De este lado de la línea... al otro

Luciente

Obrero Revolucionario #1101, 6 de mayo, 2001, en rwor.org

El sábado 21 de abril, en la ciudad fronteriza de San Ysidro, California, entre 1500 y 2000 personas marcharon en protesta contra el tratado del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y la explotación imperialista del pueblo mexicano. La marcha fue parte de las protestas del fin de semana en solidaridad con las protestas de Quebec, Canadá. Además de la protesta, en la iglesia First Unitarian Universalist de San Diego se realizó un programa en el que habló una trabajadora de una maquiladora; se hizo un recorrido de la frontera; y en la colonia Maclovia Rojas de Tijuana se llevó a cabo una "conferencia solidaria interfronteriza".

Después de una manifestación en el parque Larsen, a un kilómetro de la frontera, hubo una marcha que tomó el Camino de la Plaza hacia el puente de peatones para protestar. Participaron la Brigada de la Juventud Comunista Revolucionaria, el bloque anarquista negro, la Red Estudiantil/Juvenil de la Coalición 22 de Octubre, Estudiantes pro Justicia de San José, OLIN, Estudiantes pro Justicia de la Universidad de California en Berkeley y varios capítulos de MEChA. Unos fueron a Tijuana a participar en un "festival binacional" en contra del ALCA.

Lo que sigue es un informe de nuestra corresponsal Luciente, que participó en la marcha. En el número de la semana próxima habrá más información sobre estas protestas.

Crecí de este lado de la línea, en un barrio en el cual casi todos los de nuestra manzana vinieron del otro lado, y oí contar del señor que trabajaba en una hacienda cuando tenía ocho años para dar de comer a la familia de nueve con el maíz que le pagaban al terminar la jornada de trabajo, y que a los 13 años tuvo que irse a ciudad de México y, como allá no encontró trabajo, se tuvo que ir a un país donde lo degradaban y lo trataban mal, a pesar de lo duro que trabajaba y se sacrificaba. Sabía también la historia de la señora que hablaba con rencor de las "alternativas" que tuvo: dejar al otro lado a la mamá y a las hermanas cuando tenía 15 años y emprender un viaje de miles de kilómetros, con el temor de que en cualquier momento la violaran, a Los Ángeles, donde esperaba conseguir un trabajo que sacara a la familia de la pobreza... para darse cuenta de que limpiar casas apenas le alcanzaba para vivir. Tengo el recuerdo de mis primos y primas reunidos en la sala de mi casa mientras mis padres fueron al entierro de uno de mis tíos favoritos, que murió como consecuencia de los productos químicos que aspiró durante 10 años de trabajo en la costura.

Relatos como estos no son ajenos a barrios, ciudades y estados de este país. La opresión de los que viven al otro lado de este muro militarizado de más de 2000 kilómetros, desde San Diego/Tijuana hasta Brownsville/Matamoros, es algo que late en el corazón de la nueva generación de activistas, que nos hace lanzar un grito de dolor por el altísimo costo humano que cobra el imperialismo estadounidense.

El 21 de abril, en San Diego/Tijuana, más de mil personas hicimos una marcha de protesta contra el Tratado del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Llenos de indignación y resolución, encaramos el muro que separa a una nación opresora y a una nación oprimida. Ese día fuimos a decirles a los mexicanos y al resto del mundo que no aceptaremos el Tratado de Libre Comercio (TLC), el ALCA ni ninguna otra artimaña que Estados Unidos tenga para dominar este hemisferio y el mundo. Decimos no a que 65 millones de mexicanos ganen menos de $2 al día y que 15 millones ganen menos de $1 al día. Decimos no a la destrucción del planeta a cambio de ganancias. Decimos no al mundo en que el imperialismo quiere que vivamos.

Ese día sentimos nuestra fuerza. A pesar de la policía antimotín, montada, en radiopatrullas, a pie y dispuesta a apabulearnos en cualquier momento, coreamos en sus narices que este es nuestro mundo.

Aunque muchos de los manifestantes jamás habían ido a la frontera, después de ver el protuberante muro y la pobreza en que viven los mexicanos, nuestra indignación se multiplicó mil veces. "Imperialismo" y "capitalismo" son palabras que escuchamos o pronunciamos, pero hoy, de repente, se materializaron ante nuestros ojos al ver las casuchas de las colinas de Tijuana. La separación entre el imperialismo y el tercer mundo está clarísima en esta zona sumamente militarizada. No solo por la altura del muro, el alambre de púas, los retenes de concreto, los reflectores, la Migra armada con tecnología de punta para cazar seres humanos. Con nuestros propios ojos vimos el daño que hace el imperialismo. A tiro de piedra las trabajadoras de las maquiladoras viven en colonias sin agua potable ni alcantarillado, y ganan lo mínimo para sobrevivir, dan a luz niños sin cerebro a causa de los desechos tóxicos que las fábricas de Estados Unidos riegan. A lo largo de este muro, en los montes y desiertos, miles de hombres y mujeres mueren de deshidratación, calor, hambre o a manos de la Migra.

Mientras nos llenamos los ojos en el extenso horizonte, un chavo criado en la frontera me dice que a diario ve los rostros de quienes han viajado miles de kilómetros para llegar a Estados Unidos. Ha visto a mujeres violadas y maltratadas. Es chicano de segunda generación, pero piensa que está en la piel de un inmigrante cada vez que la Migra o la policía le pide papeles. Nunca le ha gustado que maltraten a los que trabajan de sol a sol por tan poco. Cuando vio la marcha pasar por su manzana, su ira e indignación se fundió con la lucha por un mundo mejor en que no existirán fronteras. Estas son las experiencias que pueden cambiar la furia de una generación en gritos de revolución.


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