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Informe directo de la guerra popular de Nepal

Parte 2: Aldeas del resistencia

Li Onesto

Obrero Revolucionario #1015, 25 de julio, 1999

(La primera parte salió en el OR No. 1014.) OR No. 1014.)

En el campo, todo el mundo madruga; a las 5:30 ó 6 de la mañana se oye el quiquiriqui de los gallos y los primeros murmullos del día laboral: las mujeres echan leña al fogón, los hombres se alistan para ir a los cultivos. Ahora esos ruidos invaden mi sueño. Me traen una taza de té con leche, y sentada en la cama me pongo a pensar en la conversación de anoche con los combatientes del Ejército Popular; hace apenas tres horas estaban aquí junto a mí, contándome su vida.

A las siete, unas señoras se asoman a la puerta y las invitamos a pasar. Tienen muchas ganas de platicar conmigo. Desde muy niñas han labrado la tierra, cargado agua y cortado pasto para los animales. Hablan con rencor de la situación de las niñas, que no asisten a la escuela, y con gran optimismo de las nuevas oportunidades de estudiar y contribuir a la revolución que les ha brindado la guerra popular.

Una señora dice: "Somos analfabetas. Según nuestras tradiciones la mujer no aprende a leer y escribir, pues se dice que las hijas no deben estudiar, pero ahora participamos en la nueva educación popular. Antes lo pasábamos trabajando la tierra, alimentando el ganado y haciendo el quehacer. Pero ahora hemos sacado una conclusión importante: la raíz de toda la opresión que vivimos a diario es el poder estatal reaccionario. O sea, nuestra actividad nos ha permitido entender claramente la naturaleza del gobierno explotador. Hoy, las compañeras oprimidas, que no hemos tenido la posibilidad de leer y escribir, debemos luchar firmemente y aportar lo máximo a la guerra popular para tumbar el estado reaccionario cuando antes".

Las señoras me cuentan que por las costumbres feudales, los padres conciertan los matrimonios y los jóvenes no tienen derecho a opinar. La tradición discrimina a la mujer, pero ahora con la guerra popular, todo empieza a cambiar.

Una joven de unos 20 años explica: "Hay lucha en el seno de la familia porque no todos tienen conciencia. Cuando los padres están de acuerdo, es fácil que la hija milite pero si no, es muy difícil. En esta aldea, todos participamos, salvo dos o tres hogares. Nos unimos a la revolución para luchar por la igualdad y el bienestar del pueblo. Los maridos empiezan a asumir tareas que no hacían antes como cocinar, lavar trastes y cuidar a los niños".

Pido permiso para sacarles una foto. Como que les da pena, pero luego aceptan con una gran sonrisa.

Mirándolas a través del lente, me pongo a pensar en su belleza, tanto de las caras como de la forma de conducirse. Ya he visto a muchas mujeres pobres aquí en Nepal, primero en la ciudad y después al viajar por el campo. He sacado fotos de las marchantas en cuclillas al lado de sus productos--legumbres, artesanías, etc.,--y regalado monedas a las limosneras que andan en la calle con sus hijos. He visto la cara de cansancio de las que echan leña al fuego cada amanecer y cargan bultos pesados por los senderos de la montaña.

Las señoras de esta aldea son tan pobres y han sufrido tanto o más que las que viven fuera de las zonas guerrilleras; sin embargo, su mirada es totalmente distinta. Mientras en los ojos de aquellas se ve un terrible agotamiento, estas alzan la cabeza y se conducen con plena confianza y orgullo, como si el cuerpo no les pesara. Se ven contentas y a la vez serias, totalmente comprometidas; más que todo, encarnan la esperanza, el optimismo y la visión de un nuevo futuro. Su firme compromiso nace de un profundo odio al enemigo de clase, y sus convicciones revolucionarias les permiten moverse con esa gran confianza, igualito a los camaradas del partido y los guerrilleros del Ejército Popular que conocí.

Una comunidad de mujeres y niños

Esa tarde, vamos a otra aldea donde nos llevan a una casa en la montaña entre bosques y terrazas. El sol se está poniendo cuando entramos a una habitación del segundo piso donde varias personas ya están reunidas con un partidario de la guerra popular, un chavo de 18 años quien, a diferencia de la mayoría de la gente del campo, habla inglés muy bien. Está estudiando medicina para servir a los campesinos. Empieza a contarme unos mártires que han caído en la zona:

"Rawati Sapkot tenía 25 años, estaba casado y tenía un hijo y una hija cuando cayó en 1998. Llevaba año y medio en el Ejército Popular; un comandante de policía lo mató en un enfrentamiento en el bosque, donde cuatro guerrilleros fueron emboscados por una docena de policías; cayó junto con otro combatiente de la escuadra.

"Bhim Brsed Ssarma tenía 20 años y acababa de terminar la prepa y casarse; cayó en otra emboscada donde 100 policías atacaron a 11 guerrilleros. Ssarma fue el único que no logró escapar; tenía apenas tres meses en el Ejército Popular.

"Sabida Sapokt cayó mártir a los 21 años. Acababa de terminar la prepa. Desafió a la familia para ingresar al Ejército Popular y, al pasar a la clandestinidad, no la volvieron a ver jamás.

"Binda Sharma, una compañera de 25 años, murió en 1998. Al igual que Sabida Sapokt, desafió a la familia para militar en el Ejército Popular. Su esposo no apoyó la guerra popular; es más, ahora es policía en Katmandú. El matrimonio fue concertado por los padres; duró seis años hasta el día en que Sharma--quien ya trabajaba con el partido--huyó e ingresó al Ejército Popular".

