La historia de la mujer en Afganistán

Obrero Revolucionario #1146, 14 de abril, 2002, posted at http://rwor.org

La burkha (la túnica que cubre a la mujer de pies a cabeza para que no la vean los hombres) es uno de los símbolos más atroces de la opresión de la mujer. En Asia Central, los patriarcas feudales la han impuesto como señal de honor para ellos. Cubre la cara con una telita vaporosa que apenas permite ver por donde uno camina. En ese mundo, la mujer se presenta como una cortina de color: invisible, anónima, sin cara, sin poder.

Ahora también han corrido un velo sobre la verdadera historia de la lucha y de las condiciones de la mujer en Afganistán.

El gobierno yanqui se pinta como el "liberador" de la mujer afganistana, diciendo que fueron los talibanes quienes impusieron la burkha y que, gracias a las bombas estadounidenses, ahora se la pueden quitar.

Es mentira; Estados Unidos fue el patrocinador clave de los fundamentalistas extremistas que impusieron la burkha por ley la década pasada. Es más, la victoria estadounidense sobre el Talibán no puede ni tiene la intención de liberar a nadie.

Apartheid de género en un país de aldeas

"No nos permiten saber o aprender ni pensar en cosas importantes... Siempre son los hombres de la familia y la sociedad quienes deciden por nosotras, de si tenemos o no el derecho a estudiar, a trabajar fuera de la casa, a pensar o a participar en actividades políticas, sociales y económicas... Si quieren elogiar a una mujer, dicen que es callada, tímida, obediente... Pero si ella lucha contra la opresión que sentimos las mujeres, dicen que se pasó de la raya, que se echó a perder, que no tiene vergüenza... De esa forma tratan de callar la voz de la lucha de la mujer".

Una jóven, afganistana
Día Internacional de la Mujer, 1999, Quetta, Pakistán (OR No. 997)

La gente de Afganistán son agricultores y pastores que viven en aldeas polvorosas. En 1979, el 85% de la población vivía el el campo, donde las mejores tierras siempre están en manos de los terratenientes feudales. La tradición reina en la vida, y el poder feudal reina en la tradición; esto cambió muy poco durante el siglo pasado.

La burkha es parte del Pashtunwali, la cultura tradicional de los pashtos del sur. En Afganistán hay muchas culturas nacionales, sin embargo, por todo el Afganistán rural las mujeres han sufrido dominación y explotación intensas.

Las campesinas viven bajo el peso del trabajo constante: acarrear agua, sembrar y cosechar, moler el grano, hacer yogur, bordar, juntar leña, lavar, criar los niños...

En las zonas de Nurestan y Jadaran, se encargan de toda la agricultura sin que cooperen los hombres. Es rara la vez que reciben remuneración, y si reciben un pago raquítico por tejer tapetes, se lo entregan al hombre de la familia. Por lo regular, no tienen derecho a ser propietarias de tierras ni a heredarlas.

Al mismo tiempo, viven bajo la purda, el apartheid (segregación) tradicional de género. En algunas regiones, no pueden salir de la casa a menos que las acompañe un hombre de la familia. Viven bajo la bota del padre o del esposo, sin derechos a decidir sobre su vida o la sociedad. Es común que las golpeen e incluso las maten los padres, esposos y hermanos por "deshonrar a la familia".

Desde hace mucho tiempo que los padres venden a sus hijas, a una edad muy tierna, en matrimonios arreglados por el precio de la novia. También las entregan como pago para arreglar disputas con otros clanes, quienes las violan y las tienen como propiedad.

En un discurso en Quetta, Pakistán en 1999, una joven afganistana describió la vida de una mujer en la sociedad tradicional: "Desprecian o hacen caso omiso de sus sentimientos como ser humano, como pareja con capacidad de razonar. Cuando un hombre trae una segunda o tercera esposa, todas esas mujeres son oprimidas".

El analfabetismo es muy común, ya que la mayoría de las afganistanas nunca asisten a la escuela y muy pocas siguen estudiando después de los 12 años de edad. Casi no existen los servicios de salud pública y se prohíbe que los doctores vean o toquen a las pacientes.

