había una salida.

Entonces Ozomatli hizo una de esas cosas que le han ganado tanto cariño; anunció que "vamos a seguir tocando", se bajó del escenario con los instrumentos y se entrelazó con el público tocando una samba. Cuando se vio que la policía iba a atacar y que miles iban a quedar atrapados sin salida, Ozomatli abrió paso para que salieran a la calle.

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A los diez minutos de dar la orden de dispersarse, la policía atacó en olas. Un pelotón empujó hacia el norte y el este a los que trataban de salir, y les disparó balas de goma y gas pimienta. Otro pelotón salió del este y los empujó hacia el oeste a tiros y cachiporrazos. Unos pararon y confrontaron a la policía; otros se reorganizaron y empezaron una marcha; muchos otros no más trataban de salir. La policía disparó sin distinción por más de una hora y los ecos de las balas de goma se oyeron hasta muy entrada la noche.

Pero la pauta de resistencia siguió. Aunque muchos estaban golpeados y sangrando, o vomitando o ahogándose por el gas pimienta, se protegían unos a otros y no se desbandaron en pánico. Atendían a los que necesitaban ayuda y formaban grupos para ver a dónde ir, quién necesitaba llegar a su carro, cuál era la mejor ruta de salida. Seguían ondeando los estandartes y en medio de eso vi una bandera del PCR que parecía como algo salido de la Comuna de París. Coreaban consignas, puteaban a la chota y estaban furiosos.

Los informes de los organizadores indican que unas 100 personas recibieron heridas de proyectiles. Dentro del concierto, cuando la gente se iba, 50 policías a caballo se lanzaron al galope contra la multitud blandiendo cachiporras, acorralaron a cuatro chavos chicanos contra la cerca y les dieron sin misericordia. Unos se sentaron a protestar y les echaron los caballos encima, así como a docenas más que trataban de salir. Un caballo le causó heridas graves en la cabeza a un hombre. Las calles cercanas se llenaron de policías por horas.

Los voceros de la policía convocaron una rueda de prensa esa noche y tuvieron el descaro de decir que el público del concierto "provocó" el ataque, cuando de hecho la policía actuó con premeditación y sin provocación.

Mari Matsuoka, de la Red de Artistas de ĦRehusar y Resistir!, le dijo a la prensa: "Fue un caso claro de agresión policial sin fundamento. Fue un ataque planeado de antemano: la policía sacó a sus representantes sin darle aviso a los organizadores, cortó el sonido sin advertencia, mandó de manera sincronizada a cientos de agentes; claramente fue un acto de violencia instigado por la policía en una escala increíble".

La policía empezó a lanzar amenazas veladas desde que se obtuvo el permiso para el concierto, con el conocimiento y consentimiento de los organizadores de la convención. Marcia Hale, ejecutiva de la campaña de Gore y del equipo organizador de la convención, vio el ataque policial desde el techo del Staples Center y después le dijo al New York Times que la plana mayor del Partido Demócrata sabía lo que estaba haciendo la policía y lo apoyaba.

Analizar la mentalidad de un ataque policial es ingrato, pero me parece que la policía atacó este concierto porque el grupo que se reunió les da pavor. Precisamente por esa misma razón el concierto nos dio tanta alegría a los que fuimos.

Cuando buscaba la forma de salir de la zona esa noche, haciéndole el quite a escuadrones que corrían por la calle repitiendo estribillos militares, se me venían a la mente las caras del público y recordé el comentario de Mao de que el enemigo puede quemar una aldea pero el pueblo no puede ni prender una vela. La policía puede dar cachiporrazos, atropellar con caballos, rociar gas pimienta y disparar balas de caucho y de verdad, pero al pueblo no se le permite alzar una voz de protesta ni oír la música que conecta al movimiento.

Entonces pensé en lo que hicimos esa noche: un mitin y un concierto en las narices de la fiesta de los demócratas, que se vieron por todo el mundo. La policía quiso imponer una pauta de temor y sumisión para toda la semana, pero el concierto marcó una pauta de desafío y coraje que se sintió toda la semana. Esta vez, el pueblo salió ganando.

Una compañera que iba conmigo puso la situación en perspectiva: tras sacarle el cuerpo a una cachiporra como a 10 cuadras del Staples Center, miró para atrás, sonrió y dijo: "ĦEsta noche sin lugar a dudas es del pueblo!"


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