"Ali": El legado de una década

Michael Slate

Obrero Revolucionario #1139, 17 de febrero, 2002, en rwor.org

Luché contra un cocodrilo, le gané a una ballena.
Al relámpago lo esposé, a los truenos los encarcelé.
¡Eso es ser malo!
La semana pasada maté una roca y lastimé una piedra.
A la medicina le hago daño.
¡Así de malo soy!

Un poema que escribió Muhammad Ali en respuesta a los
 que decían que no estaba preparado para su pelea
con George Foreman en 1974

¡Se me olvidó! Se me olvidó por qué todos mis amigos y yo queríamos ser Muhammad Ali. Éramos muchachitos —orejones, huesudos— y le entrábamos duro al boxeo en un cuadrilátero de tierra en un terreno baldío, con sogas hechas de cuerdas de tendedero. Se juntaban ahí los viejitos desempleados para arbitrar o dar consejos: “¡Alza más las manos, mocoso! Pero aviéntaselos con güevos, no así de guango!”

Los sábados por la tarde, yo acompañaba a mi abuelito al bar de la vecindad, donde una capa de aserrín absorbía la cerveza en el piso y en un televisor antigüito de blanco y negro pasaban peleas grabadas. En esa pantalla vi por primera vez a Muhammad Ali, que en ese entonces se llamaba Cassius Clay.

Era su primera pelea con Sonny Liston (entonces campeón, un blanco) y el bar se llenó de gente que quería ver la grabación, pues nadie podía creer que Liston cayó tan fácil. Mi abuelito tenía fama de ser corajudo; era bueno para pelear pero también para contar cuentos. Le atraía lo justo; siempre le iba al que no era el favorito para ganar, especialmente si el de abajo no aceptaba su posición.

Esa noche hizo que todos sus amigos me apostaran (una peseta cada uno) a que Liston iba a ganar, a pesar de que todo mundo sabía que había perdido. Casi todos miraban la pelea en silencio, o gritaban de sorpresa; el que gritaba más recio fue mi abuelito, a favor de Ali.

Cuando terminó, caminamos a casa, yo con mis bolsillos llenos de pesetas y él con una sonrisa de oreja a oreja. Me puso el brazo sobre los hombros y me dijo que obligó a sus amigos a apostar a Liston para meterles más la espina, pues Cassius Clay no les caía bien. Abuelito, por su lado, estaba seguro de que Cassius Clay estaba destinado a armar la grande por un buen tiempo y eso le caía a todo dar. Cuando Cassius Clay cambió de nombre a Muhammad Ali, se convirtió en el atleta más odiado y más amado de sus tiempos.

Como un año después se me murió el abuelito y dejé de boxear. Me gustaban mis orejas y mi nariz como estaban, y además, se sentía refeo cuando me plantaban un derechazo en la cabeza. De todos modos, después de la primera pelea de Ali pasábamos más tiempo componiendo versos de hocicón que entrenando. Pero yo todavía quería ser Ali. Me encantaba su arrojo en las narices de quien sea, que no retrocedía; que se reía siempre que estaba con el pueblo, pero sacaba las garras para los de arriba. Me encantaba su confianza ante los contrincantes más peligrosos, fuera y dentro del cuadrilátero, y su compromiso con el pueblo, tanto la lucha del pueblo negro en Estados Unidos contra el racismo y la opresión nacional, como la guerra de liberación del pueblo vietnamita contra la superpotencia más fuerte del mundo. Me encantaba que no permitía que le hicieran menos.

Se me había olvidado todo eso, hasta que la película Ali, del director Michael Mann, me lo recordó. Y me dio ¡un chingo de gusto!

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Un historiador del boxeo comentó una vez que a cualquier época le toca el campeón que se merece. Esto lo capta bien Mann: la película se concentra en lo más significativo de Muhammad Ali para las masas del pueblo. Mann, junto con un asombroso conjunto de artistas y la visión innovadora del cinematógrafo Emmanuel Lubezki, hacen de esta historia una poderosa y bella obra de arte.

El actor Will Smith se entrenó durante un año y medio para entrar de fondo al personaje de Ali, en lo que describió como una “metamorfasis del alma”. Dijo: “Más allá de tener la musculatura de un boxeador, mi meta era aprender a pensar como boxeador. Para eso, tenía que comer como boxeador, dormir como boxeador, enfrentar las situaciones de la vida como boxeador, o sea, convertirme en boxeador”.