Las afganistanas han opuesto mucha resistencia valiente a todo eso. Se han dado movimientos clandestinos de protesta cultural, como la lectura y la educación secreta de mujeres, abortos ilegales, exploración prohibida de modas y el amor. Donde ha sido posible, las mujeres se han sumado a la resistencia política organizada y a la lucha armada. Se organizaron en los vastos campos de refugiados, cobrando valor con la solidaridad y política revolucionaria.

Las corrientes de clase de las reformas urbanas

Las historias más conocidas sobre la resistencia femenina conciernen a mujeres educadas y privilegiadas de las ciudades. Allí, lejos de los pueblos, han desafiado las tradiciones feudales.

Durante el siglo pasado surgieron repetidamente movimientos urbanos de reforma y los grupos feudales los reprimieron. Muchos de estos movimienots tenían fuertes lazos con corrientes "modernizadoras" de las clases dominantes y la familia real.

En la década de 1920, el rey Amanullah trató de imponer por decreto una "modernización" al estilo Occidente: estableció impuestos, y un gobierno y ejército central; abolió la esclavitud y el trabajo forzado; organizó escuelas; criticó el velo y la segregación de la mujer. Ordenó que los hombres vistieran ropa del Occidente. Sin embargo, su estado central débil tenía poca influencia en el campo, y los señores feudales lo depusieron.

En la década de 1950 surgió otra ola de reforma. En Kabul, enfermeras y maestras se atrevían a salir sin el velo. Cuando las mujeres de la familia real salieron en público con la cara al descubierto, los señores feudales escandalizados se rebelaron en Kandahar. El campo feudal y las zonas urbanas coexistían con hostilidad.

Las mujeres lucharon por entrar en la universidad, y pronto eran casi la mitad de los alumnos universitarios, los doctores y los trabajadores del gobierno. Frente a una supremacía masculina intensa, jugaron un papel importante en los movimientos revolucionarios de los años 60.

En Kabul estallaron manifestaciones estudiantiles y huelgas obreras, y nacieron periódicos radicales. El gobierno pronto prohibió el periódico maoísta Llama eterna, pero la corriente maoísta creció y se conectó con los campesinos. Los maoístas apuntaron tanto a la dominación imperialista como la tradición feudal, y se empeñaron en movilizar a las masas de campesinos a levantarse en armas para forjar un nuevo mundo.

Un fuerte movimiento reaccionario islámico surgió con el fin de suprimir el cambio. En 1970, mullahs (autoridades islámicas) e islamistas se manifestaron en Kabul, exigiendo la represión de los revolucionarios, la exclusión de mujeres de cargos públicos, un fin a la coeducación de niñas con niños y la imposición del velo.

El líder estudiantil islamista Gulbuddin Hekmatyar organizó ataques, como echar ácido en la cara de las estudiantes que no usaban velo en la Universidad de Kabul. Personalmente cometió el asesinato de un activista maoísta estudiantil.

Ahora Estados Unidos quiere lucir como el "liberador de las afganistanas", pero financió, armó y entrenó a hombres como Hekmatyar en la década de 1970, y después los ayudó a tomar el poder en Afganistán.

Una fuerza reaccionaria y su golpe de estado

En contraposición tanto a los revolucionarios maoístas como a los fundamentalistas islámicos, ciertas fuerzas del gobierno buscaban una "modernización" capitalista sin liberación. Igual al dictador turco Kemal Ataturk o al rey iraní Reza Shah, esta corriente de la clase dominante soñaban con acabar con ciertos aspectos de la sociedad feudal que obstaculizaban el desarrollo capitalista y la inversión imperialista. Pero también soñaban con ser los nuevos explotadores, y por eso rechazaron, temían y reprimieron la movilización revolucionaria de las masas del pueblo, especialmente en el campo.

Ya para fines de la década de 1950, muchos de ellos buscaban respaldo en la Unión Soviética, que en ese entonces había derrocado el socialismo y restaurado el capitalismo. Los nuevos gobernantes socialimperialistas ansiaban expandir su "esfera de influencia" en Afganistán.

En 1965 se formó un partido pro-soviético, el Partido Democrático Popular de Afganistán (PDP), basado en la burocracia y los militares de la monarquía. Llamados en burla "seudocomunistas monárquicos", estaban completamente aislados del pueblo, especialmente en el campo.

