La entrevista del OR

Lynne Stewart: Abogada bajo ataque

Segunda Parte

Obrero Revolucionario #1165, 1 de septiembre, 2002, posted at http://rwor.org

La entrevista del OR

Una sección especial para que nuestros lectores se familiaricen con las opiniones de importantes figuras del arte, la música y la literatura, la ciencia, el deporte y la política.

Los entrevistados expresan sus propias opiniones, naturalmente, y no son responsables de las ideas que aparecen en otras partes de esta página web.

El 9 de abril el gobierno federal entabló acusaciones contra Lynne Stewart y tres árabes: Mohammed Yousry, Ahmed Abdel Sattar y Yassir Al-Sirri. Stewart es la abogada defensora de Omar Abdel Rahman, el clérigo islámico condenado de conspiración sediciosa y sentenciado a cadena perpetua por un crimen que nunca ocurrió: un supuesto complot para atacar varios lugares conocidos de Nueva York. En el juicio, la fiscalía dijo que el complot abarca el dinamitazo de 1993 del World Trade Center.

A Stewart la acusaron a raíz de unas conversaciones con Rahman que supuestamente son confidenciales y están amparadas por la Constitución, o sea, las conversaciones de un abogado con su cliente. La fiscalía dice que Stewart violó unas "medidas administrativas especiales" que restringen el contacto de Rahman con el resto del mundo; que, junto con Yousry, Sattar y Al-Sirri, facilitó las comunicaciones de Rahman con el Grupo Islámico; y que habló en inglés a los guardias con el fin de distraerlos y permitir que Yousry y Rahman hablaran en árabe. La fiscalía esperó dos años (o sea, hasta después del 11 de septiembre) para acusarlos. Ahora dice que ayudaban a unos "terroristas", y podría meterlos a la cárcel 18 años.

No cabe duda de la meta de las acusaciones: asustar a los abogados dispuestos a representar a los acusados de oposición al gobierno. (Vea el OR, No. 1148).

Lynne Stewart lleva varias décadas defendiendo a sus clientes con pasión, principios y pericia. Representó a los presos políticos David Gilbert y Richard Williams de los 7 de Ohio, atacados con saña por unos ataques armados contra el gobierno. A fines de la década de los 80 sacó de la cárcel a Larry Davis, quien se defendió cuando una pandilla de policías narcotraficantes lo atacó y por poco lo mata. Y defendió a los árabes acusados del dinamitazo de 1993 del World Trade Center.

Los abogados que tienen la valentía de defender a los acusados de actividades políticas son sumamente valiosos en la lucha por la justicia, y hay que defenderlos.

Entrevistamos a Stewart en julio de 2002.

La primera parte salió en el número 1162; esta es la segunda parte.

Obrero Revolucionario:Hablemos de ti. Desde hace mucho tiempo has tomado partido con los oprimidos que luchan contra el gobierno. Cuéntanos de tu vida política. ¿Por qué estudiaste derecho y por qué tomaste los riesgos que has tomado al aceptar casos tan polémicos? Tengo entendido que te criaste en Queens, Nueva York, y que en los años 60 viviste experiencias que te transformaron, especialmente cuando fuiste a trabajar de maestra en Harlem. Hablemos de eso y de cómo te transformó.

Lynne Stewart: Muy bien. Me crié en Queens, un barrio trabajador blanco, de la capa inferior de la clase obrera. O sea, todos tenían casitas, todos cortaban el césped, no teníamos criadas, no teníamos vecinos negros, ni los había en la escuela. Mejor dicho, no eran parte de nuestra vida, aunque sabíamos que existían; de vez en cuando veíamos fotos de negros en un cartelón o en un libro. Lo que recuerdo es que eran tal como nosotros, no eran diferentes, solo que tenían la piel de otro color.

Mis padres eran maestros; a mi papá le encantaba la historia y la política, y mi mamá enseñaba inglés. Me han dicho que por eso soy humanista, por todo lo que he leído. Recuerdo que un verano pasé todos los días en el patio de atrás leyendo; leí todo lo de Dickens, todo lo que encontré.

Era una niña blanca, di el discurso de despedida en la ceremonia de graduación, recibí una beca estatal. En la prepa fui la directora del anuario, del periódico escolar; estaba entre los líderes y era atleta, hacía de todo.

Yo siempre digo que cuando fui a la universidad experimenté una especie de reforma porque fui a una universidad calvinista; seguramente le gustaría a Ashcroft: sumamente religiosa, las mujeres no salían con pantalones ni iban al centro solas; el cine estaba prohibido, así como el tabaco, y uno tenía que estar en el dormitorio a las ocho de la noche. Un lugar muy estricto; muy diferente a Nueva York, que tampoco era tan libre como es hoy. Me da risa porque pienso en todas las libertades que tiene mi nieta.