Luego el compañero habla del desarrollo de la guerra popular en la zona:

"En esta aldea viven de 60 a 80 familias y el 80% apoya la guerra popular. Dos semanas antes del inicio, un policía murió y arrestaron a 70 personas; 150 efectivos especiales incursionaron en la aldea. O sea, un policía murió y al día siguiente allanaron esta casa. La policía disparó seis tiros al aire y los aldeanos se rebelaron. Entonces, la policía atacó con palos y arrestó a dos compañeros de aquí. A los cinco días hicieron otra redada; fueron de casa en casa a la una de la madrugada y arrestaron desde niños de diez años hasta ancianos de más de setenta. Los llevaron al puesto policial. Manosearon a las mujeres. Arrestaron de 60 a 70 personas y las acusaron de matar al policía. Ni habían encontrado el cadáver, no más estaba `desaparecido' el tipo. Eso ocurrió hace tres años y 15 aldeanos siguen presos, no los han juzgado.

"Esa represión ocasionó un gran apoyo para la lucha armada contra la policía; cuando se inició la guerra popular, hubo mucha actividad: pega de afiches, distribución del comunicado del partido, desfiles con antorchas, etc. Unos 15 a 20 aldeanos pasaron a la clandestinidad; capturaron a varios la primera semana; y ahora unos 15 permanecen en la clandestinidad, entre ellos mi padre.

"En los tres años de guerra popular se ha mantenido una actividad revolucionaria constante en la aldea: acciones contra los elementos malos; desfiles, pega de afiches, murales. Hemos logrado avances. El partido ha convocado conmemoraciones de los mártires y asambleas donde explica las metas de la guerra popular. Los aldeanos han ingresado a las filas del partido y del Ejército Popular, y la policía ha respondido con redadas y arrestos masivos. Han allanado esta casa en cinco ocasiones".

Ahora han llegado muchos aldeanos; están sentados en el suelo de bote en bote con otros asomados a la puerta, estirando el cuello. Tienen mucha curiosidad e interés por conocer a una revolucionaria de Estados Unidos y quieren platicarme de la guerra popular en Nepal. Una señora me plantea una serie de preguntas--cuántos años tengo, cuántos hijos, etc.,--pero más que nada quiere saber: "¿Cómo va la revolución en Estados Unidos?". Durante una hora le platico del trabajo revolucionario y las luchas que las masas están librando. Pone mucho interés a las perspectivas de la lucha armada en Estados Unidos. Cuando hablo de la brutalidad y asesinato policial, pregunta: "¿Se han organizado acciones contra la policía?"

A estas alturas la habitación parece muy chica. Como ha llegado tanta gente, decidimos tomar un descanso y trasladarnos a una habitación más amplia. Cenamos dal baht, caldo de pescado y papas con curry. Luego pasamos a un almacén de granos. Nos sentamos en tapetes al lado de pilas de mazorcas. Ya hay unas 50 personas, principalmente mujeres y niños menores de 12 años, y uno que otro anciano.

La compañera que me preguntaba sobre Estados Unidos inicia la sesión: "Le agradecemos su visita y le brindamos nuestra solidaridad. Aquí hay una represión constante. Por eso, nos reunimos de noche y somos casi puras mujeres porque los hombres están en la clandestinidad. Nos han violado, arrestado y golpeado. El partido, que lucha contra la opresión, es la única forma de defendernos. Trabajamos pequeñas parcelas y debido a la represión tenemos una vida muy dura.

"Han matado a un niño de apenas cinco años y a un anciano de 90. Han violado a una niña de diez años y a una anciana de 70. Nos han arrebatado la propiedad, incluso de los ancianos. Han allanado nuestras casas y se han llevado a mucha gente presa. ¡Tantas veces les han caído encima a los que luchan por la justicia! Nos obligan a votar en sus elecciones; cometen tremendas violaciones de derechos humanos. Cazan a los hombres que alzan la voz para reclamar los derechos garantizados por la ley y la Constitución. Las compañeras también se ven obligadas a pasar a la clandestinidad. A veces cuando los hombres se van por uno o dos meses, la policía llega para interrogar y violar a la esposa.

"Con tanta represión el gobierno reaccionario nos ha enseñado que es necesario empuñar las armas; hay que combatirlo, librar una exitosa guerra popular y construir nuevas formas de poder popular. Para acabar con los atropellos tenemos que tumbar el gobierno reaccionario y por eso brindamos nuestro apoyo y participación a la guerra popular. Una forma de apoyo es recaudar alimentos y dinero, según las posibilidades de la gente, para enviar a los que están en la clandestinidad.

"Están matando al pueblo, pero el Ejército Popular está luchando y queremos que eleve su capacidad de combate. Estamos convencidos de que el asesinato de nuestros camaradas por la policía no detendrá la guerra popular; al contrario, su sangre regará la revolución. Al entender esa verdad, nos uniremos férreamente y derrotaremos al enemigo. Tenemos plena confianza en el triunfo de la guerra popular. De parte de las asociaciones de mujeres y campesinos, le damos la bienvenida y le agradecemos el largo viaje que hizo para estar con nosotros y conocer nuestra lucha. La admiramos mucho".

Nos reunimos por una hora y hablan otros aldeanos, pero hay que concluir la sesión porque tienen que caminar mucho para llegar a casa y por seguridad van sin linterna. Se comprometen a no hablar de la reunión para que el enemigo no se entere. Hacen fila para despedirse; cada uno me da la mano. Luego, luego unas niñas de nueve y diez años se apresuran para pasar al frente; en vez de la despedida tradicional (el "namaste", con las manos juntas como si uno estuviera rezando) alzan el puño para dar el saludo rojo "lal salaam" y me aprietan las manos firmemente en sus manitas.

Continuará

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