En 1978, el PDP dio un golpe de estado militar; atacó salvajemente a los revolucionarios maoístas y decretó una serie de reformas democrático-burguesas, entre ellas reducir el precio tradicional de la novia, abolir el matrimonio entre niños, hacer obligatoria la educación femenina y cancelar las deudas de los campesinos pobres. En las ciudades, era común ver a la gente vestida con ropa del Occidente.

Como el PDP carecía de base de las masas, estos mandatos no entraron en vigencia fuera de las ciudades, y su brutalidad imperiosa lo aisló aún más. En poco tiempo suscitó rebelión en muchos sectores, incluso una sublevación de su propio ejército.

De acuerdo a la lógica de su política, trataron de salvar el tambalente estado policial pidiendo ayuda a los soviéticos, y en diciembre de 1979 las tropas socialimperialistas invadieron el país.

La sangrienta contrainsurgencia soviética causó enorme sufrimiento. Torturaron, violaron y asesinaron a muchos activistas y líderes revolucionarios; hicieron añicos muchas aldeas con bombardeos de arrasamiento y castigos colectivos. Cientos de miles de mujeres quedaron viudas, y millones se apiñaron en los horrorosos campos de refugiados.

Los invasores soviéticos, ante la creciente oposición, decidieron que necesitaban una alianza más amplia entre los capitalistas compradores leales a ellos (en el gobierno de Kabul) y los señores feudales. Cínicamente revocaron muchas de las reformas del PDP, como la educación obligatoria y la reformia agraria. A los religiosos islámicos les pagaron salarios de burócratas y dispensaron a los mullahs de pagar impuestos sobre sus terrenos.

Los patriarcas antimujer extremistas de la CIA

Los revolucionarios y progresistas, entre ellos las organizaciones maoístas del país, se entregaron con todo a la lucha contra los invasores, pero sufrieron muchas bajas.

Mientras tanto, Estados Unidos envió cantidades masivas de armas y dinero a los islamistas reaccionarios más extremistas. La Casa Blanca mandó representantes de alto rango y agentes de la CIA para provocar una "jihad" (guerra santa) contra los rivales soviéticos.

Durante los años 80, bajo el patrocinio de la CIA, se formó un ejército fundamentalista, brutalmente en contra de la más mínima liberación de la mujer, con medio millón de soldados.

Fue la operación de la CIA más grande de la historia, que en 1987 recibía $600 millones al año. Al fin de esa década, los políticos estadounidenses se reunían abiertamente con comandantes mujaidines como Hekmatyar y la prensa los llamaba "luchadores de liberación afganos". Los patriarcas antimujer que impusieron la burkha como ley tomaron el poder gracias a las armas y el dinero del imperialismo yanqui, enviados por los presidentes Jimmy Carter, Ronald Reagan y George Bush padre (ex jefe de la CIA).

En 1998, el asesor de seguridad nacional de Carter, Zbigniew Brezezinksi, confesó que empezaron a ayudar a los fundamentalistas afganistanos antes de la invasión soviética. Un reportero de Nouvel Observateur le preguntó si se arrepentía de haber soltado a esas bestias sobre el mundo; contestó: "Arrepentirme, ¿de qué? Esa operación secreta fue una excelente idea... ¿Qué significa más para la historia del mundo: el Talibán o el colapso del imperio soviético?".

La mujer bajo los mujaidines

En febrero de 1989 la Unión Soviética retiró sus tropas de Afganistán. Pronto los mujaidines, respaldados por Estados Unidos, tomaron el poder en Kabul, castraron al último títere soviético y exhibió su cuerpo mutilado.

Impusieron un programa extremista contra la mujer: las obligaron a usar la burkha en público; prohibieron la coeducación de niños y niñas; las sacaron del gobierno y de toda vida política. Fortalecieron todas las normas de tradición inhumanas, como el matrimonio arreglado. Les negaron todos los derechos de asociación, expresión o empleo, declarándolos "no islámicos". Tropas armadas paraban a las mujeres que iban al trabajo o adonde sea si no estaban acompañadas por un hombre. Maestras y doctoras recibieron amenazas. En 1994, la Corte Suprema del Estado Islámico de Afganistán dictó la "Ordenanza sobre el velo de la mujer", la cual ordenó que toda mujer que saliera de la casa se tapara completamente con la burkha, no solo "porque son mujeres, sino por temor a la sedición".

