USA: Opresión, no libertad, para Afganistán

Obrero Revolucionario #1128, 25 de noviembre, 2001, en rwor.org  

Ocurrió en un abrir y cerrar de ojos. De repente, de la noche a la mañana, los talibanes abandonaron las principales ciudades afganas y, al cierre de esta edición, se informa que están a punto de retirarse de su plazafuerte en el sur, Kandahar. En la ciudad norteña de Kunduz, miles de soldados talibanes oponen resistencia, pero en la mayoría del país el cambio de gobierno ocurrió casi sin combates. Los talibanes se fueron hacia el sur y el este, a las regiones donde viven los pashtos, y a las montañas y aldeas aisladas. Otros talibanes cruzaron la frontera a las zonas pashtos de Paquistán, donde nació el movimiento.

Así se desvanecieron los odiados talibanes que, durante cinco años, atormentaron al pueblo afgano. La policía fundamentalista golpeaba a las mujeres por no cubrirse la cara en la calle. Las mujeres eran prisioneras en su propia casa: les prohibían trabajar, estudiar o participar en la vida social fuera de la familia. Les mandaban cubrir la cara y el cuerpo con la burkha y observar el mundo tras un velo. En la vida diaria imponían normas retrógradas de textos religiosos: censura estricta de la música y la cultura; muerte a pedradas a los que tuvieran relaciones sexuales fuera del matrimonio; mutilación por robo (incluso a los niños); muerte a los revolucionarios y comunistas.

Ahora, de repente, el Ministerio de Vicio y Virtud quedó abandonado y la policía religiosa ha desaparecido.

En Kabul, los 4000 presos políticos del penal Pulechakri se rebelaron y salieron. Los noticieros iraníes informaron que el 12 de noviembre en Herat, una ciudad del oeste, multitudes atacaron la cárcel (donde pusieron en libertad a mil presos) y el cuartel de la policía (donde pusieron en libertad a 360 presos y desocuparon un pabellón de “delitos religiosos”).

Los hombres hicieron cola para cortarse la barba obligatoria, y las mujeres jóvenes sonreían al mostrar la cara al sol y quemaron burkhas en grandes fogatas.

Pero por todas partes al júbilo por la ida de los talibanes lo acompañó un intenso pavor. Los talibanes se han ido pero el pueblo no saborea la liberación. Los ejércitos que reemplazaron a los talibanes en las principales ciudades, como Kabul, son de la brutal y reaccionaria Alianza del Norte.

Por todo el país reina la confusión: en algunas provincias, los cabecillas feudales se quitaron los turbanes talibanes y se declararon aliados de la Alianza del Norte o independientes. En otras, odiadas figuras del pasado regresaron a establecerse en el poder o a pelear con otros grupos armados.

En la década de los 80, Estados Unidos y sus aliados Paquistán y Arabia Saudita armaron y financiaron las fuerzas fundamentalistas más reaccionarias de Afganistán para luchar contra la ocupación soviética. La CIA los entrenó a aniquilar a las fuerzas progresistas, revolucionarias y seculares. Y a mediados de la década pasada el Talibán, con el apoyo de Estados Unidos y Paquistán, conquistó la mayor parte del país.

Ahora Estados Unidos lleva más de un mes bombardeando Afganistán; ha matado a miles en una campaña aérea que hizo huir a los talibanes de las principales ciudades.

¿Qué significa todo eso para el pueblo afgano? Que sigue bajo la bota de fuerzas opresoras y ante más ataques imperialistas.

Varios lugares clave del país están en manos de fuerzas extranjeras. Escuadrones yanquis e ingleses se han apoderado de la base aérea Bagram, cerca de Kabul (sin siquiera informarle a la Alianza del Norte). Están preparando el terreno para la llegada de aviones militares para iniciar una nueva etapa de la guerra. Unidades de comandos extranjeros vigilan las carreteras y ordenan ataques aéreos contra convoys y grupos “sospechosos”.

En Kabul, la primera medida del general Gul Haider de la Alianza del Norte fue despachar 1200 soldados a apoderarse de los depósitos de municiones de los talibanes... para que las masas no se fueran a armar.

El futuro de Afganistán no está claro. Pero no cabe duda de que la guerra de Estados Unidos no ha llevado y no llevará a la liberación del pueblo. Los imperialistas están atacando el Talibán, un monstruo que ellos mismos crearon y que ahora no les conviene. Para hacerlo cuentan con el ejército de la Alianza del Norte, un grupo igualmente asqueroso. Ahora quieren forjar una alianza de fuerzas políticas dispuestas a colaborar en un gobierno colonial post Talibán.