Sentí que tenía que criticar todo eso; vi lo hipócritas que eran los cristianos. Se la pasaban en la iglesia rezando todos los domingos, pero en su rancho contrataban a mexicanos a quienes no les pagaban bien, no les daban una vida decente y para colmo los maltrataban en público o privado a su antojo.

En la universidad hice algo, no mucho, pero sí denuncié ciertas cosas y conseguí que unos hijos de esos trabajadores fueron la universidad, que en ese entonces era algo insólito: "Esos jóvenes no pueden venir a nuestra universidad", me dijeron.

En el tercer año de universidad tomé un curso de ciencias políticas en la Universidad American, en Washington, D.C., con una maestra muy dinámica. Eso fue en el año 1960, en la primavera. Ella nos sacudió; quería que cuestionáramos al gobierno, consiguió que entrevistáramos a un magistrado de la Suprema Corte, a Dean Acheson, que fue secretario de Estado, fuimos a las oficinas del FBI. En fin, vimos cómo era el gobierno. Además, en ese entonces el presidente Lyndon B. Johnson estaba proponiendo las leyes de derechos civiles y vimos todo ese proceso. Así que era el momento perfecto para estar ahí.

Ese semestre sucedieron dos cosas que me impactaron mucho. Primero, unos estudiantes iban los sábados a una tienda en el centro de Washington, D.C., para protestar contra la segregación. Yo los acompañaba a la protesta; todavía no se hacían paros, pero sí había protestas. La segunda cosa que sucedió fue el incidente del avión espía, el avión U2 que estaba espiando en Rusia. El presidente en ese entonces era Eisenhower, y recuerdo que un día regresaba de una convención y al pasar su caravana unos cuantos estudiantes nos pusimos en la acera con pancartas que decían por qué no dicen la verdad. Era nuestro derecho saber; si estaban espiando deberían admitirlo y debería de haber un debate sobre eso. Era una época increíble; imagínate, el Washington Post sacó un artículo sobre cuatro universitarios y sus pancartas.

En ese entonces nadie protestaba, todos andaban escondidos, temerosos del senador Joe McCarthy y su comité que investigaba y espiaba a todo mundo por actividades antipatrióticas. O sea que no se veía disentimiento.

Al año siguiente me casé, antes de graduarme; estaba en el tercer año y me casé con un compañero de clase de ciencia política. De ahí viene mi apellido, Stewart.

Terminé mis estudios en la Universidad Wagner y fuimos a vivir en Filadelfia. Él empezó a estudiar medicina, pero, debido a problemas personales abandonó los estudios a los tres meses y regresamos a Nueva York. Di a luz y tuve que ponerme a trabajar y a cuidar al bebé. Mamá fue maestra toda la vida. Un día, al ver los clasificados de un periódico que se llamaba The World Telegram and the Sun y que tenía una sección de noticias de las escuelas, vi un aviso de bibliotecaria para una escuela en la calle 135 y Avenida Lenox, en Harlem. Fui a la entrevista.

Pero mira lo que pasó, jamás lo olvidaré. Llegué llena de confianza, dije que había estudiado español en la universidad y podía comunicarme con los estudiantes; que aunque no hablaba muy bien el español, lo leía y comprendía, etc., etc. En eso el entrevistador me dice: "¿Español?, aquí nadie habla español, aquí todos somos negros".

Es que yo ni siquiera sabía que Harlem existía. Aunque había vivido toda la vida en Queens, en el barrio Belrose, nunca supe de Harlem. Fue uno de esos momentos, como el de Pablo cuando va camino a Damasco, cuando de repente se ven muchas cosas clarísimo. Al salir de la entrevista fui caminando de la calle 135 a la 125, porque el metro de la 125 es más frecuente. No sabía que Harlem existía, y en ese trayecto pude ver la pobreza, ¡qué pobreza! Era verano. Y como cualquier otra persona me pregunté: ¿Dios mío, querrá vivir así esta gente?, y claro que nadie quiere vivir así. Pero tenía que haber una respuesta al por qué esa gente vivía así. ¿Qué pasará?, me pregunté. Yo sabía que había discriminación, segregación, pero jamás lo había visto tan cerca ni su manifestación urbana; hasta ese entonces solo sabía que eso existía en el Sur.

