Powell sobre la guerra popular: Mentiras en Katmandú

Li Onesto

Obrero Revolucionario #1139, 17 de febrero, 2002, en rwor.org

 “Es un placer que nos acompañe en otra gira”, le dijo Colin Powell a un reportero del noticiero británico BBC.

El secretario de Estado yanqui visitaba Paquistán, Afganistán e India.

Luego fue a Nepal, donde la guerrilla maoísta dirige una insurgencia armada desde 1996 y donde ha reinado un “estado de emergencia” desde el 26 de noviembre. El Ejército Real Nepalés realiza campañas de “buscar y destruir” en el campo que han matado a centenares de personas. El gobierno de Nepal declaró que el Partido Comunista de Nepal (Maoísta) es “terrorista” y, siguiendo la lección de John Ashcroft, justifica con eso una amplia gama de medidas represivas en el país.

Han pasado más de 30 años desde que un alto funcionario de Estados Unidos como Colin Powell visitara Nepal. Entonces, ¿por qué fue?

Powell, refiriéndose a la “insurgencia terrorista maoísta”, les dijo a los reporteros: “Ahí está una insurgencia maoísta que busca derrocar el gobierno; esa es la clase de problema que estamos combatiendo en todo el mundo...”.

Un día antes de su llegada, el periódico Kahtmandu Post notó: “Puede ser el ‘síndrome del 11 de septiembre’, pero la guerra global de Estados Unidos contra el terrorismo ha repercutido para ayudar al Sr. Deuba [primer ministro de Nepal] a conseguir importantes aliados internacionales para su propia guerra contra el terrorismo”.

Estados Unidos ha bombardeado a Afganistán por meses. Mandó tropas a Filipinas. Lanza amenazas contra Irak, Somalia, Indonesia y Yemen. El belicoso secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, dice: “Si tenemos que intervenir en otros 15 países, hagámoslo”.

Estados Unidos bravuconea por todo el mundo. El viaje de Powell a Katmandú dejó en claro que las garras de la dominación yanqui también llegarán a ese rincón del mundo.

Estados Unidos ahora usa la “guerra global contra el terrorismo” para justificar guerras contra cualquier insurgencia, incluso las revoluciones auténticas que buscan derrocar gobiernos opresivos.

Apoyo para un régimen corrupto

Powell llegó a Katmandú el 17 de enero. En los dos días siguientes, se reunió con el rey Gyanendra, el primer ministro Deuba y altos oficiales del Ejército Real Nepalés.

Powell expresó apoyo total al gobierno corrupto y reaccionario, pero no pudo esquivar el hecho de que en Nepal rige un asesino estado de emergencia. A los reporteros les dijo que esperaba que “durara poco tiempo” y que el gobierno “se centrara en los derechos humanos al lidiar con esa emergencia”.

Sin embargo, Powell cenaba con el rey y hablaba de ayuda militar con los generales mientras el Ejército Real Nepalés continuaba la campaña de “buscar y destruir” en el campo, y el país sigue bajo una fuerte represión.

En el campo, el gobierno mata a centenares de personas y arresta a muchísimas más. Suspendió los derechos constitucionales a reunirse en público, a la información, la libertad de expresión y la privacidad. Permite cateos y arrestos sin orden judicial, y detenciones de hasta 90 días. Puede meter a la cárcel de por vida a “terroristas” y presuntos simpatizantes. Amenazó con castigos a los médicos que atiendan a maoístas heridos. La policía tiene órdenes de disparar contra los que pegan afiches a favor de los maoístas.

Asimismo, el gobierno atacó docenas de grupos acusados de tener “lazos con los maoístas”. Cerró las oficinas de sindicatos, grupos estudiantiles y periódicos. El banco central congeló las cuentas bancarias de una docena de individuos acusados de apoyar a “terroristas”.

El gobierno registró las oficinas de periódicos que simpatizan con los maoístas, arrestó a periodistas y confiscó computadoras y archivos. Publicó estrictas reglas de prensa que prohíben cualquier reportaje negativo sobre el rey, el ejército y la policía. Solo permitirá “noticias oficiales del Gobierno de Su Majestad y los medios gubernamentales”. Arrestó e interrogó a directores de periódicos burgueses que publicaron citas de Prachanda, el presidente del PCN (Maoísta).