Incluso conseguir una burkha era un problema, ya que costaban como $33, varios meses de salario para los pobres. A las más pobres simplemente no les alcanzaba para comprar su prisión de tela y se veían obligadas a compartir una con las vecinas, con el resultado de que quedaban prisioneras en la casa hasta que les tocara usarla.

Los nuevos gobernantes, intensamente corruptos, exigían las hijas del pueblo para su placer sexual. Las tropas mujaidines tumbaban las puertas de las casas de civiles por todo el país, raptaban a las mujeres a punta de pistola, las violaban y las asesinaban. Sistemáticamente cometían la violación colectiva de mujeres de otras nacionalidades.

Los mujaidines no perdieron tiempo en lanzarse a la guerra unos contra otros, y nunca establecieron control estable sobre el país. En muchas zonas, nunca pudieron hacer cumplir sus leyes sobre las mujeres. Eso le tocaría a la facción que salió de ese movimiento y llegó a dominar el país: el Talibán.

La defensa de los valores tradicionales de familia por el Talibán

"Mujer, no debes poner pie fuera de la casa. Si sales de la casa no andes como esas que, antes de la victoria de Islám, usaban ropa de moda, se maquillaban y se presentaban frente a todos los hombres...Pedimos a los mayores de la familia que controlen estrictamente a sus familias, para evitar estos problemas sociales. De no ser así, la Policía Religiosa amenazará, investigará y castigará severamente a estas mujeres, y también a los mayores de la familia. La Policía Religiosa tiene la responsibilidad de luchar contra estos problemas sociales y persistirá hasta eliminar el mal".

Decreto de la Policía Religiosa del Talibán, noviembre de 1996

"Solo hay dos sitios para la mujer afgana: en la casa de su esposo y en el cementerio".

Dirigente del talibán

"Nuestras restricciones actuales son necesarias para controlar al pueblo afgano; las necesitaremos hasta que la gente aprenda a obedecer al gobierno".

Sher Abbas Stanakzai, representante del gobierno

El grupo fundamentalista extremista Talibán apareció después de 1993, con el respaldo de Pakistán y las compañías petroleras estadounidenses. Declaró que su meta era de acabar con la guerra civil y la "deshonra de las mujeres" en Afganistán. Unió a muchos mujaidines, especialmente los chovinistas pashtos, y declaró la guerra contra los demás.

Bajo el Talibán, la supresión de la mujer llegó a extremos de pesadilla: les prohibieron trabajar o estudiar; sacaron a miles de las universidades, clínicas y otros lugares de trabajo. Las que sufrían más eran las viudas (más de 30.000 en Kabul), quienes de repente no tenían cómo mantener a sus hijos y ni siquiera podían poner pie fuera de la casa. No solo prohibieron la educación a las niñas; puesto que la mayoría de los maestros eran mujeres, muchos niños también perdieron los estudios.

Impusieron la burkha estrictamente. La casa se convirtió en prisión, pintadas las ventanas para que no se vieran las mujeres. Prohibieron a la mujer hablar tan recio que la oyera un desconocido o dejar que sonaran sus zapatos en el pavimento. Prohibieron libros y películas, todo en nombre de la moralidad sexual y la honra de la familia.

La policía las castigaba directamente, con azote. Si encontraban a una mujer que caminaba con un hombre que no era de su familia, la consideraban culpable de adulterio; si era soltera, le pegaban latigazos en público; si casada, la ejecutaban a pedradas en público. A los homosexuales los ejecutaban tumbándoles encima un muro de piedras. Por pintarse las uñas podían amputar el dedo.

Para las mujeres, era como estar enterradas con vida. Muchas recurrieron al suicidio.