Jamie Foxx le da un toque cómico al papel de Drew “Bundini” Brown, quien sirvió a Ali de entrenador, “ayudante de campo”, poeta callejero y compositor de versos inmortales (“flotar como una mariposa y picar como una aveja”). Después, Foxx demuestra el lado serio en su lucha contra la adicción a la heroína, la cual coincide con la lucha de Ali para entrar de nuevo al cuadrilátero. Su gran cariño sencillo por Ali contrasta con el oportunismo interesado de los “empresarios” de la Nación de Islam.

Jon Voight es asombroso en el papel del comentarista de boxeo Howard Cosell, y desarrolla una relación calurosa y combativa con Ali. En su retrato de Sonji, la primera esposa de Ali, la artista Jada Pinkett-Smith trae a la pantalla la franqueza y audacia de las jóvenes de la época. Mario Van Peebles recrea el compañerismo de Ali y Malcom X.

Ali es pertinente e inspiradora a la vez. Como toda historia que valga el nombre, te hace volar a otro tiempo y otro lugar.

Desde el momento que comienza la película con un montaje de imágenes de los acontecimientos que influyeron en su vida, nos enseña cómo el ambiente de aquellos tiempos —especialmente el pueblo y sus desafíos— formaron a Ali como persona. Las escenas de una tocada de Sam Cooke en un club nos dan una sensación del calor cultural de la época. La letra y música de Cooke reflejaban profundamente el corazón del pueblo negro, y su dulce voz concentraba la esperanza de liberación y del fin de la opresión.

Miramos al niño Cassius Clay de nueve años en los asientos traseros del autobús segregado en Louisville, Kentrucky: se queda mirando una foto de periódico del cuerpo mutilado de Emmett Till, un muchacho negro a quien linchó una chusma de blancos en Mississippi supuestamente por chiflarle a una mujer blanca. Miramos como una patrulla se acerca al Ali adulto mientras corre por la calle entrenándose de noche, y le dice siseando: “¿De qué corres, boy?” Y después lo miramos parado en el fondo de una reunión de la Nación de Islam, escuchando un discurso de Malcom X.

La película se concentra en los años 1964 a 1974, posiblemente el período más rebelde de la historia de este país. Nos enseña cómo tales tiempos generan a un Campeón del Pueblo como Ali, y cómo un campeón como él también influye en sus tiempos. Mann regresa a este tema una y otra vez en la película.

Dijo: “Antes de comprometerme a hacer esta película, tuve que enfocarme en la historia que yo quería contar. Por un lado, es una historia sencilla: un hombre gana el campeonato de peso pesado; se lo quitan injustamente; y lucha por reconquistarlo y buscar justicia. La lucha por la justicia es el meollo de aquellos diez años de historia.

“No me interesaba contarla como documental ni recuerdo nostálgico... Lo que me atraía era la posibilidad de llevar al público hasta adentro del mundo de Ali. Durante ese período, fue extraordinaria su búsqueda de identidad propia. Al tratar de definirse, desafió a los que querían imponerle sus preconcepciones. Primero decidió que él era Muhammad Ali después definió a Muhammad Ali”.

Está claro que Mann quiere mucho al Ali de aquellos años. Invitó a un equipo increíble de artistas y prestó atención a todos los detalles, lo cual nos ayuda a entrarle profundamente a esta historia. No esquiva las contradicciones de los tiempos ni de Ali mismo, quien primero rompe con Malcolm X por razones políticas y, después, con el transcurso de los años, se acerca más a la lucha popular, alejándose de la Nación de Islam. Pero, aunque toma firme posición con la lucha del pueblo negro contra su opresión, con las mujeres es celoso y mujeriego.

Sin embargo, el centro dramático de la película gira en torno a su negativa de servir en las fuerzas armadas de Estados Unidos y su oposición a la guerra de Vietnam.

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Mann cuenta esta historia con mucha emoción: “Las cosas que impactaron a Muhammad Ali impactaron a todos los de mi generación. Si presenciaste la matanza en Vietnam, o más antes en Selma y Birmingham, te enfureciste, y no se te quitaba. Ali trajo esa furia al escenario internacional, y era arrojado, chistoso, alevoso. Siempre desafiaba las instituciones y sus convenciones, y por eso lo queríamos”.