La Casa Blanca descubre
a la mujer

“No debemos permitir que la situación se defina en términos de qué formas de opresión y explotación (y de dictadura reaccionaria) son `mejores’.

“Específicamente, y especialmente en las actuales circunstancias, no podemos permitir que la situación se defina de tal modo que se acepte la noción (o pretensión) de que Estados Unidos y otros imperialistas representan el `progreso’ o `liberación’ para la mujer o en general para Afganistán y el mundo”.

Bob Avakian, “La hipocresía imperialista
y la opresión de la mujer por
los talibanes”, OR No. 1124

En esta nueva fase de la guerra, la Casa Blanca lanzó una ofensiva propagandística apuntada a la mujer. Laura Bush condenó la opresión de la mujer por los talibanes y su afán de exportar esa forma de opresión a otros países. El mismo día, Cherie Blair, esposa del primer ministro británico, dio un discurso parecido en Londres.

La meta era ganar apoyo para la guerra pintando a Estados Unidos como en pro de la liberación de la mujer. ¡Qué actitud tan hipócrita!

Primero, el gobierno de Bush es notorio por su firme alianza con las fuerzas fundamentalistas (cristianas) de Estados Unidos y sus ataques a la mujer: al derecho al aborto, a la educación sexual, al control de la natalidad y a la acción afirmativa. Bush se ha declarado a favor de las escuelas religiosas particulares en lugar de las escuelas públicas.

Y en cuanto a “exportar” ideología, una de las primeras medidas de Bush fue cortar la ayuda a cualquier grupo del mundo que siquiera mencione el aborto. Además, ¿quién apuntala los gobiernos de Arabia Saudita y Kuwait que practican una forma extrema de opresión de la mujer? Estados Unidos.

Un vocero de la Casa Blanca le dijo a la prensa: “En Afganistán la mujer tenía importantes derechos y libertades y los talibanes se los quitaron”. Mentira hipócrita.

De hecho, en la década de los 70 surgió un movimiento de la mujer, especialmente en las ciudades, para desechar las viejas costumbres y luchar por la educación y la igualdad. La mitad de los estudiantes universitarios y empleados gubernamentales eran mujeres, al igual que dos tercios de los maestros y 40% de los médicos. Las constituciones burguesas de 1964 y 1977 dieron derechos e igualdad formal a la mujer. La mayoría trabajaban fuera de la casa (especialmente en el campo) y muchas participaban en el comercio. Algunas tenían burkhas y otras velos menos conservadores, pero muchas se los quitaron completamente.

No fueron los talibanes los que lanzaron el ataque contra todo eso sino los mujahidines, financiados y armados en la década pasada por Estados Unidos y sus aliados. La CIA, el servicio de inteligencia paquistaní (ISI) y sus aliados sauditas (como Osama bin Laden) reunieron las fuerzas fundamentalistas más intolerantes, reaccionarias y anti mujer para luchar contra los soviéticos.

La CIA instaló a Gulbuddin Hekmatyar como líder de los mujahidines. Hekmatyar se ganó fama en la Universidad de Kabul en los años 60 como dirigente de un grupo que le echaba ácido en la cara a las universitarias que no se cubrían la cara. Bajo su dirección, y con billones de dólares de armas, los mujahidines suprimieron violentamente la actividad pública de la mujer. Mataron a maestras y pusieron bombas en las escuelas. Cuando conquistaron el poder en 1992, hicieron obligatoria la burkha para todas las mujeres.

Los talibanes, que tomaron el poder a mediados de la década, continuaron esas medidas.

Si Bush quiere confrontar a los que crearon el infierno en que vive la mujer afgana, ¿por qué no habla con su propio padre, uno de los dirigentes de la guerra clandestina en Afganistán en la década de los 80?

Ahora Washington quiere imponer un gobierno títere. Tiene programadas conferencias en Roma, los Emiratos Árabes Unidos y la ONU. Pero a pesar de la campaña propagandística sobre la mujer, ha dicho que no invitará a ninguna mujer a esas conferencias (ni tampoco al gobierno).

La Alianza del Norte

“Ha vuelto el problema de la guerra civil. Han soltado centenares de millones de dólares de bombas para devolver al poder a los mismos capitanes feudales”.

Trabajador de socorro, Afganistán

“Ahora que la Alianza del Norte ha conquistado Kabul, su meta es mantenerse en el poder, no perseguir a los talibanes, ni tampoco encontrar a Osama bin Laden. Hasta la fecha, los unió la oposición a los talibanes. Pero a partir de hoy, cada dirigente solo piensa en agarrar la mayor tajada del poder”.