Como escribió M.N. Cham en la revista maoísta internacional Un Mundo Que Ganar (No. 24): "Las mujeres de Afganistán se han opuesto enérgicamente a estas doctrinas opresivas y seudoprotectoras. El resentimiento acumulado durante años de subyugación a la dominación masculina impuesta por las relaciones semifeudales ha comenzado a hacerse notar. Durante el ataque de los talibanes contra Mazar-i-Sharif (entonces bajo control de la Alianza de Norte), las mujeres empuñaron las armas para combatirlos; en algunos casos, mujeres han atacado a los talibanes con cuchillos de cocina. Las protestas de las mujeres afganistanas en el exilio han llegado hasta la prensa paquistaní. Ha habido mujeres que han muerto luchando por mantener abiertos los baños públicos, y se han organizado escuelas clandestinas para educar a las mujeres".

Bajo el talón yanqui

El gobierno de Estados Unidos rompió con el Talibán durante los últimos años. Luego, después del 11 de septiembre, lo derrumbó con una invasión y bombardeos, usando las tropas de la Alianza del Norte como soldados coloniales. La prensa da la impresión de que las mujeres ya están "liberadas" gracias a ese ataque. En la tele vemos a mujeres educadas de la ciudad que regresan sin velo a sus puestos en la universidad y el gobierno, e incluso unas ministras.

Es difícil saber exactamente qué es lo que ocurre en Afganistán hoy día, especialmente en el vasto campo, pero está claro que para la mayoría de las mujeres la opresión de las antiguas relaciones sociales no ha cambiado.

Todos los títeres que Estados Unidos puso en el poder tienen las manos manchadas de la política del pasado. La Alianza del Norte, que se opuso al Talibán, fue notoria por la violación masiva y sistemática de mujeres, y por eso es odiada y temida El presidente del gobierno títere interino, Hamid Karzai, ayudó al ascenso del Talibán al poder con dinero y armas, y el Talibán lo consideraba para el puesto de representante internacional.

Ninguna de las fuerzas que Estados Unidos patrocina, ni la Alianza del Norte ni el "gobierno interino", se oponen a la opresión de la mujer ni apoyan la eliminación de las relaciones feudales o capitalistas. Muchos se oponen abiertamente a la participación de la mujer en la vida pública.

La burkha ya no es obligatoria por decreto, y otras nacionalidades que no son pashtos han remplazado la burkha con la ropa tradicional de esas áreas.

Pero, como las reformas democrático-burguesas del pasado, estos cambios apuntan a crear oportunidades para la inversión imperialista y no afectan a la vasta mayoría de mujeres. El matrimonio arreglado sigue en vigencia, así como el derecho del padre (el poder absoluto del hombre a dominar a "sus" mujeres). Estas cadenas de la tradición son muy fuertes también entre los aliados prominentes de Estados Unidos: Arabia Saudita, Kuwait, Turquía y Pakistán.

De hecho, los imperialistas yanquis (igual que los imperialistas soviéticos anteriormente) buscan apuntalar a sus títeres capitalistas compradores forjando una alianza más amplia con la clase feudal terrateniente (a quienes la prensa llama "señores de la guerra y jefes tribales".)

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"En la actualidad hay mujeres valientes que se levantan contra las medidas bárbaras y las leyes de exclusión del Talibán y otros fundamentalistas extremistas...Han llegado a alzar las armas y derramar la sangre de sus agresores. Las mujeres combatientes en el extranjero contribuyen a la lucha por medio de reuniones, manifestaciones, publicaciones y de otras formas. Estos valerosos sacrificios y luchas tienen que profundizarse y unir sectores más amplios, para convertirse en un verdadero movimiento social".

Oradora del Día Internacional de la Mujer, Quetta, 1999

El patriarca, el señor de la guerra feudal, el fundamentalista religioso, el invasor extranjero, el piloto de bombardero imperialista: todos han dejado su huella brutal en la vida de la mujer afganistana. En los campos de refugiados de Pakistán, las afganistas cantan esta canción:

Sumamos nuestras voces a la emoción del 8 de marzo,
atizamos las llamas de nuestra ira.
Rompamos las cadenas, desencadenemos nuestra furia,
somos mujeres libres, hagamos la revolución.
Mataremos a los opresores y reclamaremos nuestros derechos,
eliminaremos la opresión, nos liberaremos.
La vida es la libertad, la esclavitud es la muerte.
Nuestra guerra es por la liberación; para el enemigo, será su perdición.


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