¿Qué debemos pensar cuando el secretario de Estado yanqui agradece al gobierno de Nepal el apoyo al “combatir el terrorismo internacional”, cuando ese gobierno arresta e interroga a individuos por supuestas “simpatías con los maoístas” o simplemente por publicar las palabras de líderes maoístas? No es la primera vez (¡ni mucho menos!) que Estados Unidos habla de derechos humanos al respaldar a un gobierno represivo. Por eso, entre otras mil razones, en todo el mundo la gente odia al gobierno de este país.

Una guerra popular de liberación

Los campesinos de Nepal, como millones de personas en todo el planeta, sufren de pobreza, desnutrición, analfabetismo y opresión por etnia y casta. Al igual de las mujeres de Afganistán, Arabia Saudita e India, a las mujeres de Nepal les agobian crueles tradiciones feudales. Pero en Nepal, se está librando una guerra armada que busca derrocar al opresivo gobierno, y esa guerra popular maoísta les ha dado esperanzas a los desesperanzados.

En 1999, viajé a las zonas guerrilleras de Nepal en los distritos occidentales de Rolpa y Rukum, donde los maoístas ahora tienen fuertes bases de apoyo. Fui testigo de lo que pasa cuando las masas de campesinos pobres deciden actuar por sí mismos, hacer frente a los odiados opresores y luchar para cambiar las relaciones opresivas del feudalismo y el capitalismo.

Los campesinos pobres me dijeron que, con todo lo que laboran en sus parcelas, al final los roban los “mentirosos y estafadores”: politiqueros corruptos, terratenientes y usureros. Un joven campesino me dijo: “Trabajamos todo el año, pero la cosecha solo da para comer tres o cuatro meses. Así que nuestra visión es: si triunfa la revolución, podremos tomar las tierras de los terratenientes y socializarlas, sembrarlas y trabajarlas juntos”.

En un país donde el 90% de la población son campesinos pobres, la consigna maoísta de “la tierra para quien la trabaja” les ha dado esperanzas a millones de personas. Al apoderarse de la tierras y redistribuirlas, los campesinos pueden cosechar más, pero también aprenden a trabajar juntos de nuevas maneras. El joven campesino me dijo: “Buscamos cómo transformar la agricultura de manera revolucionaria. Probamos diferentes formas de cooperación en el pasado, pero el gobierno siempre intervino. Si tenemos una base de apoyo y una zona guerrillera que la rodea, la base estará segura y podremos aplicar nuevas formas de cooperación a la agricultura”.

Vi también que la igualdad y la liberación de la mujer es parte integral de la guerra popular... y que eso ha atraído a muchas jóvenes a unirse al ejército popular.

Las tradiciones feudales someten a las nepalíes al “matrimonio concertado”. Los padres mandan a sus hijos a la escuela, pero a las hijas no. Las mujeres no tienen el derecho a la tierra ni al divorcio. Centenares de mujeres están presas por el “delito” de hacerse un aborto. Cada año, venden a miles de mujeres nepalíes a los prostíbulos de India y aun si una logra regresar a su aldea, a lo mejor se morirá de SIDA.

En contraste, en las zonas controladas por los maoístas, las mujeres pueden pedir el divorcio, tener sus propias parcelas, estudiar y participar plenamente en el nuevo orden social. Una señora me dijo: “Somos analfabetas. Según nuestras tradiciones, la mujer no aprende a leer y escribir, pues se dice que las hijas no deben estudiar, pero ahora participamos en la nueva educación popular. Antes lo pasábamos trabajando la tierra, alimentando el ganado y haciendo el quehacer. Pero ahora hemos sacado una conclusión importante: la raíz de toda la opresión que vivimos a diario es el poder estatal reaccionario”.

En esas zonas, se han establecido gobiernos revolucionarios donde millones de campesinos participan en la construcción de un “nuevo poder popular”: redistribuyen las tierras, administran las escuelas, realizan “tribunales del pueblo” y forjan milicias para apoyar la lucha armada contra el gobierno.

 

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La gira de Powell a Katmandú demostró el fuerte apoyo yanqui al gobierno corrupto y represivo de Nepal. Tildando de “terrorista” a la guerra popular maoísta, Estados Unidos espera justificar una despiadada guerra contrarrevolucionaria.

¿Qué lección nos da sobre la “guerra contra el terror” si Estados Unidos la usa ahora para atacar la guerra popular en Nepal, una revolución donde millones de campesinos se zafan de sus cadenas y luchan por un futuro libre de las relaciones opresivas del feudalismo y el capitalismo?

No debemos permitir que las amenazas y mentiras de Estados Unidos tengan éxito.

 


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