Timothy Gusinov, ex oficial soviético y actual especialista
en Asia Central al servicio
de Estados Unidos

Los periodistas occidentales informaron que ha habido poca celebración en Kabul por la caída de los talibanes. Al cierre de esta edición, se informa que muchas mujeres no se han quitado la burkha a ver qué va a venir.

Es fácil de explicar: a los talibanes los ha reemplazado la Alianza del Norte y el pueblo sabe que esa alianza tiene fuerzas resueltas a mantener el control fundamentalista de la mujer. El vice primer ministro, Abdur Rasool Sayyaf, ha dicho que la mujer debe seguir usando la burkha y que hombres y mujeres no se deben mezclar en público. También se opone a dar a la mujer derechos políticos en el nuevo gobierno.

Otro líder de la Alianza del Norte, Gulbuddin Hekmatyar, ex dirigente de los mujahidines y uno de los pocos líderes pashto de la alianza, acaba de regresar del exilio en Irán y se ha proclamado gobernador de la provincia de Logar, a 25 km de Kabul.

Hekmatyar es uno de los dirigentes más odiados y temidos desde que la Alianza del Norte gobernó en Kabul. En 1992, los mujahidines tumbaron el gobierno pro soviético de Najibulla e impusieron un reino de terror, saqueo y violación en masa. Se dividieron en varias facciones y 50.000 personas murieron en las batallas entre elllas. Kabul quedó devastado. Muchos dirigentes de esa guerra civil ahora son comandantes de la alianza y han vuelto al poder en las ciudades.

Veamos un ejemplo: en marzo de 1995, en una serie de viles ataques, el general Abdul Rasul Sayyaf y otros del Jamiat-i-Islami destruyeron los barrios de Kabul donde vivían los hazara, una nacionalidad chiíta del centro del país. Mataron a miles de personas y violaron en masa a las mujeres hazara. Hoy Sayyaf es el vice primer ministro del “Estado Islámico de Afganistán” establecido por la Alianza del Norte.

Así que no debe sorprenderle a nadie que la población de Kabul responda con horror al regreso de la alianza. Muchos han empacado y están preparados a huir si hay nuevos combates o masacres.

Los soldados de la alianza que han entrado a Kabul son principalmente tajik del valle de Panjshir, que son musulmanes sunitas. Inmediatamente las fuerzas hazara de la alianza anunciaron que temen un genocidio contra la población hazara, que son musulmanes chiítas, y despacharon tropas a protegerla de sus propios “aliados”.

Este es solo un ejemplo de las divisiones que han surgido con la ida de los talibanes de las ciudades. Hay informes de atrocidades cometidas por la alianza, como la ejecución y mutilación en masa de prisioneros. En Mazar-i-Sharif, aplastaron a 500 soldados talibanes con tanques. Hay mucha preocupación por las brutalidades que podrían cometer, especialmente en las zonas pashto, como Kabul.

Por su parte, Washington se hace el de la vista gorda, dado que no tiene otra fuerza para apoderarse de las ciudades. El vicepresidente Dick Cheney comentó el 15 de noviembre: “Creemos que la Alianza del Norte se comporta de una manera responsable en vista de las circunstancias extraordinarias que existen”.

Esta alianza (que también se llama “Frente Único” y “Estado Islámico de Afganistán”) es una mezcla de capitanes y grupos que se odian entre sí y se han unido para luchar contra los talibanes. Entre ellos figuran:

• Jamiat-i-Islami. De la nacionalidad tajik del norte, apoya a Rabbani, dirigente tajik de la alianza que se ha declarado presidente de Afganistán.

• Junbish-i-Milli-yi Islami. De la nacionalidad usbek del norte. Su dirigente es el general Rashid Dostum, que tiene fama por cambiar de bando más que nadie en los 20 años de guerra civil. Dostum era un general de peso de las fuerzas títere que lucharon al lado de los soviéticos en los años 80. Notorias por la brutal supresión de la oposición, controlan la ciudad norteña de Mazar-i-Sharif, cerca de la frontera con Usbekistán.

• Hezb-e-Wahdat, un grupo hazara y chiíta dirigido por Karim Khalili y Mohaqiq.

• Unas pequeñas fuerzas pashto dirigidas por Hekmatyar.