Desde un principio, Ali decía que era un Campeón del Pueblo, y sí lo era, más que ningún otro boxeador. Sin embargo, realmente alcanzó este papel cuando se opuso a la guerra. Les dio grandes ánimos a las masas del pueblo negro, a todos los que luchaban contra la guerra y a los oprimidos por todo el mundo al declarar sin pelos en la lengua que no tenía ningún interés en cooperar con la guerra de Vietnam, que “no tenía ninguna queja contra el Vietcong”, y que “Ningún Vietcong me ha dicho ‘n*gger’”. ¡Qué coraje les dio a los opresores y a todos los que apoyaban el sistema! Incluso la Nación de Islam se disgustó y quiso hacer un trato con el gobierno acerca del servicio militar de Ali.

Mann retrata muy bien el contraataque enfurecido del sistema contra Ali. El FBI y la CIA lo andaban espiando: la primera vez en 50 años que el FBI investiga a un boxeador. El gobierno quería que pidiera disculpas por sus comentarios sobre la guerra. Los de arriba estaban atemorizados por su impacto sobre el pueblo. Le ofrecieron un trato: si entraba al ejército, le garantizaban que no lo mandarían a la guerra y hasta podía seguir boxeando. Todo para que se echara para atrás, pero él se mantuvo firme.

¡La escena cuando Ali se rehúsa oficialmente a incorporarse al ejército me dio tanto orgullo y alegría! Aunque lo declaran culpable, y le quitan el cinturón y el derecho de boxear, sigue firme. Cuando un comisionado del boxeo le gruñe, “Y tú, ¿te pones el nombre del Campeón del Pueblo?”, Ali se para osado y le contesta en las narices: “¡Sí, lo soy!”

En una de las escenas más impactantes de la película, Ali responde a los reporteros que lo acosan con preguntas sobre su posición y su posible sentencia a cinco años de prisión: que no tiene que viajar diez mil millas para encontrar a su enemigo porque está aquí mismo, son los que detentan el poder que se oponen a su lucha por la libertad y igualdad. Es más, “Mi pueblo está encarcelado desde hace cuatrocientos años, ¡no me van espantar con cuatro o cinco añitos!”

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Ali no solo luchó por su cinturón, luchó por el pueblo negro, por la igualdad, y contra el gobierno estadounidense. Luchó por el derecho de usar su nombre contra los que lo atacaron y también contra los que primero le pusieron el nombre y después se lo querían quitar cuando ya no lo podían controlar.

La película revela su lucha contra el gobierno, y su batalla por reconquistar el derecho de boxear y su título. Es una batalla larga y dura, llena de lecciones sobre dónde los oprimidos pueden encontrar aliados y cómo el mantenerse firme ante el enemigo da fuerzas a otros para hacer lo mismo.

Para la actual generación de jóvenes, la película demuestra lo mucho que estaba en juego cuando Ali se aferró a su posición política en un momento crucial histórico.

“Yo sabía que era un boxeador, pero también sabía que se opuso a la guerra de Vietnam”, dice Will Smith. “Los jóvenes de 21 años de hoy no entienden realmente esa época, el Movimiento de Derechos Civiles (contra la discriminación) o la resistencia a la guerra de Vietnam. Algunos sí vinculan a Ali con todo eso, pero no tienen idea de lo mucho que sufrió para formar ese vínculo”.

Al enfocarse en la amistad entre Ali y el comentarista de deportes de ABC, Howard Cosell, Mann demuestra cómo la valentía y compromiso del boxeador contra el racismo y la guerra atrae a aliados de otros sectores sociales, los inspira y les da fuerzas para enfrentarse a las autoridades.

Cuando Ali inventa una estrategia para reconquistar su derecho de boxear y su título, es Cosell quien le ayuda a llevarla a cabo, difundiendo su historia en la televisión y forjando apoyo popular. Cuando el boxeador gana ante la Suprema Corte, Cosell está casi tan contento como el mismo Ali de que no lo meterán a la cárcel y podrá volver a boxear.

Después de una derrota angustiosa con el campeón Joe Frazier, por fin Ali tiene otra oportunidad de reconquistar su cinturón en 1974 en una pelea con George Foreman (con Don King como promotor). La pelea, llamada “Rumble in the Jungle” (Bronca en la selva) porque ocurrió en Zaire, África, fue lo que la gente por todo el mundo había esperado.

Con esta pelea, Mann se enfoca de nuevo en la tema del Campeón del Pueblo y la importante relación entre Ali y el pueblo. Desde el momento en que se anuncia la pelea, nadie cree que Ali puede ganar, pues no ha peleado de verdad en cuatro años y es ocho años mayor que Foreman.