Conseguí el trabajo. Apenas empecé me puse a investigar. De inmediato me di cuenta de que los niños no sabían leer, que era bibliotecaria en un lugar donde los niños no sabían leer. Entonces me pregunté: ¿por qué será, son estúpidos? Y claro, el sistema, en este caso la Junta de Educación, tenía un millón de respuestas para una niña de la clase media de Queens: es que esa gente no vive como familia; no hay un padre que les enseñe a los hijos; se pasan viendo televisión toda la noche; no cenan juntos. Además, nadie les ayuda; a nadie le importa que aprendan algo; es imposible enseñarles, son incapaces de aprender. No los vas a poder ayudar.

OR: Lo mismo que dicen hoy.

LS: Correcto. Rechacé casi todo eso, simplemente no lo creía, no podía ser cierto. Fue entonces que me puse a leer como loca; ese siempre ha sido me refugio para encontrar algo nuevo y diferente. Por eso me pareció tan trágica la situación de esos niños que no leían, porque para descubrir la verdad del mundo van a tener que aprender a leer.

Mi compañero de casi 40 años, Ralph Poynter, llegó trasladado de Pittsburgh a enseñar en la escuela. En medio de mi búsqueda lo conocí a él. Su clase estaba frente a la mía. Empezó contándome que su papá organizaba sindicatos. Te imaginas. Ralph, un negro, graduado de la universidad, me dice la neta: me dijo que a uno de cada 10, el que tiene talento, le permiten ser maestro y a los demás les cierran el camino. Ambos fuimos miembros del sindicato de maestros, éramos los únicos de nuestra escuela, pues la mayoría no quería "rebajarse" al nivel de gente "común y corriente". Ralph participaba más que yo. Esto llegó a ser parte de la lucha que se dio en toda la ciudad para poner las escuelas bajo el control de la comunidad. Eso se podría decir que empezó en la escuela en la que estábamos. En eso, despidieron a Ralph, pero los padres se unieron para reinstituirlo y la coalición que llevó a cabo esa lucha siguió luchando.

Luego nos metimos en la lucha por la escuela IS201, que iba a ser una escuela modelo. Se podría decir mucho sobre eso, pero por ahora solo diré que fue una gran lucha, a pesar de que en últimas el gobierno, especialmente McGeorge Bundy [asesor de los presidentes Kennedy y Johnson], que también tuvo mucho que ver con la guerra de Vietnam, tomó el control del programa y lo arruinó. Así que tomaron las ideas de que la comunidad tuviera control de las escuelas y las convirtieron en un nido de corrupción que duró más de 20 años, hasta hace poco. Ya no existen juntas escolares de la comunidad.

Esa lucha nos enseñó mucho, y también aprendimos que lo que hacía falta era gente que dedicara la vida a esta lucha, que no lo hiciera solo los fines de semana, sino todo el día y todos los días.

Nos dimos cuenta de que en ese entonces, a fines de los años 60 y principios de los 70, todavía no había suficiente gente dispuesta a dar ese paso. Algunos grupos sí dieron ese paso y recurrieron a la clandestinidad. Nosotros no fuimos uno de ellos, pero pudimos haberlo hecho si la situación hubiera sido diferente para nosotros. Sin embargo no elegimos ese paso, y seguimos luchando abiertamente. Pero claro, nosotros nos sentíamos muy allegados a los que tomaron la vía de la clandestinidad, y comprendíamos perfectamente por qué habían dado ese paso. Muchos fueron arrestados, como los militantes del Partido Pantera Negra, el Ejército de Liberación Negro, los Weather Underground, los 7 de Ohio y del Frente Único de Libertad. Muchos de ellos siguen presos, de los Independentistas, algunos salieron y otros siguen presos. Así que en los años 80 los tomé como clientes.

OR: Has representado a muchos acusados políticos, a militantes del Partido Pantera Negra, radicales y revolucionarios cuyo único "crimen" ha sido luchar contra el imperialismo estadounidense, y algunos se han lanzado en armas contra el gobierno. ¿Por qué decidiste aceptar esos casos y qué aprendiste de ellos?

LS: Yo estoy a favor de la violencia que tenga el apoyo del pueblo. Creo que la historia nos enseña que los cambios solo se dan cuando hay gente dispuesta a dar la vida por una causa; esos que dicen que ya no puedo seguir viviendo así. O sea que no me opongo a la violencia, porque sé que es la partera del cambio, y yo estoy a favor del cambio y cien por cien contra el sistema que tenemos. Pero obvio no estoy a favor de la violencia sin sentido, a favor de un tipo que dispara a cualquier parte, sino a favor de la violencia motivada por la política, lo que llaman violencia y yo llamo acción armada.