Los talibanes surgieron como una alternativa para imponer orden y estabilidad tras las guerras y violaciones del gobierno de los mujahidines de 1992 a 1996. Su programa político combina el chovinismo pashto extremo y la ideología fundamentalista de la secta islámica wahabi. (Los pashtos son el 40% de la población y la mayor nacionalidad del país).

Cuando el Talibán tomó el poder, muchos de los mujahidines pashto le declararon lealtad. Por su parte, los mujahidines de otras nacionalidades establecieron operaciones feudales y de narcotráfico en el norte y se unieron en la Alianza del Norte.

Hay poca diferencia entre los talibanes y la Alianza del Norte. Ambos son agrupamientos de fuerzas feudales y burguesas comprometidas a mantener las costumbres y relaciones de propiedad opresivas de la sociedad afgana tradicional, y ambos están al servicio de potencias imperialistas.

Para las masas afganas, todos llevan más opresión, guerra civil y dominación extranjera.

Intrigas y confrontaciones

Se habla mucho de que la raíz de los conflictos de Afganistán es la división “étnica”, pero lo fundamental es que a las varias fuerzas políticas del país las azuzan las potencias extranjeras. Los conflictos entre las “milicias étnicas” son en realidad conflictos entre Estados Unidos, Rusia, Irán y Paquistán, todos los cuales hoy son “aliados” en una “guerra contra el terrorismo”.

Los bombardeos estadounidenses prepararon el terreno para la conquista de Kabul por la Alianza del Norte. Ahora Estados Unidos persigue a Osama bin Laden y Al-Qaeda en un país devastado por bombas y el resurgimiento de la guerra civil.

A pesar de palabras de “liberación”, a Estados Unidos no le importa un comino el futuro del pueblo afgano. Esta guerra responde a intereses imperialistas: castigar de modo ejemplar a Al-Qaeda (hijo ingrato de la CIA) y apretar el control de la región y del petróleo.

Por su parte, la clase dominante rusa también está maniobrando para controlar la región. El colapso de la Unión Soviética hace 10 años la debilitó en Asia Central, una región que antes dominaba. Su nueva “alianza” con Estados Unidos le ha permitido regresar al campo de batalla.

Mientras Putin y Bush comían asados en Texas, sus representantes han estado maniobrando en Afganistán. El Departamento de Estado dijo que la Alianza del Norte solo ejercerá un papel “muy importante” en un gobierno futuro. El ministro de Defensa ruso, Sergei Ivanov, anunció que Rusia está despachando gente de varios ministerios del gobierno a Kabul para reforzar las relaciones con la alianza, y declaró que es “la dirección del gobierno legítimo del estado”.

Estados Unidos habla de “inundar” la región de “ayuda”, lo que quiere decir sobornar con armas y comida a los que pueda y fortalecer a las fuerzas dispuestas a ponerse a su servicio, incluso de la Alianza del Norte. Como dijo el Partido Comunista de Afganistán sobre la alianza: “Esos rastreros reaccionarios ya han estado comiendo de la mano de Rusia, India y sus respectivos aliados en Afganistán. Declaran reiteradamente que están dispuestos a servir al agresor imperialista yanqui con la esperanza de que, como buitres, reciban un trozo del cadáver”.

El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, espera que una jugosa recompensa lleve a que alguien traicione a Al-Qaeda.

El secretario de Estado, Colin Powell, recomendó mandar a Kabul una fuerza de la ONU de países musulmanes (especialmente Turquía). La Alianza del Norte dijo que no se necesita, gracias.

La situación de Paquistán se ha vuelto precaria. El gobierno militar apoyó los ataques a Afganistán, los cuales destruyeron la única fuerza leal a Paquistán e hicieron cruzar la frontera a oleadas de fundamentalistas islámicos dedicados a vengarse. Si las fuerzas que Estados Unidos persigue se refugian en Paquistán, podría estallar un conflicto político.

Hay mucha incertidumbre en la situación actual. No se sabe si Washington logrará capturar a los dirigentes talibanes y de Al-Qaeda; hasta qué punto seguirá la “balcanización” del país; si los bombardeos van a desatar una nueva guerra civil; si el colapso de los talibanes desestabilizará al gobierno paquistaní; o si los talibanes son lo suficientemente fuertes para iniciar una guerra de guerrillas.

Pero sí se sabe que las acciones de Estados Unidos han causado un nuevo desastre para los trabajadores y campesinos de Afganistán. La superpotencia no ha llegado para liberar al país sino para castigar y apretar el control de la región y del petróleo.

Tenemos que condenar todos estos crímenes imperialistas, sean en la forma de violadores feudales o de bombarderos de alta tecnología.


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