En la pelea en Zaire, Ali representa la valentía y la esperanza. Jon Voight se refiere a una llamada telefónica que le hizo Ali a Cosell desde Zaire: “Dijo, ‘Bueno, tengo que ganar, ¿no es así?’. Él sabía que cargaba las esperanzas de tantas personas… sabía lo mucho que significaba para todos nosotros. Necesitábamos que reconquistara lo que le habían robado”.

Solo Ali y el pueblo creen que puede ganar. Cuando llega a Zaire, enormes multitudes lo rodean, gritando “¡Ali Bomaye!” (Ali, ¡mátalo!). Por dondequiera que va en Zaire, lo saludan así. El público quiere que gane y le tiene una confianza tenaz. Una mañana, Ali se desvía de su ruta normal de correr y pasa por un tugurio en la ciudad de Kinshasa. Pasa corriendo por las casuchas de hojalata y los caminos de tierra, y entra para siempre al corazón del pueblo. Las masas lo acompañan a correr, le cantan porras, se ríen, lo tocan y juegan a que le están pegando. Se da cuenta del amor que le tienen y su gran responsibilidad hacia ellas. Es su campeón. En esos preciosos momentos no hay nada más en el mundo que Ali y el pueblo, y cada uno se da cuenta de que el otro cuenta con él.

Dice el boxeador a un reportero: “Voy a ganar esta pelea por el prestigio, no para mí sino para elevar a mis hermanos que hoy duermen en pisos de concreto en Estados Unidos, gente negra bajo welfare, gente negra que no tiene ni para comer, que no tiene futuro. Quiero ganar mi título para poder caminar por las callejones y contárselo a los alcohólicos, a las prostitutas, a los drogadictos. Quiero ayudar a mis hermanos en Louisville, Kentucky, en Cincinnati, Ohio, y aquí en África a recuperar la dignidad. Por eso tengo que ser el ganador, tengo que ganarle a George Foreman”.

Y sí le gana; se basa en su gran habilidad de pugilista, su capacidad de sacarle la medida al contrincante y convertir su fuerza en debilidad. También demuestra ese aguante de un gran corazón al sobrevivir varios rounds de castigo agotador como parte de su estrategia (“rope a dope”, o enlazar a un burro) de dejarse golpear contra las cuerdas hasta que por fin Foreman se cansa y se descuida. En el acto Ali lo noquea.

La película termina con este momento triunfante.

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“La `gran generación’ de verdad fue la de los años 60, y la debe sobrepasar esta generación.

“Confrontar los indecibles crímenes de la clase dominante del propio país y luchar por un mundo en que no existan esos horrores es muchísimo más grandioso que ser piezas e instrumentos de la maquinaria de destrucción y muerte que comete y defiende esos crímenes.

“A pesar de una enorme presión, la `generación de los 60’ hizo grandes sacrificios para sentar un precedente de alto nivel. Hoy tenemos que equipararlo y superarlo, a pesar de mayores presiones. A la generación actual le corresponde alzar más ese estandarte y avanzar más”.

De Notas sobre la actual crisis y la guerra,
de Bob Avakian, presidente del PCR, EU

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En los años después de la pelea con Foreman, Ali perdió los ánimos y dejó de militar. Todo fue muy triste. Nos dolió mirarlo sufrir de la enfermedad de Parkinson, pero nos dolió aun más mirarlo hacer las paces con el sistema. Todavía sabía que este país pisotea a los negros, sin embargo empezó a promover a Estados Unidos y sus ideales. Con todo eso, se me olvidó por qué una vez quería ser Muhammad Ali.

Después de mirar Ali, anduve varios días con una sonrisa en la boca. Al concentrarse en los aspectos de Ali que realmente importaban al pueblo, Mann saca una historia de la vida real que es más elevada que la vida real. Rescata el legado de Ali para nuevas generaciones.

Unos días después, platiqué con un amigo que estaba angustiado en septiembre y octobre porque no se decidía a declararse en contra de la guerra actual en Afganistán, y cómo hacerlo, visto que muy pocos se atrevían.

Me dijo que cuando vio la película, se dió cuenta de que hay tiempos en que es imprescindible ponerlo todo en juego y hacer lo que se debe hacer. Juró que nunca más volvería a vacilar ante este desafío. Nos dimos un abrazo y pensé entre mí: “Es la mejor reseña que pueda recibir una película”.

 


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