Yo sigo creyendo en eso, y que ellos fueron la vanguardia de lo que pudo haberse materializado pero que nunca se dio como resultado de la lucha de los 60, y no se materializó porque el gobierno trastornó todo con COINTELPRO [programa de espionaje y sabotaje del FBI]. El FBI trastornó completamente al movimiento negro, con soplones, dinero y la compra de individuos. Todo mundo en Harlem recibió un empleo, había millones de agencias, todo mundo estaba trabajando, todo mundo tenía un apartamento grande y carro nuevo.

Nunca lo olvidaré. En un discurso en Harlem, Ralph dijo que las autoridades dan con una mano y quitan con la otra. En cinco años ya no existirán estas agencias y no vivirán así, ¿y para qué sería toda la lucha? Nuestra lucha no era para eso, no queremos forrarnos los bolsillos, no queremos ser comprados. Pero mucha gente del movimiento no estaba de acuerdo y aceptó todo eso, dijo: queremos ser tan corruptos como los blancos, si tenemos la oportunidad de hacerlo, ¿por qué no?

La gente a la que defendí en los años 80 se mantuvo más firme a mis principios. Además, se merecían la mejor defensa posible, porque es gente que de veras luchó, se entregó al movimiento completamente. En ese entonces había mucho debate... ya sabes, se decía que eran aventureros de ultraizquierda y cosas por el estilo. Pero yo veía la dirección en que empujaban al movimiento y por qué tenían que esconderse de los ojos y los oídos del gobierno para poder seguir operando. Pero esperaban el apoyo del pueblo y no que este diera un paso atrás.

OR: Has aceptado el reto de Ashcroft y del gobierno federal, y has dicho que este caso tuyo es una piedra de toque, que muestra lo que el gobierno está dispuesto a hacer contra la gente que no le gusta.

LS: Correcto.

OR: ¿Dónde reside tu fuerza para encarar esta batalla?

LS: Tengo un punto de vista histórico. Me cuento entre ese gran grupo de gente de este país que ha luchado por lo que es justo: John Brown, Gene Debs, Crispus Attucks y Harriet Tubman. Todos ellos han dicho que el gobierno nos puede decir qué es la ley, pero nosotros sabemos lo que es justo y nos aferramos a eso. Esa es una gran fuente de fortaleza.

Una vez alguien me dijo: ¿cómo puedes defender a esa gente?, o sea los políticos, y yo contesté: porque quiero estar del lado de la historia. Sigo pensando así; y pienso que estoy del lado de la historia cuando me enfrento ante un gobierno que no sabe nada. A lo que me refiero es a que el gobierno se contenta con mantener a la gente ciega, adormecida con pan y circo, partidos de fútbol y tardes en los centros comerciales. El gobierno hace lo que quiere, saquea al resto del mundo, oprime a los pueblos del mundo, oprime a gente aquí y se enriquece más allá de lo que es razonable, no saben qué hacer con tanto dinero.

Así que mi política es un compromiso de toda la vida, no digo de toda mi vida, porque de niña no sabía nada, pero desde adulta he participado en la lucha y todo eso afecta las decisiones que he tomado.

Quién sabe, quizá simplemente soy belicosa; no me gusta que me digan que he cometido un error, que meta la cola entre las patas y me irá bien y, quién sabe, de vez en cuando te tiraremos un hueso. ¡No! Yo no he hecho nada malo, toda la vida se me han enseñado a ponerme de pie y a luchar. Uno no tiene por qué aceptar lo que digan de uno. Además, toda la historia me enseña que, casi siempre, el gobierno tienen motivos ajenos: el gobierno miente. Y hoy, después del 11 de septiembre, se ha aprovechado del temor; riega la idea de que el país está en mucho, pero mucho peligro, y que solo el gobierno nos puede salvar. Para mí eso es una mentira. Es una mentira que tapa lo que está haciendo, o sea, ejerciendo más represión contra otros países, convirtiendo países enteros en colonias para explotar sus materias primas, mano de obra y demás.

OR: Y para matar a miles de personas.

LS: Sí, las masacres de la guerra contra el terrorismo. Amenaza a Irak; y ya vemos cómo está la situación en Palestina, donde Washington maneja todo. El gobierno solo tendría que tomar una leve posición contra Israel y todo se resolvería. Pero no lo va a hacer. ¿Por qué? Por que le conviene tener un aliado como Israel entre los países que producen petróleo, como Egipto, que también es clave para el control del Medio Oriente; y también explica por qué el jeque Omar está preso, pues si no hubiera Egipto serían muy débiles en esa parte del mundo.

Todo eso tiene que ver con la decisión que he tomado; yo conozco a estos tipos y me parece que las acusaciones que han hecho contra mí no tienen fundamento. Soy inocente y pienso que puedo ganar.


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